La Amazonia está perdiendo su capacidad para extraer de la atmósfera dióxido de carbono (CO2), el gas que es el responsable principal del aumento del efecto invernadero, y de servir como freno al proceso de calentamiento global. Entre 2010 y 2017, la mayor selva tropical del planeta liberó anualmente, en promedio, algunas centenas de millones de toneladas de carbono más de las que extrajo del aire y almacenó en su vegetación y en el suelo. Durante ese período, el saldo de lo que se denomina el balance de carbono en la Amazonia, esto es, la suma de las emisiones y absorciones de dióxido de carbono acaecidas en el bioma, registró cifras a favor en la columna de las emisiones. Este resultado forma parte de un amplio estudio internacional coordinado por brasileños y cuyos resultados preliminares, de los cuales aún no se ha estimado un margen de error, se dieron a conocer en el marco del encuentro de la Sociedad Geofísica Americana (AGU) que se llevó a cabo entre los días 9 y 13 de diciembre en la ciudad de San Francisco, estado de California (EE.UU.).
Con alrededor de 5 millones de kilómetros cuadrados de selva preservada, la Amazonia sudamericana era considerada hasta no hace mucho como un sumidero de carbono, término con el cual se denomina a los lugares, actividades o procesos en donde las absorciones de CO2 son mayores que las emisiones. Cuando ocurre lo contrario y las emisiones superan a las absorciones, los científicos dicen que hay una fuente de liberación de carbono hacia la atmósfera. Si la liberación de CO2 es igual a la extracción, el balance de carbono es neutro. “En el período en evaluación, la Amazonia se comportó como una fuente de carbono consistente”, dice la química Luciana Gatti, coordinadora del Laboratorio de Gases de Efecto Invernadero (LaGEE, por sus siglas en portugués), del Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales (Inpe), el responsable principal de las mediciones atmosféricas en las cuales se basan los resultados del estudio. “Si excluimos del balance los datos de los años en los cuales se produjeron grandes sequías, tal como ocurrió en 2010, 2015 y 2016, el bioma se torna casi neutro, pero las emisiones todavía superan levemente a las absorciones de carbono”. Se sabe que los años de grandes sequías merman la capacidad de la selva de extraer dióxido de carbono de la atmósfera y propician un aumento significativo de las emisiones de ese gas.
El avance de los incendios que liberan directamente a la atmósfera amazónica el carbono almacenado en la vegetación y una mayor mortalidad de árboles como consecuencia de sequías más severas y prolongadas están apuntados como los factores principales que llevaron a la Amazonia a comportarse como una fuente de carbono durante los ocho años analizados. Con menos masa vegetal a causa de la deforestación o con ejemplares menos sanos como consecuencia de la degradación forestal y de los cambios climáticos, los árboles realizan menos fotosíntesis. Este proceso transforma la luz y el dióxido de carbono en energía para las plantas, cuya biomasa está formada por compuestos orgánicos a base de carbono, y libera oxígeno en la atmósfera. Desde el punto de vista de los cambios climáticos, el efecto de la fotosíntesis consiste en reducir la cantidad de CO2 presente en la atmósfera y almacenar el carbono de ese gas de efecto invernadero en el interior de las plantas. Este elemento químico queda atrapado en la biomasa hasta que la vegetación se quema, o bien cuando muere y se descompone. Cuando ocurre esto, el carbono retorna al aire bajo la forma de CO2.
El balance de carbono de la Amazonia se calculó a partir de las mediciones realizadas en 513 perfiles verticales de la atmósfera de la región. En los últimos ocho años, cada dos semanas, en término medio, un pequeño avión levanta vuelo desde uno de los cuatro puntos donde se recogen sistemáticamente muestras de aire: dos de ellos en el este de la Amazonia (Santarém y Alta Floresta), el sector más afectado por el desmonte, especialmente en su tramo sur; y otros dos en el oeste (Rio Branco y Tabatinga), un área mejor preservada. Las aeronaves extraen muestras del aire a lo largo de un perfil descendente, que va de los 4.400 metros hasta 150 metros de altura. Cada perfil atmosférico se envía al laboratorio de Gatti en el Inpe donde se determina la concentración de gases de efecto invernadero, tales como monóxido de carbono (CO), metano (CH4) y CO2. Cada una de las muestras no solo es representativa de la atmósfera en el punto inmediatamente debajo de donde fue captada, sino de todo el trayecto recorrido por el aire hasta llegar a esa zona. Como los flujos del aire en la Amazonia provienen del este, a partir del océano Atlántico y hacia el oeste, los perfiles atmosféricos del sector occidental contienen, además de las emisiones locales, aquellos compuestos que se producen en el sector oriental de la selva tropical.
Los resultados de este trabajo, que incluso se describirán en un artículo que será remitido a una revista científica para su publicación, son preocupantes, pues la Amazonia se comportó como fuente de carbono en los cuatro puntos donde se recogieron muestras del aire. “En el sector este, la Amazonia se comporta como una fuente significativa de carbono”, explica Gatti. “En el oeste es casi neutra, puesto que casi todo el carbono emitido queda compensado por aquél que fue absorbido”. La diferencia de comportamiento se debe básicamente al distinto estándar de conservación de esas dos mitades de la selva tropical. “La mayor emisión de carbono en el este de la Amazonia está profundamente relacionada con la cantidad de incendios”, comenta el químico John B. Miller, del Laboratorio de Investigación del Sistema Terrestre de la Agencia Nacional de la Atmósfera y el Océano (Noaa, por sus siglas en inglés) de Estados Unidos, colaborador internacional del estudio y encargado para la presentación de los resultados preliminares en el citado evento de la AGU en San Francisco.
No es la primera vez que un estudio científico reporta que la Amazonia ha dejado de ser un sumidero de carbono y se ha transformado en una fuente del mismo. En un artículo que salió publicado en la revista Nature en febrero de 2014, Gatti, Miller y sus colaboradores revelaron que en uno de los años de sequía, en 2010, la región había liberado más carbono que el que había absorbido, y en un año húmedo, en este caso 2011, las emisiones eran prácticamente iguales a las absorciones. En el estudio se empleaba la misma metodología que en el trabajo actual, pero se cubría un margen pequeño de tiempo. “Nuestros resultados refrendan a los de un paper redactado por R. J. W. Brienen, que la revista Nature publicó hace unos años y que se basa en los datos recopilados mediante un censo forestal, donde se señalaba que el rol de la selva como sumidero de carbono estaba disminuyendo con el paso del tiempo”, dice el biogeoquímico Emanuel Gloor, de la Escuela de Geografía de la Universidad de Leeds, en el Reino Unido.
En aquel estudio, a cargo de otros colegas de Leeds y que contó con la participación de científicos de los países amazónicos, los investigadores se trasladaron a la selva para recabar datos de la evolución de la biomasa en 321 tramos de la misma durante un lapso de tres décadas. Y constataron que durante la década de 1970 y parte de los años 1980, la Amazonia se había comportado como un sumidero de carbono. Su vegetación crecía y extraía grandes cantidades de carbono de la atmósfera, posiblemente impulsada por el denominado efecto de fertilización propiciado por la alta concentración de dióxido de carbono en la atmósfera (el exceso de este gas estimularía un mayor crecimiento de la vegetación). Sin embargo, con el aumento de la mortalidad de los árboles, posiblemente como consecuencia de los cambios climáticos, cuya consecuencia es una Amazonia más cálida y con períodos de sequías más duraderas, la preponderancia de ese efecto fue disminuyendo. Durante la década pasada, la capacidad de la selva tropical para extraer carbono de la atmósfera ya era un tercio menor que en los años 1990, según se apunta en el estudio.
Para el climatólogo Carlos Nobre, del Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de São Paulo (IEA-USP), los resultados del trabajo de su colega del Inpe, donde él realizó toda su carrera, indicaban que los cambios ambientales en la Amazonia se están produciendo a un ritmo más acelerado que lo previsto. “Nuestros cálculos apuntaban que la región podría convertirse en una fuente de carbono solamente de aquí a 30 años”, explica Nobre, quien no participó en el estudio elaborado por Gatti y sus colaboradores. “Pero el segmento sur de la Amazonia ya parece hallarse realmente comprometido, y va camino de una sabanización”. Este término se utiliza para denominar al proceso que conduce a la sustitución de áreas originalmente compuestas por selva densa, típicas de los climas tropicales húmedos, por una flora más raleada, similar a la del Cerrado, la sabana tropical brasileña, característica de las zonas cálidas y secas. Esta alteración repercute en el balance del carbono. Las selvas extraen más carbono que las sabanas.
A juicio de Nobre, estos nuevos datos indican que no se trata de un escenario excepcional, que refleja solamente un año muy seco o un tramo pequeño de la región, sino que es una tendencia a largo plazo. “En épocas pasadas, las grandes sequías se producían en la Amazonia cada 25 años. Hoy en día hemos tenido tres en un lapso de 15 años y los efectos de este fenómeno se prolongan durante años”, comenta el climatólogo. En los períodos de sequía prolongada, la mortalidad natural de los árboles se incrementa y la fijación de carbono por la vía de la fotosíntesis decae. Por ende, la vegetación extrae menos dióxido de carbono de la atmósfera. Para complicar el panorama, los incendios forestales y la tala realizada por el hombre, que registraron un fuerte aumento en 2019, redujeron en casi un 20% la superficie original de la Amazonia. Entre los compromisos que se asumieron en el Acuerdo de París sobre el clima, Brasil se comprometió a eliminar la tala ilegal en la región norte para 2030.