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Entrevista

Antonio Bianco: Un ajuste en el tratamiento del hipotiroidismo

El médico brasileño radicado en Estados Unidos narra cómo descubrió que la terapia hormonal actual podía fallar y propuso una corrección en su aplicación

Léo Ramos Chaves / Revista Pesquisa FAPESPEl doctor Antonio Bianco en la Universidade Presbiteriana Mackenzie, durante una visita a São Paulo en abrilLéo Ramos Chaves / Revista Pesquisa FAPESP

Hace 15 años, el médico brasileño Antonio Carlos Bianco notó que algo no andaba bien con el tratamiento para el hipotiroidismo que entonces se adoptaba en diversos países, y basándose en sus investigaciones arribó a la conclusión de que era necesario introducir cambios. En aquel momento era docente en la Universidad de Miami (EE. UU.), y atendía a mujeres que utilizaban la medicación recomendada para el problema y no mejoraban. Desde la década de 1970, la terapia consistía en el uso de una versión sintética de la hormona tiroxina (T4), desarrollada por empresas farmacéuticas estadounidenses para remediar el mal funcionamiento de la tiroides, una glándula con forma de mariposa situada en el cuello.

En experimentos realizados en su laboratorio, Bianco y su equipo descubrieron que en muchos pacientes, el tratamiento con T4 no normaliza la acción de las hormonas tiroideas en el organismo. Esto se debe a que muchas personas con hipotiroidismo son incapaces de convertir la T4, un compuesto inactivo, en triyodotironina (T3), la hormona activa. La solución, según propuso, es añadir una versión sintética de T3 en sus tratamientos.

Con alrededor de 300 artículos científicos publicados, citados más de 30.000 veces en otros trabajos, Bianco es una autoridad internacional en el estudio de la tiroides y presentó sus hallazgos en referencia a esta falla en el tratamiento en el libro intitulado Rethinking hypothyroidism: Why treatment must change and what patients can do [Un replanteo sobre el hipotiroidismo. Por qué hay que modificar el tratamiento y qué pueden hacer los pacientes], publicado en 2022 en Estados Unidos.

Edad 63 años
Especialidad
Enfermedades tiroideas
Institución
Universidad de Chicago
Estudios
Título de grado en medicina en la Facultad de Ciencias Médicas de la Santa Casa de São Paulo (1983), maestría (1985) y doctorado (1988) en fisiología en la Universidad de São Paulo (USP)

Graduado en la Facultad de Ciencias Médicas de la Santa Casa de São Paulo, hizo su maestría y el doctorado en la Universidad de São Paulo (USP), donde llegó a ejercer la docencia. A finales de la década de 1990 se mudó a Estados Unidos e inició la etapa estadounidense de su carrera académica en la prestigiosa Universidad Harvard.

En abril, Bianco estuvo en São Paulo para brindar una conferencia en la sede de la FAPESP sobre la formación de médicos científicos, un grupo profesional poco habitual en Brasil. Padre de trillizos que actualmente tienen 22 años, le concedió a Pesquisa FAPESP la siguiente entrevista en la Universidade Presbiteriana Mackenzie, donde su esposa, la bióloga e investigadora Miriam Oliveira Ribeiro, estudia el control neuroendócrino de la conducta.

¿Cuáles son las enfermedades más comunes asociadas a la tiroides?
La afección más común es el hipotiroidismo, que suele ocurrir cuando la glándula se destruye debido a un proceso autoinmune o debe ser extirpada al detectarse nódulos. Este y otros problemas en la tiroides son más comunes en las mujeres que en los varones, en una proporción de 9 a 1. Esto es así porque las enfermedades autoinmunes, que también afectan a la tiroides, son más frecuentes en ellas. Aún no sabemos cuál es el mecanismo específico subyacente. En Estados Unidos, hay unos 20 millones de personas con hipotiroidismo, en Brasil quizá sean 10 millones. Hasta 1970, el tratamiento consistía en tomar una pastilla diaria con extracto de hormonas tiroideas de cerdo. Funcionaba razonablemente bien. El tratamiento actual, con la hormona T4, funciona bien, pero para entre un 10 % y un 20 % de los pacientes no es eficaz.

¿Por qué?
Porque la T4 no es una sustancia activa. Necesita ser activada en el organismo mediante su conversión en T3. En 1970, tras el descubrimiento de que nuestro organismo puede convertir T4 en T3, el abordaje terapéutico cambió. Comenzamos a tratar a los pacientes únicamente con T4 sintética. Este fue un cambio importante, porque el extracto de hormonas tiroideas de cerdo contiene ambas hormonas. Por entonces, las empresas farmacéuticas se valieron de estos hallazgos para hacer una intensa propaganda a favor del nuevo abordaje. Convencieron a los médicos de que la hormona tiroidea porcina era cosa del pasado y que el tratamiento podía hacerse solamente con la T4 sintética. Después de 1970 empezaron a aparecer pacientes que no se sentían completamente curados, a pesar de que tomaban las dosis correctas de T4. La recomendación que recibí de mis profesores fue derivar a estos pacientes, en general mujeres de mediana edad, a un tratamiento psicoterapéutico. Los médicos argumentaban que lo que ellas tenían era una crisis existencial. Y eso fue lo que hice durante gran parte de mi vida profesional. Hasta que un día atendí a una mujer que era profesora en Miami y me dijo: “Me diagnosticaron hipotiroidismo, empecé a tomar el fármaco que me recetaron y no he vuelto a la normalidad. Perdí mi empleo”. Le dije: “Sus análisis están bien. Debería hacer psicoterapia”. Ella se puso a llorar y se marchó. A la semana siguiente vino otra profesora y me relató lo mismo: “Ya no puedo dar clases, he renunciado a mi empleo”.

¿Qué ocurrió con esas pacientes?
Presentaban lo que denominamos brain fog, es decir, confusión mental. Pensé: “Algo anda mal”. Me encaminé al laboratorio y empecé a estudiar el problema. Cambié el enfoque de mi investigación para analizar de qué manera las hormonas tiroideas afectan al cerebro y la capacidad de razonamiento. La glándula tiroides produce naturalmente T3 y T4. La T3 es la hormona activa, mientras que la T4 es la prohormona inactiva que puede activarse mediante la acción de las enzimas desyodasas, que vengo estudiando desde el inicio de mi vida profesional. En el tratamiento del hipotiroidismo, la T4 del medicamento se absorbe en la sangre y se transforma en T3 en los tejidos que contienen desyodasas. Pero la concentración final es inferior a la que habría naturalmente. Esta deficiencia puede agravarse, porque en algunas personas las desyodasas no funcionan correctamente debido a un polimorfismo genético. En estos casos, es necesario añadir T3.

Para estos pacientes, la pastilla con el extracto porcino era más eficiente.
En efecto, porque contenía las dos hormonas. Al cabo de casi 15 años estudiando el asunto, escribí el libro Rethinking hypothyroidism: Why treatment must change and what patients can do. Las empresas farmacéuticas que comercializaban la T4 sintética realizaron campañas millonarias de propaganda médica con profesionales y sociedades médicas y con los grupos de asistencia a los pacientes. Tenían una gran influencia sobre los médicos y las sociedades profesionales de especialistas en tiroides. Para darse una idea, la T4 sintética fue aprobada por la FDA [Food and Drug Administration, la agencia que controla los alimentos y medicamentos en Estados Unidos] sin que su eficacia y seguridad se hayan determinado en ensayos clínicos aleatorizados.

El tratamiento actual del hipotiroidismo no es eficaz para quienes no pueden convertir la hormona T4 en su forma activa

¿Cómo lo consiguieron?
Desconozco los pormenores. En aquella época, los líderes médicos en el campo de la tiroides, incluidos los directivos de sociedades médicas profesionales, escribieron a la FDA avalando su aprobación. Esto lo cuento en el libro. Para las personas que no responden bien solo a la T4, una buena solución es combinar la T4 con la T3. Con mis colegas hemos insistido tanto sobre esto que muchas cosas han cambiado. Hoy en día, las sociedades médicas de Estados Unidos y Europa recomiendan el uso combinado de ambas hormonas para este grupo de pacientes sintomáticos.

¿Los médicos aceptan la idea?
Los más jóvenes lo entienden. Los más veteranos no lo aceptan fácilmente, les han lavado el cerebro igual que a mí en el pasado. El comportamiento de la industria farmacéutica ha sido interesante. Sigue ganando mucho dinero porque la T4 sintética funciona bien en la mayoría de los casos. Pero ya se ha reposicionado para captar a los pacientes que necesitan añadir la T3 a su tratamiento. Hoy en día, en Estados Unidos, unos 2 millones de personas utilizan la terapia con T3 y T4, la mayoría a base de extracto de hormonas tiroideas de cerdo. La cifra se ha duplicado en la última década. Trabajo como asesor de algunas empresas farmacéuticas que actúan en esta área y pensé que cuando publicara el libro habría un escándalo, pero en lugar de eso, se mostraron entusiasmadas con el nuevo mercado que se les abría.

¿Siguió la carrera de medicina pensando en dedicarse a la investigación?
Estudié medicina en la Santa Casa de São Paulo por influencia de mi hermano, Salvador Bianco, profesor jubilado del Departamento de Psiquiatría de la Unifesp [Universidad Federal de São Paulo], que es diez años mayor que yo. Desde un principio quería ser investigador. A la par, hice la carrera de biología en la USP, pero abandoné en el último año porque la botánica me aburría. Luego hice la maestría y el doctorado en el Instituto de Ciencias Biomédicas de la USP. Desde el primer año de medicina empecé a indagar dónde se hacía investigación y me dijeron: “Ve a fisiología, donde está el profesor Carlos Roberto Douglas”. Al principio, él, que falleció hace unos años, no me aceptó: “Estás cursando el primer año, no sabes nada, debes esperar un poco; vuelve el año que viene”. Yo insistí y él cedió. Comencé a ayudar a la gente del grupo que estudiaba los efectos de la nutrición en la tiroides. Eso fue en 1978 y nunca he dejado de hacerlo. Fue por casualidad que me topé con este tema.

De hecho le agradó, de lo contrario lo habría dejado.
Sin duda. En aquel entonces, quizá entre el 10 % y el 20 % de los pacientes que atendía en el consultorio del Hospital Santa Casa tenían bocio, a causa de sus deficiencias de yodo.

¿No había sal con yodo en la época?
Ya desde antes de la década de 1970 se recomendaba que la sal de cocina fuera yodada. Pero no había mucho compromiso de las industrias de la sal ni supervisión por parte de los controles sanitarios. La situación comenzó a mejorar con el trabajo que el endocrinólogo Geraldo A. de Medeiros-Neto [1935-2022] llevó a cabo con el político André Franco Montoro [1916-1999], cuando este fue senador [1971 a 1983]. Solo a partir de entonces el gobierno asumió un mayor compromiso en la supervisión del yodado de la sal. No es una tarea tan sencilla como parece. La sal pasa por una cinta transportadora y hay que rociarla con una solución de yodo. Esto debe hacerse en la cantidad correcta, bien calculada, ya que con el tiempo, el yodo se evapora. Además, quienes cocinan no deben guardar la sal cerca de las hornallas o en lugares calientes, porque esto acelera la evaporación.

¿El bocio endémico sigue siendo un problema en Brasil?
Ya no. La labor de los endocrinólogos y de la vigilancia sanitaria ha sido eficaz. Pero siempre habrá deficiencias de yodo en el suelo y, por consiguiente, en los alimentos. Esta deficiencia es geográfica y es casi una constante en todo el mundo. La tiroides necesita yodo para producir sus hormonas. Cuando incorporamos yodo con la dieta, este es asimilado por la sangre y llega a la tiroides. Si el yodo en sangre es escaso, la glándula empieza a aumentar de tamaño, en un intento por captar más. Su peso normal es de 20 gramos, pero puede llegar a pesar casi 1 kilogramo porque sus células se multiplican para absorber el poco yodo disponible. Es un mecanismo de compensación. Ahora bien, si la carencia de yodo fuera tal que el bocio no consigue compensarla, puede desencadenarse el hipotiroidismo. En la actualidad sigue habiendo carencias o deficiencias de leves a moderadas en muchas regiones del mundo. En algunas pocas la carencia es intensa. Los que corren mayor riesgo de verse afectados por la carencia de yodo son los niños y las mujeres embarazadas. Los niños porque sus mecanismos compensatorios no son lo suficientemente eficientes, y las embarazadas porque durante la gestación pueden perder más yodo debido a los ajustes en la fisiología de la tiroides.

¿Qué puede causar la deficiencia de yodo en las mujeres embarazadas?
Si fuera lo suficientemente severa como para afectar la síntesis de las hormonas en la madre y en el feto, puede causar bocio e hipotiroidismo fetal. El organismo materno es capaz de compensar la deficiencia, pero para el bebé en desarrollo, la falta de yodo es un problema grave. Las hormonas tiroideas son muy importantes para el desarrollo cerebral del feto y del recién nacido. Tanto es así que, en forma rutinaria, se realiza el llamado test del piecito o prueba del talón para detectar problemas genéticos que alteran el desarrollo y funcionamiento de la tiroides, que afecta a 1 de cada 2.500 bebés nacidos vivos.

¿Por qué son tan importantes estas hormonas desde el período gestacional?
Principalmente porque están implicadas en la neurogénesis, las primeras instancias del desarrollo del cerebro, cuando se forman las neuronas. Este es uno de los temas que estudiamos en mi laboratorio. La falta de hormona tiroidea al comienzo de la vida desencadena mecanismos epigenéticos que modifican permanentemente la expresión de muchos genes en todo el organismo. No es posible corregirla después. En la actualidad, este es el tema que me ocupa la mayor parte del tiempo: entender cómo la T3, o la falta de ella, modifica la expresión de los genes.

¿Qué han descubierto?
Hemos criado ratones que presentan hipotiroidismo localizado en el hígado solo en los dos primeros días de vida. El animal se desarrolla con normalidad, pero al alcanzar la adultez, el funcionamiento de su hígado es diferente al del hígado de los que no tuvieron hipotiroidismo al nacer. El hígado pierde la capacidad de almacenar grasa, produce más cuerpos cetónicos y menos glucosa. Esto se debe a que el enrollamiento de la cromatina [la cadena de ADN en el núcleo de las células], que regula la expresión de los genes, es modificado por la hormona tiroidea.

En Estados Unidos, los investigadores, para ser exitosos, necesitan ser independientes y contar con grants propios

Usted se graduó en la Santa Casa y se convirtió en docente de la USP. ¿Tiene algún vínculo con la Unifesp?
Tengo grandes amigos y colegas en la USP y en la Unifesp. Uno de mis mentores en São Paulo fue el profesor Rui Monteiro de Barros Maciel, de la Unifesp, con quien aún actualmente somos colaboradores. En 1984, él me presentó al investigador chileno J. Enrique Silva, quien propició mi llegada a Harvard. Nunca he trabajado en la Unifesp, aunque estoy acreditado allí como profesor del posgrado en endocrinología y he dirigido varios doctorados. En la USP fui profesor del Departamento de Fisiología y Biofísica del Instituto de Ciencias Biomédicas [ICB] durante 15 años.

¿Cómo surgió la posibilidad de ir a Harvard?
Cuando cursaba la maestría, asistí a un congreso de endocrinología en Canela, Rio Grande do Sul. Ahí, Barros Maciel me presentó a Silva, quien trabajaba en el Brigham and Women’s Hospital, de la Universidad Harvard, en Boston, y no tenía pensado regresar a Chile a causa del golpe militar. Le dije: “Quiero ir a trabajar a su laboratorio”. Hice el doctorado en el ICB, y la parte experimental en Harvard. Quince años después, decidí visitar Harvard nuevamente. Como Silva ya no trabajaba allí, me contacté con el profesor Philip Reed Larsen, quien había sido su mentor, y me aceptó. Pasé 10 años en Boston, establecí mi laboratorio y me convertí en jefe del sector de tiroides del Brigham and Women’s Hospital. Independizarme fue uno de los mayores retos de mi mudanza a Estados Unidos.

¿Por qué?
Para tener éxito y ser reconocido por sus colegas, todo investigador debe ser independiente y tener sus propios grants [becas o subsidios de investigación]. Me fui en 1998, sin grant, y trabajé en el laboratorio de Larsen, el PI [investigador principal, por sus siglas en inglés]. Este acuerdo es ideal para quien realiza un posdoctorado o es profesor visitante, ya que el funcionamiento del laboratorio y los sueldos son financiados por el PI. A medida que la estancia se prolonga, este arreglo se vuelve menos ventajoso porque tienes que trabajar en los que el PI está dispuesto a financiar, y el sueldo es reducido.

En ese caso, ¿serás siempre un posdoctorando o puedes conseguir un puesto?
Puedes trabajar como docente en la facultad, pero en tanto no te independices, siempre estarás vinculado a un PI. Y si él pierde sus grants, se acabó.

¿El PI decide cuánto le paga a quienes trabajan con él?
Sí. Mi primer sueldo era muy bajo, unos 6.000 dólares anuales. Aún hoy en día existe una gran tendencia a pagar menos que el valor de mercado a los investigadores visitantes, que generalmente no conocen los estándares locales y no desean generar un entredicho reclamando porque se entiende que la visita es temporaria y la alternativa es tomarse el avión de regreso.

¿Cómo se hace para ser un investigador exitoso en Estados Unidos?
El investigador tiene que desvincularse del PI y convertirse en investigador independiente, debe contar con sus propios grants y laboratorio, lo que lo convierte en un asset [activo] de la universidad. Como posdoctor, la universidad agradece la mano de obra barata y hasta ahí llega. Lo que le interesa es el investigador principal porque, junto con la financiación que consigue, entra una importante cantidad de dinero a la universidad. Si uno es un investigador principal y consigue un grant de 250.000 dólares de los NIH [Institutos Nacionales de Salud de Estados Unidos], el valor estándar de una subvención modular, los NIH abonan a la universidad una tarifa adicional muy elevada, que se conoce como “costos indirectos”. Esta tarifa depende del acuerdo que tenga la universidad con los NIH. Harvard recibe alrededor de un 70 %. Como solo se financia alrededor de un 10 % de los grants solicitados al NIH, pueden darse una idea de lo difícil que es llegar a ser un investigador independiente.

¿Cómo compara su vida en el exterior con el tiempo en el que trabajaba en la USP?
En la USP investigaba, pero también ejercía mucho la docencia. En Harvard, daba una clase por año, sobre tiroides, en la carrera de medicina. En la Universidad de Chicago también. Al elaborar los programas de carrera, el coordinador escoge entre los mejores de cada área. En estas grandes instituciones están los mejores docentes en todos o en casi todos los campos. Para quien da una clase es un prestigio gigantesco.

En Brasil el sistema es diferente.
En Harvard, los alumnos son muy pocos para la cantidad de docentes. Allí, en la facultad de medicina, había unos 11.000 profesores. No es para nada exagerado. Hay varios hospitales vinculados en donde trabajan muchos profesionales. A la hora de investigar, una de las dificultades que tuve en Brasil fue el proceso de importación de reactivos, animales, etc. La burocracia es un obstáculo. Para un investigador Estados Unidos es Disneylandia. Los pedidos se hacen hoy desde una computadora y al otro día ya están llegando por FedEx.

Ese es el lado bueno…
Mi jefe siempre ha sido un excelente investigador, un líder mundial en el área de la tiroides. Así que no le era difícil renovar sus grants. Yo tuve que reinventarme para poder redactar mis pedidos de subvención, para obtener financiación, tener mi propio laboratorio y conseguir ser independiente. La competencia es muy dura, con todo Estados Unidos, con los mejores investigadores. Yo tuve suerte y pude conseguir muchos grants. Enseguida recibí ofertas de empleo para dejar Harvard y acabé siendo jefe de endocrinología en la Universidad de Miami. Este sistema extremadamente competitivo parece ser muy bueno, pero es válido hacer una salvedad. Estimula la formación y el establecimiento individual y de centros de excelencia, ¿pero a qué precio?

¿Qué hay que hacer para vender el pescado con éxito?
Hay que tener mucha objetividad y desarrollar una fórmula propia. Es un arte. Me llevó bastante tiempo, pero lo logré. Ese es el cuello de botella que la mayoría no logra superar. Llevo casi 10 años yendo a los NIH para juzgar solicitudes de subvención en el sector de endocrinología celular y molecular. Al final del día, vuelvo a casa deprimido al haber visto cómo se denegaban los pedidos de tanta gente buena y conocer las implicaciones que esto tiene a nivel profesional y personal.

Sería fantástico que Brasil pudiera formar médicos científicos, con conocimientos clínicos y en investigación básica

¿Por qué dejó Harvard?
Durante cierto período en la vida de un investigador es muy importante estar en una universidad como Harvard. Es una gran ayuda para la propia formación y para ganar el reconocimiento de los pares. Pero con el tiempo, su importancia disminuye. Además, cuanto más famosa es la universidad, menor es el sueldo. Está el factor “salario Harvard”: “gano poco, pero trabajo en Harvard”. Hay otras universidades buenas, pero con menor prestigio, que pugnan por atraer buenos científicos, que traen consigo sus grants, y ofrecen sueldos más competitivos. Este cambio es una instancia clave en la carrera, que hay que analizar con mucho cuidado. Me hicieron una oferta muy buena para ir a Miami, con la oportunidad de dirigir el servicio de endocrinología y esto me indujo a aceptarla. Fue fantástico. Debería haber ido antes. A mi formación le hacía falta una buena visión y comprensión del business que hay detrás de la investigación y la medicina académica en Estados Unidos.

¿Qué cambió?
En Miami cumplía una función administrativa y tenía más responsabilidades. Era el jefe del servicio de endocrinología de tres hospitales, con unos 20 endocrinólogos y 8 residentes. En esta estructura, el jefe está a cargo casi de todo. Puede contratar, despedir, decidir la carga laboral y el sueldo de la gente. No es como la estructura brasileña, que es muy rígida. ¿Qué decide el jefe de una universidad pública como la USP? Poco. No puede modificar el sueldo de nadie ni reconfigurar el servicio rápidamente con nuevos docentes. Cumple un papel más que nada burocrático marcando presencia y haciendo que la carga horaria de clases y atención de pacientes se cumpla. Allá, el jefe moldea el servicio a su antojo y, si no funciona, es reemplazado. Mi éxito como investigador se lo debo a mis mentores y a Harvard. En Miami aprendí a gestionar el área médica.

¿También tenía tiempo para dedicar a la investigación?
Así es. Hace casi 30 años que vivo en Estados Unidos y nunca he dejado de investigar. Pero Miami no es Harvard. He aprendido a poner manos a la obra y a hacer de todo, como así también a improvisar. Después de seis años surgió la oportunidad de trasladarme a Chicago. No por mis cualidades como investigador, sino por mis aptitudes como administrador. Fui como presidente de un grupo de alrededor de 600 médicos a la Universidad Rush, una institución privada que es dueña de un gran hospital en Chicago. Ahí cambió todo.

¿Por qué?
Porque el trasfondo de un gran hospital es un caos, a menudo atemorizante. De dirigir a 20 médicos, pasé a comandar a 600. Aprendí el business de la medicina y del funcionamiento de un gran hospital. Cómo se ensamblan los engranajes que hacen que la maquinaria funcione. Fue estresante. El CEO del hospital me decía: “Tienes que hacer que los médicos trabajen más”, “sus sueldos son demasiado altos”. Y oía a los médicos decir: “Estamos trabajando demasiado”, “queremos un aumento”. Era responsable de un presupuesto anual de unos 300 millones de dólares. Al cabo de cuatro años, resolví marcharme. Aprendí mucho, pero el nivel de estrés era superlativo.

¿Y adónde se fue?
A la Universidad de Chicago, donde no tengo ninguna función administrativa. Mi trabajo es investigar. Nunca he sido más feliz y productivo a nivel profesional.

¿Qué paralelismos puede marcar entre lo que ocurre en Estados Unidos y aquí?
Tengo cierta noción del funcionamiento de las instituciones brasileñas por mi relación con gente de la Unifesp y la USP, así como por mi esposa, Miriam, quien trabaja como bióloga y docente en la Universidade Presbiteriana Mackenzie. A grandes rasgos, lo que percibo es que actualmente los jóvenes tienen menos interés por el área científica. Esto no es solamente un fenómeno brasileño. Cuando yo empecé no era así. Había muchas ganas de aprender y de hacer cosas. Creo que este desinterés tiene que ver, en parte, con los cambios sociales que priorizan la calidad de vida. Durante el posgrado, mis colegas y yo trabajábamos duro con escasa recompensa. No veo esto en mis alumnos. Además, salvo raras excepciones, el sueldo de un investigador en Estados Unidos es más bajo y un recién graduado egresa de la facultad debiendo dinero al programa de becas de la institución. Esto aumenta el interés por puestos mejor pagos, lejos de la investigación.

¿En Brasil es diferente?
No conozco bien cuál es la situación en Brasil, pero una diferencia es que aquí siempre ha existido la idea de que los médicos que son docentes universitarios e investigadores tienen un consultorio particular. Esto dificulta la continuidad de las investigaciones. En Estados Unidos eso no existe. El docente trabaja el 100 % del tiempo haciendo investigación y atendiendo pacientes en la universidad. Los médicos tienen prohibido atender en forma particular fuera de la universidad en la que trabajan. En mi caso, soy empleado de la Universidad de Chicago y ellos me pagan el 100 % de mi sueldo, independientemente de mi especialidad. Pero tengo permiso para asesorar a empresas farmacéuticas, bufetes de abogados que intervienen en litigios entre médicos y pacientes, patentes, etc. Con eso no hay problema. Todos disponemos de un 20 % de nuestro tiempo para realizar estas actividades de consultoría. Estamos obligados a informar a la universidad sobre el tema tratado y el monto percibido por esta labor, para que cualquier conflicto de interés pueda ser resuelto.

En la conferencia que dictó en la FAPESP, abordó el tema de los médicos investigadores.
Hablé de la formación de los médicos científicos, un subsector de la medicina en Estados Unidos que incluye a los médicos con excelentes conocimientos clínicos y de investigación básica. Gran parte de los médicos científicos estadounidenses tienen MD y PhD. Para ellos, la carrera de medicina es el doble de larga, pero se gradúan con ambos títulos. En Brasil, muchos médicos cursan estudios de posgrado después de la residencia. Una diferencia fundamental es que allá, el PhD. se obtiene en una disciplina básica. En Brasil, el PhD de los médicos suele ser una disciplina clínica. Aquí formamos superclínicos, no médicos científicos.

De cualquier manera, es difícil reproducir el modelo estadounidense.
El presupuesto anual de los NIH es de 50.000 millones de dólares. Ellos invierten 500 millones de dólares en la formación de médicos científicos. Sería fantástico promover la formación de médicos científicos en Brasil, aunque sea a una menor escala. Para ello, tenemos que pensar en pagar un sueldo institucional adecuado para que los médicos dedicados a la academia puedan permanecer siempre en el hospital, trabajando a tiempo completo. Las agencias de fomento de la investigación científica podrían quizá implementar algo similar en Brasil, aunque sea un proyecto piloto.

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