Imprimir Republish

ENTREVISTA

Carmino Antonio de Souza: Las sendas de la salud

El hematólogo de la Universidad de Campinas participa en la formulación de un plan de reactivación de la producción de medicamentos esenciales en São Paulo, Brasil, una de las necesidades impuestas por la pandemia de covid-19

Souza, creador del Centro de Sangre de Campinas

Léo Ramos Chaves / Revista Pesquisa FAPESP

En una sala del primer piso de un edificio histórico rodeado de árboles, en el Instituto Butantan, durante el pasado mes de noviembre, el médico hematólogo Carmino Antonio de Souza, en su calidad de secretario ejecutivo de la Secretaría de Ciencia, Investigación y Desarrollo en Salud del Estado de São Paulo (SCPDS), concluía la redacción de un documento que entregó a principios de diciembre al gobernador, Rodrigo Garcia, y que pretendía llevar tan pronto como fuera posible a manos del nuevo mandatario electo del estado, Tarcísio de Freitas, quien asumió el cargo en enero. El documento en cuestión es un diagnóstico y un plan de reorganización del sistema de salud del estado, que propone, entre otras cosas, la reactivación de las dos fábricas de la Fundación para el Remedio Popular (Furp), el laboratorio farmacéutico de la Gobernación del Estado de São Paulo, para reanudar la producción de medicamentos esenciales, como los antibióticos, que faltaron cuando se intensificaron los casos de covid-19 (lea en portugués en el sitio web de esta revista el artículo “Para aprimorar o sistema de saúde en SP).

Edad 71 años
Especialidad
Oncohematología
Institución
Universidad de Campinas (Unicamp)
Estudios
Título de grado (1975) y doctorado (1987) en la Facultad de Ciencias Médicas (FCM) de la Unicamp
Producción
395 artículos científicos y 1 libro

Desde hace casi 40 años, De Souza ha mantenido un pie en la gestión pública y otro en la universidad. En 1985 creó el Centro de Hematología y Hemoterapia (Hemocentro) de la Unicamp, después coordinó el programa de donación de sangre del estado de São Paulo, con el objetivo de garantizar que las transfusiones estuvieran libres de virus como el VIH, y fue secretario de Salud del estado entre 1993 y 1994. Al frente del sistema de salud del municipio de Campinas, hizo frente a la pandemia de covid-19. En 2021 publicó el libro Minha vida na saúde pública [Mi vida en la salud pública] (Editora dos Editores, 2021), en el cual relata las epidemias que tuvo que enfrentar, desde la de meningitis, en los años 1970.

De Souza nació en Santos (São Paulo), es nieto de italianos (su abuelo llego proveniente de Nápoles y su abuela de Génova), tiene 71 años, dos hijos y dos nietas, y dice que no está preparado para jubilarse. Se levanta todos los días a las 5 de la mañana, va tres veces por semana desde Campinas en donde vive a trabajar en la oficina en São Paulo que el Instituto Butantan le cedió a la secretaría, da clases, coordina investigaciones, atiende a alumnos y escribe artículos científicos y crónicas semanales para el sitio web HoraCampinas.

¿Qué ha estado haciendo en la SCPDS?
La secretaría fue creada en abril de 2022 por el gobernador Rodrigo Garcia. Tan pronto como asumió, el secretario David Uip me convocó, en mayo. No tenemos presupuesto ni ordenamos nada. Es una secretaría de discusión estratégica, de planificación. En siete meses creamos grupos de trabajo y elaboramos un documento con una propuesta de reorganización de la industria de la salud en el estado de São Paulo. Entre otras acciones, propusimos la revitalización de la Furp, que casi muere y hace mucho menos de lo que podría. La planta de producción de Guarulhos está operando a un 40 % de su capacidad y necesita modernizarse, y la de Américo Brasiliense, municipio lindante con Araraquara, de 20.000 metros cuadrados, está parada. Con la ayuda de los equipos técnicos del Butantan, la Furp podría recuperar un papel importante en la producción de medicamentos para atender, en primer lugar, las enfermedades desatendidas, como el paludismo, la tuberculosis, la lepra y la leishmaniasis, que ninguna empresa farmacéutica privada está interesada en producir. Luego podríamos pensar en las especialidades médicas. Los fármacos contra el cáncer, que se usan en la quimioterapia, siempre están haciendo falta en todo el mundo. En dos o tres años, las dos fábricas podrían producir los medicamentos de interés para la salud pública, mientras que el Butantan se haría cargo de las vacunas, los sueros y los anticuerpos monoclonales. La revitalización de la Furp demandará esfuerzo, inversiones y asociaciones; no creo que el sector público tenga que hacer siempre todo solo, pero sí debe ser el agente promotor. Tenemos que prepararnos para hacer frente a otras pandemias. Como suele decir David Uip: “Nos puede sorprender una vez, pero no una segunda”. La pandemia nos ha dejado desnudos.

¿Por qué lo dice?
Cuando empezó a propagarse el covid-19, no estábamos produciendo casi nada, ni mascarillas, ni delantales, ni medicamentos. La pandemia nos mostró cuán vulnerable y dependiente es Brasil de otros países, principalmente de China y de la India. En un mundo globalizado, quienes tienen dinero le compran a quien quieren, pero cuando hay escasez, somos los primeros en quedarnos sin nada, porque los países ricos pueden defenderse con mayor facilidad. ¿Recuerdan que Estados Unidos confiscó los respiradores que debían llegar a Brasil al principio de la pandemia? El reconocimiento de nuestra vulnerabilidad tiene que servirnos de estímulo para reanudar la producción de principios activos. Hoy en día, más del 95 % de lo que se consume en la salud es directa o indirectamente importado. En tiempos normales, esto no reviste un problema. Pero cuando afrontamos una crisis sanitaria como la del covid-19, es trágico, porque faltó todo. Hemos sobrellevado un infierno de Dante. Con base en lo que hemos padecido, vimos cómo se puede modificar la situación, a través de la secretaría. Hemos conformado un consejo científico integrado por 52 instituciones públicas y privadas del área de la salud y 11 grupos de trabajo, cada uno para un área distinta: vacunas, salud digital, enfermedades raras, etc. Y elaboramos un documento que puede servirle de orientación al próximo gobernador, como política de Estado. Se trata de un diagnóstico de la situación de la salud en el estado y una pauta de lo que hay que hacer. Es un documento consistente, producido por los mejores expertos de cada área. En uno de los grupos de trabajo, que reunió a profesionales del Ministerio de Salud de Brasil, de las secretarías municipales y de la del estado, del Prodesp [Compañía de Procesamiento de Datos del Estado de São Paulo], de Prodam [Empresa de Tecnología Informática y Comunicaciones del Municipio de São Paulo], también hemos detectado las deficiencias en materia de salud digital.

Más del 95 % de todo lo que se consume en el área de la salud es importado. En tiempos normales, vaya y pase. Pero ante una crisis sanitaria, resulta trágico

¿Qué proponen para esta área?
La telemedicina avanzó mucho durante la pandemia de covid-19, pero la red nacional de datos sanitarios debe mejorarse. El registro o historia clínica única debe hacerse inmediatamente. No es necesario que contenga toda la información médica de cada persona, en principio puede incluir lo esencial para la atención de urgencia: las enfermedades preexistentes, el seguimiento que se está haciendo de la misma, los medicamentos que toma y si es alérgica a algún tipo de fármaco. Tenemos que facilitar la circulación de la información más relevante y que esta sea accesible para cualquier profesional de la salud que cuide al paciente, esté donde esté.

¿Cuál es el diagnóstico que elaboraron del sistema de salud de São Paulo?
Desde el punto de vista de la salud pública, en Brasil hay tres países diferentes. Uno está conformado por São Paulo y Brasilia, que es el que cuenta con un mayor desarrollo de servicios; luego está el sur y los otros estados del sudeste; y en tercer lugar, el norte y el nordeste, donde todavía queda mucho por hacer. Una recorrida a los hospitales y centros de salud de São Paulo es como visitar los de Francia, Italia o España, las instalaciones son óptimas, así como los equipos y sistemas de organización, pero la articulación y la integración podrían ser mucho mejores. Veamos: la salud debe tener un comando único, el de la Secretaría de Salud del Estado. Lo que estamos haciendo, como incumbencia de la secretaría, es crear un sistema de transversalidad y planificando el futuro para evitar situaciones trágicas como la de la pandemia de covid-19.

¿Cómo ha sido la tarea de congregar a las instituciones?
Todas aceptaron enseguida. La expectativa que había y la voluntad de sumarse al proyecto de la secretaría fueron impresionantes. David Uip puso en juego todo su prestigio para ello. Yo había estado fuera del municipio de São Paulo por 30 años, fui secretario de Salud del estado en 1993, mientras que él lo había sido hace mucho menos, entre 2013 y 2018. De las 52 entidades invitadas a formar parte del Consejo Científico aceptaron 51. Y todas participaron en los grupos temáticos o nombraron colegas. Las mismas personas que fueron miembros del Centro de Contingencia contra el covid-19 forman parte del Consejo Científico, que se reúne aquí cada miércoles, algunos personalmente y la mayoría a distancia. Otro punto: desde que comenzamos a evaluar el sistema de salud de São Paulo, Uip y yo estamos muy preocupados por la situación de los científicos del estado, cuyos sueldos son inaceptablemente bajos para las funciones que ejercen. Es por ello que también vamos a elevar una propuesta de reestructuración de la carrera y de los sueldos, incluyendo la contratación de nuevos investigadores mediante concursos.

¿Cómo fue la construcción del Hemocentro de la Unicamp, en 1985?
Fue una batalla política, porque hasta entonces, toda la sangre disponible en Campinas era privada, no había bancos de sangre públicos. Pero el entonces rector de la Unicamp, José Aristodemo Pinotti [1934-2009], creyó en mi lucha y confió en que yo sería capaz de crear un centro público, aunque no hubiera donantes. Obtuve el apoyo del Ministerio de Salud de Brasil, de Luiz Gonzaga dos Santos, creador y director del Hemope, el primer hemocentro de Brasil, en Pernambuco, de Nelson Rodrigues dos Santos, secretario de Salud de Campinas, y de Rogério de Jesus Pedro, mi jefe de departamento en la Unicamp. Pero Pinotti fue quien realmente lo instituyó. Más tarde, cuando fue secretario de Salud del Estado, entre 1987 y 1991, me dijo que me necesitaba en São Paulo. Un viernes de octubre por la tarde, me pidió que fuera a la secretaría a hablar con él.

Léo Ramos Chaves / Revista Pesquisa FAPESPPreparación de sulfato ferroso para el tratamiento de la anemia, en la fábrica de la Furp en GuarulhosLéo Ramos Chaves / Revista Pesquisa FAPESP

¿Cuál era la situación de la epidemia de sida?
Había explotado. En Brasil murieron 2.000 hemofílicos a causa de las transfusiones con sangre contaminada. En São Paulo estábamos atravesando el pico de la transmisión del VIH por vía sexual o por transfusiones y todavía no había ningún programa de control de la calidad de la sangre. Le dije a Pinotti lo que creía que debía hacerse y él no dudó, entonces salimos, estaba toda la prensa, me puso a su lado y les dijo: “Quiero presentarles al nuevo coordinador del programa de manejo de la sangre del estado de São Paulo”. Luego expuso exactamente lo que yo había propuesto. En enero presentamos un plan de acción con recursos del BNDES [el Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social] para construir hemocentros y fondos de la gobernación del estado para realizar el control serológico de la sangre. Entonces construimos y equipamos los hemocentros de Campinas, Ribeirão Preto, Botucatu, Marília y de otras ciudades. Creamos un programa que aún existe, Hemorred, y llevamos a cabo todas las acciones pertinentes para identificar la sangre contaminada, que ha proporcionado absoluta tranquilidad a quienes necesitan una transfusión.

¿Hubo protestas cuando se dispuso la obligatoriedad de analizar la sangre de todos los que donaban?
Así es, pero mi obligación era frenar la transmisión del virus. Permanecí ahí hasta 1993, cuando me invitaron a asumir la Secretaría de Salud de São Paulo durante la gobernación de Fleury [Luiz Antônio Fleury Filho, 1949-2022]. Conocí al gobernador Fleury 15 días antes de que me invitara a asumir el cargo. Él había ido a Campinas para inaugurar la unidad de trasplantes de médula ósea, que hoy en día sigue funcionando, y empezamos a conversar muy amablemente. Cuando me preguntó quién era, le expliqué: “Soy quien proyectó esta unidad de trasplantes que usted vino a inaugurar, soy el director del Hemocentro”. Y entonces se ofreció: “Yo soy A negativo, quiero donar sangre”. El encuentro estaba organizado para durar dos horas, pero se quedó mucho más. El domingo siguiente, por la noche, me llamó por teléfono el rector de la Unicamp, que en ese entonces era Carlos Vogt, y me pidió que al día siguiente fuera al Palacio de los Bandeirantes [la sede de la gobernación paulista], porque el gobernador deseaba hablar conmigo. Entonces acudí y el gobernador me confirmó que estaba considerándome, pero había otros candidatos. A la semana siguiente debí someterme a una ronda de preguntas de un grupo de diputados estaduales y luego de eso el gobernador me avisó: “Asume el cargo el próximo lunes”. Regresé volando a Campinas, le traspasé la coordinación del Hemocentro a Fernando Costa, quien después fue rector de la Unicamp. Ni siquiera tenía un traje para la asunción del cargo. Tomé posesión con un traje de lino horrible de color lila, el único que tenía. Y me quedé hasta el final del gobierno.

¿Le fue bien al profesor universitario en una secretaría de Estado?
Aprendí mucho, en primer lugar, sobre la convivencia política como secretario, porque en un régimen democrático, quien tiene votos es el que gobierna. A veces la gente se confunde, piensa que un consejo puede gobernar, pero no es así: lo hace quien tiene votos. Hay que aprender a debatir y a apoyar a la clase política. Viajé mucho y mantuve muchas reuniones. El momento del país era difícil. Cuando asumí, la inflación era de un 45 % mensual. En mi etapa como secretario tuve que lidiar cuatro monedas: el cruzeiro, el cruzeiro real, la URV [unidad real de valor] y el real, que se instituyó en el segundo semestre de 1994. Cada cambio de moneda implica modificaciones en los contratos con los proveedores. Para adaptar el estado de São Paulo a las nuevas leyes del SUS, que empezaba a implementarse, tuvimos que realizar un enorme trabajo jurídico e institucional. Creamos el Consejo Estadual de Salud y la Comisión Interadministrativa Bipartita, que aún hoy en día discute el reparto de recursos entre el Estado y los municipios. Junto a la Legislatura creé el primer código de salud de Brasil, votado en primera vuelta durante el gobierno de Fleury y en segunda instancia con el gobernador posterior, Mário Covas (1930-2001). Estuve menos de dos años, pero fue un período de aprendizaje enorme. No conocía a ningún diputado, porque nunca tuve ninguna afiliación partidaria. En las reuniones con los políticos escuchaba mucho. Aprendí que gran parte de las demandas de la arena política no son para conseguir dinero, son solo para demostrar que el individuo tiene llegada a la secretaría, que tiene un prestigio, que se toma una foto y se las muestra a sus correligionarios para decir que estuvo en São Paulo.

Era la época del sida.
El sida ahí estaba, no tan fuerte como en la década de 1980, y empezaban a aparecer antivirales como el AZT [azidotimidina, el primer antiviral contra el VIH/sida]. El testeo de los donantes de sangre ya había mejorado bastante, como así también el proceso industrial de producción de hemoderivados, para evitar la contaminación. Asistí a varios congresos internacionales, estaba interesado en conocer las nuevas pruebas diagnósticas, pero vi un contexto geopolítico y social que no hallaba en otras reuniones científicas. Los congresos del área dejaban a la vista los males que aquejaban al mundo, a África, a las mujeres. Curiosamente, hace dos años, invitado por el Ministerio de Salud de Brasil y el Conasems [el Consejo Nacional de Secretarías Municipales de Salud], asistí a un congreso sobre el sida en Ámsterdam (Países Bajos), y parecía que todavía estábamos en la década de 1990. Treinta años después, los problemas de África, especialmente entre las mujeres, seguían siendo enormes. En 1995 regresé a la Unicamp, concursé como libre docente y en 1997 me fui a trabajar en la unidad de trasplantes de médula de la Universidad de Génova, en Italia. Me fui muy maduro, ya tenía 45 años, y resultó estupendo. Participaba en casi todo junto a mis colegas de la universidad: atendía a los pacientes, tomaba muestras para análisis, iba al quirófano, extraía médulas, escribía artículos. Al regreso mi carrera despegó. En 2001 me presenté a concurso para profesor titular y en 2006 volví a coordinar el Hemocentro de la Unicamp.

Cada epidemia es diferente y tiene su propia lógica. Cada virus o bacteria tiene sus propias formas de transmisión

¿Quiénes fueron sus mentores?
Fueron varios los que me orientaron y estuvieron a mi lado para que cometiera menos errores. Aprendí mucho con Pinotti y con Uip, a quien conocí durante la epidemia de VIH/sida. Cuando me nombraron en la secretaría, uno de los primeros que vino a verme fue Adib Jatene [1929-2014], quien por entonces era el director de la Facultad de Medicina de la USP [Universidad de São Paulo]. Estuvimos conversando toda una tarde. Otro que también venía a charlar era Antônio Ermírio de Moraes [1928-2014], el empresario que dirigía el Hospital Beneficência Portuguesa, el actual BP. No quería nada, solo conversar. Con él aprendí mucho sobre cómo relacionarme con los hospitales filantrópicos.

¿Qué aprendizaje le dejaron las epidemias que enfrentó?
Escribí un libro recordando mis experiencias. Primero fue la de meningitis, en la década de 1970, cuando aún era un estudiante y luego residente. Después vinieron el VIH y el cólera, con algunas decenas de casos en el estado; las arbovirosis –el dengue, el chikunguña, el zika y la fiebre amarilla–, y por último el Sars-CoV-2. Cada epidemia es diferente y tiene su lógica propia. Cada virus o bacteria tiene sus propias vías de transmisión. Ahora bien, uno tiene que ser un gran general, saber con qué se cuenta y con qué no, dónde lo puedo conseguir, cómo me voy manejar, hay que saber poner a la gente de nuestro lado y también brindarle protección.

Como secretario de Salud de Campinas, ¿cuáles fueron sus prioridades durante la pandemia?
La situación que atravesamos fue de absoluta indigencia. Habíamos dejado de producir muchos medicamentos porque era más barato importarlos y ante una emergencia como la pandemia salimos perjudicados. Reflexionaba: “¿Cómo haremos para comprar las mascarillas, delantales, en definitiva, todo lo que necesitábamos?”. Aprovechamos los dos meses entre el anuncio mundial de la pandemia y el primer caso declarado en Brasil para adquirir la mayor cantidad posible de sedantes, relajantes musculares, etc. El consumo de materiales se incrementó radicalmente. Antes un profesional de la salud utilizaba dos mascarillas y dos batas por día, pero durante la pandemia pasó a usar 10 o 12, pues debía cambiarse con cada enfermo que atendía. Los países de Oriente nos ayudaron mucho, principalmente Corea del Sur. La empresa Samsung envió a Campinas una inmensa cantidad de mascarillas y delantales. Aun así, en algunos momentos hubo faltantes, porque la especulación fue absurda. ¿Qué me preocupaba a mí? Por un lado satisfacer todas las necesidades del municipio, y por otro evitar ir preso. Porque dentro de cinco años será fácil condenar a alguien por haber pagado sobreprecios: 10 reales por un guante que costaba 5 centavos. Un fin de semana mantuve un debate acalorado con mi equipo, porque dudábamos si comprar o no más respiradores. Los contamos: había 750 equipos en funcionamiento y unos 20 descompuestos, que las empresas de la ciudad –Toyota y General Motors– nos reparaban. Pero eso no alcanzó. Finalmente, cuando la pandemia arreció, tuvimos que pedirle ayuda a la gobernación de São Paulo y al gobierno federal, que nos enviaron 25 respiradores. No los compré, porque un respirador que costaba 20.000 dólares se estaba vendiendo por 100.000 dólares. Al mismo tiempo, desplazamos al personal de mayor edad, que tenían más riesgo de infectarse, para que realizaran tareas de telemedicina o actividades de apoyo. Aunque yo era parte del grupo de riesgo por ser mayor de 60 años, seguí yendo a la secretaría todos los días.

¿Por qué?
Porque era el comandante, y el comandante no huye. Puedes morirte, qué se le va a hacer, pero no puede huir. Me cuidaba, por supuesto. Hasta ahora no me he contagiado. Muchos colegas murieron, en Campinas fueron unos 250. En Brasil fueron miles, la mayor parte enfermeros, porque son los que están en contacto más directo con los pacientes.

Como parte de un proyecto mundial, estamos registrando los casos de linfoma T en Brasil. Ya contabilizamos 560

¿Cuánto ha cambiado la hematología, su especialidad, desde que usted arrancó, allá por la década de 1970?
Mi primer contacto fue con la hemoterapia, con las transfusiones. Mi padre perdió su empleo en 1971 y tuve que trabajar para ayudar a mi familia, cursaba el segundo año de la facultad y conseguí empleo como técnico de laboratorio en un banco de sangre privado. La hematología era primitiva. Los bancos de sangre trabajaban con frascos de vidrio abiertos, algo impensable hoy en día. Trabajaba y hacía guardias nocturnas en el banco de sangre, y a la vez seguía estudiando medicina. Realizaba las pruebas de compatibilidad sanguínea y las infusiones en las venas de los pacientes. Cuando me gradué, hice el examen de residencia en hematología, el primer año era de clínica médica y los dos restantes de hematología. No existe punto de comparación con la actualidad. En los años 1970, las instalaciones de los hospitales solían ser precarias. Trabajaba en un hospital de beneficencia, en una sala con 33 camas masculinas y 32 femeninas, una al lado de la otra y con un baño colectivo. Resultaba imposible atender adecuadamente a un paciente con leucemia, que requiere de cuidados especiales. El diagnóstico era exclusivamente morfológico, directamente con el análisis de sangre y de médula ósea. El propio médico extraía la sangre y preparaba las muestras con las que realizaba el análisis microscópico previo a las transfusiones. Ha cambiado mucho. En la actualidad, la hematología es una especialidad amplia, compleja y multiprofesional. Ahora trabajamos con biólogos, biomédicos y enfermeros especializados, además de los equipos de los laboratorios de biología molecular, de inmunología y muchos otros, que han tenido un desarrollo impresionante. Las enfermedades genéticas, como la anemia falciforme y la hemofilia, también forman parte de la hematología. La producción científica específica también es enorme. Nuestro congreso anual, que se celebró en São Paulo en octubre, congregó a 6.000 participantes, que presentaron más de 1.200 trabajos.

¿A qué se dedica ahora como investigador?
Básicamente, llevo adelante tres líneas de investigación. La primera es la de las mieloproliferaciones crónicas, principalmente la leucemia mieloide crónica. Hemos participado, junto con otros países, en el desarrollo de inhibidores de un grupo de proteínas llamadas tirosinas quinasas, que controlan la proliferación celular. Estos medicamentos han hecho posible controlar una enfermedad hasta entonces despiadada, con una tasa de supervivencia de alrededor de 40 meses tras el diagnóstico. Los pacientes con leucemia pueden despertarse por la mañana, tomar un comprimido y salir a trabajar, como si tuvieran cualquier otra enfermedad crónica. Como médico e investigador, la introducción de los inhibidores de las tirosinas quinasas fue lo más revolucionario en lo que he participado. La segunda línea de investigación se ocupa de las linfoproliferaciones, los linfomas agresivos y los mielomas múltiples. Uno de los linfomas agresivos es el de los linfocitos T [uno de los tipos de células de la sangre], que son raros entre los occidentales. En Oriente suman aproximadamente la mitad de los linfomas, pero aquí en Occidente, como máximo, llegan a un 10 % del total. Se trata de un gran conjunto compuesto por más de 20 enfermedades, aunque las más comunes son 6, que así y todo son raras. Como parte de un proyecto mundial, estamos registrando los casos de linfoma T en Brasil. Pretendíamos incluir a 500 pacientes, pero ya tenemos 560.

¿Cuál es el propósito de ese estudio?
El objetivo es comprender mejor la evolución de este grupo de linfomas y planificar su tratamiento. Pretendemos ver si en Brasil hay divergencias epidemiológicas según las regiones y los grupos étnicos. Hemos detectado una diferencia importante entre Brasil y otros países: un tipo de linfoma asociado al VLTH-1 [virus linfotrópico de linfocitos T humanos tipo 1], un virus emparentado con el VIH, que se transmite por la leche materna. En muchos casos la persona desarrolla la leucemia o linfoma de linfocitos T varias décadas después de haber nacido, con una tasa de mortalidad cercana al 5 %. Tenemos una alta concentración de este tipo de linfomas en la región de Salvador, en el estado de Bahía. La tercera línea de investigación es un trasplante de médula ósea. Nuestro grupo de Campinas, junto con los colegas de la Universidad Federal de Minas Gerais, fue el primero en el mundo en hacer un estudio aleatorio comparando las células madre obtenidas directamente de la médula ósea por aspiración con células madre de la sangre periférica. Comprobamos que pueden utilizarse las dos, aunque cada una tiene aplicaciones específicas. Las células periféricas tienen un efecto antitumoral más potente, pero provocan más reacciones: la llamada enfermedad del injerto contra el receptor. Si no se necesita un efecto antitumoral muy potente, pueden emplearse las de médula ósea. Hoy en día se utilizan mucho más las células periféricas, pero la elección depende del paciente, no del donante.

¿Cómo define usted a la sangre?
La sangre es un tejido líquido extremadamente complejo, con dos funciones importantes. La primera consiste en llevar el oxígeno a todas las células y transportar el residuo que estas producen, el dióxido de carbono, a los pulmones, donde será eliminado. La segunda es vigilar y proteger al organismo contra los agentes patógenos y las toxinas. La sangre transporta un ejército de células: los fagocitos destruyen a los patógenos, los linfocitos B producen anticuerpos, los linfocitos T se encargan de la memoria inmunitaria, porque si producimos anticuerpos permanentemente, después de la aplicación de una vacuna, por ejemplo, la sangre sería como una espesa sopa minestrone. También cumple una función antihemorrágica, a través del factor de coagulación, las plaquetas, etc. Es a causa de estas proteínas y células que la sangre puede transformarse de líquido en gel, para subsanar las hemorragias cuando un vaso se ha roto, por ejemplo, y de gel en líquido, que vuelve a fluir nuevamente cuando el problema se ha resuelto. Es el único tejido del cuerpo humano que posee esta capacidad. Es algo maravilloso.

Republicar