La reconstrucción de la Estación Comandante Ferraz, la base de investigación científica brasileña en la Antártida destruida por un incendio en la madrugada del 25 de febrero, comenzará recién dentro de dos años, y concluirá alrededor de 2016. Pero la tragedia, que mató a dos militares y se originó en un incendio en los generadores de energía, provocó al menos un efecto inmediato: reinstaló el debate sobre las ambiciones de la ciencia brasileña en el continente helado, así como sobre las estrategias necesarias para que el trabajo de los investigadores del país cobre mayor relevancia. Existe un consenso entre los científicos al respecto de que la estación debería reconstruirse de manera tal que se aumentara su seguridad, aunque también garantizando un soporte especial para los científicos, ya que hasta ahora, la compleja y cara logística destinada a abastecer a la base y transportar gente, a cargo de la Armada, frecuentemente dejaba los objetivos científicos relegados a un segundo plano.
También hay una percepción común de que el modelo de financiación vigente para la investigación en la Antártida, con las convocatorias del Consejo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico (CNPq) destinadas a la obtención de subvenciones para proyectos por dos años, debe perfeccionarse, garantizando recursos a largo plazo, fundamentalmente en lo que hace a programas que recaben y ofrezcan datos para la investigación sobre los cambios climáticos. La influencia de la Antártida en el clima brasileño es comparable con la de la Amazonia, aunque todavía poco conocida. “Los cambios climáticos son el gran tema de investigación en la Antártida y abarcan áreas tales como la glaciología, la meteorología y la biología”, dice Antonio Carlos Rocha-Campos, docente jubilado del Instituto de Geociencias de la USP y coordinador del Centro de Investigaciones Antárticas de dicha universidad. Con una superficie de 13,6 millones de kilómetros cuadrados casi íntegramente cubierta por glaciares, el continente es el más alto, más frío, más seco y con los vientos promedio más fuertes del planeta.
Un nuevo modelo de gestión de la investigación en la Antártida también es deseable, afirma el glaciólogo Jefferson Cardia Simões, docente de la Universidad Federal de Rio Grande do Sul (UFRGS), el primer brasileño en alcanzar el polo Sur geográfico por tierra durante una expedición científica, en 2004. “No se trata solamente de contar con una nueva base, sino de reconstruirla contemplando varios aspectos”, dice, enumerando algunos de ellos: la cooperación con otros países, que implica la posibilidad de reducir costos y elevar la calidad investigativa, el apoyo de campañas y expediciones en otras regiones del continente y la racionalización del trabajo de los investigadores. “La comunidad científica debe asumir las responsabilidades de gestión sobre la base y la investigación en la Antártida. Actualmente se registra una competencia entre la logística, a cargo de la Marina, y la ciencia, a cargo de los investigadores. Y, en el día a día, se pierden las prioridades por exceso de demanda”, afirma el investigador. El contingente de brasileños involucrados en la investigación antártica ha aumentado. Por ello, la presión para que todos pasen temporadas en el continente, con los costos y logística que ello requiere, es cada vez más intensa. “Pero no es posible que todos quieran ir allá cada año. Existe un tiempo para recabar datos y otro para analizarlos. Y hay investigaciones que pueden realizarse sin tener que ir a la Antártida, utilizando los datos obtenidos”, dice el glaciólogo.
De hecho, un problema histórico del Programa Antártico Brasileño (Proantar), concierne a la oportunidad de visitar la base. Se estima que al menos 250 investigadores brasileños se encuentran actualmente abocados a la concreción de proyectos de investigación sobre el continente helado. La base cuenta con capacidad para albergar a alrededor de un 20% de ese contingente. Y no siempre es posible aprovechar todo el potencial de la base. En 2009, la Marina incorporó un buque rompehielos para su trabajo en la región, el Almirante Maximiano, aunque en 2011, éste trabajó prácticamente en soledad, ya que el Ary Rongel, el buque oceanográfico que brinda asistencia a la base, se encontraba averiado. Quien logra un lugar en la estación también afronta incertidumbres. “Quedé varado una semana sin poder salir, por falta de condiciones climáticas para recabar muestras”, dice Rosalinda Montone, docente del Instituto Oceanográfico de la USP, cuyo grupo perdió en el incendio buena parte del material que había recolectado este verano. “Es poco lo que recuperaremos”, afirma ella, quien investiga contaminantes orgánicos en el ambiente marino.
Un lugar en el buque y en la estación
La posibilidad de viajar en alguno de los barcos de la Marina y pasar una temporada en la base comúnmente está reservada para proyectos contemplados en las convocatorias periódicas del CNPq y, más recientemente, las de los dos Institutos de Ciencia y Tecnología (INCT) abocados a la investigación antártica. Uno de ellos trabaja con la función de la masa de hielo en el sistema climático, estudiando las variaciones del clima en la Antártida y su incidencia en Brasil. El otro se dedica a la cuestión del impacto de la actividad humana en el ámbito antártico. “La selección de los proyectos es rigurosa y hemos avanzado en el sentido de formar redes en lugar de fomentar el trabajo aislado de los investigadores”, dice Jefferson Simões.
Existe la queja recurrente de que faltan líneas de inversión para proyectos a largo plazo. “El hecho de que uno de los grupos del Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales (Inpe) no fuera seleccionado en la última convocatoria del CNPq hizo que interrumpiésemos una serie histórica de datos meteorológicos en la estación, pues no había quién los recabara”, dice el oceanógrafo Ronald Buss de Souza, responsable del programa antártico del Inpe. Ilana Wainer, docente del Instituto Oceanográfico de la USP, hace hincapié en la importancia de financiar el recabado de datos capaces de abonar investigaciones de grupos que necesitan información sobre el continente, sin que sea necesario viajar hasta allá por todo un verano. “Nunca hemos contado con tanta financiación como ahora. No obstante, para garantizar el monitoreo de las variables climáticas, se necesita algo más que proyectos con dos años de extensión. Sería importante contar con financiación continua”, afirma ella, cuyo trabajo sobre el modelado del clima en la Antártida depende, en gran medida, de datos sobre el océano Antártico y la variación de la extensión del mar congelado. En su caso, la mayor dependencia se refiere a la disponibilidad de los dos buques de la Marina, de importancia para la colecta de datos sobre el océano. El incendio en la estación y la utilización de ambos barcos para resolver problemas logísticos, comprometerán uno de los proyectos a los que Ilana se encuentra abocada, el Paleoantar, que preveía la obtención de muestras de hielo para intentar comprender los denominados pulsos de deshielo, posibles disparadores de variaciones climáticas.
Sin embargo, ella afirma que Brasil no necesita invertir en soledad. Cita el ejemplo del recientemente creado Southern Ocean Observing System (SOOS), una red multidisciplinaria que apunta a realizar observaciones del océano Antártico capaces de abastecer líneas de investigación sobre los cambios climáticos, el aumento del nivel del mar y el impacto del calentamiento global sobre los ecosistemas marinos. “Eso no puede realizarlo un sólo país”, dice. Y recuerda que los estudios al respecto de procesos climáticos en escala local se encuentran en la frontera del conocimiento, y que los modelos computacionales hallan dificultades para simular los procesos de interacción entre el clima en la Antártida y en el hemisferio Sur. En un ejemplo de investigación que puede propiciar el abastecimiento de esos modelos, el grupo de Ilana, en asociación con investigadores de Río de Janeiro y de Francia, arribó a la conclusión de que el aumento del agujero en la capa de ozono sobre la Antártida, durante los años 1980, originó cambios en el régimen de vientos en el continente helado pasibles de alterar la temperatura de la superficie del mar en Bahía. “Constatamos una relación de causa y efecto entre la disminución de los corales y la expansión del agujero de la capa de ozono. Éste aumentó la diferencia de temperatura entre la Antártida y el trópico e intensificó el viento, produciendo una merma de los corales en Bahía. Pese a que el agujero disminuyó, no es seguro que la situación de los corales haya mejorado. Los efectos del calentamiento global pueden haberlo compensado, a pesar de que los vientos hayan vuelto a lo normal”.
En los últimos dos años, Rocha-Campos, de la USP, también apeló a la cooperación internacional para llevar adelante sus investigaciones. Él cuenta con el sustento de una base argentina, aprovechando que su investigación la realiza en colaboración con el Instituto Antártico Argentino. “Hemos recogido muestras rocosas en la isla Rey Jorge, no muy alejada de la base brasileña, en otras oportunidades. Para que la investigación avance, necesitamos visitar otros lugares”, dice el profesor. Un grupo de investigadores bajo su liderazgo identificó recientemente una estructura glacial fundamental para esclarecer la historia paleoclimática de la Antártida durante el período Mioceno (hace alrededor de 15 millones de años). La estructura –denominada pavimento de clastos glacial– comprueba que hubo un período de expansión del manto de hielo en la Antártida Occidental. Rocha-Campos se articula con otros investigadores brasileños para obtener financiación con el fin de que Brasil participe en el programa Antarctic Drilling (Andrill), un consorcio internacional que está realizando sondeos geológicos en las costas continentales antárticas. “Si obtenemos los recursos para participar, estaremos en el mainstream de la investigación geológica en la Antártida”, afirma.
La Estación Comandante Ferraz, ubicada en la isla del Rey Jorge, en el sector más templado del continente antártico, garantiza un fácil acceso a los dos buques brasileños; no por casualidad, varios países instalaron bases en esa región. Hay una amplia bahía, con extensas playas, lo cual favorece la logística y reduce costos, aunque era capaz de brindar apoyo tan sólo a un grupo restringido de investigaciones, por ejemplo, en el campo de la biología marina, el más comprometido por el incendio. Compuesta por más de 60 módulos interconectados, fue creciendo con el paso del tiempo hasta asumir el aspecto de una aldea a orillas del mar. En invierno, permanecía en la base un número menor de investigadores. En esa etapa, el acceso ya no ocurría mediante buques –que sólo van al continente entre octubre y abril–, sino por aviones de la Fuerza Aérea Brasileña (FAB). “El sitio también es ideal pues cuenta con dos lagos que proveen agua”, dice Rosalinda Montone, de la USP, quien estuvo en la Antártida 17 veces.
La tragedia interrumpió el 40% de las investigaciones brasileñas en la Antártida, señal de que la presencia científica del país en el continente ya no dependía exclusivamente de la estructura administrada por la Marina. Por un lado, los módulos de recolección de datos situados a una distancia de entre 300 metros y 1 kilómetro de la base incendiada no fueron afectados. Por otro, estaba creciendo la cantidad de investigaciones que no se realizaban en la estación. El viaje de Jefferson Cardia Simões al polo Sur geográfico, al final de 2004, donde recogió muestras (cilindros) de hielo, dependió de un esquema logístico que requirió viajes en aviones chilenos y el alquiler de un tractor polar en colaboración con otros investigadores, dentro del esquema de la Armada. En enero, un equipo liderado por Heitor Evangelista, de la Universidad del Estado de Río de Janeiro (Uerj), y Jefferson Simões instaló el Criosfera I, el primer módulo científico brasileño en el interior del continente antártico para la obtención de datos climáticos, ubicado a 2.500 kilómetros al sur de la estación.
La expedición de 1982
La historia de la financiación de la investigación brasileña en la Antártida atravesó varias etapas. Brasil adhirió en 1975 al Tratado Antártico, que destina el continente a actividades pacíficas, en especial la investigación científica, y realizó su primera expedición hacia allí en 1982. Con el surgimiento del Proantar y la inauguración en 1984 de la Estación Comandante Ferraz, era la propia Marina, por intermedio de la Comisión Interministerial de Recursos del Mar (CIRM), quien invitaba a los investigadores a trabajar en la región. “El programa de investigación estaba diagramado en base a la demanda de la CIRM, que invitaba a instituciones y también procuraba inducir investigaciones en determinadas áreas”, recuerda Ronald Buss de Souza. En esa época, instituciones tales como el Inpe y los institutos Oceanográfico y de Geociencias de la USP se sumaron al esfuerzo de investigación, y el buque oceanográfico Comandante W. Besnard, de la USP, realizó seis viajes a la Antártida en los años 1980, sirviendo de apoyo a los investigadores, en compañía del Barão de Tefé, de la Marina. La segunda etapa del Proantar llegó en 1991, cuando la Armada resolvió desligarse de fomentar investigaciones y ocuparse únicamente de la logística de los viajes y de la base. El CNPq se encargó de las investigaciones. “Ya había masa crítica como para disputar convocatorias y el CNPq comenzó a evaluar los proyectos según criterios de productividad científica”, afirma Souza. No fue un período fácil. “La novia era bonita pero vino sin dote”, dice el profesor Rocha-Campos. Los recursos del CNPq eran limitados y trajo alivio, en una tercera etapa, el ingreso en el Proantar, del Ministerio de Medio Ambiente, pues, según determinó un protocolo firmado por Brasil, las investigaciones comenzaron a ser monitoreadas para reducir el impacto ambiental.
En la cuarta etapa, más reciente, el CNPq comenzó a realizar concursos para la selección de proyectos y se crearon dos de los Institutos Nacionales de Ciencia y Tecnología, redes virtuales de excelencia, mantenidas por el CNPq y por las fundaciones estaduales de apoyo a la investigación científica, para dedicarse a investigaciones en la Antártida. Con el paso del tiempo, se organizaron nuevos grupos de investigación, destacándose principalmente Rio Grande do Sul. “Contrariamente a lo que ocurría en 1980, cuando los científicos hacían concesiones en sus líneas de investigación para incluir a la Antártida, ahora hay una generación de científicos abocada a la investigación en el continente, y esa masa crítica presiona por mayores recursos y oportunidades para realizar sus estudios”, dice Jefferson Simões.
Los países con mayor inversión en investigación antártica son Estados Unidos, el Reino Unido, Japón y Alemania. “Conforman el primer pelotón de la investigación, algunos con estaciones en diferentes puntos de la Antártida y buques rompehielos capaces de llegar hasta ellas”, dice Jefferson. En un segundo pelotón se ubican países tales como China y la India, que multiplicaron recientemente sus inversiones en la región, además de Francia, Noruega y Rusia. Brasil, con el crecimiento de los grupos de investigación de los últimos años, se ubicaría en un tercer pelotón, con ambiciones de ascender al segundo. “Estamos en mejor posición que Argentina y Chile, nuestros vecinos sudamericanos, que ostentan presencia más antigua y ostensible en el continente”, dice el profesor Rocha-Campos.
Según Ronald Buss de Souza, del Inpe, ya es más que tiempo de que Brasil cree un instituto de investigaciones antártico, tal como los que existen en varios países con bases en la región. También cree que el liderazgo de la Marina es el talón de Aquiles del Proantar. “Los países desarrollados crearon institutos de investigación antártica de carácter civil, que administran estaciones y buques de investigación. En Brasil, y también en países que cuentan con intereses territoriales sobre la Antártida, tales como Argentina y Chile, son los militares quienes administran las bases”, afirma. “El jefe de la estación brasileña siempre fue un oficial de la Marina. El investigador que trabaja en la Antártida debe solicitar autorización al oficial para trabajar fuera de la estación, ya que si él no lo permite, eso no sucede. El oficial la denegará sólo si cuenta con motivos. Pero puede buscar excusas para no tener que acompañar al investigador en una misión difícil”, explica. Y se queja de que Brasil no ha comprendido la importancia de la Antártida. “Nuestra investigación sobre el clima se enfocó en la influencia de la Amazonia, pero un 60% de nuestro territorio está más expuesto a la influencia de la Antártida”, añade.
A corto plazo, el desafío consiste en garantizar la continuidad de las investigaciones mientras no se construya una nueva estación. Una de las alternativas para proveer apoyo a los investigadores es mantener uno de los buques brasileños anclado cerca de la estación durante el verano. “También se está pensando en alquila un tercer buque”, dice Rosalinda Montone. La firma de convenios que permitan el uso de estaciones de otros países es otra opción. Un concurso internacional definirá el formato de la nueva estación. Estará inspirada en el diseño de la Estación Juan Carlos, de España, que no cuenta con módulos contiguos, lo cual impide la propagación del fuego. El proyecto, según dijo el comandante de la Armada, Júlio Soares de Moura Neto, tomará en cuenta las sugerencias de los investigadores. “El propósito de nuestra presencia en la Antártida es la investigación. La participación de los investigadores es muy bienvenida”, dijo Moura Neto, según Agência Brasil.
Republicar