Leopoldo de Meis (63 años) es una figura excepcional en el seno de la comunidad científica brasileña. Médico graduado en la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ), profesor titular de Bioquímica del Instituto de Ciencias Biomédicas de la UFRJ y uno de los investigador más respetados de su área, Meis publica incesantemente en las más importantes revistas científicas internacionales de Bioquímica. Sus líneas de investigación: mecanismos de transdución de energía en sistemas biológicos, transporte activo de iones y síntesis e hidrólisis de ATP (trifosfato de adenosina). Hasta ahí, pueden observarse los rasgos de un currículum que no se distinguiría mucho del de otros buenos investigadores brasileños.
Pero lo que hace singular a este brasileño y carioca, que nació en Italia y llegó a Brasil como resultado de la búsqueda de su padre – músico de formación erudita, violoncelista – por mejores condiciones de vida en la posguerra, es su persistente esfuerzo para hacer que la ciencia se vuelva más comprensible. Entiéndase por ciencia tanto un corpus global de conocimientos como su calidad de poderosa práctica social.
En primer lugar, se trata de tornarla más comprensible para él mismo. Porque de su deseo personal de comprensión es sin duda de lo que De Meis habla, aunque de esa manera acabe abarcando a sus pares, cuando dice “cómo sería bueno si le fuera permitido a cada especialista trabajar también para brindarles claridad a los demás”. En segundo lugar – y quizás el principal -, su esfuerzo se orienta a reducir la opacidad de la ciencia para los no especialistas, para la sociedad en general. Y es por fuerza de ese objetivo admirable que De Meis incluye a la “Educación, gestión y difusión para la Ciencia” entre sus líneas de investigación, y procura incansablemente maneras de traducir a la ciencia con emoción para los neófitos.
Estas búsquedas lo llevaron, por un tiempo, a la política científica, después, a la experiencias educativas y, más recientemente, a un diálogo con el arte y con otros lenguajes de comunicación fácil. El resultado son libros de historietas sobre ciencia, una obra de teatro, un film de divulgación científica con hermosísimas y vertiginosas imágenes producidas por computación gráfica y nuevas ideas que surgen abundantemente de su imaginación. El siguiente texto contiene tan solo los tramos más salientes de la entrevista que Leopoldo de Meis le concedió a Pesquisa FAPESP, en su lenguaje vivo, apasionado, coloquial, atravesado por modismos cariocas.
Aunque usted ya era desde hace mucho tiempo un investigador respetado en su área, se volvió mucho más conocido después de la publicación de su libro Perfil da Ciencia Brasileira. ¿Cómo surgió su interés por esos estudios?
– Hubo una época en la cual hice política científica. Actualmente he abandonado esa actividad, aunque respeto mucho a las personas quesaben hacer eso. Yo no tengo vocación para eso. Pero ese trabajo fue realizado en 1988, 1989, y fue publicado en 1990. Mostré en él los datos del crecimiento del posgrado en Brasil, comparándolos con los datos externos que conseguí. Mostré el tiempo requerido, las publicaciones anuales, la calidad de las revistas en las que se publicaba, su impacto, etc. Y el resultado de estas comparaciones indica que, en realidad, no existía ninguna diferencia significativa entre los que hicieron su posgrado en Brasil y los que lo hicieron fuera del país. En relación al posdoctorado, en ese caso sí, existía una gran diferencia en el hecho de hacerlo afuera.
Pero a esta altura, ¿no es hora de fortalecer el posdoctorado en Brasil?
– Ah, por supuesto. Existen muchísimos grupos brasileños de investigación que no le deben absolutamente nada a nadie. Pueden contarse por decenas esos grupos, que son de altísimo nivel, para ofrecer posdoctorado.
¿Hay aún en el país una escasa comprensión acerca de cuál es el papel de la ciencia para el desarrollo nacional?
– Yo creo que sí. La mayor parte de nuestros legisladores no tiene la menor idea acerca de qué es la ciencia. Y no solamente ellos. Hace unos pocos años realicé un trabajo basado en entrevistas con los técnicos del CNPq, y la filosofía vigente era aquella que indicaba que la ciencia básica debía hacerse solamente en el exterior, pues nosotros no estábamos en condiciones económicas para desarrollarla acá. Deberíamos hacer ciencia aplicada. Ahora bien, eso es cosa de quien realmente no tiene la menor idea de lo que significa hacer ciencia. No existe ciencia y ciencia aplicada… Quien comienza a clasificar así, conmigo se va a ganar un cero. En esos casos, suelo citar a Pasteur, que decía que no existe ciencia básica y aplicada, sino el conocimiento y su utilización. Yo le pregunto a usted: ¿cómo clasificaría al proyecto Genoma de la Xylella? ¿Me va decir que es ciencia aplicada? Es una sumatoria de cosas, incluida la formación de gente.
¿A qué se debe esa visión?
Creo que la ciencia es muy joven en Brasil. Algunos países, poco tiempo después del comienzo de la ciencia moderna, la incorporaron inmediatamente, en términos no solamente económicos, sino también culturales. Y hasta ahora, el 70% ó el 80% de la ciencia es realizada en esos países precursores.
Mientras nosotros representamos un 1,2% de la producción científica mundial.
– Pero eso es espectacular, si consideramos que antes del desarrollo del posgrado, Brasil publicaba en total unos 50 ó 60 trabajos, en todas las áreas del conocimiento. Por lo tanto, la ciencia en Brasil es muy joven…
Es decir: la ciencia solamente empieza a institucionalizarse en Brasil en la posguerra.
– Exactamente, y por eso es un rasgo cultural nuevo, que adquiere un enorme vigor enorme después de iniciado el posgrado, lo mejor que se ha ideado en Brasil. El posgrado creció de una manera vigorosa, y es fundamental para el país en este proceso de globalización.
A propósito, ¿cuál es su análisis sobre nuestra articulación con las tendencias, las líneas dominantes de investigación en este mundo globalizado?
– Ahora estamos cada vez más expuestos a las cosas que ocurren en otros países. Cuestiones culturales, económicas… Estamos atravesando un momento muy delicado, porque en cualquier lugar del mundo se empieza a tener edades culturales, edades de conocimiento distintas. Son grupos poblacionales enormes con grandes discrepancias de exposición, adquisición y entendimiento, que nosotros, integrantes de la especie humana, ya hemos descubierto.
Y esto explica sus preocupaciones en torno a la educación y la difusión científica.
– Exacto, porque mientras estamos hablando del desconocimiento sobre el automóvil, la computadora, etc., eso es una cosa; pero cuando pasamos a otros niveles, por ejemplo, a la medicación del alma, por decirlo de algún modo, la cosa se complica. Hoy en día se puede ir a la farmacia, tomar un Prozac y medicar el alma. Ahora, operar con un reloj y no entenderlo, vaya y pase, pero cuando se empieza a actuar en cosas que mueven toda la estructura del individuo y no se las entiende, la cosa se vuelve más complicada y arriesgada.
¿Cuál es su preocupación específica en ese ámbito?
– Es el conflicto humano-tecnológico que está surgiendo. Los conceptos milenarios de paternidad, maternidad, etc. están cambiando con ese asunto de la inseminación artificial y la clonación… Hábitos milenarios están cambiando de manera muy rápida. Y si las personas no tienen la posibilidad de entender el alcance de los cambios, estarán no solamente alienadas de su propio universo social, sino también sufriendo. No estamos lidiando con algo solamente económico, sino también con lo que es humano, y el terror mayor es que los hombres de las ciencias exactas y de las humanas no se hablan.
Por eso usted es favorable a un proceso de educación y de difusión constante de esas nueva conquistas de la ciencia y la tecnología, para que la sociedad se prepare para los cambios que se están produciendo.
– Eso es muy ambicioso. Antes de pensar en ir tan lejos, pienso en el entendimiento entre los propios científicos. Vea, el matemático tiene una visión del universo muy precisa, pero muy distante de la visión que tiene un biólogo. Muy diferente también de la visión de un físico, o de la de un químico. La cantidad de conocimiento con la que contamos es tan grande que es imposible que una persona controle todas las áreas del conocimiento. Un siglo atrás, o dos, el volumen de conocimiento era pequeño, y el cerebro podía absorber, digerir un poquito de cada cosa, y todo eso se mezclaba. A mí me gusta el ejemplo de Descartes: era un gran filósofo, un gran matemático (las coordenadas cartesianas) y un gran biólogo (descubrió la hipófisis). Con la enorme cantidad de investigaciones de hoy en día, cuando solamente en la revistas indexadas se publican anualmente 1,2 millones de trabajos, eso es imposible. La producción de nuevos datos se sucede a una velocidad avasalladora, porque la cantidad de gente en el planeta que trabaja en ciencia ha aumentado de manera increíble: a comienzos del siglo XX se estimaba este número en alrededor de 2 mil, 3 mil personas. Actualmente está estimada en más de 20 millones. La velocidad de la producción obligó a la superespecialización: lo que hacemos es cavar en profundidad y un especialista no consigue entender al universo del otro.
¿Y qué es lo que podría articularlos?
– Un nuevo lenguaje que les permitiera a las diversas ciencias comunicarse con rapidez y claridad. Si lográramos que cada uno trabajara también en la claridad de los demás, creo que encontraríamos salidas y entenderíamos el universo mucho más rápidamente.
¿Pero entonces serían los 20 millones de especialistas los que entenderían un poco más de todo, mientras que el resto quedaría cada vez más al margen?
– Primero los científicos. Esto ya provocaría un gran salto. La otra parte, en la cual yo también procuro trabajar, es diferente. Vea, cuando se habla de ciencia en los periódicos, revistas, etc., la mayoría de las veces se aborda el aspecto, de por sí muy importante, de la aplicación de la ciencia, de su utilidad, de su importancia para la economía de un país, para el desarrollo económico, social; todo eso es absolutamente correcto, pero rara vez se habla sobre el otro lado que es el del deseo del hombre de entender el universo. Ésa es la parte lúdica de la ciencia, sus motivaciones originarias y, después, las emociones asociadas a la ciencia. Eso no lo enseña nadie, y por eso nuestras clases de ciencia son tan aburridas.
Pero las clases son también aburridas por la falta de motivación de los profesores…
– Sin lugar a dudas eso contribuye. Pero sacando eso, el hecho es el siguiente: solamente mostramos el lado utilitario de la ciencia, y el otro lado, igualmente importante y fundamental para el muchacho en formación, es dejado de lado. Ahora bien, un niño de 7 ó 10 años, o un adolescente de 15 años, excepcionalmente puede incluso estar interesado en el Producto Bruto Interno, pero está mucho más interesado en lo que le gusta que en lo que a él no le gusta. El hecho de mostrarle que la ciencia nos trae algo mucho mayor, por ejemplo, entender el universo, puede ser, para ellos, una cuestión importante.
Su trabajo teatral con el método científico se inserta precisamente allí.
– Exactamente allí. Comenzó como un trabajo de investigación. Quería ver cómo es que los niños ven a la ciencia y les pedí que dibujaran a un científico. A partir de una gran muestra realizada en Brasil y en Estados Unidos, vimos que el dibujo no cambia desde que el niño tiene 6 ó 7 años hasta que ingresa a la universidad. Es siempre el mismo dibujo machista, no existen mujeres haciendo ciencia… La cosa pasa por el estereotipo del hombre siempre solitario, con la cara medio aburrida, no existe la comunicación. Más del 30% de esos dibujos mostraban a personas que usted no invitaría a tomar el té en su casa. Unas caras horribles, locos, desvariados… Después, en otros trabajos, les preguntamos a estudiantes universitarios qué era ciencia. Seleccionamos a aquellos que habían acabado de pasar en el examen de ingreso de Medicina, porque es el más difícil y requiere mayor conocimiento sobre la ciencia que se enseña en el colegio, y a los muchachos de la Escuela de Bellas Artes. Esperaba respuestas diferentes. iNada de eso! Todos decían que la ciencia es un cuestión lógica y no necesita creatividad, porque se descubre lo que ya está allí.
Es solamente observación.
– Exacto. Lógica, observación, precisión… ninguna emoción, ningún sentimiento. Entonces pregunté “¿qué es arte?”, y me dijeron lo contrario: es emoción, creatividad, crear cosas nuevas, universos.
Pero, ¿de dónde sale esa visión?
– No sé. Yo le pedí a un colega mío de Estados Unidos, Harvey Penefsky, uno de los descubridores de la transducción mitocondrial, que hiciera lo mismo en el College Siracuse, en el segundoaño de college, cuando los muchachos tienen que tomar su decisión sobre la carrera. El resultado fue idéntico. Por lo tanto, no es una cualidad brasileña esa visión distorsionada. Entonces empecé a pensar de qué manera podría intentar hacer algo al respecto y fui criticado por muchos colegas (fui elogiado por otros también), que decían: “¿Cómo va a hacer sociología de la ciencia?”. Me angustié, porque realmente no tenía lectura suficiente sobre el tema.
¿Eso fue en los años 80, no?
– Sí, en los años 80. En aquella época ya jugaba a la pelota bastante, y cuando se juega al fútbol se corre y de vez en cuando se para. Mientras las piernas están corriendo, la cabeza funciona. Quedé muy angustiado, hasta que me dije: “iTonterías, hombre! iDesde los 18 años hago sociología de la ciencia y estoy interactuando com personas de ciencia, voy a hacerlo!” Es mi tribu, son mis indios, ¿cuál es el problema? Entonces comencé a hacerlo. Si está bien o está mal, no lo sé, pero algo está ocurriendo. Y una de las cosas que yo empecé a hacer hace mucho tiempo fue dictar cursos para chicos del colegio cuando éstos están de vacaciones. Una cosa maravillosa. Al principio, yo mismo daba el curso, pero desde el final de los años 80, los posgraduados se entusiasmaron mucho con eso. Entonces, la cosa funciona así: un profesor toma un tema, los posgraduados durante la época lectiva preparan un curso puramente experimental, cuya característica no es hacer que el chico vea, sino que éste descubra. Son 80, 90 muchachos, en cada ronda. Después, los posgraduados comenzaron a quejarse conmigo porque las profesoras creaban problemas, entonces vinieron ellas. Unas 50 por año. En fin, tenemos un buen programa con los chicos de bajos recursos que trabajan en laboratorio. Elijo a un chico que sea bueno en el curso. Lo llevo al laboratorio para trabajar con el posgraduado, que se convierte en su tutor: tiene que cuidarlo, seguir el boletín, explicar los deberes de casa, todo.
¿Qué edad tienen esos chicos?
– Alrededor de 15 ó 16 años. En compensación, estos chicos operan como una especie de técnicos, que ayudan a los posgraduados a trabajar. Y esto le muestra al posgraduado una realidad, extremadamente cruel muchas veces, a la que normalmente éste no esta expuesto. Y el objetivo no es que el chico mejore, es que entre a una facultad pública. Ya son más de 40 que lo lograron, hay uno que es excelente, brillante, y está haciendo su doctorado.
Después llegó propiamente el teatro
– Sí. Los cursos aún no me satisfacían. Entonces pensé, otra vez jugando a la pelota: el lenguaje del arte es muy importante si se quiere transmitir emoción. El científico tiene sus momentos de emoción, el problema es cómo transmitir esa emoción. Los buenos científicos, los que se destacan, hablan de esas emociones, hablan de la intuición.
¿Y derivó en qué?
– No tenía ni la menor idea acerca de qué hacer. Entonces empecé a ir a todas las conferencias habidas y por haber sobre “ciencia y arte”. La mayor parte era interesante, algunas incluso eran brillantes, otras eran aburridas. Pero el hecho es que en ninguna de ellas entendí cuál es la relación entre ciencia y arte. Era lindo, pero no tiene nada que ver “habeas corpus” con “corpus christi“. Entonces me dije: “bah, voy a intentar aprender el lenguaje de las artes”. Hay una colega maravillosa de la escuela de Bellas Artes, Lourdes Barreto, con quien empecé a charlar. La primera cosa que noté: el material de ciencia que va a parar a las escuelas es insoportablemente aburrido; la segunda: es feo; tercera: es difícil de entender; cuarta: no habla en el lenguaje de los chicos. Entonces recordé que cuando era chico me encantaban los almanaques (publicación que, además de un calendario completo, contiene material científico, literario, informativo y a veces recreativo y humorístico). Cuando llegaba el final del año, tres cosas maravillosas ocurrían: primero, las vacaciones, me libraba del colegio, iah!, iqué maravilla!, libre de aquella porquería. Número dos, iba llegar la Navidad, iba a haber fiesta. Número tres, aparecían los almanaques. Me encantaban las historietas: El Príncipe Valiente, Tarzán… Entonces pensé, “voy a hacer uno”. Busqué con mis colegas de Bellas Artes a alguien que fuera bueno en historietas, y ellos me sugirieron a Diucênio Rangel, y así hicimos O Método Científico.
¿Cuándo fue publicado?
– La primera edición fue en 1996. Fueron 4 mil ejemplares, realizados con el apoyo de la Academia Brasileña de Ciencias, del CNPq, y distribuidos gratuitamente en las escuelas, gracias al apoyo de la Fundación Vitae. Después, fueron otros 4 mil ejemplares en la segunda edición, y entonces la FAPESP fue preciosa: compró la mitad, y la distribuyó en las escuelas. Después, en 1998, llegó en el mismo estilo A respiración e a 1ª lei da termodinâmica ou… a alma da matéria. Ahora estoy intentando hacer un sobre la historia de las vacunas.
Pero ¿cómo se dio el teatro?
– Fue una cosa cómica. Cuando organizo cursos de vacaciones, traigo a un conferencista que pueda llegar a la cabeza de los chicos. Sucedió que un conferencista programado no pudo venir y la gente de la organización me dijo: “Leopoldo, usted va a dictar la conferencia”, a lo que yo respondí: “Vamos a hacer lo siguiente: en vez de pasar las transparencias, yo hablo y ustedes actúan de acuerdo con aquello que aparece”. Los estudiantes de posgrado se entusiasmaron, comenzaron a inventar cosas maravillosas para hacer con el proyector, ropas, papeles. Y entonces lo hicimos. A los chicos les encantó, aplaudieron de pie, gritaron… Después, la Universidad Mackenzie se enteró de esta historia y nos pidió que la leváramos a São Paulo. La gente del sur también nos llamó, hicimos una gira comenzando por Porto Alegre, y de repente había 8.500 niños dentro del anfiteatro de la Universidad Federal de Río Grande do Sul (UFRGS). Cada vez que viajábamos, íbamos cambiando, insertando más música, más ropa. Fuimos a Santa Maria, Pelotas, Caxias do Sul, Vitória, São Carlos, Campinas y, hace poco, nuevamente São Paulo, en la Escuela Paulista (Universidad Federal de São Paulo, Unifesp). Ahora las sociedades brasileñas de Bioquímica y de Química nos invitaron para presentarnos. Y nosotros vamos. Fuimos a diversos colegios, al Pedro II, etc., siempre en grupos de entre 13 y 16 personas, entre profesores y posgraduados. Ahora, finalmente, estoy más metido con la computación gráfica y el cine. Mitocôndria em três atos, una película de animación, es la última novedad. Nuestra sala de cine en el laboratorio ya está terminada.