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Memoria

Ciencia pragmática

Hace 200 años se creaba el primer laboratorio estatal de análisis químicos

Biblioteca Nacional de Portugal

El conde de la Barca retratado por Gregório Francisco de Queiroz (c. 1804)Biblioteca Nacional de Portugal

Cartas regias, albalaes, resoluciones, decretos y leyes salieron en serie tan pronto como la Corte de Don João VI se instaló en Brasil, en 1808. Estas órdenes eran necesarias para la reorganización del Estado portugués a partir de entonces constituido en tierras brasileñas, y para administrar el país sin perder de vista el comercio entre Portugal, África y Asia. De alguna manera, las nuevas resoluciones ayudaron también a vislumbrar un modo de hacer ciencia en forma pragmática y contando con el apoyo oficial. En 1812, un decreto del 25 de enero creó el Laboratorio Químico-Práctico de Río de Janeiro, con la finalidad de analizar sustancias y productos de las colonias que pudiesen utilizarse en el comercio interior y exterior. Ése fue el primer laboratorio estatal sin vinculación entre la química y la enseñanza, tal como ocurría con la Academia Militar desde 1810.

La propuesta surgió del conde de Galveas, João de Almeida de Melo e Castro, a cargo a la sazón de tres ministerios. El laboratorio funcionó durante siete años, desde 1812 hasta 1819, siempre ligado al Ministerio y Secretaría de Estado y Negocios de Marina y Dominios Ultramarinos, que tuvo cuatro titulares durante dicho período. Para dirigirlo fue designado Francisco Vieira Goulart (1765-1839), canónigo portugués que había sido profesor de filosofía racional y moral en São Paulo y era miembro de la Academia de Ciencias de Lisboa.

El área elegida para la instalación fue el barrio de Mata-Porcos (la actual plaza Largo do Estácio). La idea era adoptar el modelo del laboratorio químico de la Universidad de Coimbra y preparar medicamentos –además de hacer análisis químicos–, aunque ese plan se mostró infructuoso. Para montarlo, se le solicitó al Laboratorio de la Casa de la Moneda de Lisboa una extensa lista de materiales. Pero la cosa no prosperó. Al margen de recibir tan sólo una pequeña parte de las piezas solicitadas, los vidrios fueron dispuestos junto a los artefactos de hierro. De los 91 objetos enviados a Río, solamente 42 llegaron intactos, según documentos consultados por la historiadora Márcia Ferraz, del Centro Simão Mathias de Estudios de Historia de la Ciencia de la Pontificia Universidad Católica de São Paulo (Cesima/ PUC-SP).

Existe un manuscrito, de Francisco Goulart supuestamente, en el que éste informa acerca de las actividades del laboratorio y las condiciones que ocasionaron su cierre. Si bien el texto no está firmado, en algunos tramos, Goulart se traicionó y escribió en primera persona. Hasta 2003, solamente se conocía la primera parte del documento. Ese año, Nadja Paraense dos Santos, investigadora del Programa de Posgrado en Historia de las Ciencias y Técnicas y Epistemología
de la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ), halló el manuscrito entero, con sus 196 páginas, en el Archivo del Museo Imperial de Petrópolis (estado de Río de Janeiro).

Flora von Deutschand, de Otto Wilhelm Thomé

Dibujo de una amapola, parte de Flora von Deutschand (1885), de Otto Thomé: extracto para exportaciónFlora von Deutschand, de Otto Wilhelm Thomé

Goulart relata que entre los primeros trabajos realizados en el laboratorio figuraba el análisis del palo brasil (Caesalpinea echinata) para la extracción de la fécula colorante, que debería prepararse en Río para su venta en China. Llegó a obtenerse el extracto, pero los chinos optaron por importar una madera más barata desde Siam (actual Tailandia), y el proyecto no prosperó. Goulart realizó pruebas después con semillas de amapola (Papaver somniferum) para obtener un extracto y producir opio, con el objetivo de exportarlo a Asia. Pero sucedió que el conde de Galveas, autor del pedido, murió y entonces el trabajo se detuvo. El laboratorio analizó también aguardiente de caña de azúcar, maderas para tinturas y agua. Los resultados parecen no haber entusiasmado a los sucesivos jefes de Goulart, quien recibió órdenes de dar por terminadas las actividades.

“De acuerdo con el manuscrito, contribuyó al fracaso del laboratorio estatal la competencia del laboratorio privado de Antonio de Araújo de Azevedo, el conde de la Barca, quien en 1814 asumió al frente del ministerio al cual Goulart estaba subordinado”, comenta Nadja dos Santos. “Por lo que sabemos, el laboratorio privado del conde fue montado en 1808 y suministraba medicamentos al Ejército, a la Armada Real y para los dominios ultramarinos”, dice Márcia Ferraz. El conde de la Barca fue un ilustrado con múltiples intereses y una gran influencia en la Corte. El arribo de la llamada Misión Francesa –artistas, artesanos y arquitectos– a Brasil habría sido fruto de una sugerencia suya.

En su manuscrito, Goulart comentó que había estado en el laboratorio privado por pedido de su primer jefe, el conde de Galveas, para observar cómo se preparaba el aguardiente. El director del laboratorio, José Caetano de Barros, recibió a Goulart sin saber que era un conocedor de la química y le explicó todo el proceso. En los días actuales, este episodio sería caracterizado como espionaje industrial.

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