Durante los primeros años del siglo XX surgió en São Paulo una asociación entre científicos profesionales y aficionados con la intención de debatir y difundir temas científicos. En una reunión celebrada el 10 de junio de 1903, en la casa de Edmundo Krug, botánico y profesor del Colegio Mackenzie, se decidió fundar la Sociedad Científica de São Paulo. “Constituyó uno de los primeros movimientos de científicos del país que no provenían exclusivamente de la medicina o de la ingeniería, con el objetivo de unificar todas las ciencias en una única institución”, dice el físico e historiador de la ciencia Thomás Haddad, de la Escuela de Artes, Ciencias y Humanidades de la Universidad de São Paulo (USP Este).
En aquella época, São Paulo albergaba al Instituto Histórico y Geográfico, la Sociedad de Medicina y Cirugía y la Sociedad de Agricultura, Comercio e Industria. La Sociedad Científica surgió en un contexto en el que las fronteras entre las comunidades aún no se hallaban completamente establecidas. Ello se vio reflejado en la composición de la nueva institución, fruto de la iniciativa de científicos y “algunos diletantes”, tal como Krug denominaba a los interesados en la ciencia que no eran científicos profesionales.
Entre los primeros en integrar la sociedad, además de Krug, se encontraban los botánicos Alberto Loefgren y Gustavo Edwall, de la Comisión Geográfica y Geológica de São Paulo, Vital Brazil, director del Instituto Sueroterapéutico del Butantan, Job Lane, profesor de biología, Antonio Barros Barreto, ingeniero y profesor en la Escuela Politécnica, Paulo Florence, profesor particular, y Erasmo de Carvalho, profesor de literatura del Mackenzie. Después se les sumaron Adolfo Lutz, médico, bacteriólogo y entomólogo, Victor Dubugras, ingeniero y profesor de la Poli, y Belfort Mattos, futuro jefe del Servicio Meteorológico de São Paulo. Otras personalidades se convirtieron luego en miembros efectivos o corresponsales, tales como Oswaldo Cruz, Emílio Goeldi, Euclides da Cunha e incluso políticos del Partido Republicano Paulista.
La misión de la Sociedad Científica consistía en perfeccionar el conocimiento de la sociedad acerca de los descubrimientos científicos, luchar por la enseñanza de ciencias en las escuelas, constituir una buena biblioteca e incluso montar un museo. Tan sólo la biblioteca erigirse. En los primeros años de su existencia se brindaban conferencias públicas en salones alquilados o prestados. En 1904, Vital Brazil, por ejemplo, ofreció una conferencia sobre el suero antiofídico, Belfort Mattos brindó un informe sobre la influencia de las manchas solares en el clima y Leopoldo de Freitas discurrió sobre el alma rusa. “Las conferencias mantenían un carácter reconocidamente enciclopédico y contaban con un pequeño y ecléctico público”, relata Haddad, quien estudió el tema.
En 1905, se creó la Revista da Sociedade Scientífica de São Paulo, que circulaba en forma intermitente, y duró hasta 1913, abordando temáticas muy variadas. Algunos artículos publicados se convirtieron en referentes. Para el primer número, Lutz redactó, en alemán, un estudio sobre insectos dípteros hematófagos que hasta hoy se lo cita en la literatura científica. El médico italiano Alfonso Splentore, que en ese entonces trabajaba en São Paulo, publicó, en 1908, una nota con la primera descripción del microorganismo toxoplasma, que aún no poseía ese nombre. También se republicó una serie escrita por el artista e inventor Hercule Florence sobre su expedición exploratoria del río Tietê hasta el río Amazonas, que ya había sido publicada por el Instituto Histórico y Geográfico Brasileño años antes.
En la década de 1910 la institución declinó. “El último registro que encontré fue un aviso de convocatoria en el periódico O Estado de S. Paulo, en 1917”, dice Haddad. Las razones, según él, pueden encontrarse en el enciclopedismo y en el diletantismo de la mayoría de sus miembros, que se tornaron inaceptables con la creciente especialización que experimentó el campo científico. En 1916 se fundó la Sociedad (y, a partir de 1921, la Academia) Brasileña de Ciencias, en Río de Janeiro, siguiendo el modelo de las centenarias academias de París y de Lisboa, con secciones específicas creadas por y para los científicos.
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