DIBUJO DE NARA LACERDA FERREIRA, 7 AÑOSLa maternidad fortaleció la voluntad de la cardióloga Luciana Savoy Fornari para involucrarse profesionalmente en el mundo infantil. Al nacer su primer hijo, la médica percibió en su casa la transformación que un niño genera en el ambiente familiar. Y pensó: “¿hasta qué punto un hijo puede influir en la salud de los padres?” Contrariamente a las cuestiones comunes de cómo los adultos ejercen poder sobre las acciones de los niños, la investigadora, quien forma parte del equipo del cardiólogo Bruno Caramelli, del Instituto del Corazón (InCor) en la Universidad de São Paulo (USP), resolvió estudiar cuánto pueden aportar los hijos a una mejor calidad de vida del padre o la madre. Mediante un programa educativo infantil, el grupo logró una respuesta sorprendentemente afirmativa. El enseñarles a los niños acerca de los riesgos cardiovasculares puede disminuir en alrededor de 90% el riesgo de que los padres sufran enfermedades relacionadas con el corazón.
Este resultado forma parte de un estudio que será expuesto en el Congreso Europeo de Cardiología, en agosto de este año. El equipo evaluó la eficacia de un programa multidisciplinario educativo para los niños en la prevención de los riesgos cardiovasculares de los padres. Los científicos sometieron dos grupos de alumnos con edades entre 6 y 10 años de una escuela particular de Jundiaí, distante 60 kilómetros de São Paulo, a dos abordajes distintos. Padres de estudiantes (el grupo control) del turno matinal, recibieron folletos educativos con orientaciones al respecto de la alimentación saludable, la importancia de evitar el tabaco y de realizar actividades físicas. A los respectivos alumnos no se les transmitió nada.
Por otra parte, el entrenamiento del segundo grupo, denominado de intervención, incluyó otro paso. Además de los folletos remitidos a los padres, los niños del turno vespertino asistieron a charlas y realizaron actividades referidas a la prevención cardiovascular durante el año 2010. Había nutricionistas en la cantina que enseñaban cómo seguir una alimentación saludable. En las clases de educación física, fisioterapeutas explicaban por qué resulta importante practicar actividades físicas. Representaciones teatrales y un paseo en bicicleta, en compañía de los padres, reforzaron las clases. “Pero en ningún momento se les dijo a los niños que les demandasen a sus padres esas actitudes saludables”, refiere Luciana.
Los investigadores esperaban que ese trabajo repercutiera positivamente en el hogar. En Estados Unidos, durante la década de 1990, los colegas incluyeron en el programa escolar clases sobre calidad de vida que enseñan a los alumnos cómo alimentarse mejor. Los investigadores atentos a ese programa percibieron un cambio en el comportamiento. En Brasil, muchas escuelas transmiten información sobre preservación ambiental y actitudes adecuadas respecto al tránsito, repetidas por los estudiantes a sus padres. “Además, en algunas autopistas existen carteles con imágenes de niños y frases destinadas a los padres que conducen, con la intención de evitar accidentes. Eso nos inspiró”, afirma Caramelli.
El grupo manifestó a los responsables por los niños que el estudio evaluaría los factores de riesgo cardiovascular en la familia, y por eso necesitarían los datos de todos sus miembros. Los padres (323 en total, con edad promedio de 40 años) autorizaron la participación de los hijos (197), pero desconocían el hecho de que los adultos eran el objeto de estudio. La escala de Framingham – un cálculo que revela la probabilidad de que una persona sufra alguna enfermedad cardiovascular –, análisis de laboratorio, cuestionarios nutricionales y de prácticas físicas y mediciones de peso, altura, circunferencia abdominal y presión arterial, se utilizaron como comparación al comienzo y al final del ciclo lectivo.
Más saludables
Luego del programa educativo, el 91% de los padres del grupo de intervención salieron del parámetro de alto riesgo con respecto a las enfermedades cardiovasculares según la escala de Framingham, mientras que la disminución fue de 13% en el grupo control. Además, el riesgo promedio de sufrir problemas cardiovasculares disminuyó del 3,53% al 2,8% en el primer grupo, mientras que en el otro, el problema se mantuvo prácticamente estable, en alrededor de 4,5%. “Los niños comentaban con los padres cuál sería la mejor comida, o qué debían comprar en el supermercado”, comenta Caramelli. Las actitudes adquiridas por la hija de 7 años de Karina Martins Caires, de 31 años, por ejemplo, modificaron los hábitos de toda la familia. “Nosotros comíamos pizza o sándwich tres veces por semana. Ahora lo hacemos solamente los sábados o domingos. Mi marido y yo, incluso retomamos el gimnasio”, revela Karina.
“Siempre que se presentaba una clase sobre el tema, mi hija volvía a casa hablando de la importancia de lo que aprendiera, tal como el no fumar. Si veía a alguien fumando en la calle, comentaba lo mal que eso le hace a la salud”, afirma la madre. En el supermercado, la niña pedía que le compraran más frutas y hortalizas. “Hasta ahora, casi seis meses después de la investigación, ella menciona que tenemos que sustituir el postre por frutas”, cuenta.
Para Pascua, la niña dijo a sus padres deberían regalar una parte de los huevos, porque eran muchos para los tres. Cada miembro de la familia come una porción de chocolate por día. Cuando Karina quiere otro pedazo, la niña repite: “No se olviden de que soy la fiscal del corazón”, tal como aprendió en la escuela. “Si la actitud de ingerir alimentos más sanos está partiendo de ella, nosotros, como padres, necesitamos acompañarla para dar el ejemplo. Ella es una niña más consciente”, considera.
“La relación familiar resulta muy importante. Por eso los niños pueden ejercer la prevención que los médicos no logran transmitir a los pacientes a pesar de afirmar que las enfermedades cardiovasculares son las que matan con mayor frecuencia”, comenta la cardióloga. “Claro que existen factores genéticos de riesgo cardiovascular, pero cambiar el hábito de la familia puede ayudar a disminuirlos”, dice Luciana. Ahora el equipo pretende viabilizar el programa de prevención de riesgos cardiovasculares en las escuelas públicas. Y, más adelante, analizar los efectos de esa educación a largo plazo.
El Proyecto
La educación de los hijos como instrumento terapéutico en la reducción del riesgo cardiovascular de los padres (n° 2009/17450-3); Modalidad
Apoyo Regular al Proyecto de Investigación Coordinador; Bruno Caramelli – InCor/USP; Inversión R$ 62.256,88 (FAPESP)