ufpeLa goma guar, cuando se la ingiere, quita el apetito. Debido a su riqueza en fibras, se cree que ayuda para combatir el colesterol, la diabetes y la obesidad. Es un aglutinante común en los alimentos industrializados como así también en cosméticos y medicamentos. Pero no concluyen ahí las propiedades de esa sustancia obtenida de la semilla de una planta originaria de la India y Pakistán, la Cyamopsis tetragonolobus, que parece contar con mil y una utilidades. En experimentos realizados con ratones, un equipo de la Universidad Federal de Ceará (UFC) verificó que uno de los componentes de la goma guar, un azúcar conocido como galactosa, puede reducir el dolor y detener la pérdida de cartílago en las articulaciones y reconstituir al menos parte de los movimientos perdidos debido a la artrosis, una enfermedad que llega con la vejez y tiende a deformar e inmovilizar principalmente manos, caderas, rodillas y pies.
Francisco Airton Castro da Rocha, docente del Departamento de Medicina Clínica, y Judith Pessoa de Andrade Feitosa, de Química Orgánica e Inorgánica, comenzaron a investigar juntos en el año 2002 las posibilidades de utilización de la goma guar como anestésico. La goma guar es un galactomanano, un azúcar complejo o polisacárido conformado por manosa y galactosa, en proporción de dos a uno. Los investigadores de la UFC descubrieron que si se la utiliza naturalmente, la goma guar provoca inflamación en las articulaciones corroídas por la artrosis, una de las áreas de trabajo de Rocha. Luego retiraron la proteína y verificaron que los azúcares restantes podrían detener el dolor en la artrosis. Siguieron trabajando y aislaron el azúcar responsable de esa acción, la galactosa, que se encuentra en abundancia en las frutas y en el café. Los experimentos realizados hasta ahora sugieren que la goma guar podría funcionar tanto como gel o como solución. “Los resultados recientes muestran que la galactosa puede proteger contra la destrucción del cartílago que reviste los huesos”, dice Rocha. “Aun no existe ningún fármaco que impida la progresión de la artrosis”.
La caracterización química, los experimentos retirando o agregando componentes y los ensayos de eficacia en animales tomaron la forma de cuatro artículos científicos publicados en revistas internacionales especializadas, dos tesinas de maestría y dos de doctorado, un premio concedido por la Sociedad Brasileña de Reumatología en el año 2004 y una patente solicitada durante el año siguiente con el propósito de asegurar los derechos de utilización del conocimiento generado en la universidad. Allí es donde surgen los problemas aún no superados, comenzando por los test de toxicidad en animales de laboratorio, que, si resultan exitosos, podrán posibilitar los ensayos en humanos.
Rocha considera que la goma guar, al estar constituida por azúcares que circulan continuamente por el organismo, no resultará tóxica ni provocará reacciones alérgicas. Pero tendrá que probarlo, mediante una serie de trabajos rígidamente estandarizados, para cumplir la ardua trayectoria de desarrollo de un nuevo medicamento, acorde con las reglas internacionales. “No tenemos cómo hacerlo aquí en la universidad’, dice. “Pensé en crear una empresa (para realizar los ensayos preclínicos), pero no poseo experiencia, ni es ése mi proyecto de vida”. Rocha cuenta que visitó cinco empresas, incluso una multinacional, mostrando el gel y los artículos científicos, pero las conversaciones no avanzaron porque todas querían verificar los resultados de los ensayos en seres humanos, que sólo pueden realizarse luego de las pruebas con animales.
El botánico Marcos Buckeridge, de la Universidad de São Paulo (USP), vivió una experiencia similar. En el año 2001, él halló galactomanano en abundancia en la semilla de un árbol típico de la sabana brasileña [el Cerrado], el “barbatimão” (Dimorphandra mollis). Como esos azúcares eran químicamente idénticos a los de la goma guar, imaginó que las semillas de “barbatimão” podrían constituir una a alternativa a la goma guar. Luego creó un proceso de extracción de galactomananos lo más simple posible, que, en lugar de patentar, hizo público por medio de un artículo científico en la Revista Brasileña de Ciencia y Tecnología de los Alimentos. “Pretendía incentivar el uso sostenible de las semillas y colaborar con la conservación del Cerrado”, dice Buckeridge. “Para explotar las semillas, los árboles deberían preservarse”.
En el año 2004 Buckeridge y su equipo identificaron en las hojas del “capim favorito” (Rynchelytrum repens) otro azúcar, el betaglucano, que en los experimentos preliminares con ratones redujo a la mitad el índice de glucosa en sangre -por lo tanto podría resultar una alternativa para el tratamiento de la diabetes. Hasta ahora no consiguió avanzar en la investigación, pero luego descubrió otro azúcar, esta vez, un xiloglucano, en la goma de la semilla del guapinol (Hymenaea coubaril), que podría utilizarse en cremas para la piel. En lugar de torturarse con experimentos con animales y dejar que el descubrimiento se convirtiera en un peso, tomó otro rumbo: solicitó una patente y la cedió a una empresa de cosméticos a cambio de equipamiento para el laboratorio que estaba montando en la USP.
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