La revista científica Vaccines perdió en el mes de julio a seis de los miembros de su Consejo Editorial, quienes dimitieron como protesta contra la publicación de un artículo que, al interpretar erróneamente los registros de eventos adversos de la vacunación contra el covid-19 en los Países Bajos, sostuvo que, por cada tres muertes que evitan las vacunas, otras dos personas fallecen debido a sus fallas o a efectos colaterales. El paper fue retractado una semana después de su publicación, tras ser duramente criticado por los expertos y ante las evidencias de que contenía graves errores metodológicos.
Los autores se basaron en un estudio sobre los efectos de la vacunación en 1,2 millones de israelíes, la mitad de los cuales fueron inoculados con el inmunizante de la empresa farmacéutica Pfizer-BioNTech, y la conclusión indico que, para evitar un óbito, se necesita inmunizar a un conjunto de 16.000 personas. Según la bióloga neozelandesa Helen Petousis-Harris, una experta de la Universidad de Auckland, esa estimación es impropia, ya que la eficacia de las vacunas no se calcula simplemente por la cantidad necesaria de individuos inmunizados. Hay otros factores que están relacionados con la transmisión y con la generación de una inmunidad colectiva que deben tenerse en cuenta, explicó Petousis-Harris en su blog. La investigadora integraba el Consejo Editorial y presentó la renuncia a su puesto, pero, al contrario de los demás, decidió reincorporarse una vez que el artículo fue retractado.
El error principal del artículo estaba en el cálculo de los fallecimientos atribuidos a la vacunación. Los autores del trabajo habían utilizado un banco de datos administrado por un centro de farmacovigilancia de los Países Bajos –el Lareb–, creado para acumular informes de posibles efectos colaterales en individuos inmunizados. Sus registros contienen muertes de personas vacunadas debido a todo tipo de causas y el vínculo con la aplicación de inmunizantes debe investigarse y confirmarse posteriormente. Los datos también incluyen las muertes causadas por el covid-19 entre personas que solo habían recibido la primera dosis de la vacuna y por ello estaban protegidas parcialmente. El propio sitio web del Lareb declara que sus informaciones no expresan una relación de causa y efecto entre las muertes y la vacunación, pero los autores del artículo ignoraron la advertencia.
El artículo salió publicado el 24 de junio y ya al día siguiente, el director de investigación del Lareb, Eugène van Puijenbroek, reparó en el malentendido y les solicitó a los editores de la revista Vaccines la retractación del artículo. En un correo electrónico, él afirmaba que la idea de que la vacunación causaba muertes “distaba de ser verdad”. Pero el daño ya estaba hecho. Las conclusiones fueron compartidas en Twitter por cientos de miles de militantes antivacunas. La analista política conservadora estadounidense Liz Wheeler, editó un video para promocionar el paper en su cuenta de Facebook bajo el título “El estudio no autorizado sobre la vacuna que te ocultan”, reproducido unas 250 mil veces.
Según la base de datos del sitio web Retraction Watch, 139 trabajos sobre el covid-19 han sido retractados por las revistas científicas o retirados de los repositorios de preprints porque presentaban fallas metodológicas o conclusiones equivocadas. En la mayoría de los casos, los errores fueron producto de la precipitación con la que se elaboraron o se evaluaron los manuscritos, en el afán de hallar respuestas rápidas para la pandemia. La contundencia con la que se refutó el artículo sobre las vacunas se explica por el revuelo que este tipo de información puede ocasionar. “El daño a la seguridad de las vacunas y a su confiabilidad que puede propagarse mediante la difusión de pseudociencia en periódicos académicos de buena calidad no debe subestimarse”, dijo Petousis-Harris.
Un ejemplo clásico es el artículo publicado en 1998 en la revista Lancet por el médico inglés Andrew Wakefield, quien asoció el uso de la vacuna triple viral (contra el sarampión, la rubeola y las paperas) con casos de autismo en 11 niños del Reino Unido. Los índices de aplicación de la vacuna cayeron en picada en ese país en los años posteriores. No fue sino hasta 2010 que el artículo fue retractado, cuando se comprobó que Wakefield había desestimado ciertos datos que refutaban sus conclusiones y que él mismo parecía tener interés en descalificar a la vacuna triple viral porque había desarrollado un inmunógeno para competir con ella. Al médico le revocaron su licencia, pero todavía hoy en día hay grupos negacionistas que apelan a ese artículo para plantear dudas acerca de la eficacia de las vacunas.
Una de las editoras de Vaccines, la inmunóloga Katie Ewer, del Instituto Jenner de la Universidad de Oxford, en el Reino Unido, apuntó fallas en el proceso de evaluación de la revista. “Hubo groseras negligencias y me cuesta creer que haya sido aprobado en la revisión por pares”. Otro de los editores renunciantes, el virólogo Andrew Pekosz, lamentó que la revista no haya querido informar cuáles fueron los errores que confluyeron para la aceptación del artículo. “Para reincorporarme al consejo necesitaría una descripción mucho más pormenorizada del modo en que ese artículo superó la revisión, dadas las fallas garrafales enumeradas en el documento de retractación”, dijo Pekosz, investigador de la Escuela de Salud Pública de la Universidad Johns Hopkins, en Estados Unidos.
El artículo fue evaluado por tres revisores. Uno de ellos, la química Anne Ulrich, del Instituto de Tecnología de Karlsruhe, en Alemania, sostuvo que el análisis “se realizó en forma responsable y sin fallas metodológicas”. Otro revisor, en este caso anónimo, escribió que el estudio “es muy importante y debería publicarse urgentemente”. La empresa Multidisciplinary Digital Publishing Institute, con sede en Suiza, que publica Vaccines y otras 300 revistas científicas de acceso abierto, atribuyó la decisión de divulgar el artículo al editor académico y psicólogo Ralph Di Clemente, docente del Departamento de Ciencias del Comportamiento de la Universidad de Nueva York.
“Sus análisis dejan en evidencia que los revisores no poseen los suficientes conocimientos sobre el tema”, dijo Petousis-Harris a la revista Science. “Y los autores tampoco”. Los tres responsables del paper –Harald Walach, psicólogo clínico e historiador de la ciencia polaco, Rainer Klement, un físico alemán interesado en el uso de los alimentos para prevenir el cáncer, y Wouter Aukema, un científico de datos neerlandés– no poseen experiencia en epidemiología o en estudios sobre vacunas. El trío sostiene que sus conclusiones son correctas.
En el caso de Harald Walach, este fue desautorizado por la institución a la cual dijo estar asociado, la Universidad de Poznan, en Polonia. En una misiva enviada a los editores de Vaccines, Jaroslaw Walkowiak, jefe del Colegio de Ciencias de la Salud de dicha institución, calificó a Walach como un “antiguo colaborador” y subrayó que el artículo se basa en suposiciones erróneas. “Si bien valoramos mucho la libertad de expresión en el ámbito académico, también consideramos que es de suma importancia que un artículo científico se base en investigaciones confiables y en una metodología sólida”, dijo. “A nuestro juicio, el artículo en cuestión no se encuadra en esta condición”.
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