Un hongo que diezmó poblaciones de batracios en diversos países podría ser oriundo de Brasil, específicamente, del bosque atlántico. Ésta es la conclusión que se desprende del trabajo que el biólogo estadounidense David Rodriguez realizó durante su etapa de posdoctorado en el laboratorio de Kelly Zamudio, en la Universidad Cornell, en Estados Unidos, y se contrapone con la noción previa que sostenía que la enfermedad habría sido introducida en Brasil con la importación de ranas para la producción de carne (lea en Pesquisa FAPESP, edición nº 196). Esto no fue una sorpresa para el biólogo brasileño Célio Haddad, de la Universidade Estadual Paulista (Unesp) de la localidad de Rio Claro, quien participó en el estudio. “Cuando era estudiante universitario, al comienzo de los años 1980, ya había observado muchos renacuajos con la boca toda deformada”, comenta. “Como los no se morían de eso, yo no creía que fuese un problema”.
En ese entonces, no se sabía que las lesiones en la boca eran consecuencia de la infección por el hongo Batrachochytrium dendrobatidis, un quítrido. A pesar de los informes de mortandad en masa de anfibios en América y Australia desde los años 1970, especialmente en áreas de mayor altura, recién sobre el final de los años 1990 pudo identificarse al culpable.
En un intento por comprender en qué región del globo surgió la enfermedad, el grupo de Cornell y de la Unesp examinó 2.799 sapos, ranas acuáticas y ranas arborícolas pertenecientes a 13 familias diferentes, capturados entre 1894 y 2010 en las regiones sur y sudeste de Brasil. Luego de frotar un hisopo en determinadas áreas del cuerpo de cada uno de los ejemplares almacenados en museos brasileños y realizar análisis genéticos en Cornell, el grupo detectó material genético del hongo en todas las familias, según se relata en un artículo publicado en febrero de este año en la revista Molecular Ecology. El hongo ya infectaba incluso al ejemplar de 1894, que se convirtió en el registro más antiguo hallado hasta ahora. Esos resultados significan que aún no se sabe efectivamente desde cuándo existe la dolencia en el bosque atlántico: tan sólo confirman que en los últimos 120 años ya estaba diseminada. Los récords anteriores habían sido registrados en África, durante los años 1930, además de una sospecha no confirmada en 1902, en Japón. Al analizar muestras de piel en el microscopio, un estudio anterior del grupo de Haddad también había detectado al hongo en ejemplares capturados en Brasil en los años 1960.
Más allá de confirmar que el quítrido existe desde hace mucho tiempo en toda la región estudiada y en una amplia diversidad de especies, la investigación también corrobora otra sospecha antigua de Haddad: durante ese período no se registraron picos de infección, característicos de las epidemias. Parece que la enfermedad, letal en otros países a punto tal de causar pánico entre los especialistas, que se topaban con selvas tapizadas de animales muertos, prácticamente no mata a los anfibios brasileños. “Muchos de los animales infectados que capturamos se estaban reproduciendo, lo cual significa que estaban en buenas condiciones”, explica el biólogo, quien es uno de los mayores expertos en sapos brasileños.
Durante el período sabático que pasó en Cornell en 2013, Haddad debatió los resultados con Rodriguez y confirmó desde su experiencia lo que el colega más joven detectaba en los datos de los análisis genéticos: B. dendrobatidis forma parte del ecosistema del bosque atlántico. La prevalencia del hongo se mantuvo constante desde 1894, y afecta a alrededor del 20% de los sapos, ranas acuáticas y ranas arborícolas del sur y sudeste de Brasil, siguiendo un patrón endémico. El estudio también identificó dos linajes del hongo, que, aparentemente, llegan a producir híbridos. Uno de ellos es típicamente brasileño y menos agresivo. El otro presenta mayor virulencia, y está difundido en varias regiones del planeta.
Los indicios presentados por Rodriguez sugieren que el quítrido es autóctono del bosque atlántico, y no una especie invasora, que habría sido introducida a través del comercio de ranas toro para criaderos productores de carne de rana para el consumo, que comenzó en los años 1930. Tal vez sea todo lo contrario, y haya arribado a otros países mediante la exportación de esas ranas y otros anfibios. Pero todavía no se pudo llegar a una conclusión definitiva. “El desplazamiento pudo haber sucedido en ambos sentidos”, advierte Haddad. También es posible que el linaje global haya arribado a Brasil antes del final del siglo XIX, aunque sin provocar gran mortandad porque los sapos del bosque atlántico ya estarían “vacunados” por la convivencia con la cepa brasileña, menos virulenta, imagina el biólogo.
Según un comentario de Karen Lips, de la Universidad de Maryland, en la misma edición de la Molecular Ecology, los resultados presentados por el grupo de Cornell y de la Unesp modifican la forma en que se plantea el origen, evolución y difusión del quítrido por el mundo. Se trata de una opinión que cuenta: Lips estuvo entre los primeros investigadores que estudiaron las poblaciones diezmadas por el hongo, y en un congreso que se realizó hace 15 años, expresó sus dudas al respecto del relato de Haddad que indicaba que la enfermedad no provocaba graves daños por aquí y ni siquiera se encontraba en la lista de problemas que acuciaban a los sapos y afines nativos de Brasil. A su juicio, el nuevo conocimiento también significa que el control del comercio internacional de anfibios no es la mejor forma de mantener a raya a la enfermedad. Al fin de cuentas, la misma parece haber circulado por el mundo por cuenta propia, antes de contar con esa ayuda para viajar por los continentes.
Proyecto
Diversidad de anfibios anuros en el bosque atlántico: origen, mantenimiento y preservación (nº 2012/ 17229-9); Modalidad Beca en el exterior – Regular – Posdoctorado; Investigador responsable Célio Haddad (Unesp Rio Claro); Inversión R$ 59.204, 10 (FAPESP)
Artículo científico
RODRIGUEZ, D. et al. Long-term endemism of two highly divergent lineages of the amphibian-killing fungus in the Atlantic Forest of Brazil. Molecular Ecology, v. 23, p. 774-87. feb. 2014.