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COVID-19

“Cuando desperté, fue maravilloso darme cuenta que todavía estaba viva”

A los 87 años, la cirujana Angelita Habr-Gama pasó 50 días internada con covid-19 desde el mes de marzo. Ahora, ya recuperada, atiende a sus pacientes, prepara artículos científicos y participa en congresos online

Léo Ramos Chaves

Me contagié con el nuevo coronavirus durante un viaje al exterior que hice a finales de febrero para asistir a dos congresos científicos, uno en Lisboa y otro en Jerusalén. En ambos había muchos participantes y ya había comenzado la etapa de contagio del virus que causa el covid-19. Regresé a São Paulo el 5 de marzo. El 8 estuve presente en la presentación de mi biografía, intitulada Não, não é resposta, escrita por el periodista y escritor Ignácio de Loyola Brandão. Pocos días después manifesté los primeros síntomas de la enfermedad. Yo soy una persona extremadamente sana y empecé a sospechar cuando tuve febrícula y dolores corporales.

Inmediatamente acudí al Hospital Alemán Oswaldo Cruz de São Paulo, en el cual me realizaron el test de covid-19 cuyo resultado fue positivo, y una tomografía de tórax reveló que mis pulmones estaban bastante dañados. Me internaron, y como los síntomas respiratorios se agravaron rápidamente, me trasladaron a la UTI y me intubaron. Al ver mi tomografía constaté que mi estado era muy grave y podía morirme. Todo el equipo –médicos, enfermeros, nutriólogas y nutricionistas– se ocuparon de mí atentamente y con mucho afecto. Naturalmente los conocía a todos, porque trabajo en ese hospital desde la década de 1970, cuando completé mi formación como cirujana.

La gente no debe tener miedo de ser intubada. Una vez que se ha sido sedado, no hay más percepción de dolor ni tampoco quedan recuerdos de nada. El tratamiento se realizó con antibióticos, para atacar la infección pulmonar, y alimentación parenteral, porque no existe un medicamento específico contra el virus.

Cuando me di cuenta que podía morirme pensé: estoy preparada. He vivido bien, más que el promedio de la población. Hice todo lo que pude hacer y de la mejor manera posible. No sentí miedo, pero tampoco hubiera preferido que ocurriera en aquel momento. Como decía mi madre, a los 97 años: “Aún es muy pronto, tengo tantas cosas por hacer”.

Cuando desperté, 47 días después, fue maravilloso darme cuenta que aún estaba viva. ¡Cuánta alegría sentí! Mis movimientos eran perfectos, sin debilidad muscular, y respiraba sin dificultades. Adelgacé 3 kilos, pero ya los recuperé. La tomografía de control demostró que mis pulmones estaban totalmente libres de la infección. Creo que resucité.

Muchos quedan con secuelas psicológicas. Hay temor a infectarse nuevamente o a contagiar a otros. Ese pensamiento causa estragos, y se están elaborando muchos trabajos acerca de las manifestaciones psicológicas de los infectados con el covid-19. Aquellos que no se han contagiado también le temen a la enfermedad. Hay angustia y la gente está triste. Debemos ser cautelosos, pero no temerosos.

Mi marido, Joaquim Gama, cirujano como yo, también se contagió, probablemente en el mismo viaje. Pero él fue asintomático. Cuando salí del hospital, en abril, me hicieron un análisis para evaluar mi carga viral, que resultó negativa. No soy infectóloga como para afirmarlo categóricamente, pero creo que sería algo similar al sarampión o las paperas, y que ahora tendría los anticuerpos para contrarrestar una reinfección. Pero sé que se trata de una enfermedad nueva, que aún no conocemos demasiado. Y también hay variantes del virus: no sé si adquirí inmunidad solamente para la cepa con la cual me infecté. De cualquier manera, los que han padecido la enfermedad no deben exponerse, hay que mantener los cuidados.

Diez días después del alta médica, reanudé la atención diaria en el consultorio del Instituto Angelita y Joaquim Gama, que funciona en el Hospital Alemán Oswaldo Cruz, y también retomé las cirugías. Trabajo con un equipo de colonoscopía, estudio funcional y nutrición. La cantidad de pacientes atendidos se redujo un poco durante la cuarentena, porque la gente tiene miedo de contagiarse. Solo acuden al hospital cuando están con síntomas de urgencia. Muchas cirugías programadas se postergaron, pero ya estamos volviendo a trabajar al ritmo previo a la pandemia. Los enfermos se cansaron de esperar, porque la solución para la pandemia todavía no apareció, será algo a largo plazo. Las vacunas, la única solución viable, es probable que no lleguen antes del año que viene.

La pandemia hizo que se reduzca también nuestra actividad en congresos. Este año íbamos a dictar más conferencias en eventos importantes en Estados Unidos, Europa y Asia. Ahora esas reuniones se han realizado a distancia. Ese fue un gran cambio, porque pasamos gran parte del tiempo frente a la computadora realizando conferencias virtuales, algo que no resulta tan placentero. Los congresos son importantes no solo por su contenido, por lo que podemos enseñar o aprender, sino también por el contacto con otros colegas, por el intercambio de ideas. Esa convivencia es muy agradable y la echo de menos.

Pronto reanudé también mis actividades de investigación. Con mi equipo de colaboradores hemos elaborado artículos científicos para publicaciones nacionales e internacionales. Durante la etapa de la cuarentena tuvimos más tiempo para escribir y revisar nuestros resultados. Siempre fui una investigadora clínica, me gusta la investigación aplicada a los enfermos. Mientras los trato, investigo. Tenemos un estudio, en el que estamos trabajando desde 2001, donde utilizamos radioterapia y quimioterapia para el tratamiento del cáncer de la sección baja del recto con la esperanza de reducir el tamaño del tumor y, si fuera posible, evitar la cirugía, que puede llevar a una colostomía definitiva. Se me ocurrió iniciar este protocolo de tratamiento, denominado Watch and Wait, en el cual no operamos de inmediato. Luego del tratamiento neoadyuvante, si el paciente tuviera una remisión clínica total, es decir, si el tumor desaparece, lo controlamos y le hacemos un seguimiento, principalmente durante el primer año posterior al tratamiento. Cada dos meses se realizan estudios, porque el tumor puede volver. La reincidencia se ubica en alrededor de un 20 % y, cuando esto ocurre, se procede a la intervención quirúrgica. Este protocolo viene siendo gradualmente más aceptado. Al principio fue muy criticado.

Estamos estudiando la utilización de agentes quimioterapéuticos en dosis mayores, con intervalos más breves y durante un período más extenso, con el propósito de aumentar la incidencia de una remisión completa y, consecuentemente, elevar el número de pacientes que no necesitarán ser operados. Desde 1998, cuando publicamos nuestro primer trabajo, hemos notado una progresiva mejoría de la respuesta en los pacientes sometidos al Watch and Wait que atendimos: de un 27 % a casi un 60 %. Esto nos lleva a creer que cada vez será menos necesario practicar una colostomía definitiva. Además, disponemos de nuevas drogas quimioterapéuticas y la técnica de radioterapia ha mejorado mucho. Nuestros colegas me preguntan si no es una contradicción que una cirujana quiera operar cada vez menos. Yo les respondo que eso para mí es muy gratificante. Soy feliz con cada paciente que evitamos someter a una cirugía mutiladora.

Otra pregunta que me formulan es cuándo voy a dejar de trabajar. Yo les respondo: cuando ya no haya nadie en el consultorio; mientras me encuentre en condiciones físicas y mentales, voy a seguir. Veo bien, escucho, mis manos no tiemblan, mi columna está sana, soy delgada y no estoy cansada, ¿por qué no trabajaría? ¿Cuál sería la razón para que lo dejara, si puedo contribuir con mi experiencia acumulada porque he vivido situaciones de lo más diversas durante el ejercicio de mi profesión? Además, cada persona que atiendo representa una nueva experiencia. En cuanto a convivencia, en el resultado del tratamiento. El tratamiento es como las nubes: nunca vemos una misma forma de nube dos veces. No existen dos pacientes o dos enfermedades iguales, por eso siempre hay un aprendizaje. La vida es eso, es movimiento, como el mar. Por cierto, me encanta contemplar el mar. Es emocionante.

Angelita Habr-Gama es profesora titular emérita de cirugía en la Facultad de Medicina de la Universidad de São Paulo (FM-USP). Es cirujana del Hospital Alemán Oswaldo Cruz y directora del Instituto Angelita y Joaquim Gama.

La rutina de la labor científica fue una de las víctimas de la pandemia. Al igual que buena parte de la población, los investigadores tuvieron que aprender a conjugar el trabajo con los quehaceres domésticos, hallar distintas maneras de producir y reunirse en forma virtual. Muchos tuvieron vedado el acceso a la universidad, a la biblioteca, al laboratorio, mientras que otros prácticamente no se despegaron de su banco de trabajo. Aquellos que se desempeñan en áreas relacionadas directamente con la lucha contra la enfermedad mantuvieron sus líneas de investigación o las adaptaron para satisfacer las necesidades acuciantes. Otros vieron recrudecer las dificultades para recabar datos y llevar a cabo su trabajo. Algunos contrajeron el virus, otros se ocuparon de la seguridad y de la salud mental de sus alumnos. Todas son experiencias que revelan la vida de los científicos y su compromiso con el avance del conocimiento. Desde el final del mes de marzo, Pesquisa FAPESP se ha dedicado a reunir testimonios representativos de todas esas variantes. Más de cincuenta de ellos han sido publicados oportunamente en el sitio web, de los cuales veintiséis figuran en formato resumido en la revista y siete han dado origen a entrevistas en el pódcast Pesquisa Brasil. Y todavía hay más por delante. Esta edición incluye otros dos relatos: el de un biólogo marino alejado de la costa y el de una cirujana que volvió a operar tan pronto como obtuvo el alta de la UTI, tras permanecer internada a causa del covid-19.
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