Acervo del museo lasar seagal-iphan/mincA los 11 años, después de una infancia normal, un niño de Dores de Guanhães, poblado de cinco mil habitantes ubicado a 200 kilómetros al nordeste de la capital de Minas Gerais, comenzó a sentir en las piernas temblores que aparecían sin razón aparente. Poco a poco los temblores se propagaron por el cuerpo y en dos años lo llevaron a perder el control de los movimientos y a desplazarse solamente con una silla de ruedas. Los medicamentos de nada sirvieron. Ni para él ni para una niña de la misma ciudad que a los 7 años tenía dificultades para escribir y cinco años después andaba arrastrando una pierna y apenas si controlaba los brazos; su rostro se había transformado con los músculos en permanente tensión y su voz desaparecía.
Fue también a los 11 años que un niño de Bom Despacho, localidad cercana a la naciente del río São Francisco, a 156 kilómetros al oeste de Belo Horizonte, comenzó a notar que la mano izquierda se le cerraba intensamente y solamente abría con la ayuda de la derecha. A los 13 su hombro derecho se desalineó y a los 14 el cuello se movía hacia atrás involuntariamente, como si estuviera mirando hacia el cielo. A los 29 había adelgazado mucho, no caminaba más y su voz era casi inaudible.
Ellos sabían desde hace años que tenían distonía, un trastorno neurológico de causas generalmente desconocidas que produce contracciones musculares involuntarias y lleva a posturas anormales. Sin embargo, recién hace pocos meses supieron que presentaban una forma de distonía causada por una mutación genética descubierta por un equipo de la Universidad Federal de Minas Gerais (UFMG) que aún no había sido diagnosticada y para la cual aún no existe tratamiento ni cura.
En mayo, un grupo alemán coordinado por Christine Klein, de la Universidad de Lübeck, quien tres meses antes había escrito el editorial presentando la nueva mutación en Lancet Neurology, describía en esta revista la misma mutación, encontrada en un portador de distonía que vivía en Alemania. “Este trabajo aporta una dimensión nueva de esa enfermedad, que dejó de ser una idiosincrasia ‘mineira’ o brasileña”, dice Francisco Cardoso, neurólogo de la UFMG que coordinó el trabajo del equipo brasileño. “A lo mejor ese defecto es más frecuente de lo que imaginamos.”
El descubrimiento de un gen causante de una nueva forma de distonía es la expresión de un trabajo iniciado en 1993, cuando Cardoso empezó a atender a portadores de trastorno del movimiento en el Hospital de Clínicas de la UFMG. Poco a poco su equipo creció, pero nadie lograba explicar por qué los medicamentos que podrían ayudar a contener los músculos en permanente revuelta en situaciones como ésas decepcionaban en los tres casos, que surgieron en familias aparentemente sin parentesco.
Hace 3 años, la neuróloga Sarah Camargos se integró al grupo, examinó a los otros 120 portadores de distonía de comienzo precoz atendidos en el hospital, les extrajo sangre a pobladores de Dores de Guanhães y de Bom Despacho y por último esgrimió la hipótesis de que una alteración que inactiva 11 genes del cromosoma 2 (el ser humano carga 23 pares de cromosomas con alrededor de 35 mil genes en cada célula) podría explicar el agravamiento de síntomas y la resistencia a los medicamentos.
Esta forma de distonía de origen genético -la 16ª descrita y posiblemente la primera identificada en Brasil- emerge a partir de la adolescencia cuando una persona carga esa misma alteración en cada una de las dos copias del gen conocido por la sigla PRKRA, ubicado en el cromosoma 2. Cada hijo de padres normales, que cargan solamente una copia del gen alterada, tiene un 25% de riesgo de ser portador asintomático del gen.
Ni médicos ni genetistas descubrieron aún de qué manera ese gen defectuoso lleva a la distonía. Lo que se sabe por ahora es que, cuando ambas copias del gen PRKRA contienen esa mutación, denominada DYT16, el gen dejará de cumplir su rol. Uno de ellos consiste en accionar la fabricación de una enzima llamada quinasa, esencial para que las neuronas -y todas las otras células del cuerpo- quemen las moléculas de azúcar (glucosa) y produzcan la energía que las mantiene vivas. Sin esa enzima, las neuronas fallarán al transmitir los mensajes para que los músculos funcionen -y en respuesta, los músculos se agitan como un mar bajo vientos enfurecidos. La versión normal de ese gen ayuda también a regular la muerte celular, llamada apoptosis -y las células que mueren antes o después de la hora que deberían también pueden causar problemas al organismo.
El equipo de la UFMG trabajó con investigadores de los Institutos Nacionales de Salud (NIH) de Estados Unidos y de la Universidad de Coimbra, Portugal, para caracterizar esa mutación, ya encontrada en siete habitantes de Minas Gerais. Una de las familias de Bom Despacho y otra de Dores de Guanhães, albergan cada una tres portadores de esa forma de distonía (el más viejo tiene 64 años), caracterizada por contracciones en casi todo el cuerpo, por la dificultad de tragar alimentos y porque el cuello y el tronco se curvan hacia atrás. “Algunos necesitan de ayuda para bañarse”, comenta Sarah, “pero no todos andan en sillón de ruedas”. Según ella, en una de las familias de Guanhães, ese problema aparece desde hace cuatro generaciones, aunque solamente dos hayan sido estudiadas hasta ahora. Los investigadores sospechan que las familias, aunque vivan en regiones alejadas, deben tener un ancestro común cercano. “La posibilidad de que la misma mutación aparezca en personas sin ligazón familiar sería extremadamente remota”, comenta Cardoso.
Próximas tareas
Cardoso reconoce los límites de esta investigación: “Dimos un salto considerable al encontrar el origen de la enfermedad, pero tenemos todavía un problema serio, que consiste en descubrir de qué manera tratarla eficientemente”. Hasta ahora los medicamentos habituales -que restablecen la comunicación entre las células nervosas- de muy poco o casi nada valieron para contener a esa variedad de distonía. La incidencia de las formas más comunes de esta enfermedad oscila mundialmente de 30 a 50 casos por cada 100 mil personas. Las distonías de comienzo precoz son más raras todavía, con entre 2 y 50 casos por cada grupo de un millón de personas.
Sin embargo, estas estadísticas aún no bastan para que los investigadores estimen la incidencia de esta forma de distonía y a tengan una idea sobre la cantidad de portadores existentes en Brasil. Según Cardoso, las próximas etapas del trabajo consisten precisamente en evaluar la frecuencia de la enfermedad en la población y la capacidad del gen de expresarse. “Tenemos muchos problemas por delante”, dice. “Si un hermano de un portador de esa forma de distonía nos preguntara hoy cuál es el riesgo de que él también se enferme, no tendríamos una respuesta exacta.”
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