La cara más notable del sistema de ciencia y tecnología de Brasil está vinculada con la producción de las universidades e instituciones públicas y con innovaciones que se generan en las empresas. Pero existe una categoría poco conocida de organizaciones cuyo desarrolló es reciente y ha venido generando aportes: son los institutos privados, en general sin fines de lucro, que realizan investigación bajo demanda, destinada a empresas y a organismos públicos. En el estado de São Paulo existen 18 institutos de este tipo, según se lee en un estudio publicado en el Relatório de Atividades 2015 de la FAPESP, el informe anual de actividades de la Fundación. Algunos de éstos están vinculados a nosocomios privados y apuntan a transferir los resultados de investigaciones clínicas al tratamiento de pacientes. Otros son centros de Investigación y Desarrollo (I&D) que se abocan a afrontar retos en áreas tales como las de tecnología de la información, telecomunicaciones y agronomía.
Uno de los institutos privados más antiguos y que cuenta con una cartera de productos y servicios más amplia es el Centro de Pesquisa e Desenvolvimento em Telecomunicações (CPqD). El antiguo centro de investigaciones científicas de la compañía estatal Telebras se convirtió en una fundación de derecho privado sin fines de lucro hace 18 años, luego de la desestatización del sector de telecomunicaciones. Con su plantilla de 1.100 empleados, trabaja en proyectos de áreas tales como las de comunicación, computación, defensa, redes de datos y seguridad, solicitados por empresas que utilizan recursos de la Ley de Informática, del Fondo para el Desarrollo Tecnológico de las Telecomunicaciones (Funttel), del Fondo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico (FNDCT) y del Fondo Tecnológico del BNDES (Funtec). También cuenta con proyectos que lleva adelante en colaboración con la empresa Brasileña de Investigación e Innovación Industrial (Embrapii) y ofrece consultoría a empresas.
Este centro desarrolla investigaciones que se ubican en la frontera del conocimiento. Recientemente, un grupo de CPqD que bajo la coordinación del ingeniero electricista Jacklyn Dias Reis estableció un nuevo récord de distancia y de tasa de transmisión de datos enviados a través de fibra óptica. Mediante la utilización de 10 canales en una misma fibra, cada uno de éstos con una capacidad de tráfico de 400 gigabits por segundo (Gbps), el equipo logró que una cantidad enorme de datos viaje a través de 370 kilómetros (km) de fibra óptica y llegue completa a su destino. Una peculiaridad de CPqD reside en que algunos de sus proyectos se han convertido en empresas emergentes, las denominadas startups. Un caso reciente de éstas es BrPhotonics, una compañía creada en 2014 cuyo enfoque recae en el desarrollo de sistemas de comunicaciones ópticas de alta velocidad. Anteriormente, otras empresas ya habían salido de las costillas de CPqD. Éste es el caso de Padtec, creada como unidad de este centro en 1999, y que se convirtió en una empresa privada en 2001. “Además del conocimiento que se le transfiere a la sociedad, una parte del equipo suele migrar hacia las startups”, afirma Alberto Paradisi, vicepresidente de innovación de CPqD, quien hace hincapié en que las empresas de arranque también se convirtieron en colaboradoras de la fundación: tanto BrPhotonics como Padtec actúan con la mira puesta en proyectos de comunicaciones ópticas a pedido de empresas y del gobierno.
Instituto Eldorado, un instituto de investigación con sede en un área contigua al campus de la Universidad de Campinas (Unicamp), fue creado por la empresa Motorola en 1999, sin fines de lucro. Durante los primeros años, su trabajo prácticamente se destinó en exclusividad a la referida empresa estadounidense, con recursos provenientes de fondos de la Ley de Informática. En 2009 sufrió un cambio abrupto, cuando Motorola recortó las dos terceras partes de los proyectos que patrocinaba en el mismo. Al año siguiente, la empresa fue vendida. “Fue un momento difícil, pues prácticamente no tuvimos facturación y estábamos endeudados debido a la construcción de nuestra sede”, recuerda Jaylton Ferreira, superintendente de Instituto Eldorado. “La solución consistió en ofrecerles servicios a otras empresas de manera agresiva.”
En la actualidad, el modelo es muy distinto. El año pasado, el instituto concretó alrededor de 140 proyectos de investigación con más de 60 empresas diferentes, entre las cuales puede hacerse mención a Dell, Samsung, IBM y también a Motorola. Los proyectos en marcha cuentan recursos de fuentes tales como el Fondo Tecnológico del Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social (BNDES), aparte de los que provienen de las colaboraciones con Embrapii. Su equipo, compuesto por unos 800 empleados e investigadores, trabaja en unidades con sedes en las ciudades de Campinas, Brasilia y Porto Alegre, donde propone nuevas tecnologías y adapta las existentes para su empleo en celulares, tablets y otros dispositivos, aparte de realizar pruebas con dichos aparatos para verificar si se encuadran en las normas brasileñas. Parte de la facturación se destina a la investigación en áreas con potencial, tales como internet de las cosas (la conexión a la web de electrodomésticos y automóviles), realidad virtual y tecnologías asistivas.
Institutos tales como CPqD y Eldorado se dedican tanto a la investigación como al desarrollo, pero la mayoría de los centros, sobre todo aquéllos ligados a la industria de celulares, actúan concentradamente en la punta del desarrollo, con énfasis en las aplicaciones. Las leyes y las políticas públicas que incentivan la inversión de las empresas en I&D sostienen las actividades de buena parte de estos institutos. El principal ejemplo de ello lo constituye la Ley de Informática, de comienzos de la década de 1990, que otorgó incentivos fiscales bajo la forma de rebaja del Impuesto sobre Productos Industrializados (IPI) a empresas que destinan parte de su facturación a la investigación científica. Durante los primeros tiempos de vigencia de dicha ley, la mayoría de las empresas utilizaban los recursos en colaboración con las universidades. Posteriormente, las grandes corporaciones crearon centros en general bajo la forma de fundaciones sin fines de lucro, con el objetivo de aprovechar los recursos de manera más flexible.
Éste fue el caso de Alcatel Lucent, por ejemplo, que creó FITec, un instituto con unidades en las ciudades de Campinas, São José dos Campos, Recife y Belo Horizonte, y de Venturus Inovação & Tecnologia, creado en 1995 por un consorcio encabezado por Ericsson. “El que diga que la Ley de Informática no generó trabajo ni le dio impulso a la tecnología en Brasil no sabe lo que dice. El volumen de investigaciones realizadas merced a los incentivos de esa ley es enorme”, dice Marcelo Abreu, gerente de innovación y nuevos negocios de Venturus. Con sede en Campinas, dicho instituto cuenta actualmente con una plantilla de 300 empleados, y buena parte de su facturación proviene de proyectos que solicitan empresas que se benefician con la Ley de Informática. El centro trabaja para diversos clientes, algunos de los cuales compiten entre ellos, y mantiene salas y equipos dedicados a cada proyecto, con el objetivo de brindar garantías de confidencialidad.
Uno de sus principales focos es el desarrollo de aplicaciones para telefonía móvil. “Fuimos los responsables del desarrollo de las aplicaciones de celulares de los dos últimos Mundiales de Fútbol que Sony Mobile ofreció a sus clientes de todo el mundo”, comenta Abreu. En un estudio publicado en 2010, Eva Stal, docente de Facultades Metropolitanas Unidas, en São Paulo, demostró que los institutos creados con el estímulo de la Ley de Informática desarrollaron capacidades innovadoras, distintas a las que suelen ser producto de las colaboraciones entre empresas y universidades. “Al crear los institutos, las empresas tuvieron la oportunidad de definir qué harían y desarrollaron compacidades destinadas a atender las demandas de los fabricantes globales”, escribió. Y la capacidad para generar soluciones nuevas persiste, sostiene Gedier Ribeiro, gerente de nuevos negocios de Instituto de Tecnologia FIT, un centro de investigación fundado en 2003 por la industria de productos electrónicos Flextronics, de Singapur. “Cuando una empresa no encuentra la solución que necesita en el mercado, creamos una tecnología específica, que puede ser un robot para su línea de producción, un conjunto de software o un dispositivo de inteligencia artificial, por ejemplo”, explica. Esta institución, con sede en Sorocaba, cuenta con 260 colaboradores. “El 70% de los proyectos se apoya en beneficios fiscales. Muchas empresas efectúan pedidos y los pagan con recursos propios.”
El modelo de los institutos brasileños privados de I&D se asemeja al de las organizaciones de investigación y tecnología (RTOs, por sus siglas en inglés) creadas en los países desarrollados. Dichos centros tienen el rol de generar nuevas tecnologías y difundirlas, mediante financiación de gobiernos, de clientes privados y por la vía de la prestación de servicios de consultoría. Tal es el caso de la alemana IABG, por ejemplo, creada por el gobierno alemán en 1961 para desarrollar tecnologías destinadas a la industria aeroespacial y privatizada en 1993, que actualmente trabaja para la industria automovilística y para la de telecomunicaciones.
Un caso peculiar entre los institutos privados es el de Centro de Pesquisas Avançadas Wernher von Braun, con sede en Campinas, que nació de la iniciativa de un investigador, el físico Dario Sassi Thober. La idea inicial consistía en realizar investigación pura en física, con potencial aplicación en la industria. En el transcurso del tiempo, esa institución sin fines de lucro se fue concentrando en el desarrollo de software y semiconductores y en la gestión de sistemas que trabajan con un volumen muy grande de información. El centro concibió el sistema de pagos de los peajes que se utiliza en las carreteras de todo Brasil, que se basa en una etiqueta con un chip instalada en cada automóvil y en un dispositivo de detección instalado en las plazas de peaje y en estacionamientos. “Montamos una operación fabril en Asia destinada a la producción de los semiconductores que desarrollamos, con lo cual se redujo el costo de operación del cliente”, comenta Dario Thober, quien lamenta la pérdida de varios talentos que han dejado el instituto durante el último año. “Varios de ellos fueron a trabajar a empresas de semiconductores de otros países, con sueldos muy superiores a los de nuestro mercado.”
La investigación en los hospitales
Otro ambiente donde la investigación bajo demanda cobró expresión es el área privada de salud. El Hospital Sirio-Libanés (HSL), en São Paulo, anunció en 2015 el desarrollo de test genéticos para orientar la elección del tratamiento más eficaz contra el cáncer y para detectar precozmente la progresión de esta enfermedad y el desarrollo de resistencia contra las drogas utilizadas en el tratamiento. El trabajo, coordinado por la genetista Anamaria Camargo, se llevó a cabo en Instituto Sírio-Libanês de Ensino e Pesquisa (IEP), centro cuyos laboratorios ocupan un área de 1.000 m2. IEP y otros ocho institutos ligados a hospitales del estado de São Paulo se rigen por un modelo que aúna asistencia, enseñanza e investigación. La investigación está organizada en dos categorías: clínica y experimental. La primera apunta al estudio de los efectos de los medicamentos y de los tratamientos que se prueban en los pacientes. Dichos trabajos pueden llevarse adelante bajo demanda y contar con patrocinio de la industria farmacéutica. En tanto, la investigación experimental apunta hacia el conocimiento destinado a combatir enfermedades o a perfeccionar tratamientos, aunque los resultados no tengan aplicación práctica en un primer momento.
Ana Maria Malik, médica y docente de la Escuela de Administración de Empresas de la fundación Getulio Vargas de São Paulo (FGV-SP), explica que la estrategia de invertir en investigación ayuda a los hospitales a convertirse en centros de excelencia. “Adquieren protagonismo, y logran absorber a los buenos investigadores. Eso ayuda a calificar a la plantilla de personal”, sostiene. En 2008, investigadores ligados al hospital publicaron 38 artículos en revistas indexadas. En 2016, la cifra ascendería 170. “Algunos de esos estudios se refieren a casos clínicos de pacientes internados”, informa Luiz Fernando Lima Reis, director de IEP-HSL. En 2016, el hospital invertirá alrededor de 20 millones de reales en investigación. La mitad proviene del presupuesto del nosocomio y el resto se obtiene mediante contratos con la industria, en ensayos clínicos patrocinados o en proyectos de validación de tecnologías. El monto proveniente de agencias tales como la FAPESP y el Consejo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico (CNPq) asciende a un millón de reales. Y otro millón llega a través de donaciones.
En el centro de investigación Beneficência Portuguesa de São Paulo se realizan investigaciones epidemiológicas, fundamentalmente en las áreas de cardiología y nefrología, y estudios clínicos financiados por la industria farmacéutica. Los trabajos de seguimiento de pacientes cardiológicos sometidos a procedimientos quirúrgicos de revascularización y angioplastia datan de 2009. En los últimos tres años se han publicado más de 107 artículos científicos, que incluyen en buena medida a pacientes bajo seguimiento en el hospital. “Estamos abocados a la búsqueda de nuevas formas de fomento de la investigación”, dice Luiz Eduardo Bettarello, superintendente ejecutivo de Desarrollo Técnico de Beneficência Portuguesa de São Paulo. En tanto, en el Instituto de Educação e Ciências em Saúde del Hospital Alemán Oswaldo Cruz, la mayor parte de los recursos destinados a la investigación científica se obtienen en el marco de colaboraciones con empresas, sostiene el neurólogo Jefferson Gomes Fernandes, superintendente de Educación y Ciencias del referido hospital. “El instituto ha llevado adelante investigaciones clínicas que han contado con la participación de médicos de su cuerpo clínico”, dice.
Algunas instituciones hospitalarias cuentan con incentivos fiscales para hacer investigación científica. “En Brasil, los hospitales de excelencia reciben el incentivo del gobierno para llevar adelante estudios cuyos resultados puedan hacer aportes a la red de salud pública”, explica Ana Maria Malik, de la FGV-SP. En la actualidad, seis hospitales se encajan en dicha categoría: en São Paulo, el Sirio-Libanés, el Albert Einstein, el Hospital del Corazón (Hcor), el Samaritano y el Oswaldo Cruz; en Rio Grande do Sul, el Hospital Moinhos de Vento. Todos participan en el Programa de Apoyo al Desarrollo Institucional del Sistema Único de Salud, el Proadi-SUS, y devengan del impuesto a la renta montos destinados a proyectos de investigación aprobados por el Ministerio de Salud. En el caso del Hospital Oswaldo Cruz, 16 proyectos realizados entre 2012 y 2014 contaron con financiación merced a una exención fiscal de alrededor de 105 millones de reales.
En el Hospital Israelita Albert Einstein, la investigación a pedido representa un 5% de los proyectos que se llevan adelante en la institución. “La mayor parte de nuestras investigaciones surge de preguntas que se hacen los médicos”, comenta Luiz Rizzo, director superintendente de investigación del Instituto Israelita de Ensino e Pesquisa Albert Einstein. Actualmente el hospital cuenta con una plantilla de 15 mil empleados, de los cuales 700 toman parte en actividades científicas. En total son 459 los proyectos en marcha. La principal línea de investigación en este momento está relacionada con el envejecimiento. El presupuesto destinado a la investigación científica en el hospital asciende de 23 millones de reales por año. En 2016, además de ese monto, el hospital contó otros cinco millones de reales de recursos obtenidos merced a su presentación en convocatorias emitidas por agencias tales como la FAPESP y el CNPq, y como resultado de colaboraciones con científicos extranjeros en proyectos que cuentan con el apoyo por agencias internacionales, tales como los Institutos Nacionales de Salud (NIH) de Estados Unidos.
Entre los hospitales que desarrollan investigación en São Paulo, algunos despuntan por su historial en determinadas especialidades. Éste es el caso del A.C.Camargo Cancer Center, uno de los principales centros de investigación y atención especializados en oncología de Brasil. Durante 2015, el hospital concretó 35 millones de atenciones, de las cuales el 62% a través del Sistema Público de Salud, el SUS. Alrededor de 90 profesionales se dedican a la actividad científica, sin contar parte del cuerpo clínico y asistencial, que también desarrolla proyectos en colaboración con el Centro de Investigación, situado en un edificio del barrio Liberdade en São Paulo e inaugurado en 2010, durante la gestión del oncólogo Ricardo Renzo Brentani. Este experto, director presidente de la FAPESP entre 2004 y 2011, presidió la fundación Antônio Prudente, que mantiene al A.C.Camargo, y fue responsable de la implementación de la primera carrera de posgrado en un hospital privado de Brasil, en 1997. “El profesor Brentani le demostró al cuerpo clínico la relevancia de hacer investigación, no solamente porque esto marca la diferencia en sus trayectorias, sino también porque es esencial para combatir el cáncer”, recuerda Vilma Regina Martins, superintendente de Investigación y Enseñanza del A.C.Camargo Cancer Center. En 2015 se concretaron en el hospital 159 proyectos y se publicaron 168 artículos en revistas periódicas internacionales, que abordaron temas tales como el diagnóstico y el tratamiento en oncología, en biología tumoral y en cuidados paliativos.
El Centro Infantil Boldrini, en Campinas, también se dedica a la investigación en cáncer. Construido gracias a donaciones, este hospital filantrópico fue fundado en 1978 y se especializó en el tratamiento del cáncer y de enfermedades hematológicas de niños y adolescentes. Actualmente se tratan en él alrededor de seis mil pacientes, la mayoría (el 80%) a través del SUS. En el área de investigación clínica, este centro despunta por haber coordinado desde 1980 diversos protocolos nacionales destinados al tratamiento de la leucemia linfoide aguda infantil, que contribuyeron para elevar las probabilidades de cura del 5% al 80%. “Con esos estudios cooperativos que congregan a varios hospitales del país, Boldrini logró implementar tecnologías sofisticadas en exámenes: citogenética y técnicas de biología molecular”, dice la médica Silvia Brandalise, directora ejecutiva del centro, que en 2017 inaugurará su Instituto de Ingeniería Molecular y Celular en un área de 4.000 m² en la cuidad Campinas, fruto de una colaboración con la Unicamp y con el Laboratorio Nacional de Luz Sincrotrón (LNLS).
En el agronegocio
Las investigaciones aplicadas al campo del agronegocio constituyen el impulso de dos tradicionales institutos privados de investigación. Uno de ellos es Centro de Tecnologia Canavieira (CTC), creado en 1969. En 2011, CTC se convirtió en una sociedad anónima y sus principales accionistas son las empresas Raízen y Copersucar. Así fue como salió en busca de nuevas formas de financiación para impulsar la investigación orientada hacia la producción de caña de azúcar. Un diagnóstico realizado en esa época demostró que, aunque la productividad de la caña de azúcar había venido aumentando durante las últimas décadas, existían cuellos de botella que impedían elevarla significativamente. “La definición de un enfoque y el aumento de las inversiones en investigación científica son esenciales para incrementar la productividad, y el modelo aplicado parece ser el más adecuado para responder a ese desafío, pues permite sellar alianzas estratégicas con otros grupos”, afirma Gustavo Teixeira Leite, presidente de CTC. “La complejidad genética de la caña de azúcar es muy grande: las investigaciones son más complejas y caras, además de requerir tiempo, lo cual hace que disminuya el interés de las multinacionales en invertir en su desarrollo”, dice Teixeira Leite, quien fue presidente en Brasil de la multinacional Monsanto.
La meta de CTC hasta 2025 apunta a introducir tecnologías que permitan duplicar la productividad de la caña de azúcar, actualmente situada en alrededor de 10 toneladas de azúcar por hectárea. Para llegar a ello, los aproximadamente 50 millones de reales invertidos anualmente treparon a 200 millones por año. Para poner en marcha este plan, el centro vendió el 19% de sus acciones al BNDES por un valor de 300 millones de reales, aparte de haber obtenido créditos del propio banco y de la Financiadora de Estudios Proyectos (Finep). También modificó su modelo de negocio, al vender tecnología a clientes y obtener regalías. Su equipo integrado por 450 personas, de ellas 300 en el área de investigación, está trabajando en diversos frentes. El número de programas de mejoramiento genético trepó de uno a seis, con el objetivo de crear variedades de caña de azúcar que contemplen las necesidades de las seis regiones de producción de Brasil. “El tiempo para obtener una nueva variedad, que era de 15 años, se acortó a ocho años”. El desarrollo de semillas artificiales es otro programa destacado. “Actualmente se planta caña de azúcar de la misma manera que se lo hacía al comienzo de la colonización: se cortan tocos, se los pone en la tierra y se espera que crezcan. La idea es producir semillas con base en un embrión de la planta y sembrarlas, como se hace con los granos, cosa aún no existe en el mundo”, afirma.
Mientras que CTC se convirtió en una sociedad anónima, otra institución orientada a la investigación agronómica, Fundo de Defesa da Citricultura (Fundecitrus), desarrolla sus actividades como una asociación privada sin fines de lucro, mantenida por los citricultores y por la industria de jugos. Fundado en 1977, Fundecitrus invierte actualmente 23 millones de reales anualmente en investigaciones orientadas al control de plagas agrícolas. Un equipo compuesto por 15 investigadores trabaja en cuatro laboratorios con sede en la ciudad de Araraquara y en 65 campos experimentales situados en tres estados brasileños. En la década de 1990, con el agravamiento de la plaga denominada Clorosis Variegada de los Cítricos (CVC), conocida en Brasil como “amarelinho”, Fundecitrus creó su Departamento Científico, que heredó los objetivos de una fundación privada similar llamada Procitrus. Este trabajo, en esa época, se destinaba al monitoreo y a la erradicación de plantas enfermas. “Llegamos a contar con 4.000 inspectores y mil vehículos destinados a la inspección y el control. Actualmente nos hemos convertido en un centro de inteligencia”, dice Juliano Ayres, gerente de Fundecitrus.
El esfuerzo de Fundecitrus, que trabaja con universidades, empresas y unidades de la estatal Embrapa, hizo posible reducir la incidencia de la CVC del 50% de las plantas en la década de 1990 al 3% en 2016. Este avance se ha logrado en razón de un conjunto de investigaciones que apuntaron a entender los mecanismos de acción de la plaga y a controlarla: el agente etiológico de la enfermedad, la bacteria Xylella fastidiosa, fue objeto de la primera secuenciación genética de un patógeno realizada en el mundo, con financiación de la FAPESP y con el aporte de esta institución. “Ninguna citricultura del mundo cuenta con programas de investigación como el nuestro. En la actualidad, la principal amenaza es una plaga conocida como greening o huanglongbing, y afecta al 18% de nuestros naranjales, mientras que en Florida ese índice llega al 80%”, compara Ayres.
Una referencia en políticas públicas
Cebrap se mantiene con financiación privada y de organismos públicos
El Centro Brasileiro de Análise e Planejamento (Cebrap), un instituto de investigación dedicado a las ciencias sociales y a las humanidades, fue fundado a finales de la década de 1960 bajo el liderazgo de un grupo de intelectuales y docentes cesanteados por la dictadura militar, tales como el sociólogo y futuro presidente de la República, Fernando Henrique Cardoso, y el filósofo José Arthur Giannotti. Financiado fundamentalmente por fundaciones con sede en el exterior, tales como Ford y McArthur, Cebrap se dedicó en sus primeros 15 años a la realización de estudios que luego se convirtieron en referencia en los campos de la salud, la demografía y el desarrollo urbano. Tras la redemocratización, la financiación externa menguó y su modelo quedó en jaque. “Varios institutos con el mismo perfil terminaron cerrando, pero nosotros logramos adaptarnos”, dice la socióloga Angela Alonso, docente de la Facultad de Filosofía, Letras y Ciencias Humanas de la USP y actual presidente del centro.
Sin embargo, fue necesario efectuar cambios organizativos. Cebrap incentivó a sus investigadores– actualmente son 38 fijos y más de un centenar de asociados– a presentarse en concursos en universidades públicas, y dejó de pagarles sueldos: los que son docentes de universidades públicas trabajan en forma voluntaria. Los recursos obtenidos en las agencias de fomento de la investigación científica y en organizaciones públicas financian grandes proyectos, tales como el Centro de Estudios de la Metrópolis, uno de los Centros de Investigación, Innovación y Difusión (Cepid) de la FAPESP, la participación en la Plataforma Brasileña de Políticas de Drogas, y los estudios de políticas públicas destinados a alcaldías.
Otra área de actuación la constituyen los proyectos a pedido de instituciones privadas. Uno de los clientes actuales es el banco Itaú, que solicitó a Cebrap estudios sobre la localización de puntos de alquiler de bicicletas en las principales metrópolis brasileñas. La financiación pública y privada ha mantenido el vigor de la investigación dentro del Cebrap. Así y todo, el centro debe hacer frente a ciertos cuellos de botellas. La imposibilidad de usar recursos de proyectos de investigación para actividades administrativas llevó a que afrontase dificultades para llevar adelante una obra sencilla de accesibilidad en su sede, por ejemplo. Y está lanzando una campaña de donaciones orientada a empresarios y exalumnos para ayudar a financiar los gastos fijos no relacionados con la investigación.
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