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MEMORIA

El cielo visto desde las misiones jesuíticas

Con telescopios fabricados con los guaraníes del sur de Brasil, el jesuita Buenaventura Suárez pudo observar con precisión, en el siglo XVII, eclipses lunares y solares y las lunas de Júpiter

Dibujo de las ruinas de la iglesia de San Miguel Arcángel en 1846, de Alfred Demersay

Wikimedia Commons

A principios del siglo XVIII, en las reducciones de las misiones jesuíticas de la cuenca del Río de la Plata, un territorio actualmente repartido entre Brasil, Argentina y Paraguay, el jesuita Buenaventura (o Boaventura) Suárez (1679-1750) tenía un profundo interés por los fenómenos celestes, pero afrontaba dificultades para poder abocarse a la astronomía. Como la Compañía de Jesús, en España, no le enviaba instrumentos de medición y observación, fabricó sus propios telescopios e hizo observaciones consideradas consistentes por expertos de centros científicos europeos dotados de aparatos mucho mejores.

MissionesOnLineIlustración anónima de Buenaventura SuárezMissionesOnLine

Buenaventura Suárez pertenecía a la elite criolla de la región, hijo de una bisnieta del conquistador español Juan de Garay (1528-1583), fundador de la ciudad de Santa Fe, actualmente en Argentina, donde había nacido. Estudió en el colegio jesuita de la ciudad, ingresando a la Compañía de Jesús a los 16 años y, posteriormente, en la Universidad de Córdoba, también en territorio argentino. En aquella época, además de estudiar filosofía y teología, entró en contacto con las ciencias exactas y se convirtió en un matemático y astrónomo autodidacta.

En 1700, observó por primera vez a simple vista un eclipse lunar, en Corrientes, cerca de la frontera entre Argentina y Paraguay. En 1704 fue ordenado sacerdote y enviado a las misiones jesuíticas en territorio guaraní. Las 30 reducciones ocupaban un área correspondiente a lo que actualmente es el sur de Paraguay, la provincia argentina de Misiones y un sector occidental del estado brasileño de Rio Grande do Sul.

El jesuita y astrónomo se instaló en San Cosme y Damián, en el actual Paraguay, y realizó observaciones lunares y solares en las misiones durante casi cinco décadas. “Su labor científica servía a los intereses de las misiones, por ejemplo, al establecer las fechas de las celebraciones móviles del calendario, como la Pascua”, dice el historiador de la ciencia Miguel de Asúa, de la Universidad Nacional de San Martín, en Argentina. “La astronomía de Buenaventura Suárez tenía una finalidad religiosa y colaboraba en el proceso de difusión del cristianismo”.

En San Miguel Arcángel, actual municipio de São Miguel das Missões, en Rio Grande do Sul, Buenaventura Suárez registró dos eclipses lunares, uno en 1728 y otro, con un telescopio refractor (dotado de una tecnología sencilla, con dos lentes convexas) de 3 metros (m) de largo, en 1747. Aquel mismo año y con el mismo telescopio, en la misión de Santa María la Mayor, en lo que actualmente es Argentina, observó otro eclipse lunar. Los registros de 1747 fueron publicados en la revista científica Philosophical Transactions, de la Royal Society, la academia de ciencias británica, en 1749 y 1750.

Archivo General de SimancasMapa de las misiones guaraníes a cargo de los jesuitas en 1768 que incluye datos de SuárezArchivo General de Simancas

Más importantes fueron sus observaciones sistemáticas de las cuatro lunas mayores de Júpiter, descubiertas por el matemático italiano Galileo Galilei (1564-1642), ya ampliamente conocidas en el siglo XVIII. Con un reloj ajustado por la posición del Sol observada mediante un cuadrante, un instrumento astronómico rudimentario, la medición de los eclipses de los satélites jovianos, conforme a un método desarrollado por el propio Galileo, se utilizaba para calcular la diferencia de longitud entre el lugar de observación y otro lugar de referencia del planeta cuya longitud era conocida, como hoy en día es el meridiano de Greenwich, en Londres. “Buenaventura Suárez utilizó el método más preciso y, a la vez, el más asequible de su época”, reconoce el astrofísico Oscar Matsuura, profesor jubilado de la Universidad de São Paulo y organizador del libro História da astronomia no Brasil (Cepe, 2014).

En los 13 años en que vivió en San Cosme, el jesuita observó 147 eclipses de los satélites de Júpiter y utilizó esa información para determinar la longitud de ubicación de las 30 misiones. El astrónomo sueco Pehr Wilhelm Wargentin (1717-1783), utilizó datos recabados por Suárez en su artículo publicado en 1748 sobre la luna Ío, el más próximo a Júpiter de los satélites galileanos.

Sus conocimientos matemáticos le sirvieron también para elaborar lunarios: compendios de predicciones astronómicas tales como las fases de la luna y los eclipses lunares y solares. “El lunario era importante para la organización de la vida en las misiones”, dice el historiador argentino Carlos Daniel Paz, de la Universidad Vale do Rio dos Sinos (Unisinos), en São Leopoldo, Rio Grande do Sul. “Era una forma de organizar el tiempo de las misiones y orientar mejor los ciclos de la agricultura”.

OpenlibraryLas tablas del lunario, con las predicciones de las fases de la Luna y los eclipses lunares y solares desde enero de 1740 hasta diciembre de 1841Openlibrary

Las predicciones de eclipses, las fases de la luna y las fechas festivas previstas para cada uno de los 100 años siguientes fueron reunidas en el libro intitulado Lunario de um siglo, publicado en Lisboa en 1740. En la introducción, el astrónomo jesuita lamenta que las Misiones no contasen con instrumentos de observación astronómica debido a que “el estudio de las ciencias matemáticas no era floreciente [en esas provincias]”. La historiadora brasileña Maria Cristina Bohn Martins, de la Unisinos, lo corrobora: “Contrariamente a lo que cabría imaginarse, las misiones no eran ricas e importaban lo meramente esencial. Los libros e instrumentos científicos eran muy caros y tardaban meses en arribar a destino”.

Buenaventura Suárez construyó su telescopio con lo que tenía a mano en las propias Misiones. “Los jesuitas eran eximios artesanos y habitualmente poseían talleres especializados”, dice el historiador alemán Karl Heinz Arenz, de la Universidad Federal de Pará (UFPA). Según él, los misioneros intentaban fabricar en las propias misiones todo lo que necesitaban, entre otros elementos, implementos agrícolas, utensilios culinarios o instrumentos musicales. “El vidrio de calidad suficiente para fabricar lentes para telescopios era de acceso restringido, ya que había que comprarlo vía Buenos Aires o Asunción”, explica el historiador Artur Henrique Barcelos, de la Universidad Federal de Rio Grande (Furg), en Rio Grande do Sul.

Biblioteca Nacional de Portugal / Wikimedia CommonsEl médico portugués Jacob Sarmento, quien leía los trabajos del jesuita argentino en las reuniones de la Royal SocietyBiblioteca Nacional de Portugal / Wikimedia Commons

Lo más probable es que él haya fabricado las lentes con materiales locales. En el Chaco paraguayo había cristales de cuarzo en abundancia, y el conocimiento indígena de las rocas podría haberle dado a Suárez cristales muy transparentes que, cuidadosamente pulidos, habrían sustituido a las lentes de vidrio. El historiador argentino Guillermo Furlong (1889-1974), quien realizó la primera investigación histórica profesional sobre Suárez, halló documentos con información de instrumentos utilizados para la fabricación de lentes en la misión de São Borja o San Borja, en el actual territorio de Rio Grande do Sul, poco después de la expulsión de los jesuitas de las colonias españolas en 1767.

La construcción del tubo –el cuerpo– de los telescopios era menos complicada, porque, según Barcelos, los indígenas eran muy hábiles carpinteros y ebanistas. Los telescopios, incluso los más grandes, pueden haber sido hechos de madera o de metal. En algunas reducciones, Suárez y los indígenas fundían campanas y fabricaban instrumentos musicales como los tubos de los órganos. “Muchas crónicas jesuíticas encomiaban la capacidad de los guaraníes para fabricar relojes y astrolabios como los europeos”, relata Asúa. Con el influjo de la astronomía de Buenaventura Suárez, las Misiones producían relojes de sol y mecánicos, globos terrestres y celestes, que se perdieron tras la expulsión de los jesuitas de las tierras españolas en 1767.

Suárez y los guaraníes fabricaron ocho telescopios, cuyas longitudes variaban entre 2,3 m y 9 m. Para la operación de los instrumentos, era necesaria una base plana y un emplazamiento propicio, como una torre. Él realizó observaciones desde la torre de la iglesia de Asunción, pero no hay documentos que describan cómo montó y operó los instrumentos. “El propio montaje mecánico de un telescopio no es nada trivial”, dice Matsuura.

Una red mundial de astrónomos
Para construir los telescopios, Buenaventura Suárez se basó en la información que circulaba a través de cartas entre los jesuitas y astrónomos dispersos por todo el mundo. “El religioso mantenía correspondencia con astrónomos de América y de Europa”, dice Asúa. Según el investigador, el jesuita intercambiaba cartas, por ejemplo, con el matemático peruano Pedro Peralta y Barnuevo (1663-1743), en Lima (Perú), y con el jesuita germano Nicasius Grammatici (1684-1736), primero en Baviera y después en China. Wargentin obtuvo los datos de Suárez sobre las lunas de Júpiter de manos de su compatriota sueco Anders Celsius (1701-1744), quien, a su vez, había recibido de Grammatici los resultados de las observaciones realizadas en las misiones. Celsius se hizo más conocido por haber creado la escala de temperatura en grados centígrados, que lleva su nombre. Por su parte, Suárez recibía de Grammatici los datos de longitudes y los resultados de sus observaciones astronómicas, importantes para determinar, por comparación, la longitud de ubicación de las misiones guaraníes.

YguamoringaReloj solar construido por Suárez en San Cosme y Damián (Paraguay)Yguamoringa

El jesuita tradujo al español el libro Theorica verdadeira das marés [Teoría verdadera de las mareas], publicado en Londres en 1737. Su autor fue el médico judeoportugués Jacob de Castro Sarmento (1692-1762), uno de los pioneros en introducir la física newtoniana en Lisboa, antes de huir de la persecución antisemita hacia Londres y convertirse en miembro de la Royal Society. Era De Castro Sarmento quien leía las observaciones de Suárez en las reuniones científicas y allanó el camino para que el jesuita pudiera publicar sus trabajos en varias de las ediciones de Philosophical Transactions. Él recibía los datos por intermedio del médico carioca Mateus Saraiva (?-?), también miembro de la Royal Society e interesado en la astronomía, con quien el jesuita mantenía correspondencia.

La traducción apunta incluso que Suárez iba más allá del aspecto pragmático de la astronomía, como la elaboración de calendarios para las actividades religiosas. También es una obra intrigante, porque la Compañía de Jesús no era muy abierta a las novedades teóricas: la mecánica newtoniana todavía no era aceptada ni enseñada.

“La educación que los jesuitas les proporcionaban a los nativos era escolástica, con contenidos antiguos y cristalizados, pero entre los clérigos estaba permitido tener curiosidad, hacerse eco de las novedades y debatirlas”, relata Matsuura. “Era normal que algunos adhirieran a las novedades e incluso las defendieran públicamente, y otros, no”. Por citar un ejemplo, él menciona al matemático y astrónomo portugués José Monteiro da Rocha (1734-1819), educado por los jesuitas en el Colegio de Bahía, quien recurrió a la teoría newtoniana en su texto Sistema físico-matemático dos cometas, que data de 1759.

Suárez no fue el primer astrónomo ni el primer jesuita que llevó a cabo estudios astronómicos en Sudamérica. Desde el siglo XVII, los astrónomos, principalmente jesuitas, realizaban observaciones con finalidad cartográfica en todo el continente, especialmente en la Amazonia. Pero fue la primera persona nacida en América que produjo conocimiento astronómico de importancia para la ciencia moderna incipiente, por sus propios medios y construyendo sus propios instrumentos. “Su historia es importante para entender que América del Sur no fue un mero apéndice en cuanto a la producción de conocimiento en el siglo XVIII”, culmina diciendo Paz.

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