Durante la mañana del sábado 12 de diciembre, representantes de 195 naciones reunidos en la capital francesa, en el marco de la 21ª Conferencia del Clima (COP21), aprobaron un acuerdo histórico en el cual se comprometen a implementar medidas tendientes a combatir el cambio climático. El acuerdo de París estipula un esfuerzo internacional con miras a asegurar que el aumento de la temperatura global no supere los dos grados Celsius (°C) en comparación con los niveles preindustriales, con la ambición de que se ubique por debajo de 1,5 °C, un nivel capaz de reducir los riesgos y los impactos de las alteraciones climáticas. También prevé que los países ricos destinarán 100 mil millones de dólares anuales en ayuda a los países pobres. De tener éxito, durante la segunda mitad de este siglo el planeta habrá reducido el uso de combustibles fósiles, y las emisiones remanentes quedarán compensadas por la absorción de CO2, producto de la reforestación y del empleo de técnicas que sirvan para capturar el gas de la atmósfera y almacenarlo. “El acuerdo de París constituye un triunfo para la gente, para el medio ambiente y para el multilateralismo. Es un seguro de salud para el planeta”, afirmó el secretario general de la Organización de las Naciones Unidas, Ban Ki-moon, al celebrar el carácter pionero de un pacto climático que comprende a una gran cantidad de países.
Los países están obligados a presentar metas, que están sujetas a revisiones periódicas, y a comunicar qué están haciendo para alcanzarlas. La opinión pública y las entidades ambientalistas los demandarán en caso no cumplir lo que prometieron; pero, en caso de que eso suceda, no sufrirán penalidades. Las obligaciones generadas por el acuerdo están relacionadas con ese proceso de comunicación y revisión, pero no a la ejecución de las metas. En tal sentido, el acuerdo de París produce una vinculación más débil que el Protocolo de Kioto, que determinaba niveles legalmente obligatorios de reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero. El formato del acuerdo de París es el resultado del aprendizaje que quedó luego del fracaso de Kioto. Éste, firmado en 1997, nunca fue ratificado por el Congreso de Estados Unidos y no logró evitar que China, pese a la presión internacional, utilizase crecientemente el carbón como matriz energética, hasta llegar a convertirse en el principal país emisor de gases de efecto invernadero del planeta.
A París, los países llegaron con metas cuantitativas voluntarias y unilaterales de reducción de emisiones hasta 2025 ó 2030, las “pretendidas contribuciones determinadas nacionalmente” (que adquirieron la sigla INDCs). “Cada país tuvo que plantear sus compromisos”, dice Gilberto Câmara, científico del Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales (Inpe) de Brasil y miembro de la coordinación del Programa FAPESP de Investigaciones sobre Cambios Climáticos Globales, quien estuvo presente en París durante la conferencia.
Las metas voluntarias tienen menos fuerza que los protocolos vinculantes, pero las INDCs se elaboraron sobre bases realistas. En el caso de Brasil, se basaron en la reducción del ritmo de desmonte de la Amazonia registrado durante los últimos años, y en la recomposición de los bosques prevista en el Código Forestal. Brasil espera que en 2030 se reduzcan a cero las emisiones ocasionadas por la deforestación. Estados Unidos y China, por su parte, ya habían firmado un acuerdo en 2014 que prevé el corte de emisiones. “Lo que hubo fue una maduración de las políticas internas de los países con relación al calentamiento global”, escribió el físico José Goldemberg, presidente de la FAPESP, en un artículo publicado en el periódico O Estado de S.Paulo. “Los que creían que el campo de batalla estaría en las conferencias del clima, en las cuales se reúnen los jefes de Estado y se toman las decisiones, se percataron de que las verdaderas batallas deberían trabarse dentro de cada país, donde se deciden y se implementan las políticas internas.”
En lugar de decisiones multilaterales “de arriba abajo”, sostuvo Goldemberg, se adoptaron políticas unilaterales “en el camino inverso”. “El gobierno de China percibió que el uso ilimitado de carbón como base de su desarrollo económico deterioró seriamente la calidad del aire de las grandes ciudades chinas. Por esa razón decidió que hasta 2030 –o incluso antes– el uso de carbón no aumentará más y empezará a declinar. Y Brasil, en un esfuerzo interno que comprendió al gobierno, al movimiento ambientalista y a las grandes empresas, redujo ostensiblemente el desmonte en la Amazonia.”
El papel de Estados Unidos fue fundamental para evitar la repetición en París del fracaso de la Conferencia de Copenhague de 2010, convocada para establecer un tratado post Kioto, pero que terminó sin acuerdo. “Hace cinco años, el presidente Barack Obama estaba aún en su primer mandato y no tenía la noción de urgencia que tiene ahora”, afirma Gilberto Câmara. “En los últimos años, Obama suscribió acuerdos bilaterales con China, Brasil y la India. También obtuvo una victoria en la Suprema Corte, que decidió que el dióxido de carbono es contaminante y, por ende, se encuentra bajo la alzada de la agencia ambiental del país, sin necesidad de pasar por el tamiz del Congreso”. Câmara apunta otros dos cambios en el tablero geopolítico: “La salida de los gobiernos conservadores de Canadá y Australia ayudó al mundo desarrollado a actuar de una manera más consistente”.
Sumados, las INDCs planteadas en París resultan insuficientes para llevar el aumento de la temperatura a menos de 2,7 °C. De todos modos, los países aceptaron movilizarse para que dicho aumento no supere 1,5 °C, lo cual demandará esfuerzos que van mucho allá de los previstos en el acuerdo, amén del monitoreo y la revisión periódica de las metas. El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) realizará un estudio durante los próximos dos años para detectar el impacto del aumento de temperatura de 1,5°C y el corte de emisiones necesario para alcanzar esa meta. “En la práctica ya hemos pasado de 1,5 °C, y sería necesario que, milagrosamente, redujésemos a cero las emisiones mañana para lograr acercarnos a ese objetivo”, dice el climatólogo Carlos Nobre, excoordinador científico del Programa FAPESP de Investigaciones sobre Cambios Climáticos Globales. “La estipulación de 1,5 °C como límite implica una percepción de los riesgos que reviste el hecho de superar ese margen y un esfuerzo colectivo global tendiente a reducir tales riesgos”, afirma el investigador, quien es actualmente presidente de la Coordinación de Perfeccionamiento del Personal de Nivel Superior (Capes).
Brasil participó activamente en las negociaciones. La ministra de Medio Ambiente, Isabela Teixeira, y el exministro de Relaciones Exteriores Luiz Alberto Figueiredo Machado, un diplomático con gran experiencia en negociaciones sobre el clima, fueron convocados por el presidente de la COP21 para conseguir apoyos. Al comienzo de la conferencia, Brasil se alineó en la Coalición de Alta Ambición de la conferencia, una iniciativa propuesta por Islas Marshall, una de las pequeñas naciones insulares del océano Pacífico amenazadas por el aumento del nivel de los océanos, que congregó a más de 100 países, incluidos Estados Unidos y los integrantes de la Unión Europea. “Brasil se despegó de los demás Brics, con los cuales no tiene afinidades en cuestiones climáticas, y desistió de erigirse en portavoz de los países pobres, a diferencia de su postura en otras conferencias. Así pudo integrarse al grupo de alta ambición, que bregaba por alcanzar el mejor acuerdo posible en París”, dice Gilberto Câmara.
“Con el mundo comprometido con la descarbonización, Brasil deberá revisar la idea de que la explotación de petróleo de la capa presal redimirá a la economía brasileña. No es posible formar parte de la coalición de altas ambiciones y, al mismo tiempo, pensar en vender seis millones de barriles de petróleo diarios”, afirma el investigador. Al mismo tiempo, asevera Câmara, Brasil tendrá la oportunidad de atraer inversiones para recomponer áreas deforestadas y ayudar en el aumento de la absorción de carbono de la atmósfera. “La recomposición de áreas taladas ilegalmente, prevista por el nuevo Código Forestal, muestra que podemos organizarnos para recibir flujos de inversión y convertirnos en un sumidero de carbono. Y tenemos un gran potencial para expandir la producción de energías renovables en el país.”
Pero, ¿cuáles son las posibilidades de obtener un corte de emisiones radical durante los próximos años? A juicio de Carlos Nobre, existe tecnología disponible como para llevar adelante la transición hacia una economía de bajo carbono durante los próximos años. “El desafío es gigantesco, pero no es imposible, pues las energías limpias, tales como la eólica y la solar, están volviéndose cada vez más competitivas”, afirma. “No parece probable que eliminemos las centrales termoeléctricas a corto y mediano plazo, por ejemplo, pero existe una tentativa de evitar que los efluentes de la generación térmica lleguen a la atmósfera”. Sin embargo, el científico admite que los obstáculos no se restringen a los eventuales cuellos de botella tecnológicos y a la necesidad de contar con grandes inversiones. “La energía fósil es responsable del 20% del PIB mundial e insume, sólo en subsidios, 700 mil millones de dólares anuales. Eso es siete veces más que los 100 mil millones de dólares que los países desarrollados destinarán en ayuda a los más pobres para que enfrenten los cambios climáticos”, dice. “No es posible todavía evaluar a ciencia cierta la velocidad con que avanzaremos hacia una economía de bajo carbono.”
José Goldemberg asevera que, en los países industrializados, fundamentalmente en Europa, el uso más eficiente de energía constituye el camino más prometedor hacia la reducción de las emisiones, toda vez que la energía que éstos consumen, derivada de combustibles fósiles, es muy elevada. “En los países en desarrollo, donde el consumo per cápita es bajo, es inevitable que el mismo aumente, pero cabe hacer que ese crecimiento incorpore las tecnologías más eficientes y, principalmente, el uso de energías renovables”, afirmó Goldemberg, quien era ministro de Medio Ambiente durante la Cumbre de la Tierra de Río, de 1992.
El acuerdo de París también estuvo signado por la valoración del conocimiento científico. “En 2010, la Conferencia de Copenhague reflejó sólo parcialmente los resultados del cuarto informe del IPCC, presentado tres años antes, al fijar un determinado límite de referencia para el aumento de temperatura, de alrededor de 2 °C”, dice Carlos Nobre. “En tanto, los negociadores de París tuvieron en cuenta los resultados del quinto informe, de 2013, según el cual 2 °C implican muchos riesgos.” Para Nobre, uno de los resultados más significativos de la COP21 indica que la conferencia estuvo al lado de la ciencia.
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