La emisión de gases de efecto invernadero es el motivo principal del progresivo calentamiento del clima de la Tierra desde mediados del siglo XIX. Desde el inicio de la Segunda Revolución Industrial hasta los días actuales, la temperatura media del planeta ha aumentado alrededor de 1,1 grados Celsius (ºC). En el plano local brasileño, el estilo de vida urbano adoptado hoy en día por la mayoría de la población mundial potencia aún más el calor de fondo generado por los cambios climáticos. Desde 2007, según estimaciones de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), hay más gente viviendo en las ciudades que en el campo, un patrón de habitación y ocupación del suelo probablemente inédito en la historia de la humanidad. Más del 55 % de los 8.000 millones de personas que habitan el planeta vive en centros urbanos. En muchos países, este porcentaje es bastante mayor y, en Brasil, llega al 88 %.
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Con menos áreas verdes, más hormigón y asfalto y una ocupación del suelo generalmente desordenada, las ciudades son más sofocantes que las zonas rurales. En el ámbito urbano, las zonas con menos árboles y vegetación son aún más calientes y constituyen focos de clima bochornoso. Este efecto se conoce como islas de calor urbanas. Hasta hace unos pocos años, esto podía apreciarse y estudiarse más en las grandes ciudades con millones de habitantes, tales como São Paulo, Río de Janeiro o cualquier otra gran metrópolis. En la actualidad, las islas de calor pueden encontrarse en ciudades de cualquier tamaño, desde las menores hasta las mayores. Las diferencias de temperatura entre un barrio arbolado y otro con el suelo totalmente impermeabilizado a menudo llegan a ser de 5 ºC, con picos de 10 ºC de disparidad en determinadas horas del día.
Junto con colaboradores de todo Brasil, la geógrafa Margarete Cristiane de Costa Trindade Amorim, de la Universidade Estadual Paulista (Unesp), ha estudiado el fenómeno de las islas de calor en ciudades del país de tamaño mediano y pequeño, tales como Florianópolis (Santa Catarina, 500.000 habitantes), Sinop (Mato Grosso, 200.000 habitantes) y Rancharia (São Paulo, 30.000 habitantes). “Aunque las ciudades pequeñas y medianas tengan menos contaminación y mucha menos gente amontonada en un área pequeña que las metrópolis, el impacto en ellas de las islas de calor también es alarmante”, dice De Costa Trindade Amorim. El proyecto a más largo plazo de la geógrafa, en gran medida financiado por la FAPESP, consiste en elaborar una comparación del efecto de las islas de calor en dos ciudades de tamaño mediano situadas en zonas climáticas distintas.
El 55 % de la población mundial vive en centros urbanos, más cálidos que las zonas rurales
La localidad de Presidente Prudente, en el sector occidental del estado de São Paulo, una ciudad con 230.000 habitantes donde está situado el campus de la Unesp en el que trabaja la geógrafa, fue elegida como representante de una zona tropical. La ciudad de Rennes, en el oeste de Francia, con 220.000 residentes, se tomó como ejemplo de un centro urbano de clima templado. Con la ayuda de 26 sensores que medían diariamente el calor en 26 puntos distintos de Presidente Prudente, cinco de ellos en zonas rurales y 21 en sectores urbanos, De Costa Trindade Amorim llevó a cabo un seguimiento de la temperatura en diferentes zonas de la ciudad durante nueve meses. Colegas de la Universidad de Rennes hicieron algo similar en la localidad francesa, donde, en promedio, caen 600 milímetros de lluvias al año, la mitad de la pluviosidad típica en el oeste paulista.
Grosso modo, el impacto del efecto de las islas de calor en Presidente Prudente fue el doble que el de Rennes, tal como lo muestra un estudio publicado por la brasileña y sus colegas franceses en la revista Urban Climate en julio de 2021. “De julio a agosto, durante nuestra estación seca, la diferencia de temperatura nocturna entre una zona más urbanizada y una rural en Presidente Prudente puede llegar a ser de 9 o 10 ºC”, comenta la geógrafa. “En Rennes, rara vez supera los 5 ºC”. El asfalto y el hormigón absorben más calor que la vegetación y tardan más en liberar esta energía térmica. Como consecuencia de ello, gran parte del calor del día no se disipa sino hasta bien entrada la noche en los sectores de urbanización más precaria. Durante el día, la disparidad térmica en las distintas áreas de la ciudad paulista rondaba los 3 ºC.
Una de las particularidades que modifican la magnitud del efecto de las islas de calor es el patrón de ocupación del suelo en las zonas urbanas. En Presidente Prudente, por ejemplo, la presencia de viviendas populares construidas en pequeñas parcelas, prácticamente desprovistas de áreas de tierra expuesta o de vegetación entre el espacio ocupado por dos casas, es una característica urbana nacional que potencia aún más el calor que se siente en las ciudades brasileñas.