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Sociología

El eslabón perdido tropical

Brasil fue fundamental para que Darwin elaborase sus teorías, que posteriormente retornaron al país y moldearon nuestra nación

Darwin_1830012aReproducciónCharles Darwin (1809-1882) pasó cuatro meses en Brasil en 1832, durante su célebre viaje a bordo del Beagle. Y volvió impresionado con lo que vio: Deleite es un término insuficiente para expresar las emociones que siente un naturalista a solas con la naturaleza en el seno de una selva brasileña, escribió en su diario científico. Así y todo, Brasil aparece de forma mucho menos idílica en sus escritos personales: Ojalá nunca más vaya a un país esclavista. El estado de la enorme población esclava debe ser una preocupación de todos aquéllos que llegan a Brasil. Los amos de esclavos quieren ver a los negros como otra especie, pero todos tenemos el mismo origen en un ancestro común. Me hierve la sangre al pensar en los ingleses y los americanos, con sus gritos de libertad, tan culpables de todo eso. En una casa en que se hospedó en Río, sufrió al ver diariamente y a toda hora a un mulato siendo golpeado con tal violencia que sería suficiente como para doblegar el espíritu del más bajo animal. En lugar del gorjeo del zorzal, lo que quedó en el oído de Darwin, al volver a Inglaterra, fue un sonido terrible que lo acompañó durante toda la vida: Hasta hoy, cuando escucho un grito a lo lejos, recuerdo con dolorosa y clara memoria cuando pasé por una casa en Pernambuco y escuché los bramidos más terribles. Enseguida entendí que era algún pobre esclavo que estaba siendo torturado. Me sentí impotente como un niño ante aquello, incapaz de hacer la mínima objeción.

Para Darwin, el viaje del Beagle fue menos importante por los especímenes que recolectó que por la experiencia de testimoniar los horrores de la esclavitud en Brasil. En cierta forma, él eligió poner el foco en la descendencia común del hombre precisamente para demostrar que todas las razas eran iguales, y así objetar definitivamente a aquéllos que insistían en tratar a los negros como una especie diferente e inferiores a los blancos, explica el biólogo Adrian Desmond, de la University College London, quien junto con James Moore ha publicado Darwin’s sacred cause: race, slavery and the quest for human origins, un estudio que muestra una inusitada pasión abolicionista del científico, revelada a partir del redescubrimiento de sus diarios y cartas personales. La gran revelación de estos escritos apunta que la mayor parte de las investigaciones de Darwin se abocó a la raza durante muchos años. Para él no había diferencia entre raza y especie y su investigación sobre el origen de las especies es también sobre el origen de las razas, incluidos los humanos. La extensión de su interés explícito en el combate contra la ciencia de cuño racista es sorprendente y pudimos detectar un ímpetu moral por detrás de su trabajo sobre la evolución humana, una creencia en una hermandad racial que tenía sus raíces en su odio al esclavismo, lo que lo llevó, junto con otros factores, a pensar en una descendencia común. Su ciencia no era neutra, tal como se creía, sino que cobraba impulso en la pasión moral y en las preocupaciones humanitarias, sostiene.

Darwin_foto0044originalReproducciónLa conocida reticencia del naturalista a publicar su obra (fueron tres décadas de indecisión), sostiene el autor, puede también explicarse por esa visión nada baconiana de la ciencia, que igualmente echaría luces sobre las razones que llevaron un joven con una carrera prometedora en vista a arriesgar su futuro enfrentando a la sociedad cristiana, a la que a su vez pertenecía, con una teoría del hombre mono. En función de su herencia antiesclavista, y debido a su experiencia con la esclavitud brasileña, Darwin, al volver a Europa, en 1836, concibió la imagen del ancestro común. Sus cuadernos de anotaciones entre 1837 y 1838 muestran su pensamiento moviéndose cada vez más en dirección a una hermandad racial; ideas que desarrolló en un tiempo en que existía una gran euforia abolicionista, analiza Desmond.

El análisis de los documentos revela a un joven Darwin que merece ser más conocido. “Los diarios cerrados escritos inmediatamente después del viaje del Beagle muestran a un hombre muy diferente de aquel ‘hombre de ciencias’ serio, que presentó El origen de las especies como una acumulación paciente de hechos que prácticamente lo forzaron a hacer conclusiones evolutivas. Por supuesto que no pretendemos explicar toda su obra en función de su pasión por la abolición, pero creemos que fue su obsesión por la unidad racial lo que lo llevó a tocar en ese tema intocable y traicionero, a despecho de todos los problemas que surgirían”, afirma. La curiosidad de los investigadores se aguzó hace diez años, cuando releían La descendencia del hombre y la selección con relación al sexo. ?En dos tercios de un libro supuestamente dedicado a la evolución humana se hablaba solamente de abejas, pájaros y mariposas. ¿Por qué? Bueno, Darwin quería probar su teoría de la ?seleción sexual?. Pero, ¿por qué eso era tan importante? Porque era la prueba central del ancestro común racial, ya que esa selección era la responsable de las diferencias de apariencia entre las razas de animales y de humanos, y no porque las especies fueron creadas separadamente como pretendían los pro-esclavistas. El hecho de que muchas de sus ideas se gestaron cuando EE.UU. se preparaba para una guerra civil a causa de la esclavitud eleva la dimensión moral de su investigación?. Darwin, pese a ser discreto en su compromiso, como era apropiado para un caballero victoriano, era un antiesclavista que había crecido en el seno de una familia profundamente involucrada en la causa abolicionista: los Wedgwood, la familia de su madre y de su futura esposa. Su abuelo paterno Erasmus también era un defensor de la ?causa sagrada?.

Fue en Edimburgo, donde procuró infructuosamente estudiar medicina, que conoció por primera vez a un negro, un liberto de Guyana que le enseñó a embalsamar aves. ?Se hicieron grandes amigos y Darwin, por supuesto, no aceptaba los argumentos racistas de que los negros ?no podían ser civilizados?. Llegó a ponerse furioso cuando su colega Charles Lyell regresó de EE.UU. maravillado con los esclavistas que lo recibieron, y le advirtió que era necesario ir más allá de las pulidas trampas de la sociedad sureña y ver la cruel realidad en que la misma se cimentaba. Incluso su profunda antipatía por el naturalista y detractor del evolucionismo Louis Agassiz puede ahora entenderse, debido a la defensa que éste hacía del poligenismo en Harvard.?

Darwin_chuck-dReproducciónComo no podría dejar de serlo, si la teoría darvinista en cierta forma surgió de una epifanía política del naturalista en Brasil, al regresar al país, en 1870, el en ese entonces llamado ?darwinismo? fue recibido por una generación que planeaba cambios políticos en la nación. ?Aquél era un momento en que no se veía más la pujanza de la tierra como una singularidad local, sino a los hombres con su composición racial. Médicos, juristas, historiadores y naturalistas se sentían responsables por la creación de nuevas identidades para la misma nación, y la cuestión de la raza se vuelve así una obsesión, ya que sería el lenguaje mediante el cual sería posible dar cuenta de las desigualdades existentes y alcanzar una cierta unidad nacional?, sostiene la antropóloga Lilia Schwarcz, de la USP.

La reunión del discurso racial y el proyecto nacionalista brindó la oportunidad de pensar una nación con base en criterios biológicos. ?A los ojos de estos intelectuales, solamente la ?doctrina? evolucionista permitiría la creación de una representación de Brasil como una unidad en formación. El evolucionismo promueve la ?convicción científica? de que las naciones jóvenes, sujetas por la fatalidad del colonialismo, podrían acercarse a las naciones civilizadas metropolitanas, ya que, según las teorías, era de la naturaleza de los seres transformarse con el correr del tiempo?, analiza el sociólogo Carlos Alberto Doria, autor del doctorado Cadencias y decadencias de Brasil: el futuro de la nación bajo la sombra de Darwin, Haeckel y Spencer, defendida en la Unicamp. ?Al adoptar la jerga evolucionista y racial, las elites letradas, en especial los médicos y los juristas, terminaron por asumir una especie de conciencia del atraso, y encontraron respaldo para redimensionar una discusión sobre la igualdad entre los hombres, y así también sobre los criterios de ciudadanía?, sostiene Lilia. Pero al mismo tiempo que la adopción de los modelos darwinistas sociales daba a las elites la sensación de cercanía con el mundo europeo y de confianza en el progreso y en la civilización, insertaba un cierto malestar con la aplicación de esas teorías a las cuestiones raciales brasileñas, ya que era necesario depararse cara a cara con la realidad del mestizaje tan avanzado en el país.

De cualquier modo, la recepción del darwinismo en Brasil fue una de las menos problemáticas en toda América. ?En sociedades donde las elites están desunidas, todas las ideas, incluso las científicas, son apropiadas como armas. El darwinismo es un buen ejemplo, ya que fue fácilmente convertido en símbolo del secularismo?, evalúa el historiador Thomas Glick, de la Universidad de Boston. El problema racial sirvió de estímulo al discurso evolucionista y llevó a un movimiento destinado a clasificar a las razas científicamente. Las convicciones evolucionistas, a su vez, hacían posible una visión optimista sobre la capacidad de Brasil de superar el atraso.

darwin_01.tifReproducción?Así, al evolucionar, el Brasil del siglo XIX significaba derribar a la monarquía, que el trabajo se volviera libre, privilegiar la libre competencia y reexaminar la concepción de Estado?, afirma la historiadora Regina Gualtieri, de la Universidad Federal de São Paulo (Unifesp). Pero Brasil conoció un evolucionismo que, aunque denominado ?darwinismo?, era la versión que de él presentaron el filósofo inglés Herbert Spencer (1820-1903) y el biólogo alemán Ernst Haeckel (1834-1919). ?La visión que ambos tenían de la evolución se vinculaba con un sistema de pensamiento integrado al ultraliberalismo radical del industrialismo victoriano, al tiempo que era jerarquizador de las sociedades humanas como razas y civilizaciones?, acota Doria. ?Ninguno de los intelectuales evolucionistas (Euclides da Cunha, Nina Rodrigues, Sílvio Romero, Manoel Bonfim, Monteiro Lobato) verificó directamente en Darwin qué significaba exactamente ?evolución? o ?raza? ni cómo se procesaban en el reino de la naturaleza, y prefirieron tomarlas de segunda mano de Spencer y Haeckel.?

Spencer fue pionero en la divulgación para el público no especializado de la idea de evolución y antes incluso que Darwin ya había postulado la importancia de una teoría de la selección. Pero su lectura fue responsable de una considerable confusión sobre el darwinismo real: fue Spencer quien redefinió la selección natural como ?la supervivencia del más apto? y así se convirtió en el portavoz de una teoría social basada en una lucha brutal por la existencia, erróneamente denominada ?darwinismo social?, que pregonaba la guerra de los fuertes contra los débiles, los ricos contra los pobres, conflictos necesarios, pues llevarían a la sociedad humana a un pleno desarrollo, purgándola de los ?débiles?. Haeckel, un darwinista de la primera hora, veía un paralelo entre el desarrollo de las razas y el desarrollo de las especies, y para él las razas llamadas ?primitivas? eran una etapa ?infantil? en la marcha de la humanidad rumbo al progreso, cuyo punto culminante era el hombre blanco. Llegó a crear una religión, el ?monismo?, en la cual toda economía, política y ética quedaban reducidas a la biología aplicada.

En un país que estaba intentando transformarse política, económica y socialmente, las ideas evolucionistas, en especial después pasar por el ?filtro? de Spencer y Haeckel, eran muy bienvenidas, e incluso los debates religiosos no impidieron su rápida propagación en Brasil. ?Concepciones tales como la de la selección natural y la de la lucha por la vida podrían emplearse para combatir en nombre de las transformaciones la pretendida apatía e ineptitud de los opositores. En tanto, la ley biológica de Haeckel, trasladada al mundo social, preveía que los pueblos, durante su desarrollo, recapitularían la historia de otros pueblos ya desarrollados y, en la interpretación spenceriana, las organizaciones sociales más simples y menos evolucionados se transformarían, siguiendo los pasos de las sociedades más complejas?, analiza Regina Gualtieri.

Brasil exhibía también otras peculiaridades que facilitaron la llegada del darwinismo, aunque en su forma ?bastarda?. En la esfera del Estado, el emperador, aunque fuera amigo de Agassiz y de otros enemigos del evolucionismo (reveló en carta su profundo horror a cualquier aproximación entre hombres y monos), no era del todo contrario a Darwin. Las elites católicas se mostraban igualmente inclinadas a demostrar una cierta buena voluntad con las nuevas ideas, ya que notaban que tenían algo por ganar al aceptar un evolucionismo poligenista que daba asidero científico como para legitimar la manutención de la supremacía blanca. Por último, en los principales museos e institutos, y en facultades importantes, como la de Medicina de Bahía y la de Derecho de Recife, había simpatizantes del darwinismo. ?Con todo, en ausencia de biólogos y naturalistas en cantidad, los principales darwinistas brasileños eran médicos o teóricos sociales?, recuerda Glick. Un detalle notable de esta recepción era la evidencia de la decadencia entre los letrados nacionales de la cultura francesa, hasta entonces la base del positivismo, en aquel momento en la mira de la generación materialista.

?El darwinismo a la brasileña fue filtrado por una visión cultural alemana, característica del impacto de la ?crisis alemana del pensamiento francés?, cuya expresión mayor se dio en el germanismo de la escuela de Recife?, evalúa Doria. ?El proyecto de esta generación modernizadora, que pasa a cuestionar la cultura francesa utilizando fuentes alemanas, se corporifica en un discurso consistente sobre la raza como principal soporte de la elaboración del ser nacional. La raza será para nuestros evolucionistas la propia comunidad.?

darwin_02.tifReproducción del libro "Rio de Janeiro - Cidade Mestiça"También según Doria, esto imprimió al evolucionismo nacional un aspecto contradictorio, ya que se vio transformado en base de sustentación teórica de prácticas de cuño conservador, pese al sentido revolucionario de los descubrimientos de Darwin. ?El evolucionismo, en especial en su formato haeckeliano, terminó convirtiéndose en una ideología, ya que se lo usó para confirmar una convicción de las elites de que había diferencias cualitativas entre los grupos humanos que hacían posible clasificarlos como inferiores y superiores. Lo social, lo cultural y lo biológico se fundieron para formar una teoría de organización social: mientras que algunos afirmaban que los resultados atávicos del mestizaje podían revertirse mediante el mecanismo de importación de europeos para ?blanquear? a las razas inferiores, el mismo efecto podría obtenerse en la imposición de la cultura europea, que sería suficiente para ?blanquear? a un mulato?, sostiene Glick. Resulta importante resaltar que esta ideología forjada a partir del darwinismo fue más allá del circuito cerrado de las instituciones del saber y de la enseñanza y se propagó por la sociedad mediante conferencias y su consiguiente divulgación y debate en la prensa de la época. El ejemplo más notable de ello fueron las Conferencias Populares de Glória, charlas públicas realizadas en Río de Janeiro, creadas en 1873 para divulgar las artes y las ciencias. Si bien el público se restringía a una elite letrada, no por ello las conferencias dejaron de cobrar fuerza política, ya sea legitimando las ideas en debate o al ganar repercusión en la prensa, que colaboraba en la propagación y cristalización de nuevas ideas, como lo fue por ocasión del ciclo de conferencias sobre el darwinismo en 1875. Se hizo célebre una proferida por el médico Miranda Azevedo, el principal responsable de la difusión del ?darwinismo social? en el país, en especial por su defensa de ?la lucha por la existencia?. ?Para él, el darwinismo suministraría el nexo instrumental para pensar y resolver los problemas de la sociedad brasileña, como cuando ataca el sistema de convocación de los militares, que, según afirmaba, retiraba de la sociedad a los individuos más sanos y fuertes, dejando a los ?débiles? como fuente de reproducción y constitución de la familia y de la sociedad brasileña?, recuerda la historiadora Karoline Carula.

?¿Son precisamente los débiles quienes han de constituir familias y así les transmitirán a sus hijos los gérmenes de ese raquitismo, de esa degeneración que todos los estadistas proclaman??, preguntó el médico a su auditorio para, acto seguido, partiendo de dicho razonamiento, atacar a la monarquía debido a su incapacidad de actuar según las ?leyes? de Darwin, y culminar con un grito de guerra: ?Prefiero descender de un mono perfeccionado que de un Adán degenerado?. Estas discusiones fueron de igualmente importantes para preparar al público lector de novelas naturalistas, como las de Aluísio Azevedo (O mulato, de 1881, y O cortiço, de 1890), permeadas, según apunta Carula, ?de la teoría de Darwin?, lo que revelaría ?de qué manera el darwinismo había adquirido otra categoría de difusión a comienzos de la década de 1880, demostrando que la opinión pública ya lo aceptaba en la literatura. ?En el naturalismo, personajes y tramas son sometidos al determinismo ciego de las ?leyes naturales? que la ciencia de la época juzgaba haber codificado. Entre ellas estaban las oriundas del darwinismo y de otros tipos de evolucionismo, como el darwinismo social de Spencer. Claro que Azevedo no quería aplicar conceptos. Pero en el episodio naturalista existe una profusa aplicación de la ?lucha por la supervivencia?, de la ?supervivencia del más apto?, de la ?evolución moral?, etc.?, considera el biólogo Ricardo Waizbort, de la Fiocruz.

Curiosamente, en medio de todo ese debate ideológico, poca atención se le dio en Brasil a un verdadero darwinista: Fritz Muller (1822-1897). ?Fue con seguridad el biólogo darwinista más importante del siglo XIX después del propio Darwin?, evalúa Glick. Habiendo emigrado de Alemania a Brasil en 1892, Muller vivió discretamente como un modesto docente, dando clases en el sur del país, enfrentándose a la influencia poderosa de la religión en el sistema educativo. En 1863 escribió Für Darwin, un estudio sobre crustáceos que fue fundamental y pionero para la confirmación empírica de los mecanismos de la selección natural. Darwin, entusiasmado, quiso que se lo tradujera en inglés y ambos se correspondieron durante largos años. Como profesor, en Desterro, influyó con su darwinismo sobre el poeta Cruz e Souza, ridiculizado por sus pares que veían en el padre del escritor al ?eslabón perdido?, que aún mantenía el humor y verseaba sobre su condición de negro: ?Tú vienes exacta y directamente de Darwin. Puedo detectar en tu rostro las protuberancias craneanas del orangután, el gesto lascivo, el aire animal y predador del simio?. ?Muller, al igual que el inmigrante alemán Carl von Koseritz, eran los corresponsales de Haeckel en Brasil y, junto al suizo Emílio Goeldi, ?evolucionistas de primera mano?, quienes, no obstante, no constaban en la biblioteca de evolucionistas como Tobias Barreto o Sílvio Romero, lo que revela así el carácter ideológico que las ideas biológicas de Darwin adquirieron en Brasil.

Se cierra así el ciclo de la mezcla entre Darwin, la nación y la raza en un formato tropical. ?El tipo de discusión evolucionista que se dio en el país atenuó los aspectos de la hereditariedad, enfatizando los más ligados a los problemas de adaptación, lo que provocó una atenuación de los argumentos racistas como discurso en la esfera pública, en los moldes del encontrado en el darwinismo social?, sostiene Doria. ?El mestizaje pasó a verse como una forma diluyente de selección, cuya mezcla se dio en la esfera privada, comandada por cada uno. Si la nación era una creación colectiva, el seleccionismo es una cuestión individual y privada, como una eugenesia sorda, que aparecía resuelto en la sociedad por el ?hecho? del mestizaje.?

Solamente la mejora de la adaptación de las razas que constituían la nacionalidad subió al escenario de la esfera pública: la ?herencia? fue puesta atrás de los telones de la privacidad. ?Eso dio a nuestro racismo unas facciones más atenuadas y acordes con el mito de la ?democracia racial?, lejos de eugenismos de tipo apartheid y, al mismo tempo, extremadamente tolerante con los procesos privados de discriminación. En la base de todo estaba la postergación del reconocimiento de la ciudadanía del negro, proyectado hacia un futuro diluido y diluyente, acorde con las leyes biológicas que llevarían al blanqueamiento nacional. En ello el deseo de ser brasileño implicaría la abdicación del deseo de ser negro?. En la contramano, sigue Doria, se encontraba el programa de mejora del pueblo de la biocracia brasileña (el Estado pasa a ser el personaje que dirige el organismo social en el sentido deseado, lo que le quita su carácter natural a la evolución), el higienismo, cuyos representantes más simportantes fueron Lobato y Oswaldo Cruz, esencialmente no genetista, volcado a corregir la vida de las poblaciones salidas del esclavitud y abandonadas en la pobreza. Pero las palabras de Lobato no nos hacen olvidarnos de la fuerza motriz oculta: ?Nuestro dilema es: enfermedad o incapacidad racial. Es preferible optar por la enfermedad?.

?El evolucionismo desempeñó en Brasil el papel de única guía segura a lo largo del proceso de discusión sobre la formación de la nación. Así, lo que los brasileños entendieron como ?darwinismo? fue parámetro de discusiones más cercanas a la filosofía social que a la biología, lo que muestra de qué manera nos apropiamos de dicha teoría?, resume Doria. Pero, según acota Lilia, en Brasil evolucionismo combina con darwinismo social, como si fuera posible hablar de ?evolución humana? pero diferenciando razas; negar la civilización de los negros y mestizos sin hacer mención a los efectos del mestizaje ya avanzado; expulsar la ?parte gangrenada? y asegurar que el futuro de la nación era ?blanco y occidental?. El propio Darwin, en especial con base en la publicación de La ascendencia del hombre, en 1871, también pasó a aceptar, como buen victoriano, la idea de una ?escalera? racial y cultural, con los blancos en la cima y los negros en la base. ?No es correcto afirmar que la culpa de los efectos perjudiciales del ?darwinismo social? sea exclusivamente de la lectura que hizo Spencer, la coartada ideal para Darwin, como si éste solamente fuera el científico puro y exento. Para Darwin no era posible un darwinismo no social, pues lo social era parte integrante de su sistema de comprensión de la naturaleza. En este sentido, fue concientemente matriz del colonialismo y de otras barbaries cometidas en su nombre. De allí la importancia en esta conmemoración de bicentenario de volver a ver al joven Darwin, capaz de depositar pasión en la ciencia y de llevarla al camino humanitario?, recuerda Adrian Desmond. Tiempos en que la ?causa sagrada? no se confundía con el ?fardo del hombre blanco?.

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