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FISIOLOGÍA

El frío y el calor segaron la vida de 142.700 personas en las ciudades brasileñas entre 1997 y 2018

Los fallecimientos causados por temperaturas muy bajas o muy altas ocasionaron pérdidas anuales por alrededor de 443 millones de dólares en ese lapso

Personas sin techo durmiendo en el centro de São Paulo durante una madrugada de 2022 en la que los termómetros marcaban 10 °C

Jardiel Carvalho / Folhapress

Los ascensos y descensos bruscos de la temperatura aumentan el riesgo de muerte, especialmente entre la población vulnerable, como la que componen las personas que viven en la calle o las más frágiles y susceptibles a las variaciones térmicas, tales son los casos de los niños pequeños y los ancianos. Temperaturas que rondan los 30 grados Celsius (ºC) son suficientes como llevar a un trabajador manual al agotamiento por calor, con sudoración intensa, jadeo y aceleración del pulso, así como mareos y confusión mental. Con unos 40 ºC, incluso alguien sentado en el sofá de su casa puede sentirse mal, exhibir los mismos síntomas y requerir su hospitalización si el ambiente no estuviera climatizado. El calentamiento corporal provoca la dilatación de los vasos sanguíneos y disminuye la presión arterial, obligando al corazón a intensificar su bombeo para conseguir que el oxígeno llegue a los órganos. El organismo también se deshidrata y pierde sales minerales, lo que complica el cuadro. En tanto, la exposición a bajas temperaturas durante algunas horas suele provocar alteraciones inversas, pero con efectos similares sobre la salud. Los vasos sanguíneos se contraen y esto lleva a que la sangre se acumule en los órganos internos. La presión arterial y los latidos del corazón se incrementan y, si el cuerpo no se calienta y recupera el equilibrio, el sistema cardiovascular puede colapsar.

“El cuerpo humano funciona correctamente dentro de un estrecho margen de temperatura interna, de alrededor de 1 grado por encima o por debajo de los 36,5 ºC. Fuera de este rango empieza a haber problemas, de mayor gravedad en niños, ancianos y personas con enfermedades preexistentes”, dice la meteoróloga y médica Micheline Coelho. Con maestría y doctorado en el campo de su primera titulación, posteriormente ella se recibió de médica y trabaja como investigadora colaboradora en el Laboratorio de Patología Ambiental y Experimental (Lapae) de la Facultad de Medicina de la Universidad de São Paulo (FM-USP) y en la Universidad Monash, de Australia. En colaboración con el patólogo Paulo Saldiva, coordinador del Lapae, estudia el vínculo entre las condiciones atmosféricas y la salud humana.

Saldiva y Coelho forman parte de una red internacional de investigación que, en la última década, ha empezado a calcular el impacto de los días más calurosos y más fríos sobre la salud de las personas y en la economía. En un estudio reciente, publicado en la edición impresa de diciembre de la revista Environmental Epidemiology, el dúo brasileño e investigadores de otros nueve países calcularon el porcentaje de muertes que pueden atribuirse al calor y al frío extremos en trece naciones de América Latina y tres territorios franceses de ultramar en el continente, como así también cuánto representan en pérdidas económicas.

Las 69 localidades evaluadas están situadas en países que comprenden desde México hasta Chile, Brasil inclusive. En ellas, al menos 408.136 personas murieron a causa del frío y 59.806 por el calor entre 1997 y 2019. Los decesos atribuibles a las bajas temperaturas representan el 4,1 % y los asociados a altas temperaturas el 0,6 % de las 9,98 millones de muertes registradas en estas ciudades en el período. En conjunto, estas fatalidades generaron pérdidas que ascienden a unos 2.400 millones de dólares al año, calculadas sobre la base del valor estimado de un año de vida y la cantidad de años que cada persona hubiera vivido si alcanzaba la esperanza de vida promedio de su población. Las pérdidas que se relacionan con el frío oscilaron entre 0,3 millones de dólares al año en Costa Rica y 472,2 millones de dólares al año en Argentina. El calor, asociado a un número menor de muertes, generó pérdidas anuales que fluctuaron entre 0,05 millones de dólares en Ecuador y 90,6 millones de dólares en Brasil (véase el gráfico abajo).

Alexandre Affonso / Revista Pesquisa FAPESP

A propósito, Brasil contribuyó con uno de las mayores cantidades de localidades y la serie histórica más extensa. Aquí, en 18 ciudades (12 de ellas capitales de estados) donde viven más de 30 millones de personas, se registraron 3,86 millones de fallecimientos entre 1997 y 2018. En esos 22 años hubo 113.528 muertes como consecuencia del frío y 29.170 por el calor, con pérdidas anuales que ascendieron a 352,5 millones de dólares en el primer caso, y los ya citados 90,6 millones en el segundo. “Uno de los problemas que padece Brasil radica en que, por lo general, las viviendas, escuelas, hospitales y muchos de los lugares de trabajo no están preparados para soportar ni el frío intenso ni los calores extremos, que probablemente se tornarán más habituales en muchas regiones del país como consecuencia del cambio climático y las alteraciones en el ambiente urbano”, dice la médica y meteoróloga.

Las muertes constituyen tan solo el efecto más extremo y evidente de las variaciones de la temperatura. El frío y el calor, empero, causan daños a la economía y afectan la calidad de vida. En un trabajo anterior, publicado en 2023 en la revista Science of the Total Environment, Saldiva, Coelho y sus colaboradores habían calculado pérdidas económicas por casi 105.000 millones de dólares en 510 municipios brasileños, como consecuencia del trabajo en condiciones térmicas inadecuadas (demasiado calor o frío) entre 2000 y 2019 (lea en Pesquisa FAPESP, edición nº 331).

En estudios de esta índole, las temperaturas asociadas a los decesos son las que más se alejan del valor considerado confortable para la población de cada ciudad. Es lo que se denomina temperatura de mortalidad mínima (TMM): la temperatura promedio óptima, calculada sobre la base de los valores medidos a lo largo del día, en la cual se registra la menor cantidad de muertes. En el estudio publicado en el número de diciembre de Environmental Epidemiology, la TMM de la mayoría de las ciudades brasileñas se situó en torno a los 23 ºC, siendo más baja (21 ºC) en Curitiba (Paraná), y más alta (alrededor de 28 ºC) en Palmas (Tocantins) y São Luís (Maranhão).

Los días con valores muy inferiores o superiores a la TMM se consideran temperaturas extremas. No son muchos, suman el 2,5 % de los días del año en que los termómetros registraron las marcas más bajas, en los extremos fríos, y el 2,5 % con las temperaturas más altas, en los extremos calurosos. Los investigadores constataron que, para la mayoría de las ciudades, el gráfico que representa el riesgo de muerte para cada temperatura tenía la forma de la letra U. Esto indica que la probabilidad de morir aumenta a medida que la temperatura desciende o aumenta en relación con la TMM. A menudo, el gráfico aparecía en forma de una letra U con el brazo izquierdo ligeramente oblicuo, lo que muestra que el riesgo de muerte crecía más rápidamente con el aumento que con el descenso de la temperatura. En Asunción, la capital de Paraguay, por ejemplo, donde la temperatura ideal era de unos 27 ºC, un incremento de 5 o 6 grados hizo que el riesgo de morir se duplicara, mientras que esta probabilidad aumentaba un 50 % cuando la temperatura se ubicaba en más de 15 grados por debajo de la TMM, aunque, en proporción, mueren más personas por el frío que por el calor.

El impacto de la temperatura sobre la salud varía de una persona a otra: quienes viven en zonas calurosas suelen estar más adaptados al calor, y viceversa. También depende del sexo, la edad y la existencia de enfermedades crónicas, como el asma o el hipotiroidismo, así como del tiempo disponible para aclimatarse al cambio, siendo mayor en el caso de los niños de corta edad o los ancianos, que enfrentan mayores dificultades para regular el calor corporal: con la edad, los problemas de salud y el uso de medicamentos se hacen más frecuentes y alteran el funcionamiento del organismo, lo que puede agravar el efecto de las temperaturas exteriores no ideales.

En otro trabajo, publicado igualmente en Environmental Epidemiology meses antes, Coelho, Saldiva y sus colaboradores evaluaron en qué franja de edad los días de frío y calor más extremos ‒correspondientes a aquellos clasificados entre el 1 % con las temperaturas más bajas o las más altas, respectivamente‒ causaban más víctimas fatales entre los adultos y cuáles eran las causas más frecuentes de los fallecimientos.

El estudio incluyó datos de 532 ciudades de 33 países con ingresos medianos y altos y corroboró lo que se había detectado en investigaciones anteriores de menor envergadura. Los días de frío extremo aumentaban el riesgo de morir en un 22 %, en promedio. La probabilidad crecía a medida que la edad avanzaba, principalmente por el deceso a causa de problemas cardiovasculares y respiratorios. Los problemas cardiovasculares fueron los que más contribuyeron a un desenlace fatal en los días gélidos. El frío incrementó en un 34 % las probabilidades de morir debido a problemas tales como infartos o accidentes cerebrovasculares y en un 27 % por complicaciones respiratorias.

Tercio Teixeira / Getty ImagesBañistas en una playa de Río de Janeiro durante una ola de calor en 2023 en que la temperatura llegó a 39,9 ºCTercio Teixeira / Getty Images

En tanto, los días tórridos ampliaron el riesgo de muerte en un 11 %. Esta probabilidad fue más homogénea en todos los grupos de edades y solo crecía en forma significativa por encima de los 75 años. En el caso del calor, sin embargo, los problemas respiratorios (asma, neumonía y otros) contribuyeron más que los cardiovasculares. Los primeros aumentaron el riesgo de muerte en un 22 % en casos de calor extremo, y los problemas cardíacos y circulatorios en un 13 %. Según los autores del estudio, la exposición a temperaturas extremadamente altas o bajas puede desencadenar una cascada de efectos fisiopatológicos, que incluyen el aumento de la frecuencia respiratoria y cardíaca, alteraciones en la viscosidad y en la coagulación sanguínea, en la presión arterial y en los niveles de colesterol, así como respuestas inflamatorias.

“Aunque es inferior que la causada por el frío, la mortalidad asociada al calor se ha ido acentuando en los últimos años”, dice Saldiva. Y se agravará durante las próximas décadas si el aumento de la temperatura media del planeta no se detiene. En un estudio publicado en 2017 en la revista The Lancet Planetary Health, Saldiva, Coelho y sus colaboradores del consorcio Multi-Country Multi-City [MCC] calcularon el comportamiento futuro de las muertes por frío y calor extremos en distintas regiones del planeta basándose en datos de 451 ciudades ‒incluyendo 18 brasileñas‒ de 23 países.

Si se confirman los peores escenarios, con aumentos de la temperatura media mundial por encima de los 3 ºC, las muertes asociadas a las altas temperaturas crecerán exponencialmente en distintas áreas del planeta, mientras que las muertes por frío disminuirán. Las zonas más afectadas serán América Central y del Sur, el centro-sur de Europa y el sudeste asiático, con un aumento de las muertes por calor extremo de entre 2,5 y 14 puntos porcentuales en el período 2090-2099 en comparación con el de 2010-2019.

En Centroamérica y Sudamérica, el impacto de los cambios climáticos en el aumento de los días calurosos se empezará a notar mucho antes. Entre 2045 y 2054, la cantidad y la duración de las olas de calor se duplicarán en la mayor parte de la región, incluso en el escenario de menores emisiones y un aumento de la temperatura menos pronunciado, según un artículo publicado en octubre en la revista Scientific Reports por un grupo internacional que contó con la participación del médico y epidemiólogo brasileño Nelson Gouveia, también de la FM-USP, pero que no participó en los estudios de Saldiva y Coelho. En el peor escenario, la cifra de olas de calor podría multiplicarse por 12 y su duración se incrementaría nueve veces.

Más allá de que el total de los días calurosos ha aumentado en los últimos tiempos ‒el decenio 2015-2024 concentra los años más cálidos desde 1850 a la fecha‒, cada grado añadido a un día de calor extremo aumenta más el riesgo de morir que la disminución de 1 ºC en una jornada de por sí ya fría. En América Latina, el aumento en el primer caso fue de un 5,7 %, mientras que en el segundo se ubicó en un 3,4 %, corroboraron Gouveia y sus colaboradores en un artículo publicado en la revista Nature Medicine en 2022. “A causa de esta característica, el cambio en la distribución de las temperaturas para los niveles más altos puede dar lugar, al menos inicialmente, a aumentos pronunciados en el riesgo de mortalidad a medida que el calor extremo se hace más habitual”, explica Gouveia.

En el artículo de Nature Medicine, los investigadores analizaron la relación entre las temperaturas extremas y la mortalidad en 326 municipios de la región (152 en Brasil). Tal como lo confirma el estudio en Environmental Epidemiology, el nexo entre temperatura y mortalidad en la mayoría de las ciudades está representado por un gráfico en forma de U, con el riesgo de muerte aumentando más gradualmente a medida que las temperaturas disminuían, mientras que por encima de la temperatura óptima, la probabilidad de morir crecía bruscamente con el aumento de unos pocos grados. El aumento abrupto del riesgo de muerte asociado al calor fue más evidente en aquellas ciudades que regularmente registran temperaturas medias diarias superiores a 25 ºC, como es el caso de Buenos Aires, en Argentina, o Río de Janeiro, en Brasil.

Ante este cuadro de situación, se hace urgente la adopción e implementación de políticas públicas dirigidas a mitigar y adaptarse a los efectos del clima. Esta advertencia no es nueva, pero los expertos consideran que las medidas que se han puesto en práctica hasta ahora son lentas e insuficientes. Asimismo, las cifras prometidas por la comunidad internacional para la mitigación de los cambios climáticos durante la COP29 [Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático de 2024], realizada en noviembre en Azerbaiyán, fueron muy inferiores a lo esperado y estarán destinadas a la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero y a los planes de adaptación en los países más pobres.

En cada ciudad, los factores locales, como una planificación urbana inadecuada, contribuyen para acentuar el impacto del aumento de las temperaturas y los fenómenos climáticos extremos (lea en Pesquisa FAPESP, edición nº 346). Hace algunos años, el enfermero Wolmir Péres −ahora profesor jubilado de la Universidad de Pernambuco (UPE)− y sus colaboradores compararon el efecto de las temperaturas extremas en Florianópolis [Santa Catarina] y Recife [Pernambuco], y constataron que el porcentaje de muertes atribuidas a las temperaturas extremas era más alto en la capital de Santa Catarina (el 5,8 % de la mortalidad general) que en la de Pernambuco (el 1,8 %), según los resultados publicados en 2020 en la revista Climate. La configuración urbana tenía mucho que ver con este efecto: “La construcción de edificios frente al mar, por ejemplo, impide la circulación del viento, y esto se traduce en una concentración del calor en las zonas centrales del municipio. La planificación urbana debe tener en cuenta estas repercusiones”, sugiere Péres.

Este artículo salió publicado con el título “Temperaturas letales” en la edición impresa n° 348 de febrero de 2025.

Artículos científicos
TOBÍAS, A. et al. Mortality burden and economic loss attributable to cold and heat in Central and South America. Environmental Epidemiology. dic. 2024.
SCOVRONICK, N. et al. Temperature-mortality associations by age and cause: A multi-country multi-city study. Environmental Epidemiology. oct. 2024.
GASPARRINI, A. et al. Projections of temperature-related excess mortality under climate change scenarios. The Lancet Planetary Health. dic. 2017.
KEPHART, J. L. et al. City-level impact of extreme temperatures and mortality in Latin America. Nature Medicine. ago. 2022.
PÉRES, W. E. et al. The association between air temperature and mortality in two Brazilian health regions. Climate. 19 ene. 2020.

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