Las dos terceras partes del territorio de Rusia están cubiertas por permafrost, una capa del suelo que permanece congelada incluso durante el verano del Ártico. Sin embargo, este tipo de terreno no está exento del riesgo de incendios, un problema mucho más frecuente en las selvas tropicales y sabanas de las regiones con un clima más cálido. Con el Ártico calentándose a un ritmo cuatro veces más veloz que el resto del planeta, los incendios en Siberia afectaron en 2019 y 2020 a una superficie de 4,7 millones de hectáreas de turba, la vegetación rastrera del permafrost; en el año 2020 se registró el verano más tórrido de las últimas cuatro décadas en la región. Mediante el uso de imágenes captadas vía satélite, el grupo encabezado por el experto en monitoreo remoto Adrià Descals, del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) de España, determinó que el área total quemada en esos dos años corresponde a un 44 % del total que resultó afectado por los incendios en Siberia desde 1982 (Science, 3 de noviembre). Según informa el grupo, se estima que los incendios en el permafrost siberiano crecerán en forma exponencial hacia mediados de siglo. Las quemas de 2019 y 2020 en la región liberaron en la atmósfera 413 millones de toneladas de gases de efecto invernadero.
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