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El impacto de la circulación de cerebros

En comparación con otros países, Brasil cuenta con una cantidad modesta de científicos en el exterior y carece de políticas para sacar provecho de su experiencia

En Brasil, sobre todo durante los períodos de desaceleración económica, es usual que se incrementen los riesgos de perder talentos científicos en favor de las naciones más desarrolladas, algo que compromete la capacidad del país para retomar la senda del desarrollo. Si bien no existen informes exactos al respecto del éxodo de investigadores, las informaciones disponibles revelan que el desplazamiento de científicos brasileños hacia el exterior siempre fue modesto en comparación con lo que ocurre en otras naciones, e igualmente no hay señales de que eso esté superando los niveles promedio a causa de la crisis de financiación de la ciencia que comenzó hace cinco años. Según datos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), publicados en 2017 en el informe Science Technology and Industry Scoreboard, en los últimos años Brasil mantuvo un flujo equilibrado de científicos con otros países, y llegó incluso a erigirse como un polo de atracción de talentos.

La OCDE escudriñó millones de artículos científicos publicados entre 2006 y 2016, almacenados en la base de datos Scopus, y analizó la trayectoria de sus autores. Indagó particularmente en aquellos que, cuando informaron las instituciones a las que pertenecían, demostraron haberse mudado de país al menos una vez en ese lapso de tiempo. El resultado muestra que el flujo de entrada y salida de investigadores permaneció en un nivel bajo y estable en Brasil. Un contingente de 6.460 científicos que se hallaban en el país al comienzo de ese período había mudado su domicilio profesional a Estados Unidos al final del mismo, mientras que 6.143 hicieron el camino inverso. Ese tránsito es bastante menor que el que se registra en el caso de China, donde alrededor de 32 mil científicos del país se desplazaron hacia Estados Unidos entre 2006 y 2016, y un conjunto similar hizo el trayecto contrario, o en el de la India, que se ubica en un rango de unos 20 mil investigadores. En tanto, los intercambios con Europa se mostraron superavitarios en favor de Brasil: 1.742 científicos salieron del país con destino a Francia, y 1.856 recorrieron el trayecto inverso; otros 1.284 investigadores se trasladaron a Alemania, y al cabo, 1.311 recorrieron el camino contrario.

Los datos de la OCDE apuntan tendencias, pero no debe tomárselos como cifras absolutas. La procedencia de los autores es un modo indirecto de calcular esa movilidad y no detecta, por ejemplo, a aquellos que no publicaron trabajos en dos lugares diferentes durante ese período aunque también hayan emigrado. Las estadísticas tampoco aportan evidencias categóricas de pérdidas o ganancias de capital humano, puesto que no se evaluó el sitio en donde los autores se graduaron como tampoco si emigraron con la intención de regresar, y además, no contemplan datos de 2016 en adelante. Una vez planteadas estas salvedades, las cifras son consistentes con otros estudios efectuados en décadas anteriores, que registraban una fuga acotada de talentos de Brasil hacia el exterior. Un mapeo realizado en 1972, a cargo del sociólogo Simon Schwartzman, constató que el país registraba una cifra escueta de fuga de cerebros: tan solo el 5% de los brasileños que completaban sus estudios en el exterior se quedaban trabajando afuera. “Históricamente, Brasil registra muy poca circulación internacional de talentos y hasta hace muy poco tiempo no había indicios de una situación preocupante de fuga de cerebros. Al contrario, el problema principal era el aislamiento”, resume Schwartzman.

Empero, en el ámbito académico, hay un temor creciente al respecto de que la crisis actual de la financiación a la ciencia pueda tener un efecto mayor en cuanto a la evasión de talentos que en períodos anteriores. El físico Luiz Davidovich, presidente de la Academia Brasileña de Ciencias (ABC), dice que nunca recibió tantos pedidos para escribir cartas de recomendación de científicos interesados en trabajar en el exterior. Solo en el Instituto de Física de la Universidad Federal de Río de janeiro (UFRJ), donde él se desempeña, cuatro jóvenes científicos se fueron atraídos por trabajos en universidades o empresas en Australia, Holanda, Portugal y Chile. Davidovich consigna que desde el comienzo del año ya redactó unas 10 cartas de recomendación, en su mayoría para investigadores de universidades públicas de Río. “Aprendieron todo acá y ahora se están yendo al exterior por falta de ofertas laborales en Brasil”, dice. Según el físico, esos científicos cuentan con una vasta experiencia docente y como investigadores, fueron contratados por concurso y disfrutan de estabilidad en las instituciones en las cuales se desempeñan.

A juicio de la politóloga Elizabeth Balbachevsky, de la Facultad de Filosofía, Letras y Ciencias Humanas de la Universidad de São Paulo (FFLCH-USP), actualmente se percibe un movimiento mayor de salida de brasileños con un buen nivel de formación, en parte, para estudiar una carrera en universidades extranjeras, mientras que otros aprovechan oportunidades laborales y las facilidades que les otorga contar con la doble ciudadanía. Pero el desplazamiento de científicos, que siempre existió, es menos sensible a impactos coyunturales. “Brasil dispone de un sistema educativo, de investigación y de posgrado que en las últimas décadas ofertó condiciones estables y favorables para la realización de ciencia avanzada, y este conjunto de condiciones no resulta fácil de obtenérselo en el exterior, donde existe una gran competencia”, dice. Según Luiz Davidovich, esto solía contribuir para mantener efectivamente a los científicos en el país. “Sin embargo, lo que viene ocurriendo recientemente es que muchos se plantean dejar de lado esas condiciones para establecerse en instituciones del exterior sin planes de regresar”.

Con todo, lograr trabajar como científico en el exterior no es una tarea trivial. Esa dificultad se hizo palpable en 2016, cuando becarios de doctorado y posdoctorado de la Coordinación de Perfeccionamiento del Personal de Nivel Superior (Capes) empezaron a presionar a la agencia para flexibilizar las reglas de retorno. Se les exige que regresen a Brasil en un plazo máximo de 60 días luego de la finalización de sus actividades y deben permanecer en el país durante un período equivalente a su estadía en el exterior. Habitualmente, solo un 2% de estos rompen el contrato y se rehúsan a regresar, tentados por posibilidades de trabajo ventajosas. En esos casos, deben resarcir la inversión realizada por la agencia. A partir de la falta de perspectiva de trabajo académico en Brasil, los becarios argumentan que sería razonable quedarse más tiempo afuera. En octubre de 2016, la Capes publicó una resolución permitiendo que prolonguen su estadía en el exterior, siempre y cuando presenten un proyecto de investigación de cooperación con instituciones brasileñas. No obstante, solamente dos de los 74 proyectos enviados lograron cumplir las exigencias. La mayoría de los proponentes eran doctores recientes, sin la experiencia suficiente como para organizar un proyecto en colaboración con las universidades que los cobijaron.

Los científicos más experimentados tienen mayores posibilidades de éxito, tal como fue el caso del zoólogo Alexandre Aleixo, quien desde el año pasado buscaba una oportunidad fuera del país hasta que en febrero pidió licencia de su cargo en el Museo Paraense Emílio Goeldi, en Belém (estado de Pará). Y aceptó una propuesta laboral como investigador en la Universidad de Helsinki, en Finlandia. Aleixo se recibió y obtuvo también una maestría en la Universidad de Campinas (Unicamp), y en 1997 viajó a Estados Unidos para cursar un doctorado en la Universidad de Luisiana. Regresó a Brasil en 2002, y concursó para un cargo vacante de investigador en el Goeldi. “Intervine en muchos planes de manejo para la creación y mantenimiento de unidades de conservación en la Amazonia”, relata. En los últimos años, su insatisfacción fue en aumento. “Empecé a experimentar dificultades para realizar investigación de punta por falta de recursos y, desde el punto de vista personal, estaba incómodo con la crisis de violencia en Belém”. Comenzó a postularse para otros puestos al comienzo de 2018 y en septiembre de ese año salió lo de Helsinki. Se muestra entusiasmado con su nuevo trabajo, pero dejó abierta la posibilidad de regresar. En lugar de presentar la renuncia al Goeldi, solicitó una licencia que puede extenderse hasta un máximo de seis años.

En 2011 había 267 mil brasileños con estudios terciarios viviendo en países de la OCDE

Diásporas internacionales
En la literatura académica, se define como “diáspora científica” al desplazamiento de personal altamente calificado de un país a otro: se trata de quienes se sienten atraídos por buenas oportunidades laborales o se ven afectados por crisis políticas o económicas. Países tales como China y la India protagonizaron grandes desplazamientos de talentos. Con base en datos sobre extranjeros con formación superior instalados en la zona de la OCDE, que incluye a las 36 naciones más industrializadas del mundo, la India figuraba al tope de un estudio divulgado en 2011, con 2 millones de expatriados, seguida por China (con 1,6 millones) y Filipinas (con 1,4 millones). Según ese mapeo, había 267 mil brasileños con estudios terciarios radicados en esos países, una cifra menor a la del contingente de japoneses (371 mil) y vietnamitas (524 mil).

Cuando se tienen en cuenta los ciudadanos con cualquier tipo de formación, el Ministerio de Relaciones Exteriores estima que la cantidad de brasileños que viven en el exterior oscila entre los 2 y los 4 millones. “Los movimientos de salida son naturales en los períodos de crisis económica. En Brasil, ya hubo oleadas en las décadas de 1960 y 1990, y ahora hay una en curso”, dice la socióloga Ana Maria Carneiro, investigadora del Núcleo de Estudios de Políticas Públicas de la Unicamp. Carneiro coordina un proyecto de investigación que se encuentra en la etapa inicial de su desarrollo y cuyo objetivo consiste en comprender las trayectorias de los científicos brasileños radicados en Estados Unidos y dilucidar los motivos por los cuales se fueron. “La meta consiste en proponer políticas capaces de sacar partido para nuestra ciencia a partir de la circulación y la radicación de brasileños altamente calificados en aquel país”, explica, en referencia a las evidencias que indican que, en muchos lugares, las redes de diáspora no necesariamente suponen una pérdida de talentos, sino que plantean la posibilidad de generar conexiones provechosas para la comunidad científica del país de origen.

Según un censo que se realizó en Estados Unidos en 2010, por entonces había 70 mil brasileños con estudios superiores viviendo en ese país, aunque esa fuente de datos no permita inferir cuántos de ellos trabajan como investigadores. El proyecto coordinado por Carneiro, que se propone echar luz sobre este tema, es fruto de un pedido de la embajada brasileña en Washington, que en 2017 identificó a 20 grupos de científicos brasileños trabajando en Estados Unidos, sobre todo en California y en la región de Nueva Inglaterra. Los mismo se reúnen con frecuencia para intercambiar experiencias científicas o relacionadas con emprendimientos. Simultáneamente, el equipo de la investigadora también se prepara para estudiar la diáspora científica brasileña en el Reino Unido, de dimensiones inferiores a la estadounidense.

En 2010 había 70 mil brasileños con estudios superiores viviendo en Estados Unidos

En lugar de temerle a la fuga de cerebros, varios países encararon el desplazamiento de investigadores como una oportunidad. “China y la India tomaron a la salida de talentos como un tema estratégico, aprovechando a los científicos que se radicaron en el exterior para fomentar la cooperación científica y propiciar el ingreso de su industria en el mercado estadounidense. En Brasil, nunca estimulamos a nuestros emigrantes”, dice Balbachevsky. “Tal vez el país esté cometiendo un error al intentar traer tanta gente de regreso. Si hubiera más investigadores que se queden en el exterior, podrían intensificarse los nexos con nuestra ciencia y capacitar a una cantidad mayor de estudiantes brasileños en sus grupos”.

El Ministerio de Ciencia y Tecnología de la India habitualmente contrata a talentos radicados en el exterior para sus iniciativas, convocándolos para evaluar proyectos de investigación y para supervisar su implementación. En Taiwán, el surgimiento de una industria de capital de riesgo durante la década de 1980 contó con el apoyo directo de los chinos insulares que habían emigrado hacia el Valle del Silicio, en Estados Unidos y muchos de ellos retornaron para fundar empresas con el aval del gobierno y difundieron sus capacidades. En tanto, Corea del Sur incorporó el aporte de talentos expatriados a su agenda de desarrollo, una movida que están intentando realizar también Argentina y México, por ahora con escasos resultados.

Incluso Chile, que al igual que Brasil tiene un contingente relativamente bajo de talentos en el exterior, sacó provecho de su experiencia: la creación de empresas de base tecnológica en el país estuvo fuertemente influenciada desde el final de la década 1990 por la participación de chilenos radicados en Estados Unidos con conocimientos en ciencia de punta y capacidad emprendedora. “Los miembros de la diáspora funcionan como antenas para detectar los segmentos de las instituciones nacionales que son más dinámicos y ostentan mejor rendimiento, y que también funcionan como vehículos institucionales para expandir esos sectores”, escribió el economista Yevgeny Kuznetsov, del Migration Policy Institute, en Estados Unidos, en el libro intitulado How can talent abroad induce development (Migration Policy Institute – 2013), quien analiza los ejemplos citados más arriba. A juicio de Kuznetsov, los países con más éxito para sacar provecho del aporte de sus talentos en el exterior fueron aquellos que organizaron grupos de líderes en la diáspora, facilitaron la interacción de esos grupos con agencias locales, patrocinaron proyectos de calidad y con objetivos definidos y estimularon el espíritu emprendedor.

La salida china
Durante mucho tiempo, los chinos emigraban en masa para hacer posgrados en el exterior, fundamentalmente en Estados Unidos y en Europa. Tan solo en 2008, alrededor de 180 mil salieron del país, un 25% más que el año anterior. “Sin embargo, en los últimos años los chinos generaron proyectos para estimular el retorno de sus científicos, emprendedores y otros expertos de alto nivel desperdigados por el mundo”, comenta el climatólogo Carlos Nobre, expresidente de la Capes. El objetivo, dice, era invertir en una ciencia afianzada y articulada con redes internacionales de conocimiento, para brindarle soporte a su plan de desarrollo. Datos del informe de la OCDE indican que China, al mantener científicos en el exterior y al llevar parte de ellos de regreso, prácticamente duplicó su porcentaje de colaboraciones científicas internacionales entre 2005 y 2015, de un 7,4% a un 12,2% del total de los artículos publicados.

Desde el inicio de la década de 2000, el debate al respecto de la diáspora científica y sus efectos globales y regionales cobró nuevo vigor enfocándose en los efectos positivos que esos procesos pueden tener en el flujo de las redes internacionales de cooperación. Según Ana Carneiro, este nuevo abordaje contrasta con el concepto de la “fuga de cerebros” por medio de otros dos modelos de dinámicas migratorias que caracterizan a la movilidad académica: el de la circulación de cerebros (brain circulation) y el de red de cerebros (brain network). “Estos conceptos coinciden en el sentido de que los miembros de las diásporas científicas, incluso a distancia, pueden influir en las instituciones de sus países de origen al erigir redes de investigaciones transnacionales”, explica la socióloga.

En un estudio que salió publicado en 2017 en la revista Nature se analizaron 14 millones de artículos publicados por millones de científicos entre 2008 y 2015. Se constató que el índice de citas de los artículos de investigadores con más de un país de filiación de sus trabajos –que, por lo tanto, se difundieron por diversas instituciones y culturas académicas– era un 40% mayor que el de los que presentaron solamente un país de filiación en sus artículos. “Los científicos en puestos de liderazgo en el exterior pueden enriquecer la experiencia de la comunidad científica nacional, especialmente en áreas que se consideran esenciales para el desarrollo del país”, dice el físico Eduardo Couto e Silva, director del Laboratorio Nacional de Biorrenovables del Centro Nacional de Investigaciones en Energía y Materiales (LNBR-CNPEM), con sede en la localidad paulista de Campinas, quien desarrolló su carrera en el exterior, con pasos por instituciones científicas de Suiza y Estados Unidos, pero que hace 10 años decidió regresar.

Es habitual que los talentos radicados en el exterior estén dispuestos e interesados en mantener vínculos con su país de origen. Eso es lo que ha hecho el biólogo Jair Siqueira-Neto, docente en la Universidad de California en San Diego, Estados Unidos, quien trabaja en California desde 2014, tras pasar una temporada en el Instituto Pasteur de Seúl, Corea del Sur. “Desde entonces, codirijo alumnos brasileños y mantengo diversas colaboraciones de investigación con universidades de Brasil”.

Un intento reciente para ampliar la movilidad de estudiantes e investigadores brasileños se dio por concluido luego de insumir grandes cantidades de recursos y sin que se evaluara su eficiencia. El programa Ciencia sin Fronteras (CsF) se lanzó en 2011 con la ambición de enviar más de 100 mil alumnos de grado y de posgrado al exterior. Hasta 2016 se concedieron en total 92.880 becas, en su mayoría de becas de grado sándwich en el exterior. Según Concepta Margaret Pimentel, exdirectora de Relaciones Internacionales de la Capes, la intención era atraer talentos de afuera, pero eso no tuvo éxito. El CsF contemplaba otorgar 2 mil becas para científicos visitantes, pero se concedieron menos de la mitad, dado que fueron pocos los que se interesaron en venir a Brasil en las condiciones que se ofrecieron.

A su juicio, uno de los errores del CsF fue haber apostado a la cantidad de estudiantes que se enviarían al exterior en lugar de concentrarse en la calidad. “Se firmó el decreto y en poco tiempo teníamos que enviar 100 mil personas al exterior, aparte de atraer talentos extranjeros. Para poder hacer eso se necesita tener contactos, construir redes con investigadores e instituciones de otras naciones”, comenta. “El programa habría sido más efectivo si se hubiese enfocado en el posgrado, en el cual se produce conocimiento”. Para reemplazarlo, la Capes lanzó en 2017 el Programa Institucional de Internacionalización de las Universidades Brasileñas (Print), con el objetivo de fomentar cooperaciones internacionales en los programas de maestría y doctorado. Al final del año pasado, la Capes divulgó una lista con las 36 instituciones seleccionadas para participar en el programa. Se espera que perciban fondos federales para la financiación de planes estratégicos de internacionalización de sus actividades educativas y de investigación. Sea cual sea la iniciativa que adopte Brasil, su impacto dependerá de un ambiente institucional local con infraestructura de investigación y recursos para la financiación de proyectos.

Según datos de la OCDE, entre 2006 y 2016 salieron de Estados Unidos rumbo a Brasil 6.100 investigadores

Los puentes entre conocimientos
Jackie Ricciardi/ Boston UniversityCon casi dos décadas en Estados Unidos, la astrofísica brasileña Merav Opher (en la foto), incluso a distancia promueve la circulación de científicos y estudiantes de posgrado de diversas instituciones de Brasil en el Departamento de Astronomía de la Universidad de Boston, donde se desempeña desde 2015. Ella recibe a alumnos en período sándwich o investigadores para pasantías de posdoctorado. Cada tanto, viene a Brasil para dictar conferencias y seminarios. Con todo, recientemente inició una articulación con la Universidad Presbiteriana Mackenzie, en São Paulo, para crear aquí una escuela internacional de física espacial. La idea es ofrecerles a los estudiantes e investigadores brasileños la oportunidad de trabar contacto con investigaciones y científicos internacionales que se desempeñan en esa área sin que tengan que salir del país. Ella explica que la física espacial aún es un área incipiente en Brasil. “En 1999 me fui a Estados Unidos para realizar una pasantía posdoctoral precisamente porque en Brasil no pude hallar una institución en donde pudiera perfeccionarme en este campo”. La astrofísica se fue del país sin intención de regresar. En Estados Unidos, pasó por algunas de las principales instituciones de investigación, tales como el Laboratorio de Propulsión a Chorro de la agencia espacial estadounidense (la Nasa), el Instituto de Tecnología de California (Caltech) y la Universidad George Mason, una institución pública del estado de Virginia. Y comenta que la física espacial es un tema en auge durante los últimos años debido al descubrimiento de los denominados exoplanetas, planetas que orbitan otras estrellas más allá del Sol. Según Opher, Brasil puede beneficiarse con la labor de los científicos brasileños en el exterior y debido a la capacitación que recibieron afuera, a los efectos de perfeccionar la formación de los científicos en el país.
La movilidad y la competitividad
A diferencia del modelo vigente en Brasil, donde buena parte de los científicos pasa toda su vida académica en una misma institución, la carrera de los investigadores en Estados Unidos y en Europa es más dinámica. La trayectoria en Estados Unidos del médico brasileño Antonio Bianco (en la foto), graduado en la facultad de Ciencias Médicas de la Santa Casa de São Paulo en 1983, con maestrís, doctorado y libre docencia en el Instituto de Ciencias Biomédicas (ICB) de la USP, resulta reveladora de esa movilidad. Su primera experiencia internacional la tuvo durante el doctorado, cuando pasó un período sándwich en la Universidad Harvard, en Estados Unidos. “Regresé a Brasil en 1986, finalicé mi doctorado y me contrataron como docente en el ICB-USP”, recuerda. “Pero seguía pensando en irme”.

Años más tarde, Bianco pudo concretar sus planes de salir del país. “Regresé a Boston en 1998, me convertí en profesor visitante en la Escuela de Medicina de Harvard y luego en profesor asociado”, relata. Y estuvo 10 años en Harvard. En 2008, surgió una invitación para ocupar la jefatura de la división de endocrinología de la Universidad de Miami. La experiencia lo perfeccionó en aspectos administrativos de la medicina académica. “Me quedé seis años en Miami hasta que me invitaron para ocupar el cargo de vicedirector ejecutivo de Departamento de Medicina de la Universidad Rush, en Chicago”. En 2015, Bianco asumió la presidencia del grupo médico de la universidad. “La experiencia fue buena, pero me restaba mucho de mi tiempo de investigación. Opté por volver a la docencia y a las actividades de laboratorio”. En 2018 él se convirtió en profesor de la Universidad de Chicago. Bianco dice que la movilidad lo ayudó en su carrera porque le permitió afrontar retos distintos en cada institución por la que pasó.

No obstante, la mudanza de país puede llegar a ser algo complicado, incluso para los científicos más experimentados. “Si hubiera sabido las dificultades que se me presentarían para establecerme como investigador en Estados Unidos, quizá hubiera dudado de venir”, dice Bianco, quien desde 1998 está radicado en ese país. Él explica que la alta competencia por los cargos docentes en las universidades y la financiación a las investigaciones son algunas de las dificultades que impone el sistema estadounidense. “Ni siquiera los científicos afianzados tienen una vida fácil”, afirma. Por eso, muchos extranjeros no logran adaptarse y regresan a su país de origen. Otros pasan años en pasantías de posdoctorado sucesivas en laboratorios de investigadores afianzados. “Además, los científicos extranjeros en Estados Unidos solo pueden competir para obtener financiación de los Institutos Nacionales de Salud [NIH] en caso de obtener la visa para residencia permanente, un proceso que puede demandar años”, comenta. E incluso aquellos que la consiguen no tiene asegurada la financiación.

El riesgo de perder atractivo
El alemán Klaus Capelle (en la foto), experto en física de la materia condensada y química cuántica, arribó hace 22 años a Brasil, en donde desarrolló su trayectoria como investigador y administrador: fue docente en la USP, rector de la Universidad Federal del ABC (UFABC) entre 2014 y 2018 y actualmente trabaja en el Centro Nacional de Investigaciones en Energía y Materiales (CNPEM). Capelle, graduado en física en la Universidad de Wurzburgo, en Baviera, donde también obtuvo su maestría y su doctorado, se hizo acreedor a una beca para realizar una pasantía posdoctoral en Brasil, con la cual arribó en 1997 al Instituto de Física de São Carlos, de la USP, en principio para pasar un año bajo la supervisión del físico Luiz Nunes de Oliveira; pero acabó echando raíces.

Entre 1999 y 2003 se convirtió en becario del programa Jóvenes Investigadores en Centros Emergentes de la FAPESP, montando su grupo de investigación en el Instituto de Química de São Carlos en la USP. Durante los años siguientes pasó temporadas como investigador visitante en las universidades de Misuri (en Estados Unidos) y Bristol (en el Reino Unido), entre otras. Recibió invitaciones para retornar a Alemania y para radicarse en el Reino Unido, pero optó por quedarse en Brasil. “Me entusiasmaba la idea de generar algo nuevo, cosa que en Europa no me sería posible”, dice Capelle, quien después de trabajar como docente en la USP entre 2003 y 2009, abandonó la institución para ir a trabajar a la UFABC. Allí, además de su labor como investigador, se convirtió en prorrector en 2010 y rector en 2013. Desde 2018 está en el CNPEM, en Campinas.

Capelle aún no vislumbra en Brasil una salida mayor de investigadores que en períodos anteriores, pero no descarta que eso pueda ocurrir y advierte sobre otro peligro que genera la actual crisis: el desinterés de los científicos del exterior por venir a Brasil, ya sea como investigadores visitantes o permanentes. “La disminución de la tasa de ingreso de científicos del exterior en el país y la preocupación de las instituciones extranjeras por la falta de contrapartidas brasileñas en los programas de colaboración pueden afectar a la ciencia brasileña tanto como una fuga de cerebros”, dice.

La radicación en el país de investigadores con el perfil de Capelle es una de las metas del programa Jóvenes Investigadores, que financia la conformación de núcleos encabezados por doctores con alto potencial, que aportan experiencia internacional para implementar líneas de investigación científica competitivas a nivel mundial. El programa ofrece una ayuda que asegura la financiación para que los postulantes aceptados monten sus laboratorios. En el caso de los investigadores sin vínculo laboral, la FAPESP ofrece becas equivalentes a las de pasantías posdoctorales. La intención es que puedan prepararse para competir más tarde en concursos en las propias universidades que los recibieron. Entre los estimados 1.600 científicos que se beneficiaron del programa desde 1995, el 9,4% concluyó su carrera de grado en el exterior. Otras modalidades de becas que ofrece la fundación también atraen a investigadores extranjeros. De las 694 becas de posdoctorado adjudicadas por la FAPESP en 2018, el 18,8% fue para extranjeros, con relieve para las áreas de ciencias exactas y de la Tierra, donde el porcentaje de graduados en el exterior es del 32%.

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