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Ecología

El límite de la selva

Un grupo de São Paulo detecta las señales que anteceden a las extinciones en serie en el bosque atlántico

FABIO COLOMBINIEl bosque atlántico es un monte echo pedazos. Según recientes estimaciones, queda entre un 11% y un 16% de su superficie original, mayoritariamente en forma de fragmentos menores de 50 hectáreas de vegetación continua, rodeados de plantaciones, campos de pastoreo y ciudades. Hace bastante que sabe que esa arquitectura desconectada dificulta la recuperación de la selva, una de las 10 más amenazadas del mundo. Actualmente, los equipos del ecólogo Jean Paul Metzger y de la zoóloga Renata Pardini, ambos de la Universidad de São Paulo (USP), constataron que, por cada grupo de animales que viven en ese ámbito recortado, existe un punto sin retorno, un límite mínimo de cobertura vegetal nativa que debe quedar en pie para mantener la variedad de especies en cierta región. Cuando el desmonte sobrepasa ese límite, la mayoría de las especies se extingue en todos los tramos de monte de la zona.

Durante casi una década, 60 investigadores coordinados por Metzger recabaron información al respecto de la abundancia y la diversidad de anfibios, aves y pequeños mamíferos en decenas de segmentos de bosque atlántico en la Meseta Occidental Paulista, las tierras en declive que se extienden desde Serra do Mar en dirección oeste y ocupan casi la mitad del estado. Al cotejar los datos, los investigadores observaron disminuciones dramáticas en la biodiversidad de los fragmentos de regiones cercanas y semejantes, que diferían solamente en la superficie total cubierta por vegetación autóctona.

Un paisaje con el 50% de sus montes conservados, aunque fragmentados, por ejemplo, presentó una diversidad de aves sensibles a la pérdida de la vegetación tres veces mayor que un paisaje similar con un 30% de la misma. Pequeños mamíferos tales como la zarigüeya ratón (Marsops incanus), un marsupial de pelaje ceniciento, grandes ojos y hocico alargado, resistieron mejor la mengua de la selva. Aunque, igualmente para ellos, el fin llegó rápido una vez traspasado el límite. Se registró una merma del 60% al 80% en la cantidad de las especies cuando el área de la selva nativa quedaba circunscripta a menos de un tercio de la original.

El estudio no suministra solamente el valor de la superficie mínima de selva autóctona necesaria para mantener intacta la biodiversidad del ecosistema. “Para otros grupos de animales, las pérdidas bruscas pueden ocurrir tarde o temprano, dependiendo de la capacidad de desplazamiento de las especies y de su resistencia ante las perturbaciones”, explica Metzger, quien expresa que es razonable el límite de desmonte establecido por el Código Forestal vigente, para el bosque atlántico.

Un análisis de los datos permitió a Renata y Metzger –con la ayuda de Adriana Bueno y Paulo Inácio Prado, también investigadores del Instituto de Biociencias de la USP, y de Toby Gardner, de la Universidad de Cambridge, Inglaterra– arribar a una explicación aceptable acerca de por qué la biodiversidad de los fragmentos del bosque atlántico disminuyó en algunas regiones, pero, en otras, se mantiene similar a la de tramos de vegetación continua de Serra do Mar. En un artículo publicado en octubre de 2010 en la revista PLoS One, presentaron un modelo conceptual de cómo estaría sucediendo eso.

Según ese modelo, el colapso de las poblaciones sería causado por la combinación de procesos que ocurren en dos escalas: local y regional. Los procesos con efecto regional se encuentran relacionados con la dificultad para migrar desde un fragmento de la selva hacia otro. Condicionada a la superficie total de las selvas remanentes en la región, esa dificultad aumenta con el avance del desmonte, ya que aumentan exponencialmente las distancias que separan los trechos selváticos, y muchas especies, hasta pájaros tales como el trepador de collar (Anabazenops fuscus), no se desplazan de un fragmento a otro cuando existen pasturas o caminos de por medio. Circunscritas en un área restringida, esas especies se tornan más susceptibles a los procesos que propician las extinciones en escala local, tales como la reducción en la zona de esos fragmentos, que disminuye el tamaño de las poblaciones.

ARTHUR GROSSETLo más importante es que ese modelo puede orientar la toma de decisiones acerca del mejor modo de aplicar recursos destinados a conservar y recuperar el bosque atlántico. Según los investigadores, prevé, por ejemplo, que los eventos que preceden a la extinción suministrarían pistas de su llegada con anticipación. La manera en que las especies se distribuyen en los fragmentos de una región, señala el momento en que la biodiversidad se encuentra en el límite de caer abruptamente, pero todavía cuenta con buenas posibilidades de recuperarse. “En esas condiciones, las pequeñas acciones restaurativas que faciliten el flujo de animales entre los distintos fragmentos producirían una gran recuperación”, expresa Metzger. “Si quisiéramos aumentar la cobertura forestal del bosque atlántico con rápida ganancia de diversidad biológica, es en ese segmento (las regiones con entre un 20% y un 40% de remanentes) donde tenemos que atacar”.

Uno de los fundamentos del modelo es la evolución de la geometría de los fragmentos, que Metzger y otros investigadores comenzaron a comprender mejor al simular en computadora cómo el desmonte recorta una selva virtual. Esas simulaciones sugieren que, a medida que la vegetación autóctona de una región disminuye, se produce una transformación fundamental en una característica de los tramos de la selva: la distancia entre ellos, que al comienzo disminuye en forma gradual, comienza a aumentar exponencialmente.

Con base en estos resultados, confirmados en escenarios reales por Metzger e investigadores de otros países, el grupo de la USP comenzó a cuestionarse si la evolución de la geometría de los fragmentos podría afectar la biodiversidad de una región al afectar a dos de los fenómenos mejor conocidos por los ecólogos.

Uno de ellos es la influencia que la superficie de un fragmento ejerce sobre la probabilidad de supervivencia de una población. Cuanto mayor es el área, mayores son las poblaciones de especies que habitan allí y, por lo tanto, menores los riesgos de extinguirse debido a un evento azaroso, tal como el nacimiento exclusivo de hembras durante un año o la ocurrencia de un desastre natural.

Aislamiento
Según este razonamiento, la biodiversidad de un segmento debería ser proporcional a su superficie. Pero ésa es solamente una parte de la historia. “No se trata sólo del tamaño del fragmento, sino también del entorno en el que está inserto”, explica Renata. Al fin y al cabo, los fragmentos no son islas perfectamente aisladas. Si se encontraran cercanas las superficies de unos y otros, muchas especies de su fauna podrían viajar entre ellas, evitando la extinción de poblaciones en las fracciones menores. “Eso conforma el efecto rescate”, comenta. “Pese a que un fragmento sea pequeño y el riesgo de extinción mayor, la población se mantiene, apuntalada por las migraciones”.

Los investigadores imaginaron entonces un proceso de desmonte, antes que ocurriera el aumento acelerado de la distancia entre los fragmentos, donde esos tramos de selva todavía se hallarían lo suficientemente cercanos unos de otros como para que el efecto de recomposición mantuviese la biodiversidad alta en toda la región. Con la disminución de las selvas remanentes, empero, ese efecto pierde fuerza, y la diversidad de los fragmentos pequeños disminuye, aunque la biodiversidad total de la región se mantenga, con la mayoría de las especies concentrada en las fracciones mayores. En ese estadio, puede observarse en la región el efecto del tamaño de los fragmentos, que hace que la diversidad de especies de un fragmento sea proporcional a su superficie.

Ese efecto predomina hasta que el desmonte comienza a aumentar exponencialmente la distancia entre los tramos de la selva. Sobrepasando ese límite, el efecto de salvaguarda cesa y el riesgo de extinción de las poblaciones aumenta para gran parte de las especies, que desaparecen tanto de los grandes fragmentos como de los pequeños.

FABIO COLOMBINITest del modelo
El siguiente paso consistió en probar si el modelo preveía la distribución de las especies que el grupo de la USP había observado en el trabajo de campo realizado entre los años 200 y 2009 en el interior paulista, con el apoyo de la FAPESP, del Consejo Nacional para el Desarrollo Científico y Tecnológico y del Ministerio Federal de Educación e Investigación de Alemania. En el proyecto, los investigadores realizaron un relevamiento de anfibios, aves y pequeños mamíferos en tres sectores de 10 mil hectáreas con diferentes grados de bosque autóctono preservado (un 50%, un 30% y un 10%) y en tres áreas de bosque atlántico continuo en Serra do Mar.

Luego de capturar los animales e identificar sus especies, los investigadores separaron a las mismas en dos grupos: el de las especializadas, que sólo habitan tramos de bosque atlántico, y el de las genéricas, capaces de sobrevivir tanto en la selva como en zonas modificadas por la acción humana, tales como plantaciones o pasturas. La clasificación resultó esencial para comparar los datos del estudio con las previsiones teóricas sobre el efecto de la fragmentación, que deberían observarse solamente en el rubro de las especializadas.

Para el caso de los pequeños mamíferos, entre las 39 especies encontradas, 27 se hallaban especializadas. Para estas, los patrones de biodiversidad observados fueron los esperados. En la región con un 50% de la cobertura vegetal autóctona, tanto en fragmentos grandes como en pequeños, estaban casi todas las especies halladas en la región de selva continua vecina. Esas mismas especies también se encontrabanen las regiones con un 30% de bosque, aunque concentradas en los fragmentos mayores. Para la región con un 10% de selva, el umbral de desmonte había sido sobrepasado y la diversidad se presentaba uniformemente baja: sus fragmentos, independientemente de su superficie, albergaban entre tres y cinco veces menos especies especializadas que en la región de bosque continuo.

Los investigadores notaron además que, en ausencia de especies especializadas, las poblaciones de las especies genéricas proliferaron en las regiones con un 10% de bosque. En las zonas con un 50% de selva se capturaron 63 roedores Oligoryzomys nigripes, una especie genérica, mientras que el número trepó a 409 en la región con menos selva. El dato es preocupante. Ese roedor constituye el principal reservorio en el bosque atlántico del virus causante de la hantavirosishumana, y su presencia en pasturas y plantaciones puede aumentar el riesgo de contagio para las personas.

Ése constituye tan sólo un ejemplo del impacto que la pérdida de la biodiversidad puede acarrear para la salud y la calidad de vida humanas. Otros de los servicios prestados por los ecosistemas naturales, tales como la polinización de las plantaciones y el control de las plagas agrícolas, también pueden desaparecer. “No queremos preservar la biodiversidad para mantener museos vivientes, sino para mantener los servicios que prestan los ecosistemas de esos remanentes”, dice el ecólogo Thomas Lewinsohn, de la Universidad Estadual de Campinas, quien no participó en la investigación.

En su opinión, el trabajo de los grupos de Renata y de Metzger representa un salto cualitativo para la ecología, pues combina un estudio de campo de difícil realización con un modelo teórico que investiga las consecuencias finales de diferentes efectos, anteriormente debatidos en forma separada por los investigadores que exploran la reducción y la fragmentación de los ambientes naturales en todo el mundo. “Ellos brindaron un aporte importante para la comprensión de las consecuencias de la pérdida de las selvas para la biodiversidad”, comenta el ecólogo Ilkka Hanski, de la Universidad de Helsinki, Finlandia, pionero en la investigación del impacto de las transformaciones en el hábitat sobre las comunidades de plantas y animales. “Ese estudio tendrá gran influencia en la biología de la conservación”.

El Proyecto
Diversidad de mamíferos en escenarios fragmentados de la altiplanicie atlántica de São Paulo (nº 2005/56555-4); Modalidad Programa Joven Investigador; Coordinadora Renata Pardini – IB/USP; Inversión R$ 264.307,22 (FAPESP)

Artículo Científico
PARDINI, R. et al. Beyond the fragmentation threshold hypothesis: regime shifts in biodiversity across fragmented landscapesPLoS One. 23 oct. 2010.

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