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Ciencia Política

El ratón le robó la ropa al rey de Roma

La corrupción, una práctica tan antigua como la humanidad

REPRODUCCIÓN DEL LIBRO "ECCE HOMO", DE GEORGE GROSZNo es de ahora, ni tampoco es un “honor” brasileño: ya en el año 343 a.C. Demóstenes (384 a.C.-322 a.C.) en su discurso sobre la falsa embajada acusó a Esquines de corrupción, y fue acusado a su vez por Dinarco por recibir un soborno para dejar escapar a un preso político. Andócides, otro clásico, que formaba parte del equipo que negociaba la paz con Esparta, fue tachado de corrupto, y Lisias, un orador ático, fue denunciado bajo la alegación de que era capaz de defender en sus brillantes discursos cualquier opinión, pago mediante. “La historia reciente demuestra que la redemocratización de Brasil dio visibilidad a hechos que antes no llegaban al conocimiento de la opinión pública, pero no evitó que el fenómeno de la corrupción se repitiera, y existen evidencias de que está lejos de ser un acontecimiento marginal en el interior de la vida pública”, sostienen los organizadores (Leonardo Avritzer, Newton Bignotto y Heloísa Starling) de Corrupção: ensaios e críticas, um imenso survey sobre o fenômeno mais discutido nos tempos recentes, publicado por Editora da UFMG (598 páginas, R$ 55) con textos de Wanderley Guilherme dos Santos, José Murilo de Carvalho, Lilia Schwarcz, Evaldo Cabral de Mello, Olgaria Mattos, Isabel Lustosa y Bruno Speck, entre otros. “Esta constatación puebla las páginas de los periódicos, pero no necesariamente genera una mejor comprensión de la corrupción, sus efectos y sus raíces. A la justa indignación contra los responsables de los actos corruptos le sigue una condenación moral que, aunque es esencial, no da cuenta de toda la complejidad del fenómeno”, advierten los coordinadores. 

Al fin y al cabo, sostiene los autores, desde el punto de vista del ciudadano, el país afronta un dilema en el combate contra la corrupción: cuanto más se la combate, más se convierte en noticia, y cuanto más noticia es, mayor es su percepción. “Desde el punto de vista del ciudadano, el combate contra la corrupción genera la apariencia de una mayor presencia de ella en la vida administrativa de Brasil”. El peligro es seguir viendo siempre en la vida nacional un “mar de pudrición”. Otro peligro es  ver ese mar únicamente en Brasil. “La explicación tautológica de que Brasil es corrupto en razón de su identidad casi prescinde de la reflexión teórica y del estudio empírico del fenómeno de la corrupción. Pese a la crítica aparente, no deja de ser una forma de conformarse con su realidad. De acuerdo con esa visión, el país sería inevitable y definitivamente corrupto debido a ciertos valores y prácticas que, al estar presentes desde su origen, se convirtieron en parte integrante de su carácter. Esta explicación, además de ser prejuiciosa, esencializa la historia y la simplifica, al atribuirle una sobrecarga explicativa a la cultura en detrimento de sus variadas articulaciones con otras dimensiones de la vida social”, analizan los organizadores. “La organización Transparencia Internacional asegura actualmente que de todos los países investigados no hay uno en que se pueda registrar la ausencia del fenómeno de la corrupción. Países ricos como EE.UU., Francia y Alemania o Argentina figuran en las listas en las cuales se verifica la rutina del soborno o coima, que es la forma de corrupción más diseminada en el mundo, una práctica de doble mano: los países sufren internamente, pero también la promueven externamente en sus negocios con otros países”, recuerda el cientista político de la Universidad Federal de Minas Gerais (UFMG) Wanderley Guilherme dos Santos. 

Partiendo del famoso aforismo, podríamos crear otros derivados como: ‘Si el poder oligárquico corrompe oligárquicamente, el poder democrático corrompe democráticamente’. La democracia, comparada con otros sistemas políticos, ofrece una multiplicidad de medios para la corrupción, debido a la cantidad de transacciones que promueve normalmente entre personas, privadas, y los poderes públicos, debido al volumen de recursos que se distribuyen mediante la deliberación colectiva. Comparada con los órdenes absolutistas y oligárquicos, la democracia sería en principio el más vulnerable de los sistemas políticos conocidos”, analiza. En comparación con  los  sistemas anteriores, en un Estado democrático moderno es bastante elevada la cantidad de puestos de poder público cuya ocupación es sometida a los designios de un electorado universalizado, sostiene el cientista político. Así, la sociedad no tendría tanto que reclamar al respecto de la corrupción, pues sería responsable por esa distribución del poder. “Se le transfieren a la sociedad los atributos del poder absolutista y en la misma extensión en que se distribuye el poder se distribuyen las oportunidades de corrupción implícitas en él. Por eso la corrupción democrática identifica la cara deteriorada del derecho de participación popular en la constitución y el ejercicio del poder político, tal como Aristóteles lo había anticipado”, evalúa Wanderley dos Santos. 

REPRODUCCIÓN DEL LIBRO "ECCE HOMO", DE GEORGE GROSZPero existen otras maneras de entender este fenómeno. “Alessandro Sartori afirma que toda decisión política produce riesgos externos que afectan a aquéllos que se ven obligados a consumir una decisión de la cual no participaron: riesgos de tiranía, incompetencia y corrupción. Por ende, la corrupción es uno de los riesgos externos que pueden tener efectos negativos en la operación y en los resultados de los sistemas políticos. Pero, si hay corrupción, que haya escándalos, pues dar publicidad a la corrupción es señal de robustez y no de fragilidad del sistema político”, sostiene la cientista política Fátima Anastasia, de la UFMG. Y en Brasil, ¿cómo se observa este movimiento? “La corrupción brasileña es antigua y mutante: la corrupción actual no es la misma que la de hace 100 años, o mejor dicho, cambió el sentido de la corrupción nacional. Las acusaciones de corrupción dirigidas al Imperio y a la Primera República no se referían a las personas, sino principalmente al sistema. No se decía que don Pedro II era corrupto,  o que presidía una administración corrupta; o en 1930, cuando los revolucionarios les decían carcomidos a los políticos de la República Vieja, no querían decir que eran ladrones. Corruptos eran los sistemas, porque no promovían el bien público”, explica el historiador José Murilo de Carvalho. Fue a partir de 1945 que hubo una alteración semántica en la acusación de corrupción. “La oposición a Vargas, comandada por los políticos de la Unión Democrática Nacional (UDN), apuntó sus baterías contra la corrupción individual, contra la falta de moralidad de las personas. En esa clave, los corruptos eran los individuos, porque robaban dinero público para enriquecerse ellos mismos y enriquecer a sus amigos. Una postura similar orientó la justificativa del golpe de 1964, asestado, tal como se alegó, contra los subversivos y los corruptos”, recuerda. El discurso actual es heredero de ese discurso de la UDN, presente hoy en día en la gritería contra los llamados ‘mensaleiros’ [nota del traductor: son legisladores acusados de recibir mensualidades en el congreso] y otros predadores de la cosa pública, recuerda el historiador. Al final del gobierno de Sarney, el grito de guerra de Collor, aquél que lo catapultó a la Presidencia, fue también la cacería de personas, la cacería contra los marajaes. 

Pero en el actual debate sobre la corrupción se encuentra también presente un ingrediente sistémico de carácter ideológico, análogo al del Imperio y al de la Primera República. La reacción más lúcida a la corrupción se refiere en efecto el comportamiento individual, pero lo encuadra a su vez en una perspectiva política sistémica, no moralista. Según esta postura, la corrupción sería inaceptable debido a que mina la propia esencia del sistema democrático-representativo: “la búsqueda del buen gobierno como gestión correcta, eficiente y honesta del bien público”, acota José Murilo. “Para otros, esta crítica sería solamente ‘udeeneísmo’ y la visión de un buen gobierno sería un instrumento de promoción de la igualdad, sin mayores preocupaciones con la corrección de los medios adoptados.” 

El peligro ético que deriva de esto es latente, pero intenso. “Por eso los políticos de izquierda parecen sentirse víctimas de injusticias cuando sus electores manifiestan más indignación ante las noticias de corrupción en sus partidos que ante la corrupción entre los conservadores. Y no hay razón para sorprenderse. Las grandes decepciones son directamente proporcionales a las grandes esperanzas”, sostiene la psicoanalista Maria Rita Kehl. “Cuando se revela que un político elegido con base en compromisos con los intereses populares obró en interés propio, la sociedad queda desorientada, se produce una fractura en el campo simbólico y la indignación en el campo simbólico puede rápidamente desembocar en una autorización cínica de la falta de ética generalizada, en todos los niveles: ‘o se restaura la moralidad…’”, evalúa Kehl. Si los gobernantes, que ocupan el lugar simbólico del padre, se ubican por encima de la ley, la violencia tiende propagarse por toda la sociedad. “En Brasil, en 2005, la crisis del llamado ‘mensalão’ [nota del traductor: supuesto pago de mensualidades a legisladores] movilizó sentimientos de desilusión e indignación más dramáticos contra el gobierno del PT que contra otros partidos que se hubiesen mostrado corruptos, ya que el PT había ganado las elecciones con la bandera de la transparencia”, analiza. Según la investigadora, es  comprensible que cuando el gobierno elegido en nombre de la esperanza y de la transformación revela ser igual que los otros, el cinismo le suceda a la decepción y la perplejidad iniciales, y la acción política se desmoralice. Surge entonces el resentimiento. 

REPRODUCCIÓN DEL LIBRO "ECCE HOMO", DE GEORGE GROSZ“El ciudadano que se imagina a sí mismo puro, pero admite con amargo realismo la corrupción, enmascara su complicidad y actúa como la virgen que se queja por haber sido víctima pasiva de un seductor. Pero él negoció inadvertidamente sus intereses de clase, con la esperanza de que el dinero paralelo un día llegase a beneficiarlo. El resentimiento es el punto de encuentro entre estas dos corrientes psíquicas: la complicidad inconsciente con el cohecho, de un lado, y del otro, la frustración por no haberse beneficiado con el mismo. El reverso del resentimiento sería la recuperación del sentido de la acción política”. De allí deriva un cierto desahogo de la clase política, porque la corrupción no sería un privilegio de los políticos, sino que estaría propagada entre la población en general. Pero se engañan los que quieren ver en esa avivada un rasgo impreso en nuestro ADN cultural, como ya se advirtió anteriormente. ¿De dónde provendría entonces? “La avivada [‘malandragem’] es un subproducto que la modernización recibe y tenderá a ponerse en evidencia cuánto más perversa se muestre, como es el caso brasileño, y cuánto más alejada esté la sociedad civil de su control. En tal sentido, la avivada no es otra cosa que una respuesta apolítica a las fisuras dejadas por la ideología moderna en su tarea de moldear la sociedad”, explica el sociólogo Venceslau Alves de Souza, autor de la tesis doctoral Avivadas y ciudadanía [Malandragem e cidadania], defendida en la PUC-SP bajo dirección de Vera Chaia. Según Souza, en cualquier ambiente social de modernización nefanda, ya sea en Brasil o en partes de EE.UU. o en México, la causa común de la corrupción es la precarización de las condiciones de vida de los trabajadores y el surgimiento de ésta bajo el estilo de la “avivada”, independientemente de las características físicas, psíquicas o de la raíz en donde se origina éste o aquel pueblo, pero es producto de la ideología que permea y configura a una dada sociedad. Por ende, se descarta la tesis de un ADN nacional de la corrupción. 

Ya hubo entre nosotros, durante un largo período, una resistencia de los segmentos mandamases a admitir un modelo de dominación fundado en la igualdad de oportunidades y condiciones, soslayando cualquier posibilidad de cambio social, lo que será determinante para el surgimiento de la figura del ‘malandro’ [nota del traductor: un malevo o por extensión actual, un avivado]. “Acostumbrados a mandar incondicionalmente, los mandones no se reconocerán en el modelo regulador y clasificatorio moderno, y considerarán difícil asimilar la noción de derechos e igualdad”, sostiene el investigador. Y añade que eso es un desaliento para las clases bajas a la hora de hacer lugar a estos imperativos, y así fue como la tradición venció a la modernidad. “En este sentido, los mandones se transformaban y transformaban en ‘malandros’ a los individuos que mantenían bajo su control, pues ese tipo de viveza no es otra cosa que un fenómeno que se niega a reconocer la legitimidad del orden moderno, en busca de obrar soslayando sus instituciones, aunque en una especie de dialéctica del orden y el desorden. Lo que se reproducirá durante larga data será una masa humana que parece querer esquivarse de la racionalidad moderna siempre que sea posible. Al impedírseles competir en pie de igualdad desde que nacen, los individuos se ven como que obligados a creer que existe siempre alguna forma de ingeniárselas, una avivada que ablande la rigidez de la jerarquía social para sacar ventaja y salir airoso”, analiza el investigador. Por eso el habitus del vivo, del ‘malandro’, pasa a valer en los más diversos segmentos sociales: es una búsqueda incesante del capital cultural diferenciado que autoriza a todas las clases sociales a usar el contoneo avivado siempre que sea necesario. No es por otra razón que las propias clases medias, en general moralistas, se valdrán de los recursos de la avivada siempre que se les haga indispensable. La respuesta, al igual que con los políticos corruptos, es la misma: “Ellos son los que terminan por dictarles el ritmo general a los individuos moralmente precarizados del lado periférico del mundo moderno, y solamente un choque radical de ciudadanía podrá ahuyentarlos”.

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