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Memoria

El rebelde optimista

Al cuestionar el sentido común, el economista Antônio Barros de Castro vislumbró el rumbo y las necesidades de Brasil

WILTON JUNIOR / AGÊNCIA ESTADOEl economista Antônio Barros de Castro concede entrevista en la sede do BNDES, en 2005WILTON JUNIOR / AGÊNCIA ESTADO

“Al conocimiento no puede amordazárselo”. Esta frase, dicha por Antônio Barros de Castro (1939-2011), define la trayectoria profesional y personal del economista fallecido en agosto, víctima de un accidente ocurrido con la losa de hormigón que cubría su oficina de Río de Janeiro, que lo hirió mortalmente. En su ordenador, donde escribía y que, debido a una terrible ironía, no resultó afectado, había apuntes para la clase-conferencia que dictaría en la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ), sobre un tema que lo fascinaba desde 2007: China. Por cierto, Barros de Castro fue uno de los primeros en el país que se percató de las dimensiones del fenómeno asiático y empezó a pensar cómo Brasil podría aprovechar las lagunas chinas. Ésas eran sus marcas: el hecho de estar al frente de los otros y el cuestionamiento del sentido común. Como historiador, fue el primero que mostró que la agricultura no había sido responsable por el atraso de la industrialización brasileña. Luego abogó por estrategias de crecimiento en el marco de un gobierno militar sin preocuparse con las críticas de sus pares de izquierda, que solamente vaticinaban catástrofes y estancamiento. Antes incluso de que se empezase a hablar del actual ascenso de la “clase C”, el economista ya afirmaba que la misma era el centro de gravedad del desarrollo económico, pues vislumbraba su ingreso en el mundo del consumo positivamente, en tanto que otros no confiaban en que la demanda de esos sectores, y no las reformas sociales, serían las que pondrían al país en marcha. Era también un gran apologeta de la innovación y crítico de la “pereza” de las empresas para invertir en la tecnología y crear nuevos productos brasileños.

“Era un intelectual en la expresión plena del término. Su ausencia se hará sentir por su brillo, su originalidad y su forma de instigarnos a pensar de manera creativa los problemas que tenemos por delante”, afirma el economista Carlos Américo Pacheco, profesor titular del Instituto de Economía de la Universidad Estadual de Campinas (Unicamp). “Las marcas distintivas del profesor Castro fueron su originalidad y su forma distinta de pensar, de detectar aspectos a los que los otros no les prestaban atención”. “Profesor emérito, fue reverenciado a lo largo de toda su vida como un docente respetuoso de la dignidad y del compromiso esencial de ser profesor. Fue un brasileño con B mayúscula. Castro siempre pensó el mundo, la economía y la sociedad al servicio del sueño de una civilización brasileña sin xenofobia, sin soberbia, sin prepotencia, como un prerrogativa de nuestras cualidades potenciales”, recordó un amigo de larga data, el economista Carlos Lessa. Fueron compañeros en la antigua Facultad Nacional de Economía de la Universidad de Brasil, actual UFRJ, donde estudiaron juntos entre 1956 y 1959. Posteriormente, Barros de Castro fue maestro de otros grandes economistas.

“Fui su alumno en la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) en 1964, en donde él se destacaba por su didáctica notable, su conocimiento y sus posturas políticas de izquierda. Fuimos colegas docentes en la Unicamp. Castro siempre sobresalió por asumir posturas que no siempre eran comunes entre sus colegas economistas críticos, pues esgrimía un pensamiento fuertemente optimista. Sin duda fue uno de los grandes economistas brasileños”, lo elogia Wilson Cano, economista de la Unicamp. Curiosamente, el inquieto “optimista” se abocó a la economía siendo aún adolescente, debido a una crisis económica que afectó a su padre, un productor de café de la zona de Paraíba do Sul, en los años 1940. “Más de una vez llegó a faltar dinero para el colegio. Tengo la impresión de que fue así como descubrí ese pesado condicionante de la vida que es, en nuestra jerga, la ‘restricción presupuestaria’. Tempranamente empecé a leer sobre economía agrícola. Era el apetito por los problemas económicos que iba naciendo”, afirmó en el libro Conversas com economistas II (Editora 34).

La experiencia lo llevó a evitar los números fríos y a reflexionar sobre los problemas económicos a largo plazo, un sesgo humanista que cultivó a partir de los 16 años, cuando empezó a devorar libros de filosofía de Sartre y Camus. Por tal motivo, luego de recibirse de economista, fue a cursar en la Facultad de Filosofía, donde obtuvo una beca de estudios de la Rockefeller Foundation y entonces se fue a la London School of Economics. Allá, decía, le prestaba más atención a las clases del filósofo de la ciencia Karl Popper: “Estudié economía sólo marginalmente”.  En una conferencia de Popper, el brasileño, tímido, dio sus opiniones y eso encantó al maestro, quien lo invitó a unirse al selecto grupo de 11 alumnos. “Yo era el único bárbaro, el único ignorante en el medio de aquella gente con Ph.D”. Fue una experiencia significativa. “Por influjo seguramente de Popper sobre mi visión de mundo, el ‘olfato’ y la sensibilidad para mí cuentan mucho en el avance del conocimiento. La lógica y los datos sirven para cuestionar. Lo que produce es la imaginación.”

Algo que no siempre encontró en la facultad brasileña. “Cursé economía en una escuela sumida en un total aislamiento, con docentes conservadores, en una redoma donde no se hablaba de la Cepal o del debate Roberto Simonsen versus Eugênio Gudin. Era una formación doblemente anacrónica: no tenía que ver con el país febril de Juscelino Kubitschek, ni con la teoría convencional de la época. El movimiento político era ínfimo dentro de la escuela y yo tenía una tendencia de izquierda, pero no lograba traducirla en una reflexión alternativa sobre Brasil”. En Londres tuvo sus primeras experiencias políticas y, cuando regresó a Brasil, en 1962, experimentó un verdadero shock con el país: “lo encontré absolutamente politizado”. Reencontró a Lessa y a Maria da Conceição Tavares y trabajó como docente junto con ellos en la carrera BNDE-Cepal, y allí fue invitado junto a Lessa a escribir Introducción a la economía: un enfoque estructuralista (1967).

En aquel momento, intelectuales brasileños cuestionaban el pensamiento económico tradicional, rehusándose a adoptar teorías extranjeras que no daban cuenta de la realidad nacional, como así también el modelo preconizado por el Partido Comunista Brasileño. “Yo me identificaba con Caio Prado Jr. por su rebeldía, por su pensamiento crítico, que siempre cuestionaba lo que le habían enseñado”. En “Agricultura y desarrollo en Brasil”, publicado en Sete ensaios sobre a economia brasileira (1969), por ejemplo, a contramano de la época, afirmaba que la agricultura no había sido un freno para la industrialización nacional. Por eso no había necesidad de hacer grandes transformaciones en el sistema de acumulación brasileño. En el libro afirmaba que el sistema económico nacional era capaz de expandirse sin reformas sociales. “Era la contracara de las tesis del ‘estancamiento’, la obsesión de la izquierda. Yo no veía un agotamiento de la industrialización brasileña y creía que nos aprestábamos a reanudar el crecimiento. Era lo último que la izquierda quería escuchar en plena dictadura, convencida de que el país se encaminaba hacia una crisis profunda”. El malestar de muchos colegas aumentó cuando Barros de Castro analizó el equívoco de la izquierda, para la cual el consumo de los sectores de bajos ingresos no era suficiente como para viabilizar el crecimiento de la producción. Se pensaba que los bienes durables integraban únicamente la canasta de consumo de la clase media y de la clase alta, un engaño que de entrada él había compartido. “No nos dábamos cuenta que los obreros industriales ya estaban consumiendo bienes durables. Muchos, obsesionados con la mala distribución de los ingresos, ignoraban la dinámica de la oferta y no creían en el funcionamiento del capitalismo entre nosotros”. En artículos tales como “El mito del desarrollo económico según Furtado” (1979), o en el libro O capitalismo ainda é aquele (1979), Barros de Castro demostró que el crecimiento no se veía limitado debido a la dificultad de incorporar nuevos consumidores al mercado. “Eso sucede sin que la distribución del ingreso haya sido corregida. Somos campeones de desigualdad, pero las diferencias relativas no tienen por qué congelar el consumo de los pobres.”

Un círculo virtuoso
El economista fue pionero al proponer un modelo de crecimiento vía consumo de masas, y creía en la posibilidad de establecer un círculo virtuoso de crecimiento con aumento de inversiones e incremento de la productividad, aliados a la elevación de los salarios de los trabajadores, para hacer explotar la demanda reprimida. “Existe una tendencia que apunta que la misión del intelectual es explicar el fracaso. Para muchos, los períodos de crecimiento eran tan sólo suspensiones momentáneas del destino”. Ganó así el rótulo de “optimista”.  Pero la publicación de Economia brasileira em marcha forçada (1985), libro en el cual se posicionaba favorablemente, con algunas salvedades, con relación a la política económica del gobierno de Geisel, el llamado II PND (Plan Nacional de Desarrollo), le redituó muchos dolores de cabeza. “El plan era audaz y pertinente, a diferencia del populismo de la derecha liberalizante de Chile y de Argentina de esa época. Allá fue un fracaso. Acá, el PND generó hidroeléctricas y fábricas.”

“Vio lo que nosotros no veíamos. Poco sujeto a las coyunturas, profundamente estructuralista, un economista del mundo real, buscó otra interpretación de los impactos del II PND. No es que coincidiese con las consecuencias del endeudamiento o que no fuese un crítico cáustico del autoritarismo, sino que quería entender qué rupturas se habían puesto en marcha con ese plan, que permitirían que  Brasil avanzase por nuevos caminos, una vez sorteada la crisis de la deuda”, sostiene Carlos Pacheco. Colegas como Lessa y Conceição Tavares lo criticaron, como así también los nuevos colegas de la Unicamp, universidad en la que se doctoró en 1977, y de la cual fue docente durante los años 1970, para luego trasladarse a la UFRJ, en 1980. En 1993 asumió la presidencia del Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social (BNDES), durante el gobierno de Itamar Franco (regresaría a la institución, en 2004, como director y asesor de la presidencia). “Existía una desconfianza que apuntaba que yo estaría trabando las privatizaciones. Aprendí con gente a la que respeto que las privatizaciones se convirtieron en la salvación de empresas arruinadas. Pasé a apoyarlas, sin hacer de ello un objetivo en sí mismo. Para mí, las privatizaciones deberían transformar a las empresas públicas en líderes privadas de la economía.”

“Su mirada sobre las estrategias de las empresas se aparataba de lo común. Algunos solamente veían una modernización pasiva y una especialización regresiva, en tanto que otros glorificaban la apertura de la economía y el incremento de la productividad. Barros de Castro vio avances en lo que denominó como segundo catch-up de la industria brasileña”, sostiene Pacheco. “Pero temía riesgos, en especial en la estrategia poco innovadora de las empresas, sujetas únicamente al cambio de sus funciones productivas, sujetas al pasado”. Criticaba la mera aceptación de la capacidad de fabricar, e insistía en que las empresas innovasen, adaptando sus productos a los consumidores de bajos ingresos, lo que lo llevó a observar el fenómeno chino. “Tempranamente, las empresas chinas se volcaron a las masas de su país, en lugar de disputarles las clases medias y altas a las multinacionales. Mediante el empleo de la tecnología, revisaron sus procesos y productos, lo que redundó en una revolución en los precios chinos. Ahora no son solamente los pobres chinos los que consumen, sino también los pobres brasileños, los africanos, etc. Es un nuevo paradigma”, creía. Para él, había que entender el “efecto China” para cambiar el modelo brasileño. “Brasil debe transformarse estructural e históricamente, pues estamos ingresando en un mundo sino-céntrico, desde donde derivan demandas y ofertas radicalmente diferentes de aquéllas con las cuales el país se deparaba hasta hace muy poco”. Y advertía: “No hay que mejorar, hay que cambiar. La optimización, China ya la hace mejor”.

“Deseaba entender la experiencia chi­­na para mapear los desafíos que la misma le planteaba­­ al desarrollo del ca­­pitalismo, en especial al brasileño. Su prematura muerte significa la pérdida de un gran­­ hum­­anista, en un momento en que el país requiere aportes pa­­ra consolidar un desarrollo económico y social equilibrado”, sostiene Claudio Sal­­­­­­­­­­­­­­vadori Dedecca, docente del Instituto de Economía de la Unicamp. “Era un intelectual de grandes insights, en el sentido de que ‘lo que produce es la imaginación’. Despertaba el deseo de reflexionar”, evalúa Carlos Pacheco.

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