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Tapa

El salto cuántico de la ciencia brasileña

La investigación científica hecha en el país se profesionaliza, incorpora el trabajo en grupo y mejora su ubicación en el mundo

La pequeña e informal reunión transcurría en su propia casa, entre pañales y mamaderas. Es que la bióloga molecular Marie-Anne Van Sluys, del Instituto de Biociencias de la Universidad de São Paulo (USP) estaba con licencia por maternidad (pues acababa de ser madre por tercera vez); en ese entonces tenía 34 años. Pretendía ser de la partida en un nueva empresa de la FAPESP y deseaba contar con el apoyo de dos de sus compañeros de unidad: el experimentado Carlos Menck, su marido, y la aún más joven que ella Mariana de Oliveira, de 29 años. Era un emprendimiento que, en aquel año 1997, nadie podría siquiera imaginar que fuese a salir tan bien, y que se convertiría en un hito de la ciencia brasileña.

Marie-Anne se postularía para hacerse cargo de la coordinación de uno de los 30 laboratorios que intentarían concretar — y así lo hicieron — el secuenciamiento del genoma de la bacteria Xylella fastidiosa, que provoca la Clorosis Variegada de los Cítricos (CVC), una conocida enfermedad de los naranjales, llamada comúnmente “amarelinho” en Brasil. Una gran responsabilidad para esta hija de belgas nacida en Río de Janeiro y con un doctorado hecho en Francia. Al fin y al cabo, nadie en Brasil era experto en genomas. “Los grupos tenían jerarquía, pero todos nosotros estábamos aprendiendo”, recuerda Marie-Anne.

Y aprendieron. El 13 de julio de 2000, Marie-Anne estampaba una de las 116 firmas que constaban en el hoy en día ya histórico artículo científico sobre el genoma de la Xylella. Los brasileños fueron los primeros en el mundo en secuenciar el genoma de un patógeno que ataca a las plantas. Debido a ese logro, no solamente publicaron su trabajo en la revista inglesa Nature, quizá la más conceptuada publicación científica a nivel mundial, sino que también se hicieron acreedores de la portada del dicho periódico, una distinción inédita para la ciencia brasileña.

El genoma de la Xylella generó una repercusión enorme en el país y en el exterior, tanto en el medio científico como en la sociedad en general, que no vive el cotidiano de los laboratorios de investigación. Quizás a desgano, los países desarrollados se dieron cuenta de que aquel gigante de América del Sur era más hábil y más versátil de lo que ellos pensaban. “Samba, fútbol y… genómica”, escribió The Economist, una revista inglesa especializada en economía, mostrando que el contoneo y las gambetas brasileñas se extendían así hacia un nuevo campo del saber.

Por el modo en que se concretó, por la repercusión que tuvo, por su perfil y por la cantidad de gente implicada en el proyecto, el genoma de la Xylella constituye a todas luces una divisoria de aguas en la investigación científica brasileña, a expensas de sus innumerables críticos. El proyecto sirvió de modelo para plasmar otras iniciativas de porte, como es el caso de la red nacional del programa Genoma Brasileño, creado en el año 2000 por el Consejo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico (CNPq).

El Genoma Brasileño estructuró una red de 25 laboratorios distribuidos en 15 estados del país, que descifraron el código genético de la Chromobacterium violaceum, una bacteria importante para la biotecnología. Con todo, al dirigir una mirada retrospectiva se observa que la noticia más importante no tiene que ver con los secuenciadores y los genes. La buena nueva, realmente buena, indica que en los últimos diez o quince años la ciencia nacional en general — y no solamente la genómica — creció, adquirió visibilidad y logró niveles de excelencia internacional nunca antes vistos.

Desde 1990 hasta ahora se ha triplicado el número de científicos presentes en las instituciones de investigación, se ha duplicado el porcentaje de artículos firmados por brasileños en las revistas internacionales indexadas y se ha quintuplicado el total de nuevos doctores que se reciben anualmente en el país. “En el período, la investigación brasileña ha crecido en lo que se refiere a escala, ha adquirido masa crítica y se ha profesionalizado”, afirma Carlos Henrique de Brito Cruz, rector de la Universidad Estadual de Campinas (Unicamp) y ex presidente de la FAPESP. El éxito del genoma nacional era tan solo la punta de un iceberg que por ese entonces comenzaba a despuntar, y que actualmente se muestra por entero.

La innovación y la riqueza
Con todo, el salto equivalente al de la ciencia no ha llegado por lo pronto al así denominado sector de innovación, aquél que se encarga de transformar las buenas ideas que surgen en el ámbito de la investigación (básica) — hecha en general en las universidades públicas — en productos, empleos y riqueza para Brasil. Uno de los indicadores utilizados para medir la salud de la investigación tecnológica de un país se vale de la observación de la evolución del número de patentes registradas en Estados Unidos, la mayor economía del mundo. En 1990, Brasil obtuvo 41 patentes de este tipo (mientras que Corea obtuvo 225).

En 2001, la situación — la nuestra, desgraciadamente — no se había alterado demasiado: 110 nuevos registros para Brasil y 3.538 para el tigre asiático. Es cierto también que la cantidad de patentes y registros concedidos a residentes en Brasil por el Instituto Nacional de Propiedad Industrial (Inpi), con sede en Río de Janeiro, se duplicó entre 1995 y 2002, pasando de 1.445 a 3.724 concesiones. Es un panorama alentador, sin por ello ser revolucionario. “Las empresas nacionales no saben cómo innovar todavía. Es una cuestión cultural. Este tipo de actividad reviste riesgos y requiere tiempo”, explica Sergio Rezende, presidente de la Financiadora de Estudios y Proyectos (Finep), la agencia federal de apoyo a la innovación.

Pese a las dificultades, ha habido progresos en el sector, como es el caso de la creación del programa de Asociación para la Innovación Tecnológica (PITE, sigla en portugués) de la FAPESP en 1995, que hoy en día sirve como modelo para iniciativas similares en otros estados e incluso a nivel federal. El PITE impulsa asociaciones entre instituciones de investigación del estado de São Paulo y empresas de cualquier porte interesadas en desarrollar productos o procesos productivos con alto contenido tecnológico.

Es de esperar que la reciente Ley de Innovación, enviada por el gobierno nacional para su apreciación por parte del Congreso, sea aprobada y abra así el camino para plasmar una efectiva transferencia de conocimiento de los centros de investigación a las empresas nacionales. Otra apuesta consiste en que el dinero de los fondos sectoriales, creados en 1999 para fomentar la innovación, empiece a llegar a destino.

“Es menester que el tema de la innovación ingrese en la agenda nacional; es fundamental para el país que su economía se sostenga siendo competitiva”, dice Carlos Américo Pacheco, del Instituto de Economía de la Unicamp y ex secretario ejecutivo del Ministerio de Ciencia y Tecnología (MCT). Y el tema puede que haya empezado a formar parte del discurso oficial, pero la política industrial no lo refleja todavía. La fuerza de Petrobras, de Embraer y del agronegocio nacional, gracias en parte a la Empresa Brasileña de Investigación Agropecuaria (Embrapa, sigla en portugués), es todavía una excepción en el panorama de la innovación.

Tres veces más artículos
Uno de los indicadores más expresivos del fortalecimiento de la investigación nacional es el incremento del número de trabajos firmados por brasileños en revistas internacionales. En 13 años, la cantidad de artículos científicos escritos acá y publicados en periódicos indexados por la base de datos del Institute for Scientific Information (ISI) se ha triplicado y el peso de la producción nacional se ha duplicado con relación a la del mundo. En 1990, los investigadores brasileños publicaron 3.552 artículos en la base de datos del ISI, que monitorea la producción científica de 8,5 mil revistas de 21 áreas de estudio.

El número equivalía al 0,64% de la producción mundial seguida por el ISI. En 2002, los científicos brasileños publicaron 11.285 trabajos y respondieron por el 1,55% de la producción mundial — más que la participación brasileña en el comercio global (del 0,9%), por citar un ejemplo como referencia. El país consolidó su posición de líder indiscutible de la ciencia de Latinoamérica. Casi el 44% de los artículos provenientes de esta parte del planeta lleva actualmente el nombre de un brasileño.

En 1990, dicho índice era del 37% (vea el gráfico de la parte superior). Con todo, ¿puede decirse que los números del ISI retratan con fidelidad el salto cuantitativo y cualitativo de la ciencia nacional? Puede éste no ser el mejor parámetro de dicho fenómeno, pero con seguridad no puede tampoco soslayárselo. “Solamente el 10% de la producción científica brasileña está en periódicos del ISI”, dice Evando Mirra, presidente del Centro de Gestión y Estudios Estratégicos (CGEE), del MCT. “Pero este indicador es importante, pues es aceptado internacionalmente y permite establecer comparaciones.”

Permite por ejemplo descubrir que Brasil es actualmente el 17° productor de artículos científicos indexados. Uno de cada 65 trabajos publicados en los periódicos de la base del ISI lleva el nombre de un científico nacional. Veinte países publican más de 10 mil artículos anualmente en revistas indexadas — y Brasil es uno de ellos. De los países que publicaban menos que Brasil en 1981, solamente China y Corea se encuentran actualmente en mejor situación que nuestro país. En 2002, China era el sexto productor de artículos indexados (con 33 mil trabajos) y Corea ocupaba el 14ª colocación (con 15 mil artículos). Más allá del creciente proceso de globalización de la ciencia, la actividad de investigación permanece aún bastante centralizada en los países más ricos.

Pese a que el interés en la carrera científica está declinando entre sus habitantes, Estados Unidos lidera todavía de lejos la lista de los países con mayor producción científica. Los estadounidenses responden por el 33,6 % de los artículos mundiales indexados por el ISI. En el segundo lugar se ubica Japón, con un 9,5%. Luego aparecen en esa lista el Reino Unido (con un 9%), Alemania (con un 8,7%) y Francia (con un 6,2%).Los datos del ISI también echan luz sobre las áreas de la ciencia nacional que más publican en el mundo.

Si se tiene en cuenta toda la producción indexada entre 1998 y 2002, las ciencias agrarias encabezan el ranking. Sus artículos representaron un 2,96% de la producción mundial en dicha área de investigación. Luego se ubican la física (con un 2,12%), la ciencia espacial (con un 1,92%), la microbiología (con un 1,91%), las ciencias de plantas y animales (con un 1,87%), la farmacología (con un 1,57%) y la matemática (con el 1,51%).

Aquél que publica más tiene más posibilidades de ser citado en trabajos de colegas, ya sea del país como del exterior. Aunque en forma más discreta que como se dio en el caso del crecimiento del número de artículos científicos publicados, la cantidad de menciones a los trabajos nacionales también ha ido aumentando. Entre 1992 y 1996, cada paper brasileño fue citado en promedio 1,8 veces. Entre 1998 y 2002, ese índice era de dos citas por artículo científico.

Así y todo, en todas las áreas de estudios los escritos de los brasileños son aún hoy menos citados que el promedio de la producción mundial. Con 2,64 citas por trabajo publicado, un índice tan solo un 16% menor que el promedio mundial, el área de psicología y psiquiatría tuvo el mejor desempeño en ese apartado. Otro parámetro que muestra la preocupación de los brasileños por publicar sus trabajos es la consolidación de la Scientific Electronic Library Online (SciELO). Financiada por la FAPESP desde 1997, con apoyo del Centro Latinoamericano y del Caribe de Información en Ciencias de la Salud (Bireme), esta biblioteca electrónica cuenta actualmente con 123 periódicos brasileños, todos de acceso libre y gratuito. A partir de 2002, el CNPq empezó también a destinar fondos en SciELO.

Pero, ¿por qué la ciencia brasileña ha evolucionado tanto en los últimos años? La respuesta indica que ha crecido porque hay más gente — y sobre todo más gente calificada — que hace investigación científica en el país. Se ha plasmado el ya mencionado incremento de masa crítica y también la profesionalización de las actividades de investigación en las universidades y centros de estudios. En la actualidad la cantidad de jóvenes que ingresan en la vida académica con la mira en la carrera de científico no cesa de crecer.

Hay más mujeres
En tan solo nueve años, entre 1993 y 2002, se triplicó el número de científicos que trabajan en universidades y centros de investigación, de acuerdo con datos del CNPq. Trepó de poco más de 20 mil a casi 60 mil personas, de las cuales el 60% corresponde en la actualidad a doctores (vea en el recuadro abajo). En dichas instituciones, el 46% de los investigadores corresponde actualmente al sexo femenino. “Pero la presencia de mujeres en el liderazgo de grupos de investigación es algo menor, de alrededor del 41%”, afirma Jacqueline Leta, del Instituto de Ciencias Biomédicas de la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ), que realizó un estudio sobre la participación femenina en la ciencia nacional. El conjunto de investigadores registrados en la base de datos del CNPq no incluye a los científicos que actúan en empresas privadas, que posiblemente sean más 30 mil individuos.

El incremento de la cifra de gente abocada a la investigación permitió que la ciencia nacional llevase adelante proyectos más ambiciosos y, en algunas áreas, que compitiese efectivamente con los grandes centros internacionales. “Hasta la década de 1980, la comunidad científica de Brasil era muy pequeña. Había un esquema familiar de producción en la investigación”, comenta Brito. “Todos conocían a sus compañeros de área por su propio nombre. Hoy en día eso es imposible”. Las palabras del rector de la Unicamp, un estudioso de las tendencias que atraviesan la producción científica nacional, no deben entenderse como una crítica a las generaciones pasadas.

No tiene nada que ver con eso. Siempre ha habido gente calificada haciendo ciencia de excelente calidad en Brasil. Pero sucede que el número de investigadores era pequeño en el pasado. Formaban un cuadro chico, tímido y cerrado. No se podía llenar un estadio de fútbol con ellos. Es cierto que había interacción entre esos pocos científicos, pero las colaboraciones se daban esencialmente en el círculo de relaciones de amistad y de conocimiento de cada investigador — y no como consecuencia de proyectos o programas pensados por la comunidad científica y las agencias de fomento.

“Había colaboraciones fortuitas entre los investigadores. Ahora esas colaboraciones son institucionales”, afirma José Fernando Perez, director científico de la FAPESP. Ha habido también una maduración de parte de los grupos de investigación existentes en el país. “Han superado la antigua visión de competencia y así han empezado a cooperar más”, comenta Perez.

El estado de São Paulo, responsable de alrededor del 50% de la investigación producida en el país, fue pionero en lo que respecta a esta nueva manera de hacer ciencia, pues pone el énfasis en proyectos más grandes y multidisciplinarios, que estimulan el trabajo en equipo en busca de resultados de mayor impacto. Los proyectos temáticos de la FAPESP, creados en 1990, constituyen un ejemplo de una ciencia nacional que ha llegado a la madurez, dejando atrás su adolescencia. Hasta 2001, la Fundación había invertido 230 millones de reales en 624 proyectos en todas las áreas exactas, biológicas y humanas.

Pero al estar más organizada y contar con más gente, la investigación ha podido abrazar empresas ambiciosas, como es el caso del programa Biota, un instituto virtual sin sede física que congrega a 500 científicos con el objetivo de relevar toda la biodiversidad paulista. También protagonizó jugadas audaces, como la costura político-económica que permitió el ingreso de Brasil en un emprendimiento internacional y literalmente astronómico: la construcción del Observatorio del Sur para Investigación Astrofísica, el Soar, recientemente inaugurado en Chile.

Dicho observatorio no tiene parangón en tierra firme — su competencia se encuentra en el espacio: es el telescopio Hubble — y dará un impulso sin precedentes a la astrofísica nacional. Del costo total de ese proyecto, de 28 millones de dólares, Brasil se hizo cargo de 12 millones de dólares, y adquirió así el derecho a usar el 34% del tiempo de observación del telescopio erigido en la Cordillera de los Andes (lea el artículo sobre el Soar).

A nivel nacional también ha habido iniciativas recientes que ha estimulado el trabajo multidisciplinario y multicéntrico, aunando así aptitudes complementarias para investigar los grandes temas de la ciencia, ya sea ésta básica o aplicada. La creación del programa Institutos del Milenio en 2001, a cargo del MCT/CNPq, se inserta en tal contexto. Estos proyectos impulsan el trabajo en red de un conjunto de científicos dispersos, a veces apostados en diferentes instituciones y estados.

Hoy en día existen ya 17 Institutos del Milenio, abocados a temas tan diversos como polímeros, nanociencias, matemática, terapia celular, recursos costeros y genoma de cítricos. Otra iniciativa proveniente de Brasilia que animó a los científicos brasileños fue el lanzamiento en 1996 del Programa de Apoyo a Núcleos de Excelencia (Pronex). “Estos dos programas representan nuevas formas de financiación de largo plazo y constituyen ideas muy buenas”, evalúa Luiz Davidovich, del Instituto de Física de la UFRJ y coordinador del Instituto del Milenio sobre información cuántica. “Pero presentan problemas en su implementación.”

La discontinuidad en el flujo de fondos — Referirse a problemas de implantación es la forma pulida de aludir a la crónica discontinuidad de los fondos nacionales para ciencia y tecnología. Brasil adjudica al sector alrededor del 1% de su Producto Bruto Interno (PBI), monto del cual el 60% sale del poder público (del gobierno nacional y, en menor escala, de los estados) y el 40% de la iniciativa privada. Las naciones desarrolladas canalizan proporcionalmente el doble o el triple hacia el mismo sector.

En Brasil es aún escasa la inversión privada en investigación científica, pero la situación ya ha sido peor en el pasado. Hace algunos años, los fondos salidos de las empresas representaban el 10% del total aportado a la ciencia en el país. “La meta es invertir al menos un 2% de nuestro PBI en investigación, con una mayor participación del sector privado”, dice el médico Eduardo Moacyr Krieger, del Instituto del Corazón (Incor) de São Paulo y presidente de Academia Brasileña de Ciencias (ABC).

En tanto, como producto del respaldo dado por la FAPESP, y por contar con una tríada de universidades estatales de primera línea (la USP, la Unicamp y la Unesp), el estado de São Paulo es una unidad política privilegiada en el escenario brasileño. Siente menos las oscilaciones en el tamaño del presupuesto destinado por el Palacio do Planalto [sede del gobierno nacional] a la investigación científica.

En otros estados del país, cuyos sistemas públicos de ciencia dependen en mayor medida de las subvenciones provenientes de Brasilia y de la infraestructura existente en las universidades federales, la vulnerabilidad es mayor y así se generan situaciones cuasi surreales. “Existen islas de excelencia en un mar de miseria”, afirma Davidovich. “Acá en la UFRJ contamos con laboratorios modernos en edificaciones sin luces, con goteras y con paredes que pueden derrumbarse en cualquier momento”.

Para mitigar ese panorama, grupos de punta de varios estados brasileños procuran establecer sociedades con centros que se encuentran en mejores condiciones económicas. “En momentos de crisis, la única salida consiste en intensificar la cooperación con colegas de São Paulo y del exterior”, dice el neurocientífico Iván Izquierdo, de la Universidad Federal de Río Grande do Sul (UFRGS).

Pero, si no se ha registrado un aumento expresivo — y permanente — del volumen de fondos destinados a la ciencia nacional, ¿cómo se explica la ascensión de la investigación brasileña, reconocida incluso en el exterior, a partir de los años 90? La respuesta es un verdad de Perogrullo. Es que Brasil imprimió continuidad a una política de Estado iniciada en la década de 1960, y construyó un sistema de posgrado, en especial en las universidades públicas. De los posgrados sale precisamente la levadura que hace que la torta de la investigación nacional crezca: los nuevos doctores. Hasta la década 1980 no había otra alternativas para muchos aspirantes a científicos que deseasen especializarse en áreas de punta: el camino más corto para el doctorado era el aeropuerto. Se conseguían una beca de alguna agencia de fomento nacional (o incluso del exterior) y se tomaba n un avión con destino a Estados Unidos o Europa.

Hoy en día ya no es así. “En mi época había que ir al exterior para especializarse en biología molecular de plantas”, recuerda Marie-Anne Van Sluys. “Pero ahora es posible hacer el doctorado acá, aprendiendo técnicas de punta”. El posgrado se ha diseminado en el país. En 1990, en los programas nacionales de posgrado se recibieron 1.410 doctores. El año pasado, alrededor de 7.300 personas recibieron ese título en el territorio nacional.

El futuro de la ciencia brasileña, y en especial el del sector de tecnología e innovación, depende de las oportunidades que se crearán para esta creciente camada de doctores, un capital humano inestimable. En el siglo XXI, pocos países titulan la cantidad de doctores que se reciben en Brasil anualmente. Así y todo, ¿cuál será el destino de esa mano de obra altamente especializada? En los centros nacionales de investigación no existe — y no puede haberlas — vacantes para todos esos postulantes al rol de científicos.

De cualquier manera, una parte de ellos será absorbida en las universidades y, si son debidamente financiados y estimulados, podrán elevar la excelencia y el peso de la investigación (básica) nacional. Algunos doctores, indefectiblemente, emigrarán hacia los grandes centros internacionales. ¿Y los otros? El rumbo de un buen contingente de estos jóvenes investigadores será la iniciativa privada, donde pueden resolver dos problemas: uno de orden personal (el de conseguir empleo) y el otro de orden estructural para la economía del país (impulsar el sector de investigación e innovación en el medio empresarial).

Al final del mes pasado, José Fernando Perez, de la FAPESP, y Fernando Reinach, del Instituto de Química de la USP y presidente de Alellyx, una empresa nacional de biotecnología, hicieron una propuesta para fomentar la unión de los noveles doctores con la innovación: las empresas que contraten doctores para la realización de actividades de Investigación y Desarrollo se verán beneficiadas con la exención de todas las cargas sociales referentes a la contratación de estos individuos.

El incentivo valdría solamente durante los diez primeros años subsiguientes a la obtención del título de doctor. Los autores de la idea calculan que 50 mil nuevos doctores podrían beneficiarse con esta propuesta durante los próximos diez años. “El impacto de tal medida sería inmediato”, dicen Perez y Reinach. “Los costos para la contratación de doctores experimentarían una reducción del 50%.” Para las empresas, uno de los insumos más caros de un departamento de investigación es el reclutamiento de cerebros. El subsidio planteado puede generar el círculo virtuoso que Brasil tanto necesita: más empleo, más empresas de base tecnológica, más inversión privada en posgrados y mayor proximidad entre la universidad y la industria. La ciencia nacional ha dado ya un salto. Ahora le ha llegado también el momento de darlo a la innovación.

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