El 30 de abril, un hombre de 44 años residente en São João da Boa Vista, una localidad situada a 210 kilómetros al norte de la capital paulista, falleció como consecuencia de la fiebre amarilla. Fue la segunda muerte a causa de la enfermedad registrada en el estado de São Paulo en 2023, donde hacía tres años que no se reportaban casos de esta afección en humanos. Tras la fase más intensa del brote actual, el mayor de las últimas décadas, que entre 2016 y 2020 afectó a alrededor de 2.300 personas y dejó un saldo de más de 600 muertos en las regiones del sudeste, centro-oeste y sur del país, la fiebre amarilla se ha apaciguado. Su incidencia ha disminuido bastante, pero la circulación del virus que la causa no ha cesado. Según datos de la Organización Panamericana de la salud (Opas), entre julio de 2022 y mediados de marzo del año en curso, Brasil ha registrado 300 probables contagios de la enfermedad, tres de ellos confirmados, y una muerte; el segundo caso fatal en São Paulo fue posterior. En el mismo período, se hallaron cientos de cadáveres de monos en los bosques aledaños a las zonas urbanas, que se sospecha que estarían infectados con el virus, que causa lesiones en el hígado, los riñones y el corazón, y es letal para aproximadamente la mitad de las personas que desarrollan la forma grave de la enfermedad.
“Es la primera vez que un brote fuera de la Amazonia dura tanto tiempo. Han sido casi siete años de transmisión activa, en algunos períodos con dos variantes del virus circulando simultáneamente”, dice la viróloga Camila Zanluca, investigadora del Instituto Carlos Chagas, unidad de la Fundación Oswaldo Cruz en el estado de Paraná (ICC/Fiocruz-PR), quien junto a la viróloga italiana Marta Giovanetti, de la Fiocruz de Río de Janeiro, son las autoras principales de un artículo publicado en septiembre en la revista Science Advances en el que se describe la dinámica de dispersión reciente del virus en Brasil. En dicho trabajo, científicos de 46 instituciones del país y del exterior secuenciaron el genoma de 147 muestras del virus obtenidas de seres humanos, monos y mosquitos infectados entre 2015 y 2022, y las compararon con otros 296 genomas de ejemplares del patógeno que han circulado en las últimas décadas en países de Centroamérica y Sudamérica: la fiebre amarilla es endémica en 13 países de la región, así como en otros 34 de África.
El análisis de una cantidad tan alta de genomas del virus –la mayor que se haya realizado con material brasileño– reveló algunas sorpresas. La primera es que, en el brote actual, el agente de la fiebre amarilla llegó al centro-sur del país dos o tres años antes de lo que se suponía, procedente de algún sitio de la Amazonia. “Los datos actuales indican que el virus apareció en el sudeste de Brasil entre finales de 2013 y principios de 2014”, comenta el virólogo Luis Carlos Júnior Alcântara, investigador del Instituto René Rachou, de Minas Gerais, también de la Fiocruz, y uno de los coordinadores del estudio actual. Él participó en un trabajo anterior, publicado en 2018 en la revista Science, que había calculado, con base en el análisis de 62 genomas, que el virus habría arribado a la región, más concretamente al estado de Minas Gerais, solamente hacia finales de 2016.
La segunda novedad del artículo en Science Advances es que en los últimos siete años circularon tres variedades del virus en el centro y sur de Brasil, dos de ellas simultáneamente en ciertos períodos. Todas ellas, definidas con la denominación técnica de clados Ia, IIb e IIIc, forman parte del genotipo sudamericano I, el más común en el país. Con todo, se diferencian entre sí por alteraciones específicas, especialmente en el gen que codifica una enzima que ayuda a la replicación del material genético del virus en el interior de las células del hospedador (el mosquito, el mono o el ser humano).
Al asociar las características genéticas de las muestras con el lugar en el que fueron recolectadas, los investigadores lograron reconstruir, al menos en parte, la trayectoria que siguió cada variedad del virus. Procedentes de la región norte, los miembros del clado la se introdujeron en el sudeste a través de Minas Gerais al comienzo de 2014, aunque los primeros casos en monos y en humanos solo se detectaron a finales de 2016. Desde entonces, se han propagado al estado de Espírito Santo y posteriormente a Río de Janeiro y a Bahía, en el nordeste, como ya lo había apuntado un artículo publicado en 2019 en la revista Jornal of Virology, también coordinado por Alcântara.