A principios de la década de 1980, la bióloga Eliza Maria Xavier Freire salía a capturar lagartos y serpientes en los bosques cercanos a la ciudad de Natal, capital del estado brasileño de Rio Grande do Norte, cuando esta actividad aún era considerada una tarea exclusivamente masculina. Soportó prejuicios, pero terminó convirtiéndose en una de las referentes nacionales en herpetología ‒ el estudio de los reptiles y anfibios ‒, en particular, de las especies que habitan en los biomas conocidos como Caatinga y Bosque Atlántico del nordeste de Brasil.
Desde la época en que cursaba su maestría, a principios de la década de 1980, identificó ocho nuevas especies de anfibios, serpientes y lagartos ‒ uno de ellos de 3 centímetros (cm) de largo ‒ y ayudó a demostrar que la biodiversidad de lo que se conoce como la herpetofauna del nordeste brasileño era mayor de lo que se suponía. Con su equipo, describió comportamientos desconocidos, como el de un lagarto que luego de aparearse permanece junto a la hembra para que otros machos no se le acerquen.
Herpetología
Institución
Universidad Federal de Rio Grande do Norte (UFRN)
Estudios
Título de grado en ciencias biológicas por la UFRN (1982), maestría en zoología por la Universidad Federal de Paraíba (1988) y doctorado en zoología por el Museo Nacional de la Universidad Federal de Río de Janeiro (2001)
La herpetóloga complementó sus estudios, que iniciara en el nordeste, con estancias en São Paulo y Río de Janeiro en las que compartió tiempo con expertos destacados de su disciplina. Dio clases y formó a jóvenes investigadores en la Universidad Federal de Alagoas (Ufal) y en la Universidad Federal de Paraíba (UFPB), antes de regresar como docente, en 2001, a la UFRN, en donde sigue trabajando actualmente. La sala que alberga la colección de anfibios y reptiles del museo de la Ufal lleva su nombre, en reconocimiento a lo que ella hizo allí.
Entusiasta, locuaz y alegre, vive con sus dos hijos adultos y nos concedió la siguiente entrevista a través de una plataforma de video a principios de junio.
Pasaron cuatro décadas desde que realizó su maestría sobre lagartos. ¿Qué cosas han cambiado en este tiempo en la herpetología?
Los estudios herpetológicos han avanzado mucho en el nordeste de Brasil y otras regiones. No exentos de problemas, pero han avanzado. Junto a Miguel Trefaut Urbano Rodrigues, de la USP [Universidad de São Paulo], y muchos otros investigadores, demostramos que la biodiversidad de los reptiles y anfibios del nordeste es mucho más amplia de lo que se pensaba. Con él fuimos varias veces a las dunas del río São Francisco, un enclave endémico [lugar donde viven especies exclusivas] de reptiles, principalmente lagartos [lea en Pesquisa FAPESP nº 169]. El monte de Murici, en el estado de Alagoas, es otro centro de endemismo. Es un lugar maravilloso. De las ocho especies nuevas que he descrito, seis son de allí. Una de ellas, la yarará de Murici (Bothrops muriciencis), es endémica. La primera especie que descubrí y describí es la de uno de los lagartos más pequeños del mundo, el menor de Sudamérica y endémico aquí en Rio Grande do Norte: Coleodactylus natalensis, que mide 3 cm de largo. Yo era muy joven cuando lo identifiqué, estaba cursando la maestría, pero no lo describí sino hasta 1999. Lo divisé por primera vez en Parque das Dunas, donde hay cordones de médanos y bancos de arena o restingas intercalados con bosques. Forma parte del Bosque Atlántico, que se extiende hasta la playa de Touros, 80 kilómetros [km] al norte de Natal. Se plantea la hipótesis de que el Bosque Atlántico sería anterior a las dunas y este lugar quedó expuesto cuando el nivel del mar era mucho más bajo que el actual. Los vientos que soplan sobre la playa y las olas que desplazan la arena del fondo marino a lo largo de miles de años formaron las dunas. Cuando uno deambula por allí, puede verse la arena cubriendo el bosque, como si realmente las dunas hubieran surgido después.
Otros investigadores y yo demostramos que la biodiversidad de reptiles y anfibios del nordeste es mucho mayor de lo que se pensaba
¿Cómo fue hacer un trabajo que solamente hacían los hombres?
En la década de 1980, cuando empecé, andar capturando lagartijas y serpientes en medio de la selva no era cosa de mujeres. Ahora hay muchas herpetólogas, pero en ese entonces no era así. Y menos aún aquí en el nordeste. Iba con el profesor Adalberto Varela-Freire, un médico apasionado de la biología que criaba serpientes. Aunque tenemos el mismo apellido no somos parientes. Como siempre andábamos juntos y solos por las dunas, acabaron “murmurando” sobre mí, por acompañar a un hombre en el monte. La antigua generación de profesores era muy machista y cuando surgía algún problema culpaban a las mujeres. Pero esto ha cambiado. Hoy en día las mujeres se juntan y hacen ruido, pero volviendo atrás: Adalberto era un hombre muy generoso y también muy tímido. En primer lugar, fuimos a Parque das Dunas, que aún hoy funciona como un laboratorio a cielo abierto frente a la universidad. Capturé algunas lagartijas, luego fuimos a los montes de Santa Cruz [un municipio del estado de Rio Grande do Norte, a 116 km de la capital].
¿El machismo solo era algo patente en el campo?
No. Trabajé como docente en la Ufal y al mismo tiempo hacía el doctorado en el Museo Nacional de la UFRJ. Me recibieron muy bien, especialmente quien fue mi director, Ulisses Caramaschi, pero viví situaciones discriminatorias, pese a que ya era docente en una universidad federal. Otra cosa que ha cambiado en estos 40 años es que el espacio que ocupan las mujeres se ha expandido mucho. En el mes de enero asumí como presidenta de la Sociedad Brasileña de Herpetología (SBH). Soy la segunda mujer en presidirlo, sucesora de Denise Rossa-Feres, experta en anfibios. Ahora hay grupos de trabajo exclusivamente femeninos y todas se ayudan mutuamente. Juntas, en 2020 publicamos un artículo en Herpetologia Brasileira, una de las revistas de la SBH, respondiéndole a un investigador extranjero que dijo que si las mujeres se desempeñan bien en esta área es porque fueron dirigidas por varones. Cuando vimos eso nos enfurecimos.
¿Qué se propone hacer en la SBH?
Estamos planificando muchas actividades inclusivas, siempre en colaboración con nuestras compañeras de la dirección. Una de ellas es incentivar a alumnos y alumnas desde su iniciación a la investigación científica a asociarse, a seguir las investigaciones sobre herpetología en Brasil e incluso publicar en la revista principal de la Sociedad: South American Journal of Herpetology. Otra es consolidar los cursos breves sobre reptiles y anfibios destinados a los docentes de la enseñanza fundamental y media, que comenzamos a impartir a finales del año pasado, con la participación de 42 municipios de todo el país. Son cursos presenciales, que incluyen también la exhibición de ejemplares. Los ayudantes son estudiantes que realizan la iniciación a la investigación científica, la maestría, el doctorado y el posdoctorado con investigadores de las instituciones participantes. Esta experiencia forma parte de su formación.
También ha trabajado en el área conservación ambiental.
Cuando dejé la Ufal y vine a Natal desde Maceió, noté que en aquella época solo había dos programas de posgrado en el Centro de Biociencias de la UFRN, uno de psicobiología y otro de bioquímica. En Alagoas existía la red Prodema [Programa Regional de Posgrado en Desarrollo Ambiental], del que la UFRN no formaba parte. Empecé a darle difusión al Prodema y, con profesionales del área de las ciencias biológicas, humanas y sociales, elaboramos la propuesta del programa, que fue aprobado por la Capes [Coordinación de Perfeccionamiento de Personal de Nivel Superior]. Fui su coordinadora durante 13 años, hasta 2018. Había dicho que dejaría la coordinación solamente cuando el programa se hubiera consolidado. Mediante la labor combinada de gente del campo de la biología y de las ciencias humanas hemos estudiado problemas y transformaciones ambientales importantes. Uno de ellos: en Rio Grande do Norte hay una invasión de aerogeneradores para turbinas eólicas. Hablan de energía limpia y preservación, pero ¿saben la devastación que esto ha acarreado? Esto tiene un impacto en el medio ambiente. Les doy un ejemplo: resulta difícil capturar anfisbenas en el campo. A las anfisbenas se las suele llamar serpientes de dos cabezas, pero la realidad es que ni son ofidios ni tienen dos cabezas. Son una especie intermedia entre un lagarto y una serpiente: viven bajo tierra, por lo que su recolección en el campo es relativamente difícil. Hace poco tiempo, un exalumno que trabaja para una consultora ambiental trajo 84 anfisbenas heridas o muertas, que recolectó de una zona donde se estaba removiendo el suelo para nivelarlo y poder instalar más aerogeneradores. Y siguen pregonando que la energía limpia no tiene ningún impacto en el medio ambiente.
¿Qué aspectos puede destacar de las investigaciones de su grupo sobre el comportamiento de los reptiles?
Tenemos estudios muy interesantes sobre su dieta, la búsqueda de alimentos, la regulación de su temperatura corporal y su reproducción. Hemos logrado avances sustanciales, especialmente con el Peld [Programa de Investigación Ecológica a Largo Plazo] de la Caatinga, financiado por el CNPq [Consejo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico]. Quiero hacer hincapié en los trabajos con lagartos tropidúridos [de la familia Tropiduridae] que viven sobre grandes rocas ‒ razón por la cual se los llama saxícolas ‒, que aplanan su cuerpo sobre las rocas cuando hace frío, para capturar lo máximo posible el calor almacenado en ellas. Al llegar el mediodía desaparecen. Si queda alguno, apenas se aferran a las piedras con las puntas de sus dedos, manteniendo el cuerpo arqueado, lejos de la fuente de calor, porque no pueden regular la temperatura del cuerpo; este proceso formó parte de las tesis doctorales de Leonardo Ribeiro y Miguel Kolodiuk. Otro ejemplo: Raul Sales, un estudiante que trabaja conmigo desde que era alumno de grado y recientemente concluyó el posdoctorado, estudió la reproducción de un lagarto [ututu ocelado] y al que por aquí lo llamamos calanguinho (Ameivula ocellifera). Pudo observar que cuando el macho sabe que la hembra está en la madriguera, frota la cloaca y la zona ventral de sus patas traseras, que poseen poros como abertura de glándulas, hasta que la hembra salía, probablemente atraída por el olor. Entonces comienza el ritual de apareamiento. El macho mordisquea la nuca de la hembra que levanta su cola y él despliega su hemipene y se arquea para alcanzar su cloaca. Tras la cópula, sigue a la hembra impidiendo que otro macho se le acerque.
Con su grupo también ha estudiado la ecología de la Caatinga, incluyendo el género bromelia. ¿Qué ha sido lo más interesante?
Dirigí a Jaqueiuto Jorge en su doctorado, en el que estudió la herpetofauna de una especie de bromeliáceas espinosas conocidas como macambiras-de-flecha o macambira rupícola [Encholirium spectabile], que no acumulan agua en su interior y crecen sobre las rocas expuestas en el semiárido del nordeste brasileño. Obtuvimos resultados extraordinarios, especialmente sobre anfibios que dependen de estas plantas para cobijarse y reproducirse. También recolectamos datos sobre aves y artrópodos, sobre todo abejas, y vimos que estas bromeliáceas promueven la biodiversidad y son verdaderas ingenieras de ecosistemas. Son muy utilizadas por las comunidades locales, tanto como alimento para el ganado durante los períodos de sequía como para la fabricación de artesanías, en este caso con las plantas secas.
¿Por qué las especies de la herpetofauna suelen generar rechazo entre quienes no los estudian?
Es un problema cultural, que generalmente se debe al temor o el asco que provocan. Es una pena, porque ya ha desaparecido una parte importante de la diversidad de especies de anfibios y reptiles de todo el mundo a causa de la pérdida de su hábitat, las enfermedades o el cambio climático. En mis clases monto todo un espectáculo para demostrar que hacen mucho más bien que mal, porque se alimentan de insectos y roedores. En otras palabras, promueven un control biológico natural de las plagas. Los alumnos salen de las clases con una mirada diferente.
¿Cómo llegó al Instituto Butantan, en los comienzos de su carrera como investigadora?
Varela-Freire no se movía de Natal. Los alumnos se iban graduando y él ni siquiera iba a hacer la maestría en biología, aunque le gustaba mucho, debido a su timidez. Pero gozaba de credibilidad por lo que ya había hecho. Antes que él, estudiando reptiles, principalmente serpientes en el nordeste, estuvo José Santiago Lima-Verde (1945-2019), de la UFC [Universidad Federal de Ceará]. En 1981, Adalberto recibió una invitación para participar en el primer congreso internacional sobre serpientes y artrópodos venenosos en el Instituto Butantan. Yo cursaba mi carrera de grado en la universidad. Cuando vi el afiche y la invitación, le pregunté si asistiría, pero a él no le gustaba salir de Natal. Sugirió que fuera yo y acepté. El problema era cómo. Yo no tenía una beca y no recuerdo cómo pero me las arreglé para comprar un pasaje en autobús. Tardé tres días en llegar a São Paulo. Una vez en el congreso, vi que había más investigadores que estudiantes. Me senté cerca de los más jóvenes, y así fue que conocí a Pedro Federsoni Júnior, quien más tarde fue director del museo del Instituto Butantan. Entablé una conversación y le conté por qué estaba allí y me dijo: “Eres valiente, has venido sola”. Aproveché para preguntarle quién era Alphonse Richard Hoge [1912-1982], un brasileño hijo de franceses, el pope de la herpetología en aquel entonces, a quien quería solicitarle una pasantía. Él me lo señaló y, en el receso, aproveché para presentarme y le dije que soñaba con hacer una pasantía en el Butantan. Se me quedó mirando y accedió a ayudarme, por haber tenido el valor de ir hasta allí a hablar con él. Conseguí la pasantía, pero no pude iniciarla porque al final de ese año me graduaba. Regresé a Natal y me enteré de que la universidad otorgaba un premio en efectivo al mejor alumno y al mejor trabajo final de grado. Quedaban seis meses y decidí ir en busca de esos premios. Lo conseguí: el día de mi graduación, recibí mi diploma de licenciada en biología, otro más como estudiante distinguida en el primer puesto con una monografía sobre accidentes con animales ponzoñosos en la microrregión de Borborema Potiguar y alrededores, el premio en efectivo y la medalla estudiantil al mérito, que aún hoy conservo. Con el dinero del premio pude comprar un pasaje aéreo. Pero todavía tenía que pensar cómo iba a mantenerme durante los tres meses de la pasantía en São Paulo.
En la década de 1980, cuando comencé, capturar lagartijas y serpientes en medio del monte no era cosa de mujeres
¿Cómo se las arregló?
Al día siguiente de la colación de grado me puse la monografía y los diplomas bajo el brazo y fui a hablar con el prorrector de alumnado. Le dije que me habían invitado a hacer una pasantía en el Instituto Butantan, pero no tenía cómo solventar mi estadía en São Paulo durante ese tiempo. Me dijo: “Puedo conseguirte una ayuda solo por tres meses”. Así fue que me fui. En el Butantan había un técnico maravilloso, Joaquim Cavalheiro [1930-2020], el señor Quim, quien nos enseñó todo. Yo iba cada día a las 7:30 para identificar serpientes, cuidarlas, lo que hiciera falta. Cuando la pasantía se acabó, fui al despacho del doctor Hoge a despedirme. Me sugirió que me quedara por más tiempo, pero ya no tenía beca. Como ya había oído hablar de [Paulo Emílio] Vanzolini [1924-2013], del Museo de Zoología de la USP, decidí ir a verlo para ver si podía hacer con él una pasantía o que me dirigiera en la maestría. Cuando llegué allí, me atendió una asistente de Vanzolini, Regina Spieker, y me dijo que no tenía sentido que esperara, porque no había pedido una cita y él no tendría tiempo libre ese día. Pero me sugirió: “Mira, tu eres del nordeste y su mejor alumno de doctorado, Miguel Trefaut Rodrigues, está por graduarse, va a pasar un tiempo como docente en la UFPB y a trabajar con los animales de allí. Fíjate si puedes hacer una maestría con él”. Fui a Paraíba, me inscribí en una especialización en sistemática [clasificación] zoológica; era la única forma de conocer realmente a Trefaut Rodrigues. Quedé seleccionada, conseguí una beca del CNPq, me mudé allí e hice el curso, durante tres meses. Cuando este estaba finalizando, conversé con él y me preguntó por qué no me presentaba a la selección para hacer la maestría, dos meses más tarde. Le propuse: “Si quieres puedo empezar a trabajar ya mismo con algún buen tema”. Me respondió: “Entonces vete a casa y haz un proyecto”. Pasé la noche en vela y armé un proyecto de investigación centrado en Parque das Dunas, le comenté que ya había recolectado allí unos lagartos interesantes y se le iluminaron los ojos al leerlo, porque era lo que él tenía en mente.
¿Cómo hizo para cursar la maestría si no tenía dinero?
Me presenté a la selección para la maestría en la UFPB, resulté aprobada y obtuve una beca del CNPq. Fui la primera alumna de maestría de Trefaut Rodrigues. Una vez iniciado el proyecto, me dijo que iríamos a la restinga de Ponta de Campina [municipio de Cabedelo, en el Gran João Pessoa], una de mis áreas de trabajo. Al llegar allí, acomodó una lata, sacó una pistola garrucha, le cargó una bala y me dijo: “Dispárale”. Yo nunca había disparado, pero tuve que aprender porque así era como cazábamos algunos de los lagartos más grandes, siempre con un permiso ambiental, pero para los menores solíamos utilizar trampas. Acerté. Puso la lata más lejos y le expliqué: “No sé si podré, éste ha sido mi primer tiro”. Me dijo: “¿Y qué? Si fallas, fallaste. ¡Dispara!”. No sé cómo pero acerté. “Bien, a partir de la semana que viene un coche de la universidad te dejará aquí por la mañana y te recogerá a las cinco de la tarde”. Unos seis meses después él volvió a la USP. Estaba algo desconcertada e insegura porque recién empezaba. Así que terminé mis materias, me fui también allá y me alojé en su despacho. Terminé de redactar mi tesina y regresé a defenderla en la UFPB. Me presenté a concurso docente en la Ufal y aprobé.
¿Qué hizo allí?
En Alagoas, mirara donde mirara había Bosque Atlántico, y yo quería saber qué especies de lagartos eran endémicas de esa región. Encontré a un estudiante que conocía los montes y, después de trabajar ahí durante unos cuatro años, describí seis especies nuevas. Casi que me convertí en una experta en el Bosque Atlántico. Pero cuando volví de hacer el doctorado, a principios de 2001, pedí el traslado a la UFRN. Antes de empezar el doctorado me separé. Tenía entre 33 y 34 años y dos hijos, una niña de 4 años y un varón de 2. Acababa de ingresar al doctorado y no podía llevarlos conmigo. Quedaron al cuidado de mi madre. Me preguntó cuánto tiempo necesitaría que los cuidara y le pedí un año para hacer los créditos, en Río de Janeiro. Sufrí mucho, pero ellos sufrieron mucho más, porque mi madre era chapada a la antigua y su forma de criarlos era diferente, estricta. Antes de dejar la Ufal, creé la sala de la colección de herpetología del Museo de Historia Natural de la universidad. Cuando el museo cumplió 20 años, me rindieron homenaje nombrándola “Sala Profesora Eliza Freire «Juju»”. Todos me conocen como “Juju”, por un personaje de la telenovela brasileña O bem-amado [El bienamado], de 1973.
¿Por qué hizo el doctorado en el Museo Nacional?
Tenía muchas ganas de seguir con Trefaut Rodrigues, pero el proceso de selección del Museo Nacional era un semestre antes que el de la USP. Mi prioridad era lo que me hiciera avanzar más rápido. Mi director fue Ulisses Caramaschi, quien había hecho el doctorado con Paulo Vanzolini al mismo tiempo que Trefaut Rodrigues. Me mantuve cerca de él, fue miembro de mi tribunal examinador. Estoy muy agradecida a mis dos directores.
Todos se sentaban a una misma mesa, de 1º a 8º año, y la maestra enseñaba distintos temas a los diferentes alumnos
¿Desde cuándo empezaron a interesarle los reptiles y anfibios?
Empecé a interesarme por los lagartos y serpientes cuando hacía las recolecciones con Varela-Freire en las dunas y en Santa Cruz. Pero en la actualidad, mi pasión son los lagartos. Nací en la localidad de Pendências, en el interior de Rio Grande do Norte. Éramos una familia típica del nordeste, con siete hijos, muy pobre. Mi padre trabajaba en una salinera y mi madre era ama de casa. Vivíamos en el monte, porque mi papá solo pudo alquilar un ranchito que era una despensa, una tiendita, en el distrito de Logradouro, municipio de Carnaubais, en Rio Grande do Norte. A un lado del mostrador de venta estaba la hamaca de uno, al otro lado la hamaca de otro, dos hijos en una cama en otro espacio, él con mamá en la cocina. Cuando amanecía, el sol entraba por un agujero en la pared. Mis padres murieron el año pasado, con seis meses de diferencia. Vivieron juntos 66 años. Siempre decían: “La única manera de que el hijo de un pobre pueda sentarse de igual a igual con el hijo de un rico es a través de la educación”. Pasamos muchas estrecheces, incluso de alimentos, pero ellos nos animaban a estudiar. Cinco de los hermanos fuimos a la universidad. Solo las dos hermanas más jóvenes dejaron los estudios para casarse.
¿Había dónde estudiar en Pendências?
Cursé a la primaria [enseñanza fundamental I] allí en el pueblo, en Logradouro. La escuela era en realidad una casona perteneciente a una familia tradicional, cuya sobrina era maestra. Nos sentábamos todos juntos en una gran mesa, de 1º a 8º año, y la profesora enseñaba temas diferentes a los distintos alumnos. Mi hermano mayor ya se había marchado a vivir con mi abuela a Pendências para asistir a una primaria mejor. Cuando terminé la primaria, le dije a mi madre que quería presentarme a rendir el examen de ingreso al gymnasium [enseñanza fundamental II] en Pendências. Fui sin temor y con desparpajo y aprobé. Como la escuela era nocturna, durante el día ayudaba a mi tía, que era docente y también vivía allí, cuidando a mi abuela paterna, que era ciega y paralítica. Mi tía me enseñó a escribir el plan de clases en el cuaderno y aprendí a dar clases con ella. Cuando mi abuela estaba enferma, yo la reemplazaba en la escuela. Como mis otros hermanos ya iban al gymnasium, mi madre se dio cuenta de que tendríamos que mudarnos para hacer el bachillerato [enseñanza media]. Nos fuimos a una ciudad cercana, Macau, que era la mayor productora de sal del estado. A mi padre lo trasladaron a una salinera que también era de allí, con un puesto mejor, y mi madre trabajaba como revendedora vendiendo perfumes, para ayudar a costear el alquiler. En Macau solo había un bachillerato contable para los varones, y pedagógico para las mujeres, que se formaban como maestras. No sé de dónde saqué la idea, pero le dije a mi madre que no sería ni lo uno ni lo otro. Quería ser científica.
¿Y qué hizo?
Tuve suerte. Un tío que era comerciante había invitado a mi hermano mayor para que fuera a trabajar y vivir con él, en Natal, mientras estudiaba en otra modalidad de bachillerato, el científico, que era lo que a mí me interesaba. Pero mi hermano no quiso ir. Como yo había escuchado la conversación, llamé a mi madre a un rincón y le pedí: “Ya que él no quiere ir, quiero ir yo. Pregúntale al tío si me lleva”. Mi tío aceptó. En la década de 1970, las escuelas públicas eran maravillosas, pero había una competencia enorme para ingresar. Los padres hacían cola desde la madrugada. Mi madre vino, se unió a la cola y me consiguió una plaza. Estudiaba de noche y trabajaba en una oficina de venta de azúcar. Cuando tuve que rendir el examen de ingreso, una prima me invitó a quedarme en su casa y estudiar juntas. Conocimos a una amiga que había estudiado en el mismo colegio, un año antes que nosotras, y había aprobado la admisión en ciencias biológicas. Le pregunté: “¿Y tú que vas a hacer?”, y respondió: “¡Ah, seré científica!”. No hizo falta más. Mi prima y yo entramos en ciencias biológicas, pero por separado: ella hizo el profesorado, que formaba docentes de enseñanza fundamental y media, y yo la licenciatura, más orientada a la investigación. Viví un año en la residencia universitaria, para estudiantes de escasos recursos. Después de eso, mi padre se jubiló y mi mamá lo convenció de mudarse a Natal y volví a vivir con ellos. Para poder dejar de alquilar, ella se inscribió en un crédito hipotecario de vivienda en un conjunto habitacional en Ponta Negra, que hoy en día es una zona privilegiada de la ciudad. Mi padre despotricó: “¡Estás loca!, ese es un lugar para gente rica”. “¿Quieres ir a vivir a la zona norte? Nunca más. Quiero un buen ambiente para mis hijos”, dijo mi madre. “¿Cómo lo vamos a pagar?, preguntó él. “Trabajando”, fue su respuesta. El nivel de ingresos de mi padre no alcanzaba para poder firmar el contrato con el banco público, Caixa Econômica Federal, pero mi hermano ya trabajaba. Sumando todo, lo consiguieron.