Algunas decenas de piedras dispuestas sobre un tablón, sostenido por dos caballetes. En la pared del fondo, recomendaciones escritas a mano ubican en contexto la escena: “Por favor, no saque las muestras del banco”; “Antiguo sector de geología sedimentaria y ambiental”. Es la mañana del 12 de febrero de 2019, cinco meses y diez días después de que el Museo Nacional, en Río de Janeiro, fuera destruido prácticamente por completo por un incendio que duró seis horas. Por primera vez, el acceso a las ruinas del Palacio de São Cristovão, la antigua residencia oficial de la monarquía brasileña y sede de la institución, está habilitado a la prensa.
Sin techo, el edificio aún se encuentra expuesto a la intemperie; los andamios apuntalan las estructuras que resistieron las llamaradas y desmoronamientos. El segundo y el tercer piso del edificio ya no existen. En la planta baja, paredes quemadas y descascaradas, hierros retorcidos, extintores chamuscados, armarios incinerados, algunos de ellos con muestras de las colecciones científicas del museo, que incluían alrededor de 20 millones de artículos. Munido de un cedazo, un empleado del museo hurga intentando recuperar algún fragmento de importancia histórica o científica entre los escombros más finos. Hasta ahora se han recuperado entre las ruinas alrededor de 2 mil piezas del archivo. Las obras de apuntalamiento y cobertura provisoria del palacio finalizarán este mes.
La Universidad Federal de Río de janeiro (UFRJ), que administra el museo, llamó a concurso para el proyecto de restauración del sector frontal de la edificación, presupuestada en poco más de 1 millón de reales. “Aún no es el proyecto definitivo para la recuperación de todo el edificio, sino tan solo de la fachada”, dijo Alexander Kellner, el director del museo. Según él, la universidad ya cuenta con 71 millones de reales para las obras de recuperación del predio y de sus edificios anexos.
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