En un mundo en el cual lo ideal es estar siempre seguro con relación a todo, él optó por el adagio de que la duda es el principio de la sabiduría. Quizá esa saludable elección sea la fuente de su longevidad, pues Claude Lévi-Strauss va a cumplir 100 años (ojalá) en noviembre. “La cronología de su vida revela un autor moviéndose en medio de cuestionamientos, dudas, repliegues y retiradas, en un trayecto reacio a la linealidad que vive el conflicto de la creación. Eso lo llevó a ubicarse a distancia de sus objetos y a aprender a lidiar con la temporalidad, y a aliar lo sensible y lo inteligible para construir un saber polifacético y complejo”, explica la antropóloga Dorothea Voegeli Passetti, autora del recién publicado libro Lévi-Strauss, antropologia e arte: minúsculo, incomensurável, de Edusp/ Educ, fruto de su tesis doctoral en ciencias sociales, defendida en la PUC-SP. En ello fue exitoso. “No solamente planteó una nueva antropología sino que también apuntó una nueva manera de ser antropólogo. Quiere una antropología útil a nuestras sociedades, que vuelva a los hombres más humildes, descentrándolos en función del conocimiento que el ‘otro’ les brinda”, afirma.
En su trayectoria, siempre cambió. Fue etnógrafo crítico, ex filósofo que cuestiona la metafísica, antropólogo que quiere crear una ciencia nova, ex militante socialista que encontró el budismo. Incorporó diversos saberes: lingüística, matemática, biología, psicoanálisis, filosofía. “Es el definitivo pensador de nuestro tiempo, uno de sus críticos más intolerables, buscando el pasado detrás del presente: investiga y defiende a las sociedades indígenas contemporáneas, sin dejar de abocarse al modo en que pensaron y cómo vivieron tradicionalmente; admira a ciertos artistas modernos, pues recrearon relaciones con un tiempo inmemorial; no se refugia en el pasado contra lo actual, pero lo busca como un instrumento para superar los tiempos, llegando a las profundidades más distantes, donde solamente hay vida y los objetos de arte son los únicos capaces de concentrarla, perpetuándola”, asevera Dorothea. Hijo de artista (de allí su nacionalidad belga: su padre, pintor, estaba trabajando en Bélgica), admirador del cubismo y amigo de los surrealistas, en especial de André Breton, hizo que la ciencia dialogara con el arte, la base fundamental de su pensamiento. “Con él, la ciencia dejará de oponerse al arte, al mito y a la filosofía. Cultivando sus propios métiers, esos dominios dialogarán entre sí en la construcción de saberes, alcanzando niveles más profundos”, evalúa a investigadora.
El especialista, con Lévi-Strauss, se verá obligado a dejar de ser burócrata. “El nuevo productor de conocimientos elige un territorio de investigación cuyas fronteras son maleables y penetrables, superándolas por medio de una reflexión profunda y extensa”. A tal fin contribuyeron tres viajes fundamentales en su formación: a Brasil (entre 1935 y 1939), junto con la “misión francesa” en la USP, cuando realizó sus investigaciones etnográficas (plagadas de dudas sobre la importancia de los objetos de arte e indígenas) y definió su condición de etnólogo en detrimento de la de filósofo; a Estados Unidos, durante los años 1940, en el que, acota la autora, el indeciso profesor de sociología que desea conocer a los indios se transforma en americanista, “vistiendo una escafandra y buceando en la etnología indígena y en la lingüística”; a la India, en 1950, cuando entró en contacto con el budismo, que se acercará, acota Dorothea, con adecuación, al ya creado estructuralismo. Inquietud curiosa para quien inicia su libro Tristes trópicos (1955) con la frase: “Odio los viajes y a los exploradores”. Con todo, en 1935, cuando hace su primer contacto con los indios brasileños, es llevado, dice la investigadora, “por el deseo de comprender América, operando una especie de corte en la etnografía y en la geografía brasileña”.
“A partir de entonces se pregunta si vale la pena dejar una carrera universitaria y una posible vida política para convertirse en un burócrata de evasión, que pasa su tiempo aplicando instrucciones, anotando en fichas las particularidades físicas de los indios encontrados”. Llega incluso, sigue la autora, a desesperarse al saber que nunca conseguirá develar la cultura de la sociedad que tuvo la suerte de encontrar. “Pero fue en Brasil que Lévi-Strauss empezó a entender que debería ver a su sociedad como un actor No. Este distanciamiento implicó también el abandono de la política, pues cabía al etnólogo pensar todas las sociedades de lejos, no involucrándose en los acontecimientos históricos”. Para no dejar de ser objetivo, el etnólogo, según Lévi-Strauss, debe evitar juzgar, ya sea a su sociedad, ya sea a otras. La opción es por una moderación del juicio. “Esta reflexión, en la cual parece cargar todo el remordimiento occidental por la destrucción de los pueblos, resulta en un distanciamiento. Pasa a ver las sociedades, incluso la suya, a través de un filtro”. Da inicio entonces a una pasión duradera con la naturaleza y, sostiene la investigadora, se ubica en posición de crítico de la sociedad que busca a los salvajes en una actitud de evasión hacia lo exótico. “Su tormento giraba en torno de la búsqueda de una fórmula de retorno a su propia sociedad. No es el buen salvaje lo que busca, sino el estado mínimo de sociedad”. Lo exótico, evalúa Dorothea, atrae a Lévi-Strauss por su carácter intacto y virgen, referente a la naturaleza, y por su afinidad con los comienzos. El mundo estaba volviéndose pequeño para sus viajes. “Al contrario del coleccionismo de los museos, lo que importaba era poder elegir, pinzar algún objeto entre tantos otros y no reproducir la postura que tanto lo perturbó en sus investigaciones etnográficas en Brasil, en las cuales se vio obligado a recoger todos los objetos posibles de una cultura”, sostiene la autora.
Nexo
Los objetos que procuraba investigar y entender no eran solamente materiales, y el nexo que los unía debería hallarse en otra dimensión. “Estos objetos informan más que la materialidad pasada o presente de las culturas: son más propiamente formas de pensar el mundo y, embelleciéndolo o disimulándolo, incorporan en su concretud la sociedad, la naturaleza, lo sobrenatural. Conectan y atraviesan culturas, exponen la naturaleza como parte intrínseca de la vida o como designación creada para dignificar superioridades culturales muchas veces traumáticas”. La masacre de la Segunda Guerra Mundial marcaría mucho esa visión. “Preguntarse sobre sociedades en las cuales no existen injusticias ni terror y reflexionar sobre el hombre natural que representaría una humanidad que no conoce los males de la civilización significó desilusionarse y encontrar la tristeza en los trópicos, en la Meseta Central brasileña o en Martinica, producto de esa experiencia. Si los primitivos lo atraen más es porque fue entre eles que encontró la fraternidad”, dice Dorothea. El paso por Nueva York, el contacto con la antropología americana, como así también las recordaciones de las lecturas continuas de Freud lo llevar a poner la cultura en oposición con la naturaleza: “El parentesco pasó a ser su tema central, uniendo la etnología, la lingüística y la discusión psicológica sobre el inconsciente. La alianza, además de la consanguinidad, asegura al parentesco un primer carácter artificial, que marca el distanciamiento de los hombres del universo natural”. Las estructuras pasan a marcar su nuevo pensamiento, y con ellas llegan las elaboraciones racionales, científicas, matemáticas.
“Para él, no había avance en seguir midiendo huesos y cráneos, con lo cual se desvinculó de la antropología física. Las culturas existen, se afirman y se mantienen por las diferencias, una en relación con la otra, y será el juego de las diversidades lo que hará posible la dinámica cultural”, sostiene la autora. Llega la hora de plantear que se entienda al hombre integrado a la naturaleza y que se acabe con el antropocentrismo. “La etnología no es ni una ciencia aparte ni una ciencia nueva: es la forma más antigua de lo que llamamos humanismo, debiendo englobar a la totalidad de la Tierra”. En los años posteriores a la publicación de Tristes trópicos, recuerda la autora, Lévi-Strauss fue acusado de antihumanista por reducir al hombre a estructuras y por no tener en cuenta a la historia o a la voluntad humana. Era hora de tomar otro camino.
Lévi-Strauss, asevera la investigadora, cada vez más acerca el arte a la antropología. “El motivo por el cual la antropología se interesa por el arte es que el arte es una parte de la cultura y es, en mayor medida, la toma de posesión de la naturaleza por parte de la cultura, que es el prototipo de los fenómenos que los etnólogos estudian”. Sin embargo, nada es sencillo y su curiosidad intelectual lo lleva por nuevos caminos. “Tengo una conciencia neolítica”, escribió Lévi-Strauss. Hablaba de sí mismo y de sus nuevos intereses al mismo tiempo. “Como la ciencia de los concreto, el pensamiento salvaje es simultáneamente analítico y sintético. Tiene ambición simbólica y se vuelca a la percepción y clasificación del universo inmediato y empírico. Al contrario que el pensamiento domesticado, es discontinuo; pretendiendo ser sincrónico y diacrónico, expresa una comprensión atemporal del mundo”, explica la investigadora. De allí un lazo más entre el arte primitivo y el pensamiento mítico: la significación de seres míticos en el arte es atemporal, dialogando con un tiempo primigenio en el cual sincronía y diacronía se cierran. “El pensamiento salvaje se identifica con el mito, la magia y el arte, y puede convivir con el pensamiento científico moderno”. Él llegó allí. “El pensamiento de las sociedades primitivas requiere nuevos modos de investigación, que deben investigar las formas por las cuales constituyen como objeto los seres y los fenómenos de la naturaleza.”
Como sostiene la autora, ser antropólogo adquiere una nueva dimensión, en la cual el diálogo con el arte no se restringe a una especialización. “El dominio se amplió y los territorios se interpenetraron, tornando obsoleta a la figura del antropólogo del arte, experto que investigaba objetos primitivos que, por ser primitivos, eran exóticos”. Solamente con las investigaciones sobre el carácter simbólico de los objetos se hizo posible reunir naturaleza y cultura nuevamente, no apartando más a los objetos culturales y los naturales. “Descubrir que ése es el procedimiento del arte permite reunir por fin las miradas y aliar la antropología (y por extensión, las otras ciencias) con el arte”. El arte deja de ser solamente ilustración, sino que “es posible rearticular esas dos formas de pensamiento al notar que cualquier arte es un producto intelectual”. Es la alianza entre lo sensible y lo inteligible. “Así, en un nivel profundo, las formas de pensamiento científico y artístico pueden coincidir”. La emoción estética que brinda cualquier arte adviene de su carga reflexiva e intelectual. Llegan a su apogeo los viajes y las exploraciones del hombre que odiaba a ambas. “A partir de ese momento, no habrá más necesidad de cuestionar las fronteras entre diversas especialidades, pues las nuevas modalidades de investigación y de producción del conocimiento se habrán diluido con relación a las antiguas demarcaciones entre la ciencia y otras formas de pensamiento”, concluye la investigadora.
Republicar