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Computación

Espacio libre para crear

Los hackerspaces, lugares que reúnen a aficionados por la tecnología, se multiplican en Brasil

Visión interna del ABC Makerspace, en la localidad paulista de São Bernardo do Campo, que fue "impreso" en madera contrachapada y luego encajado

 Léo Ramos Chaves

En una soleada tarde de sábado, en abril, el diseñador Sandro Friedland, de 42 años, entró en una casa de fondos en el barrio paulistano de Pinheiros dispuesto a dominar los secretos de la impresora 3D. Poco tiempo después llegó la desarrolladora Gabriela Freitas, 26, quien quería consejos para participar en Capture the Flag, una competencia que implica la resolución de desafíos relacionados con la seguridad de la información. En la puerta que da acceso a la casa no hay una placa de identificación. Sólo el discreto grafiti de un paraguas en la fachada indica la actividad local: allí funciona el Garoa Hacker Club, el primer y más famoso hackerspace –o laboratorio hacker− de Brasil, entre alrededor de 30 que se encuentran en actividad en el país.

Sandro y Gabriela no están allí trabajando ni estudiando. En un “laboratorio comunitario para amantes de la tecnología” –tal como el Garoa es definido por sus miembros− no hay fronteras bien definidas entre trabajo, estudio y ocio.  “”El conocimiento es libre”, dice el analista de sistemas Lucas Vido, de 27 años, tesorero del club, verbalizando uno de los conceptos más caros a la ética hacker. “La cultura hacker tiene tres características marcadas: libertad, en el sentido de autonomía, libre acceso y libre circulación de informaciones, de ahí la importancia de usar software y hardware de código abierto, aprendizaje por la práctica y la cooperación”, define el ingeniero de producción Victor Macul, de 27 años, docente del Insper y doctorando en ingeniería de producción en la Escuela Politécnica de la Universidad de São Paulo (Poli-USP).

En los hackerspaces es posible encontrar diferentes tipos de proyectos: desarrollo de robots, maratones de programación, charlas, minicursos y mucho intercambio de experiencias. Las actividades de Garoa y de otros espacios similares son pagas con las cuotas mensuales de los integrantes de las asociaciones de hackers o, cuando es el caso, por la universidad a la que están vinculadas.

Léo Ramos Chaves Visión externa del ABC Makerspace, en la localidad paulista de São Bernardo do Campo, que fue “impreso” en madera contrachapada y luego encajadoLéo Ramos Chaves

Para los frecuentadores de los hackerspaces, la palabra hacker mantiene su vínculo con el significado original, nacido en la década de 1950 en Estados Unidos, y relacionado con la experimentación tecnológica. No tiene, por lo ende, ninguna asociación con “delincuente digital”, tal como puede indicar el sentido común. Lucas Vido dice que hackear es “tomar algo que ya existe y darle un uso innovador”. Un buen ejemplo de esta cultura está en Natal, en el estado Rio Grande do Norte. Jerimum Hackerspace, creado en 2017 inspirado en Garoa, desarrolló recientemente un marcador de presión arterial utilizando Arduino, una versátil plataforma de código abierto de prototipado electrónico, presencia obligatoria en todo hackerspace. “Arduino es barato, de hardware libre [la placa puede ser copiada sin problemas] y con mucha información disponible en internet”, explica Ana Clara Nobre, de 26 años, estudiante de tecnología de la información de la Universidad Federal de Rio Grande do Norte, analista de infraestructura y una de las fundadoras del espacio. “Hemos elaborado un medidor de presión más barato que el que se vende en las farmacias y que también permite visualizar los cambios a través de un gráfico”, se entusiasma al hablar la analista, quien también es coordinadora de PotiLivre, Comunidad de Software Libre de Rio Grand do Norte.

Los hackerspaces no tienen compromiso con resultados que vayan a las oficinas de patentes y a las góndolas de los supermercados. Nuevas tecnologías pueden incluso surgir en esos espacios, pero quienes frecuentan un hackerspace están mucho más interesados en el proceso que en el final. Lo que no impide que, eventualmente, los asociados de un hackerspace se unan en pos de proyectos con resultados más prácticos e inmediatos.

Léo Ramos Chaves Lucas Vido construye un robot observado por Fernando Guisso: Garoa fue la primera asociación de hackers de Brasil, creada en 2009Léo Ramos Chaves

Algunos de estos proyectos pueden estar relacionados con agendas sociales o comunitarias. Fue lo que descubrió la periodista Beatriz Martins, de 58 años, investigadora asociada en el Laboratorio Interdisciplinario de información y conocimiento, vinculado al Instituto Brasileño de Información en Ciencia y Tecnología (Ibict) y a la Universidad Federal de Río de Janeiro. “Destaco algunos ejemplos: el proyecto de reciclado de basura electrónica desarrollado por el LabHacker, de Santiago [Rio Grande do Sul]; el indexador de datos públicos Peba, que permite el acceso a gastos de diputados federales, proyectado por el Teresina Hacker Club [Piauí]; el proyecto Monitora Cerrado, del Calango Hacker Club, de Brasilia, para la medición del índice de humedad, algo crítico en la región, y los proyectos de permacultura y producción cultural alternativa promovidos por Baia Hacker, de Itu y Porto Feliz [São Paulo] “, informa.

Nuevas tecnologías pueden surgir en esos lugares, pero quienes frecuentan un hackerspace están más interesado en el proceso que en el fin.

Un laboratorio comunitario
Los hackerspaces se distinguen de otras iniciativas de laboratorio comunitario, como makerspaces y fablabs, que son más bien dirigidas hacia la ejecución de proyectos. Los límites entre ambos tipos de espacio no están bien definidos, por lo que Beatriz Martins eligió trabajar con hackerspaces autoidentificados. “En esos espacios hay una variedad de sesiones de discusión en las que se debaten temas diversos y no sólo los relacionados con la tecnología. En seis de los espacios que respondieron al cuestionario de la investigación hay encuentros orientados a cuestiones de género”, comenta.

“Cuando estamos hablando, no hay un tema limitado. Y no existe profesor y alumno, sólo intercambio”, testimonia Ana Clara, de Jerimum. Sebastião Santiago Barretto, de 64 años, ingeniero electrónico graduado en 1976 en la Poli-USP, es uno de los participantes que se alterna en el papel de profesor experimentado y alumno curioso. Frecuentador de Garoa hace dos años, ya ha tenido oportunidades de compartir con otros compañeros sus experiencias como integrante del equipo que participó en el proyecto Patinho Feio, en 1972, uno de los dos primeros ordenadores desarrollados en Brasil. El el otro, llamado Zezinho, se desarrolló en el Instituto de Tecnología de Aeronáutica (ITA), en 1961. “Es impresionante la cantidad de conocimiento que se adquiere escuchando las conversaciones en el laboratorio. Incluso quien no tiene mucha formación académica siempre contribuye. Una de las cosas que más me gustan en Garoa es quedarme a un costado montando algo mientras escucho las conversaciones que ruedan por allá “, dice Barretto.

Léo Ramos Chaves Usuarios sin vínculo formal con grupos de investigación en un espacio inaugurado en abril en el Instituto de Física de la USPLéo Ramos Chaves

Espacio libre de convivencia, ocio y discusión, el hackerspace es también un espacio de networking, que puede generar oportunidades laborales. Fue lo que sucedió con Victor Fragoso, de 21 años, estudiante de ciencia de la computación en la Universidad Federal del ABC (UFABC) y expasante recientemente efectivizado en una empresa de componentes electrónicos.  “Yo frecuentaba el ABC Makerspace, en Santo André, cuando un amigo apareció pidiendo que le recomendaran a alguien para hacer una pasantía en la empresa”, comenta. Ahora, con la agenda más apretada, Fragoso frecuenta el WikiLab, instalado en el campus de la UFABC de São Bernardo do Campo, en la Región Metropolitana de São Paulo. El WikiLab es una consecuencia directa del ABC Makerspace, creado en 2014 y también funcionando en la UFABC, en un área cedida por la rectoría, después de pasar por otros espacios. Las actividades cuentan con el apoyo de los profesores Sérgio Amadeu da Silveira y Claudio Penteado, de la carrera de políticas públicas, y Jerônimo Cordoni Pellegrini, de ciencia de la computación. Los tres son coordinadores del Laboratorio de Tecnologías Libres de la universidad.

Todo el proceso de creación del laboratorio de 40 metros cuadrados del ABC Makerspace, desde el proyecto inicial hasta el montaje final, fue colaborativo, y se utilizaron tecnologías libres. “Adaptamos un proyecto de wikihouse, disponible en internet, que permite ‘imprimir’ casas de madera contrachapada. El diseño se hace en el ordenador y el código se inserta en una máquina que efectúa el corte de las chapas de madera. Después, basta con encajar las piezas”, explica Fragoso. El costo, de unos 70 mil reales, fue financiado a través de la plataforma de crowdfunding Catarse.

Otros hackerspaces que funcionan dentro de las universidades también están abiertos a asistentes y eventos externos. Es el caso del Tarrafa Hacker Club, que opera en la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad Federal de Santa Catarina, en Florianópolis. “El Tarrafa surgió a mediados de 2012, a partir de la reunión de alumnos y exalumnos, predominantemente de las ingenierías, interesados en tecnologías digitales y, sobre todo, en un enfoque de aprendizaje más práctico, muy inspirado en el ‘hazlo tú mismo’”, recuerda el arquitecto Diego Fagundes, de 33 años, uno de los dos fundadores, junto a la también arquitecta Erica Mattos, de 32. En ese entonces, el grupo, de 15 a 20 personas, ya organizaba algunos talleres y conferencias, sin espacio propio. Hasta que Fagundes ingresó en la maestría de arquitectura y urbanismo y articuló una asociación: la facultad cedería el espacio y el Tarrafa daría apoyo en asignaturas que involucraran interactividad y tecnologías digitales. Y funcionó.

Gabriela Celani/ Unicamp International Design Center, del MIT, y laboratorio en la Universidad ColumbiaGabriela Celani/ Unicamp

La más reciente de estas iniciativas de asociación con la universidad es el Hackerspace del Instituto de Física (IF) de la USP, inaugurado el mes pasado. Para ser instalado en la sala nº 100 del edificio principal del instituto, contó con la articulación y el incentivo del profesor Alexandre Suide. “Hace mucho tiempo que los alumnos pedían un ambiente para desarrollar proyectos y actividades sin vínculo formal con grupos de investigación o laboratorio académico”, dice el físico.

El espacio ya nació con algunos equipos, tales como impresoras 3D, Arduinos y ordenadores heredados de un proyecto que fue interrumpido años atrás, dejando material inactivo. En la lista de discusión del grupo ya existen cerca de 50 personas, pero la expectativa de los organizadores es que esa cifra llegue a al menos 200. Nuestro objetivo es que el grupo esté abierto a cualquier persona, incluso para quien no es alumno de la USP”, dice el alumno del IF Danilo Lessa, de 24 años, uno de los fundadores del hackerspace. Suaide apoya la autonomía: “El lugar favorece un posible puente entre la universidad y personas con ideas creativas y no ortodoxas. En el IF hay varias materias y laboratorios de investigación que pueden beneficiarse de ideas nacidas en el hackerspace.

Formas de hacer ciencia
Vislumbrando nuevos modelos educativos o empresariales, varios investigadores se han centrado en las formas de hacer ciencias estimuladas por los hackerspaces, makerspaces y fablabs. En 2014, Cecilia Burtet concluyó su tesina en administración por la Universidad Federal de Rio Grande do Sul estudiando “los saberes desarrollados en las prácticas en un hackerspace de Porto Alegre”. “Mi área de investigación en la maestría era el aprendizaje organizacional. En este sector, las contribuciones del colectivo de hackers se refieren al aprendizaje basado en la práctica ya la discordancia como impulsor del aprendizaje, ambientes sin reglas o jerarquías dadas a priori “, ejemplifica la investigadora. Ahora, en el doctorado en administración por la Universidad de Valle do Rio dos Sinos, Burtet investiga la relación entre el Movimiento Maker, “que tuvo su origen en el movimiento de hacker-spaces“, y la innovación en Brasil.

Gabriela Celani/ Unicamp Laboratorio en la Universidad Columbia, en Estados Unidos: incentivo a la experimentaciónGabriela Celani/ Unicamp

“Mi impresión es que esos espacios han aumentado y seguirán creciendo, principalmente dentro de ambientes de enseñanza “, dice el ingeniero de producción Victor Macul. Para él, las escuelas de ingeniería, diseño y arquitectura tienen una tendencia a valorar cada vez más el aprendizaje basado en proyectos, y para ello son necesarios laboratorios multidisciplinarios.  “En 2017, formé parte de la primera promoción de Fab Academy, un programa de capacitación en fabricación digital del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT), que se formó en Brasil”, comenta. “Ahora hay más personas capacitadas para ofrecer esa capacitación por aquí.”

La arquitecta Gabriela Celani, docente de la Facultad de Ingeniería Civil, Arquitectura y Urbanismo de la Universidad de Campinas (FEC-Unicamp), apuesta por la inversión en laboratorios multidisciplinarios como camino hacia la innovación y el espíritu emprendedor. Doctora en diseño y computación por el MIT, en 2002, regresó a la institución estadounidense a principios de este año para cursar un semestre sabático y se sorprendió con el crecimiento de las iniciativas maker por allí. Entre las más interesantes está el Proyecto Manus, que remite al lema del instituto Mens et Manus (del latín, mente y mano). “Este proyecto apunta conectar los diversos laboratorios del MIT y posibilitar a los alumnos adquirir la experiencia de hands on, nuestro ‘manos a la obra’” explica Gabriela.  Para facilitar el acceso a cualquier laboratorio de la institución se creó una aplicación móvil llamada Mobius. “Con ésta, el alumno puede saber, a cualquier hora del día o de la noche, qué laboratorio está abierto y disponible para sus proyectos y programar el uso de equipos y la orientación de monitores.”

En colaboración con María José Pompeu Brasil, profesora jubilada del Instituto de Física de la Unicamp, Gabriela Celani se está empeñando en la creación de una red de makerspaces en la Región Metropolitana de Campinas, vinculada a las alcaldías. “Estos espacios tienen un potencial de interdisciplinariedad que es una de las claves para la innovación”, afirma. Mientras que el apoyo gubernamental no se concreta, Pompeu Brasil se aboca a un proyecto personal: está alquilando un espacio con sus propios recursos, cerca de la Unicamp, para la creación de un makerspace. El mismo estará coordinado por ella en colaboración con un exalumno, Claudecir Biazoli, actualmente profesor de física de la escuela secundaria. “Será un espacio de difusión y producción científica y artística abierto a toda la población, desde la infancia hasta la tercera edad”, planea la profesora.

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