En la concepción iluminista del siglo XVIII, los mapas eran los espejos perfectos del territorio, proyecciones gráficas sobre el mundo real, aunque la propia zona retratada o sus fronteras no fuesen plenamente conocidas. Así pensaban el embajador portugués en París, don Luís da Cunha, y el principal geógrafo europeo de ese período, el francés Jean-Baptiste Bourguignon D’Anville. En 1724, ambos dieron inicio a una colaboración que llevó a D’Anville a dibujar la Carte de l’Amérique Meridionale, impresa en 1748. Se trata del primer mapa de América del Sur (o América Meridional) que dotó a Brasil de facciones parecidas a las actuales. “El mapa que concibieron –al fusionar política, diplomacia, geografía y cartografía– ‘inventó’ un Brasil continental, al trazar las fronteras que los portugueses anhelaban para sus posesiones en América del Sur”, dice la historiadora Júnia Ferreira Furtado, de la Universidad Federal de Minas Gerais y autora del libro O mapa que inventou o Brasil (Odebrecht/ Versal Editores, 2013), ganador del primer lugar en la categoría Ciencias Humanas del premio Jabuti de este año.
La configuración del territorio brasileño había sido arreglada antes incluso de su descubrimiento. En 1494, Portugal y España suscribieron el Tratado de Tordesillas, en el que se estipuló que las tierras que se descubrieran situadas hasta a 370 leguas al este de la isla de Cabo Verde, en el océano Atlántico, pertenecerían a los portugueses, y las tierras situadas oeste de esa línea imaginaria demarcadora serían de los españoles. El descubrimiento se concretó en 1500, y en el siglo siguiente, con el avance de la colonización y la exploración del territorio, la situación empezó a cambiar. Las fronteras acordadas en Tordesillas fueron empujadas hacia el oeste, en virtud del descubrimiento de oro y piedras preciosas en la zona central del país. Don Luís da Cunha (1662-1749) sabía acerca de la importancia que tendrían los mapas en las negociaciones diplomáticas con los españoles para alterar las fronteras en la América Meridional a favor de Portugal. También conocía el esmero con que D’Anville (1697-1782) hacía sus mapas. Da Cunha era un embajador experimentado, respetado en las capitales europeas. Tuvo como pupilos a Marco António de Azevedo, quien se convirtió en ministro de Asuntos Extranjeros, y Sebastião José de Carvalho, el Marqués de Pombal. En tanto, el francés era un dibujante talentoso y con gusto por los mapas que había sido nombrado ingeniero y geógrafo del rey de Francia a los 22 años.
D’Anville era un geógrafo de gabinete, erudito, y nunca salió de París. Concebía
sus cartas coligiendo y estudiando decenas de documentos –otros mapas, relatos de exploradores y viajantes, datos de astrónomos, matemáticos y cosmógrafos. Con esa información montaba mapas muy cercanos a la realidad. Y fue así, con la preciosa ayuda de información sigilosa que le pasara don Luís, aparte del conocimiento del cual el portugués disponía sobre el territorio brasileño, como se dibujó la Carte de l’Amérique Meridionale.
Cuando estuvo lista, en 1748, Da Cunha la remitió a Lisboa. Alexandre de Gusmão, diplomático que era secretario particular del rey don João V, impartió órdenes para que no se les mostrase la carta a los españoles, y avisó que estaba elaborándose otra en Portugal, bajo sus órdenes. Esa nueva carta, Mapa dos confins do Brasil com as terras da coroa da Espanha na América Meridional, que se tornó conocida como Mapa das cortes, fue la que se utilizó en el Tratado de Madrid de 1750, que dio nuevos contornos a las fronteras sudamericanas.
“El Mapa das cortes fue deducido a partir de varios otros mapas, incluido el de D’Anville, del cual se copió la parte referente a la región norte de Brasil”, dice Júnia Furtado. “Se lo confeccionó a medida para obtener más tierras en la negociación con los españoles, y contiene errores intencionales, al situar territorios colonizados por portugueses más al este de lo que estaban”. Sin embargo, la investigadora dice que ningún mapa del período se acercó tanto a la realidad como el trabajo de D’Anville, al mostrar un territorio brasileño que, en rigor, no existía oficialmente.
Republicar