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POLÍTICA INDIGENISTA

Estrategia de seducción

El gobierno del Imperio intentó apartar a los pueblos aborígenes de sus tierras instaurando aldeas administradas por frailes y con los atractivos de la “civilización”

Mapa Corográfico de la Provincia de Paraná, Biblioteca Nacional, Río de Janeiro – Documento Cartográfico Mapa de la provincia de Paraná y una vista de la aldea de São Pedro de Alcântara, en 1859Mapa Corográfico de la Provincia de Paraná, Biblioteca Nacional, Río de Janeiro – Documento Cartográfico

Entre 1845 y 1889, el Imperio llevó a cabo una política de instauración de asentamientos indígenas que se implementó en todas las provincias de Brasil. Esos asentamientos eran colonias agrícolas, con el objetivo de atraer poblaciones aborígenes y transformarlos en peones rurales. Fueron concebidas a partir de un acuerdo del Estado brasileño con el organismo Propaganda Fide (propagación de la fe, en latín), un organismo del Vaticano que actualmente lleva el nombre de Sagrada Congregación para la Evangelización de los Pueblos, que se ocupa del envío de misiones católicas a diferentes lugares del mundo. El Vaticano deseaba incrementar la presencia de la Iglesia en Brasil mediante la conversión de los pueblos originarios al cristianismo. En tanto, la corona imperial brasileña estaba preocupada por ampliar el control sobre el territorio nacional y reclutar trabajadores para el cultivo del café y del caucho, además de construir caminos para interconectar regiones apartadas. En función de esos intereses, el emperador Pedro II firmó un decreto que permitía el arribo de misioneros de la Orden Menor de los Capuchinos de Italia para organizar y administrar esas misiones indígenas.

A través de la labor de los misioneros ‒a los cuales se contrataba como empleados del Imperio‒, se pretendía que los aborígenes fueran “civilizados” y catequizados para que así, más adelante, uniéndose a los inmigrantes europeos que llegaban a Brasil, se estableciesen en colonias. Además, al incentivar a los aborígenes a abandonar sus tierras y desplazarse hacia la zona de los asentamientos, el gobierno contemplaba que las áreas indígenas pudieran ser ocupadas por terratenientes y trabajadores inmigrantes. A algunos de los caciques de las aldeas indígenas se les concedían títulos militares y se los convocaba para prestar servicio en conflictos, entre los que puede mencionarse a la Guerra de la Triple Alianza contra Paraguay (1864-1870). Más allá del trabajo en labranzas, también se convocaba a los aborígenes para trabajar por un sueldo en la construcción de caminos.

J. H. Elliott – Biblioteca Nacional, Sector de Iconografía Imagen del Salto dos Dourados en el río Paranapanema…J. H. Elliott – Biblioteca Nacional, Sector de Iconografía

El libro Terra de índio: Imagens em aldeamentos do Império (editorial Terceiro Nome), de Marta Amoroso,  docente del Departamento de Antropología de la Universidad de São Paulo (USP), fue el resultado de investigaciones de doctorado y posdoctorado patrocinadas por la FAPESP. En el mismo, se analiza el fenómeno en un conglomerado de asentamientos en Paraná, especialmente en su núcleo central, São Pedro de Alcântara, uno de los más duraderos de Brasil. Los estudios al respecto de los pueblos indígenas en el siglo XIX son relativamente escasos, según refiere la investigadora, para quien dicha escasez está relacionada con las actividades catequistas del período, entre ellas la de los capuchinos, que bregaron por difundir la idea de que todos los aborígenes se habían convertido, en un intento por disolver su identidad histórica.

A partir del estudio de los informes y cartas que se encuentran al cuidado del Archivo Tutelar de la Orden Menor de los frailes capuchinos en el Santuario Basílica de São Sebastião, en el barrio de Tijuca, en Río de Janeiro, de los informes de naturalistas expedicionarios que recorrieron la región en estudio y de los trabajos de etnólogos, como es el caso del alemán Curt Nimuendaju, la investigadora se propuso realizar una lectura que enfatizara en la experiencia de los asentamientos desde la perspectiva de los aborígenes, revelando una nueva dimensión del fenómeno, hasta entonces estudiado principalmente desde su enfoque oficial. Según Amoroso, la documentación religiosa sobre la misión de São Pedro de Alcântara posibilita el acceso a información sobre la forma de ocupación y la vida de las diferentes etnias en las misiones. Eso brinda evidencias de que ciertos líderes káingang se involucraron en la administración de esas misiones y se quedaron allí luego de que finalizara la misión capuchina, como fue el caso del actual Territorio Indígena São Jerônimo da Serra, en el estado de Paraná. Además, los documentos que conservan los capuchinos relatan la fuga de grupos indígenas diezmados por epidemias y conflictos que surgieron debido al acercamiento forzado de grupos enemigos.

J. H. Elliott – Biblioteca Nacional, Sector de Iconografía …y retrato del cacique Pahi Kaiowá, de la aldea de Santo Inácio do ParanapanemaJ. H. Elliott – Biblioteca Nacional, Sector de Iconografía

Para tentar el paladar de los nativos
En el libro, la investigadora también describe cómo la creación de los asentamientos estuvo aliada al emplazamiento de colonias militares, evidenciando la intención, por medio de la intimidación, de establecer fronteras internas en Brasil que beneficiaran a los propietarios de la tierra e inmigrantes europeos. Maria Luiza Ferreira de Oliveira, profesora de historia de Brasil en la carrera de historia de la Universidad Federal de São Paulo (Unifesp), campus de Guarulhos, explica que la colonización militar se adoptó como política de Estado en el mismo momento en que el gobierno quiso aumentar su dominio sobre las tierras indígenas para fomentar el cultivo del café en el sudeste y el de azúcar y algodón en el nordeste. “Incluso había expectativas de hallar riquezas potenciales en las selvas habitadas por aborígenes”, dice. Dentro de ese contexto, la idea rectora de la instauración de colonias militares era el acercamiento pacífico, es decir, intentar convencer a los indígenas de acoplarse a los asentamientos. “Sin embargo, la realidad es que esa fue la manera que encontró el Imperio de hacer más efectivo ese convencimiento, mezclando amenazas y elementos de seducción”, sostiene la historiadora.

El enclave de São Pedro de Alcântara, ubicado a orillas del río Tibagi, funcionaba como sede de una red que se extendía por São Paulo y Paraná, a lo largo de todo el curso del río Paranapanema. Esta misión llegó a contar con alrededor de 4 mil aborígenes de cuatro etnias distintas: káingang, del tronco lingüístico macro-ye, y kaiowá, ñandeva y m-bya, hablantes de la lengua guaraní. Esa cifra incluye tanto a indígenas que se mudaron cerca de los asentamientos como a otros que ya habitaban en la región. Pero los estudios de Amoroso indican la manera en que cada pueblo indígena se relacionaba con la misión. La motivación de cada grupo variaba según sus intereses específicos: los guaraníes ñandeva acudían en busca de ropa y remedios que distribuían los monjes, pero no se quedaban en los asentamientos, mientras que los káingang y los guaraníes kaiowá se involucraban en labores de agricultura y en las actividades de la destilería de aguardiente de São Pedro de Alcântara.

Franz Keller, 1865, Newton Carneiro 1950, Iconografia Paranaense, Curitiba, Impresora Paranaense Vei-Banj, un aborigen coroado, de la misión de São Pedro de Alcântara…Franz Keller, 1865, Newton Carneiro 1950, Iconografia Paranaense, Curitiba, Impresora Paranaense

En las sedes de las misiones residían los misioneros y funcionarios del gobierno, pero los aborígenes residían en aldeas cercanas a las sedes. Había cierta dinámica de migraciones entre los núcleos y, en algunos casos, retornaban a sus tierras de origen. “Los misioneros intentaban tentar a los indígenas a través del paladar, procurando que ellos experimentaran corporalmente a la civilización cristiana, por medio de la oferta de sal, azúcar, café y cachaça”, relata la investigadora. Se creía que, mediante esos atractivos, se tentaría a los nativos por el paladar para que abandonasen la vida salvaje. Pero la política del Imperio contemplaba que, cuando el aborigen se “civilizaba”, dejaba de tener derecho a los recursos de la misión. Los síntomas de que los nativos se habían “civilizado” eran su disposición a trabajar en las plantaciones, el uso de ropa y el abandono de la vida en la selva. Con todo, hubo el caso de algunos indígenas “civilizados” que se mudaban hacia otros asentamientos y se fingían “salvajes” para poder pedir ropa, herramientas, alimentos y otras provisiones.

A partir de 1845, la fecha de la primera oleada traída por el programa de misiones, llegaron desde Italia unos 100 frailes capuchinos. En sus primeros informes, describieron a los nativos como seres dotados de un espíritu infantil y con capacidad intelectual limitada. Sin embargo, las investigaciones de Amoroso revelaron cómo, con el paso de los años, el proceso de convivencia alteró esa percepción. “Los aborígenes comenzaron a ser vistos como gente de una mentalidad pura, no adulterada”, dice la investigadora. Un ejemplo de este fenómeno son los escritos de fray Thimoteo de Castelnuevo ‒que se conservan en el Santuario Basílica de São Sebastião‒, quien vivió en la aldea de São Jerônimo de Alcântara durante 50 años. El religioso terminó su vida, según la antropóloga, “exaltando la grandeza del alma indígena, contrastante con la hipocresía de la civilización”.

Franz Keller, 1865, Newton Carneiro 1950, Iconografia Paranaense, Curitiba, Impresora Paranaense …y el capitán Manuel Arepquembe, jefe de los aborígenes coroados de la misión de São Pedro de AlcântaraFranz Keller, 1865, Newton Carneiro 1950, Iconografia Paranaense, Curitiba, Impresora Paranaense

En otro relato, fray Luís de Cimitille revela su frustración por las dificultades afrontadas para catequizar al cacique y capitán Manuel Arepquembe, jefe de los aborígenes coroados (káingang) en la misión de São Jerônimo. En sus memorias, el monje relata los diversos e infructuosos intentos para convertir al nativo al cristianismo, que se rehusaba a aceptar la existencia de un Dios supremo y omnipresente. El religioso constató que Arepquembe solía acudir a la misión para recibir dádivas, y reconoció el fracaso de la cruzada de catequización. Por último, lamentaba que el cacique ni siquiera había aprendido a hacer la señal de la cruz y, en su último encuentro, se había despedido con una carcajada, gesticulando un sarcástico “adiós”.

Conveniencia
Para Amoroso, una evidencia de que muchos nativos se acercaban a las misiones según sus intereses fueron los intentos por tornar económicamente productivo a São Pedro de Alcântara, por medio de los cultivos de café y tabaco. Esas experiencias no fueron exitosas porque a los aborígenes no les interesaba el primero y los cautivaba demasiado el segundo, esquilmando a la plantación. Más adelante, cuando los misioneros decidieron experimentar con el cultivo de la caña de azúcar e instalar una destilería de cachaça, contaron con la colaboración de los káingang y de los guaraníes kaiowá, que se involucraban en esa labor porque les gustaba la bebida. “Algunos pueblos también acudían a las misiones para obtener ayuda, solicitando armas que utilizaban en sus disputas con tribus rivales”, informa la investigadora.

Franz Keller, 1865, Newton Carneiro 1950, Iconografia Paranaense, Curitiba, Impresora Paranaense La misión de São Pedro de Alcântara según un dibujo de 1865 del alemán Franz KellerFranz Keller, 1865, Newton Carneiro 1950, Iconografia Paranaense, Curitiba, Impresora Paranaense

Estas conclusiones contradicen, dice Amoroso, la percepción tradicional de la política de misiones, que era tendiente a situar a los pueblos aborígenes en una postura pasiva. “Incluso ‘civilizados’, los nativos hicieron valer sus creencias y se aprovecharon de la política de asentamientos en la forma que más les convino”, argumenta la antropóloga Paula Montero, docente del Departamento de Antropología de la USP y coordinadora adjunta de Ciencias Humanas y Sociales en la FAPESP, al considerar la reconstrucción de la subjetividad de los aborígenes como uno de los principales éxitos emergentes de los estudios de Marta Amoroso. Montero estudió el fenómenos de las misiones a cargo de misioneros cristianos en las investigaciones  Missionários cristãos na Amazônia brasileira: Um estudo de mediação cultural (2001-2007) y A textualidade missionária: As etnografias salesianas no Brasil (2008-2010).

En cuanto a la escasez de estudios sobre el asunto indígena en el siglo XIX, Paula Montero aclara que, a partir de los años 1950, hubo un esfuerzo de la etnología para llevar a cabo un estudio de las poblaciones nativas in situ, con énfasis en lograr una comprensión de su universo cosmológico, un conocimiento al cual se abocó esa rama de la ciencia hasta hace poco. Además, según ella, en los últimos 50 años se responsabilizó a los religiosos por la destrucción de las poblaciones nativas, un concepto que mermó el interés por abordar las relaciones entre misioneros y aborígenes desde el campo de los estudios antropológicos.

Libro
AMOROSO, M. Terra de índios: Imagens em aldeamentos do Império. São Paulo: Terceiro Nome, 2014, 246 pág.

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