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Flavio Alterthum

Flavio Alterthum: Lecciones sobre el etanol de Brasil

Eduardo CesarHace algunos meses, el profesor Flavio Alterthum, de 70 años, coautor del libro básico más conocido de microbiología, adoptado en las universidades brasileñas, publicó por editorial Atheneu,  Pai, o que é micróbio? [Papá, ¿qué es un microbio?], un libro ilustrado de divulgación científica, orientado a niños a partir de los 7 años. La primera edición de 750 ejemplares se agotó rápidamente. Y ahora, sin dejar la docencia de posgrado en el Instituto de Ciencias Biomédicas de la Universidad de São Paulo (USP) y de grado en la Facultad de Medicina de Jundiaí, planifica con entusiasmo otros trabajos para ese nuevo público que actualmente motiva su vieja fascinación por la práctica de narrar historias.

La divulgación de la ciencia para los niños es tan sólo la faceta visible de este investigador acostumbrado a realizar inflexiones significativas en su carrera ir en busca de sus sueños, que sin duda le valieron significativos logros, aunque también algunos reveses bastante duros. A comienzos de los años 1990, por ejemplo, orgulloso y entusiasmado, exhibía, al explicar su por entonces avanzado trabajo con bacterias genéticamente modificadas para optimizar la fermentación en la producción de etanol, la patente con el número 5 millones que obtuviera por ese proceso, junto con dos colegas norteamericanos, en Estados Unidos. Ese trabajo alcanzó repercusión en importantes periódicos internacionales, tales como The New York Times, y brasileños, tales como O Estado de São Paulo y Gazeta Mercantil. Y llegó a la televisión. Sin embargo, algunos años después, se lo veía decepcionado, incluso hasta un tanto amargado, pues su plan para trabajar en el sector privado utilizando nuevos procesos para la producción de etanol, por invitación de una empresa que se había instalado en el mercado brasileño, había fracasado. La empresa simplemente cerró su filial brasileña, bajo argumentos poco claros, luego de que él solicitara su jubilación en la USP para embarcarse en el nuevo proyecto. Alterthum se encontró algo perdido en ese momento, con sus sueños hechos trizas.

No obstante, siendo profesor por excelencia, de aquellos capaces de abstraerse por completo en el placer de hallarse al frente de una clase, hablando y también escuchando, atendiendo preguntas para construir con ellas el devenir de una historia fascinante, como él dice, fue mediante esa actividad igualmente que se recompuso. Y en la USP, pese a jubilarse. En seguida estaba inventando nuevos proyectos, algo que, siempre inquieto, sigue haciendo. Sobre esa trayectoria de investigador y profesor, que a veces guarda una curiosa analogía con los pasados vaivenes del área de ciencia y tecnología en Brasil, se expresa en esta entrevista concedida a Pesquisa FAPESP.

Luego de hacer el más recomendado libro de estudio de microbiología del país, después de cuatro décadas de un riguroso trabajo de investigación, usted resolvió hacer un libro de microbiología para niños. ¿Por qué hacerlo, a esta altura de la vida?
A esta altura de la vida” me remonta allá a lo lejos… Yo me recibí en 1964. En 1965 me contrataron en la USP y ahí estoy hasta ahora, aunque me haya jubilado. Doy clases en dos posgrados. También desempeño actividades en la carrera de grado de la Facultad de Medicina de Jundiaí. Hace 15 años que trabajo allí. Pero déjeme que responda a su pregunta. La pregunta título del libro, “¿qué es un microorganismo?”, estuvo latente desde que mis hijas tenían 5 ó 6 años de edad. Había una canción que hablaba sobre los bacilos y, siempre que la oían, ellas se reían y preguntaban “papá, ¿qué es un bacilo?”. Obviamente ellas no sabían nada de microbiología. Aquello permaneció en mi mente y, como tengo un gran sueño, que es el de ser un narrador de historias – incluso hice cursos, hasta obtuve un certificado –, creí que haciendo un libro para niños tal vez contaría con la oportunidad de comenzar a contar historias para pequeños grupos y poner mi conocimiento a disposición de la gente.

¿Cuál era la canción que mencionaba al bacilo en aquellos años?
No logro acordarme. Mis hijas se acuerdan de la situación, pero no de la música o del cantor.

¿Cómo y dónde hizo usted el curso de narrador de historias?
En la USP, hace unos 20 años. Se trataba de un curso de extensión dictado por una profesora de Minas Gerais, de la cual no recuerdo el nombre, especialista en Guimarães Rosa. Resultó interesante porque el curso me sacó un poco de la cabeza la idea de contar historias tal como me las imaginaba. Siempre me gustó mucho contarles historias a mis hijas, a mi modo. Y ella contaba las historias de Guimarães Rosa siguiendo el libro. Le dije que no quería ser un narrador de historias con un guión fijo, y sin tener habilidad para desarrollar, inventar de improviso alguna historia. Eso se relaciona un poco con la forma en que  dicto mis clases, fundamentalmente las de posgrado.

¿Entonces existe una relación entre contar historias y ser un docente de posgrado? ¿Cuál es el encuentro posible entre ambas cosas?
Se trata de lograr mirar a los ojos de tus alumnos o de tus oyentes y notar el brillo que emanan. Quizá muchas personas posean ese saber, pero el docente y el actor dirigiéndose a su público, ambos, perciben cuando están cautivando. Si logro fascinar a la gente con la microbiología, quedo muy satisfecho.

¿Cuál fue la magia, el salto cuántico que le transmitió el curso de narrador de historias?
La clara noción de que es necesario escuchar a la gente y saber trabajar con las preguntas y el conocimiento con que cuentan. Cuando le brindas una respuesta que conlleva algún elemento que la persona ya conoce, la estimulas a seguirte en lo que estás proponiendo. Hablo de interacción, mis clases aquí (en la USP) son interactivas. Y cuando no hay preguntas, yo las formulo.

Entonces, en la clase, el hilo conductor de la narración de historias es la pregunta directa del estudiante o su repertorio de preguntas ya escuchadas.
Exacto. Y en el caso del libro infantil fue, en primer término, la pregunta de mis hijas. Luego fui haciendo las preguntas a las cuales yo quería brindar respuestas y Telma Alves Monezi realizó las ilustraciones.

Pero, ¿cómo fue la experiencia de traducir lo que usted presenta normalmente a alumnos jóvenes para un público menor y con menos repertorio de conocimientos?
Exigió un continuo dinamismo entre el hacer, oír, pensar, rehacer, hasta llegar a un punto satisfactorio. Yo todavía no tenía el reconocimiento conque cuento ahora, por eso quedé bastante satisfecho cuando mi nieta de 4 años un buen día me preguntó: “¿Abuelo, trajiste el libro de los patógenos?”. Para ella, una niña que no sabía leer, el patógeno era el dibujo de una bacteria con cara de pato que aparece en el libro.

¿Y finalmente cuánto tiempo invirtió para lograr el texto tal como de hecho se encuentra en el libro?
Dos años y medio. Lo primero que quise hacer para el público aprovechando mi razonable conocimiento de microbiología – una de las ciencias con aplicaciones más fáciles de entender –, fue un programa de radio en el que contaría cada semana alguna particularidad de esa área. Llegué a relacionar algunos temas. Por ejemplo: la lagartija, caminando por un techo no se cae. ¿Sabes por qué?

¿Por qué?
Porque la lagartija tiene en sus patas una sustancia con alta capacidad de adherencia, y muchos trabajos científicos ya investigaron eso de alguna manera. Por ejemplo, clonaron los genes de la lagartija responsables de la producción de esa sustancia, los introdujeron  en una bacteria muy simple, la Escherichia coli, que así se transforma en una máquina y comienza a producir la sustancia en gran escala. Y así obtenemos una cola natural. Aún no está en el mercado porque en la etapa de producción se convierte en una goma tan fuerte que hasta ahora nadie logró separar ese mazacote. Se trata de un ejemplo entre tantos. Otro es el de la telaraña, una de las sustancias naturales con mayor capacidad de resistencia al impacto. Nuevamente, los genes de la araña que codifican la producción de la proteína responsable de esa característica de resistencia fueron puestos en la E. coli. La Nasa se hallaba interesada porque quería crear una tela para amortiguar el impacto; en la Fórmula 1 había un interés similar, y ahora cuenta con un material que está confeccionado de esa forma. Yo quise hacer un libro, un trabajo ilustrado con esas cosas, tal como le propuse a Laerte [Coutinho, dibujante de cómic], pero él se excusó porque estaba con muchos compromisos y, finalmente, no resultó. Entonces vino esta historia del libro de microbiología. Me gusta especular acerca de los límites del uso de ese conocimiento, experimentar las posibilidades de interactividad de las cosas. ¡Eso me fascina!

Si existe un potencial de fascinación por el conocimiento científico para todas las edades, ¿por qué parece ser tan parca la cultura científica entre los alumnos brasileños de primaria y secundaria, por ejemplo?
No existen tantos libros disponibles o no se logra todavía divulgar en forma simple, agradable, desde el comienzo de la formación de las personas. Yo no sabía que existía la microbiología antes de ingresar en la universidad.

Su libro termina con la pregunta Pero papá, ¿qué es la sostenibilidad?. Entonces resuma para nuestro lector cuál es el recorrido que hace el libro para explicarle a los niños qué es un microbio. Por cierto, resuma un poco la idea del libro.
Se trata de hacer lo más simple a partir de las preguntas. Entonces, ¿qué son los microbios? Bacterias, hongos, protozoos, algas, virus… ¿Dónde viven? ¿Qué hacen? ¿Son dañinos? ¿O también hacen cosas buenas? Y ahí voy tomando cada grupo y me explayo. Comento qué hacen en la naturaleza, lo bueno y lo malo. Porque, aparte de hablar de las enfermedades, menciono las aplicaciones positivas de los microorganismos: producción de alimentos, bebidas alcohólicas, combustibles, tal como es el caso del etanol. Explicamos cuál es la importancia para un rumiante de contar con un microbio en su rumen (una parte de su aparato digestivo) y así seguimos.

No se cuenta con demasiada noción de que nosotros, seres complejos, y el resto de los macroorganismos somos, en cierto modo, una inmensa colonia de microorganismos. ¿Es cómico que eso asuste a algunas personas, no?
Eso es porque ese hecho resulta poco conocido: nosotros tenemos muchos más microorganismos en nuestro organismo que células. Una persona adulta normal, posee 1014 microorganismos diferentes en su intestino. O sea, son 100 billones de microorganismos en el intestino. Y eso solamente hablando de bacterias. Los virus no los contamos porque no existe estimación posible. En tanto que células poseemos 1012, más o menos. Somos realmente mucho más microorganismos que nosotros mismos. ¡Es algo increíble! Así puede entenderse cómo es que un virus mata a una persona por neumonía. Son billones de individuos produciendo algo tóxico.

EDUARDO CESARTomé conocimiento de su trabajo a comienzos de la década de 1990, gracias a sus investigaciones sobre el etanol. Una de ellas, relacionada con la aplicación de microorganismos para la producción de alcohol, había significado una patente con un número mágico en Estados Unidos, 5 millones, que obtuvo, además, la primera plana de la Gazeta Mercantil en aquél momento.
Intentaré resumir esa historia. Dos meses después de concluir el doctorado en 1971, en la USP, partí hacia la ciudad de Bath, Inglaterra, para hacer un posdoctorado. Me dediqué a trabajar con la fisiología de la levadura y la escogida era la Saccharomyces cerevisiae. En la universidad, resulta interesante cómo uno acaba convirtiéndose en especialista. En realidad, fui a estudiar la membrana de la S. cerevisiae, mejor dicho, los ácidos grasos de los fosfolípidos de la membrana, los insaturados. Con ese conocimiento, más adelante trabajé con el mecanismo de acción de antibióticos que actuaban en la membrana de las levaduras. En 1975, aquí en Brasil se inició el programa Proalcohol, que consistía en la producción de alcohol utilizando S. cerevisiae. Me interesó, lo consideré una excelente oportunidad para utilizar mi sólido conocimiento de esa levadura. Comencé a visitar refinerías de alcohol para ver cómo se hacía la fermentación, porque una cosa es la universidad, donde trabajamos con volúmenes de 50, 100, 200 mililitros, y otra cosa una central, con tanques de fermentación de 300 mil, 400 mil litros. Se trata de una escala muy diferente y los problemas también son otros. Adquirí un excelente conocimiento, trabajé con profesores de la Esalq [Escuela Superior de Agricultura Luiz de Queiroz], donde por un tiempo fui consultor del IPT [Instituto de Investigaciones Tecnológicas de São Paulo], en el área de fermentación alcohólica, y me encontraba trabajando en eso cuando consideré que debía ir a un centro más avanzado. Encontré al profesor Lonnie Ingram, de la Universidad de Florida, y reflexioné: “Caramba, este colega hace un trabajo muy bueno en fermentación alcohólica”. Solicité una beca en el CNPq [Consejo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico], y la obtuve. Llegué a su laboratorio y comencé a trabajar con alcohol. Entonces me percaté de que él estaba iniciando un nuevo proyecto: la utilización de una bacteria para la producción de alcohol empleando los genes de otra bacteria, la Zymomonas mobilis. Me interesó y remití una carta al CNPq comentando: “Me gustaría cambiar mi proyecto porque está comenzando un proyecto nuevo en la misma área del alcohol”. En realidad, ahí ya se estaba trabajando con un organismo genéticamente modificado. Y tuve suerte, digámoslo así… porque esa patente… Durante toda mi vida he tenido mucha suerte.

En cierta medida, la suerte, ¿no es el resultado de un intenso trabajo?
Yo tengo mucha suerte. Tomar un gen de un microorganismo y transferirlo a otro es fácil. Pero ese gen necesita expresarse. Por otra parte, precisa estabilizarse dentro de ese microorganismo y seguir teniendo una larga productividad. Y eso era justamente lo que los norteamericanos sabían hacer. El grupo era muy fuerte en lo que respecta a los campos de biología molecular, genética, transferencia de material genético, pero en la parte de fisiología del microorganismo estaban haciendo agua. Cuando comenzaron los ensayos, produjeron una cantidad muy pequeña de alcohol. Y ahí resulta que tuve la suerte de conocer la fermentación alcohólica, y esa bacteria que normalmente no es una bacteria que fermente, que produzca alcohol. Con las adaptaciones que fui haciendo en el proceso, el microorganismo comenzó a producir una cantidad suficiente de alcohol, lo cual se tornó interesante desde el punto de vista tecnológico.

¿Cuál fue con exactitud el conocimiento que usted aportó en esa línea de investigación en Florida?
Un proceso fisiológico de un microorganismo siempre depende de diversas variables. Se necesita sintonizar, armonizar las informaciones con el comportamiento del microorganismo. Se acierta con el pH, se varía la temperatura, se agrega alguna sustancia que interfiere o retarda el crecimiento. Se acierta con la concentración de determinada sal o de un catión, o de un anión. Ésos son los ajustes. Y en ese caso, para un microorganismo que nunca fue productor de alcohol. Lo único que queríamos era que produjera mayor cantidad: lo que le diéramos de azúcar, él lo transformaría en alcohol. Eso fue lo que logramos y constituyó un gran resultado. Lo que lo hizo más interesante es que utilizamos algunas propiedades de la Escherichia coli, tal como la capacidad de utilizar muchos azúcares diferentes. Cuando digo utilizar, significa crecer y multiplicarse. Normalmente, la Saccharomyces cerevisiae no logra fermentar esos azúcares que existen en la naturaleza. Mediante esos genes que introdujimos, nuestra bacteria comenzó a utilizar los azúcares, comenzó a producir alcohol a partir de xilosa.

Y “nuestra bacteria” ¿es la misma E. coli?
Es la E. coli genéticamente modificada.

¿En qué medida ese conocimiento constituyó un aporte para la producción en Brasil y en Estados Unidos?
Cero.

¿Por qué?
La patente se otorgó en 1991. Hay que pensar que los países eran, y lo son actualmente, muy dependientes del petróleo. Dependientes no solamente del combustible, sino también desde el punto de vista de toda una cadena industrial. Y el alcohol podría competir con la gasolina. En aquella época las industrias petroleras eran muy poderosas, tal cual lo son hoy en día, y no querían saber del alcohol en ningún país. Del mismo modo aquí en Brasil, en aquella época, hubo una ocasión en que el precio del alcohol no resultaba competitivo comparado con la gasolina, entonces todo el mundo creía que no había que producir alcohol. Tanto es así que, al final de los años 1990, Brasil casi cancela el Proalcohol.

Pero después el precio del petróleo aumentó…
Volvió a subir, entonces pasó a interesar el alcohol. Pero no se hablaba de polución, sino de sostenibilidad.

De cualquier manera, la cuestión del etanol comenzó a convertirse en algo anhelado y aumentó el interés de obtener alcohol a base de celulosa, la nueva generación de etanol, una carrera que ya lleva unos cinco años…
Se trata de la búsqueda de tecnologías para producir etanol sobre nuevas bases. Para producir alcohol se corta la caña, se la transporta a la central, se extrae el jugo, se lo fermenta y se produce el etanol. Lo que sobra es el bagazo. Y ese bagazo todavía contiene celulosa, hemicelulosa y lignina. La celulosa y la hemicelulosa son polímeros de azúcares, potencialmente pueden ser transformados en alcohol con algún tipo de microorganismo, si logramos hacerlo. Debíamos romper la celulosa. Para esa hemicelulosa, nuestro proceso es válido. Y cuando regresé de Estados Unidos, me dirigí a innumerables refinerías del interior de São Paulo, diciendo: “Miren, existe un proceso que permite realizar la hidrólisis del bagazo de caña. A partir de ese hidrolizado se puede obtener alcohol. Eso redundará en alrededor de un 10% a 15% más de alcohol si desarrollamos los procesos tecnológicamente”. En Estados Unidos lo hicimos en pequeña escala. Esas dos materias primas ya se encuentran dentro de una refinería. El sueño de todo el mundo es lograr transformar todo eso en etanol. Pero aún nadie lo ha logrado.

¿Por qué?
Porque la rotura de la celulosa es algo químicamente difícil de hacer. No se logra hacerlo en un nivel industrial. Puede hacerse, existen enzimas para ello, pero aún no resulta económicamente factible. Lo que me parece interesante en toda esta historia es que al final del año pasado yo me dirigí a Campinas, en el CTBE (Laboratorio Nacional de Ciencia y Tecnología del Bioetanol). Fui a conocer lo que se propone fabricar, el etanol de segunda y tercera generación, y así sucesivamente. Y quedé sorprendido cuando los investigadores de ahí me dijeron lo siguiente: “Nosotros lo convocamos aquí porque queremos hablar un poco acerca de la E. coli“. Me mostraron un trabajo que salió al final del año pasado demostrando que el mejor microorganismo para producir alcohol hasta ahora es la E. coli. Ellos estaban queriendo resucitarlo. Y mi proceso fue realizado hace 17 años. Es un proceso antiguo…

¿Cuál es su expectativa en relación con las tecnologías que en este momento se están desarrollando?
Cuando yo me desempeñaba como investigador en ese tema creía que se trataba de una cuestión muy rápida que sería resuelta desde el punto de vista tecnológico. Porque o se hace algo llamado hidrólisis enzimática, o se hace hidrólisis química. Mi experiencia es con la hidrólisis química. Y eso es lo que logré hacer; tengo varios alumnos de posgrado que hicieron trabajos con hidrólisis química, seguida de fermentación. Logramos resultados promisorios, igual que los norteamericanos. Se trata solamente de contar con el dinero suficiente para realizarlo en mayor escala y ver si se logran los mismos resultados. En microbiología no hay misterios. Si algo se hace en escala, hay que probarlo. No se trata de una reacción química, donde da lo mismo colocar 1 kilogramo que 10 kilogramos ó 100 kilogramos, que siempre sucederá lo mismo. En microbiología no sucede eso. Hay que invertir en investigación y eso es lo que no les agrada a los fabricantes brasileños. Cuando me encontraba realizando mis visitas, yo les exponía mi opinión, y la pregunta era “¿cuánto más vamos a ganar?”. Nunca “¿Cuánto tendremos que invertir?”.

¿Cuál es en la actualidad el trabajo más avanzado en relación con la cuestión del etanol?
Yo creo que la manera más limpia para hacerlo será cuando dispongamos de las enzimas suficientes para romper todas esas macromoléculas. Y entonces no necesitaremos más a los microorganismos genéticamente modificados. Se utilizará la vieja y clásica levadura para producir alcohol a partir de la glucosa.

¿Los resultados en ese sentido todavía se hallan lejos?
Desde el punto de vista industrial, sí.

EDUARDO CESAR¿Cuáles son los mayores desafíos desde el punto de vista industrial y desde el punto de vista del conocimiento para lograr esa transformación total de la biomasa en azúcar–en glucosa?
Creo que ésos los conocimientos del metabolismo de la célula. Los microorganismos tienen control de su actividad metabólica. Nosotros y los microorganismos, porque, bioquímicamente, somos iguales a una bacteria. Si las células de nuestro organismo se hallaran en presencia de un azúcar, que, por ejemplo, fuera la glucosa y también en presencia de otro azúcar, tal como la xilosa, en primer lugar utilizará la glucosa, luego el otro azúcar, después un tercero y más tarde un cuarto azúcar. El organismo cuenta con un mecanismo de economía. Posee una vía metabólica organizada. Cuando tenemos una biomasa de esas características, en la cual existen muchos azúcares juntos, el microorganismo tendrá que utilizar en primer lugar uno de esos azúcares para luego utilizar el otro. Esa biomasa todavía es muy grande, una mezcla compleja, y no será factible aún lograr eso.

¿En qué horizonte de tiempo debería suceder?
La investigación depende de la gente y del dinero. Y el alcohol es muy interesante porque nos hallamos muy dependientes del precio del petróleo. No sólo estoy hablando de Brasil, sino de todo el mundo. Económica y también culturalmente. Yo soy un poco escéptico en relación con eso que se dice “bueno, pero el alcohol es menos contaminante que la gasolina”. ¡Claro! Pero esa cuenta no incluye esta inversión. Eso avanza lentamente, todavía estamos lejos. Por eso es que todavía creo que si el precio del petróleo se va a las nubes, mejor. Mejor, porque el alcohol se tornará importante. Si el precio del petróleo disminuye (y en Brasil hay perspectivas de que baje el precio del petróleo en función del presal), eso afectará al etanol.

¿Usted considera que el trabajo con la Escherichia coli es el eje fundamental de toda su carrera de investigador? ¿O agregaría otros estudios?
Siempre he dividido bastante mi actividad como profesor de mi faceta investigativa. Siempre estuve muy dedicado a la enseñanza, siempre fui un profesor.  Y me parece difícil ser ambas cosas.

¿Cómo es eso? La cultura universitaria exige que se conjuguen la investigación, la enseñanza y la extensión
Lo es. Sucede que la universidad prioriza a quien investiga. El buen profesor pasa desapercibido. Yo logré sobrevivir como profesor. Me gusta. Lo hago porque creo que la principal función en la universidad es transferir el conocimiento a los estudiantes. La universidad tiene que formar a las personas.

¿Pero no es deseable formar personas y al mismo tiempo investigar?
Hay carreras en las que no hay investigación y existe una excelente calidad de formación de profesionales. Desde luego, la investigación ayuda bastante al individuo para lograr esa experiencia asociada con el conocimiento. Pero, como dije, creo que es importante que uno sea un buen profesor. Eso lleva tiempo. Cada vez que vas a dictar clases, hay que pensar en ello, lo que da resultado, lo que no, lo que se puede modificar.

Entre sus trabajos de enseñanza e investigación, ¿dónde encaja la producción del libro Microbiología?
Considero que también forma un poco parte de la idea de divulgar la microbiología, del acceso a la microbiología. Es un libro esencialmente para estudiantes de las carreras del área médica, principalmente de grado y de posgrado. Siempre estoy intentando divulgar la microbiología.

¿De dónde procede su fascinación por la microbiología?
Fue a partir de las personas que conocí en la USP. Mi profesor de microbiología en la Facultad de Farmacia y Bioquímica, el primer día de clases me llamó y me dijo: “A usted lo conozco”. Me llevé un susto. Él me pasó una foto y mostró a mi madre con un bebé en brazos. “Su madre fue mi profesora de alemán”. Ese profesor, que se llamaba Lúcio de Carvalho Lima, fue una personalidad magnífica en mi vida. Ya murió, hace mucho tiempo. Él fue quien me motivó. Yo cursé su materia y, cuando terminé, él me invitó para ser monitor académico durante los dos años siguientes. Él estaba preparando su tesis de titularización. Y yo lo ayudé en ese trabajo.

¿De qué trataba la tesis?
De la producción de piocianina, que es un pigmento de la bacteria Pseudomonas aeruginosa. Tan pronto como me recibí, en 1964, él me invitó para ser su asistente. En aquella época no había concurso, se elegía directamente, por recomendación del catedrático. Con él aprendí a ser un profesor. Él era un excelente profesor.

Volviendo a su libro, algunas ediciones fueron realizadas en colaboración con el microbiólogo Luiz Rachid Trabulsi. ¿Él, además, ya había comenzado sólo, cierto?
Trabulsi ya había realizado dos ediciones. Él comenzó en la Facultad de Medicina de la USP, luego siguió en la Escuela Paulista de Medicina. Más tarde, cuando yo era jefe de departamento en la USP, él se vino a nuestro departamento. Yo ya tenía mucho contacto con él porque quedé muy relacionado con la Sociedad Brasileña de Microbiología. Fui tesorero, secretario, presidente, vicepresidente. Luego fui por muchos años editor de la Revista de Microbiologia y él fue presidente de la sociedad. Después de la segunda edición me invitó para ser coeditor con él. La tercera y la cuarta edición las hicimos juntos. Pero para la quinta edición él falleció y yo la hice sólo.

Usted pasó de un manual técnico a una historia para niños. ¿Cómo se imagina sus próximos años de producción?
Estoy trabajando en otro libro para cubrir la etapa intermedia. Yo pasé del extremo del posgrado hasta la fase inicial de la educación. Ahí hay un intermedio que pretendo cubrir. Aunque ese libro quedó en stand by, puede decirse. La repercusión del libro para niños me sorprendió. Pasado un mes de la presentación, prácticamente ya está agotado. Fueron 750 ejemplares. Fui el responsable por la serie, ¿Você Sabia?, junto con Telma.  Haremos el libro de la sostenibilidad y tenemos en preparación uno sobre enfermedades de transmisión sexual. Son ideas que van surgiendo. No quiero hacerlo sólo. Quiero ver si encuentro personas que reúnan esas características, de poner en papel historias de una manera agradable, sencilla y con el conocimiento correcto.

Si tuviese que resumir su trayectoria, ¿diría que hubo una etapa en que se concentró mayormente en la investigación y después se vuelca más a la docencia?
Mi salida de la universidad sucedió por el siguiente motivo. En 2003 existía la posibilidad de que una firma norteamericana, que había adquirido los derechos de la patente número 5 millones, se instalara aquí en Brasil. Ellos habían realizado negociaciones con una refinería de etanol de Goiás y querían instalar el proceso en esa central utilizando nuestra bacteria. Yo estaba entusiasmado con esa perspectiva. Y para hacer eso debía dejar la universidad. Aparte ya contaba con los años de servicio, así que en octubre solicité la jubilación porque en enero ya comenzaría a trabajar. En diciembre arribó a Brasil el presidente de la empresa que había comprado esa firma y haría el trabajo aquí en el país, me llamó y me dijo: “Vea, Brasil ya no es nuestra prioridad, nosotros ya no haremos ningún negocio acá. No se hará nada de lo que se había planificado”. Y entonces yo ya me había jubilado. Había dejado de investigar en la universidad, me fui enseguida porque iba a hacer lo que para mí era la mejor investigación, que consistía en instalar una central de producción de alcohol.

La empresa norteamericana no tenía visión estratégica.
¿Sabe quien era el dueño de esa nueva firma? Era un ex alcalde de la ciudad de Saint Louis que era un testaferro de la industria del petróleo. Él quería destruir la empresa que desarrolló nuestro proceso allá en la Universidad de Florida.

¿Y cuál era la empresa?
Se llama Quadrex. Ni siquiera se instaló. Ya estaba todo tramado cuando, allá en Estados Unidos, la empresa Bio Energy, que era la precursora, fue adquirida por esa Quadrex.

¿Eso quiere decir entonces, que su mala experiencia no fue con la universidad?
No. En esa etapa frustrante fue la industria, una empresa norteamericana que iba a realizar un proyecto acá en Brasil que para mí sería punto culminante desde el punto de vista de un trabajo comenzado en laboratorio hasta llegar a una escala industrial. En ese momento me desafectaron y perdí el tren de la historia.

¿Pero después recibió algunos recursos por la licencia de esa patente del número 5 millones?
No, porque todavía no fue otorgada, ya que la empresa desistió. Esta empresa que desistió había comprado una licencia para la utilización de la patente. Pero la patente todavía existía en la Universidad de Florida, la compró una central japonesa que estaba produciendo alcohol a partir de aserrín utilizando nuestra bacteria. El aserrín también está constituido por lo mismo, celulosa y hemicelulosa. Cuando estaba a punto de expirar la patente, recibí una carta de la Universidad de Florida que decía: nosotros le vamos a abonar los royalties a usted. Y me enviaron 340 dólares. Me puse contento por ganar ese dinero. Lo que me parece interesante es que todo eso me trajo satisfacción. Ese es el lado cómico de la historia. Porque es obvio que no lo hice pensando en ganar dinero. Resulta interesante que haya salido la noticia de la patente en el New York Times. Así es como el diario O Estado de São Paulo, consultando el New York Times, se dio cuenta de que existía un tal Flavio Alterthum. Se publicó la noticia aquí en Brasil y me entrevistaron en el programa de Jô Soares, en el programa Fantástico, en el Jornal Nacional, en la CNN. Nos gusta estar en la cresta de la ola por una buena causa. Esa es la veta folklórica, el lado bueno, el lado feliz de mi vida… Aparte, yo soy feliz.

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