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TAPA

Fuego limpio

Las familias de los países pobres de Asia y África adoptan cocinas que contaminan menos

EDUARDO FERREIRADurante enero de este año, al recorrer por primera vez la periferia de Daca, la capital de Bangladesh, el biólogo Eduardo Ferreira conoció comunidades mucho más pobres, numerosas y alegres que las favelas de la ciudad de São Paulo, que había visitado 15 años antes, como voluntario del Colegio Santa Cruz, para enseñar a leer, escribir y a prevenir el Sida. Desde entonces, su propósito era convencer a los habitantes de Bangladesh para que cambiaran sus fogones rudimentarios, conformados por piedras amontonadas en un rincón de la habitación, por modelos más eficientes, que queman la mitad de leña y producen menos humo perjudicial para la salud. Si las negociaciones con los productores locales de cocinas prosperan, en los próximos años tal vez sean instaladas un millón de cocinas en Bangladesh y más de 400 mil en comunidades igualmente pobres de un país vecino, Camboya, donde ClimateCare, una unidad del banco de inversión estadounidense JPMorgan en la cual Ferreira se desempeña como gerente de proyectos, ya financió la instalación de 230 mil cocinas.

Mucho más que la mera venta de cocinas subsidiadas para pobres, el biólogo graduado en Mackenzie y con título de maestría en Oxford ayuda en la implementación de un nuevo abordaje — con la participación de familias y comunidades de países pobres — del Mecanismo de Desarrollo Limpio (MDL), que promueve inversiones en proyectos capaces de reducir la emisión de gases que contribuyen al calentamiento global. “Debido a la carencia de capacidad institucional y a la escasez de oportunidades, los países pobres, pequeños o esencialmente agrícolas casi no cuentan con acceso a los beneficios del MDL, que benefician esencialmente a empresas de los sectores industriales y energéticos”, observó Teodoro Sánchez, consultor de la organización no gubernamental inglesa Practical Action, en un artículo reciente de la revista Boiling Point, que presenta alternativas energéticas para países pobres.

Respeto a los hábitos
“Cuando una cocina cesa de quemar un 50% del combustible necesario para cocinar la misma cantidad de alimento, deja de emitir hasta el 50% de los gases que antes eran liberados a la atmósfera”, cuenta Ferreira. “Generalmente, una cocina más eficiente genera de media a dos toneladas de bonos de carbono, que corresponden a la cantidad equivalente de gas carbónico que dejó de emitir”. ClimateCare, que financia a fabricantes locales para que vendan cocinas a precios más bajos, obtendrá ganancias uno o dos años después de la instalación negociando los créditos de carbono. Las perspectivas de ganancia son claras — en 2007 el comercio internacional de carbono se duplicó y llegó a un monto de 60 mil millones de dólares, y hacia 2012 las empresas europeas comprarán el equivalente a 25 mil millones de dólares en créditos de carbono-, aunque el impacto real de ese mecanismo para reducir las emisiones todavía es incierto. En un artículo de Fred Pierce publicado durante el mes de abril en la revista New Scientist, Ian Rodgers, director de UK Steel, comentó que los negocios con carbono no reducirán las emisiones, sino que apenas las mudará de lugar. Pierce resaltó: la polución podría ser controlada igualmente sin el MDL si las industrias tomasen recaudos ambientales previos.

Ferreira argumenta que los beneficios del MDL comunitario podrían ser mayores que los MDL industriales, ya que las cocinas más eficientes reducen el desmonte, permiten a las familias gastar menos en madera o carbón y reducen la cantidad de hollín dentro de la casa. De acuerdo con la Organización Mundial de la salud (OMS), el exceso de humo puede originar asma, bronquitis y otros problemas respiratorios graves, a punto tal de matar a 1,5 millones de personas, principalmente mujeres y niños. En los países más pobres de Asia y África, 2.400 millones de personas utilizan fogones de piedra abastecidos con combustible sólido — madera, restos de alimentos, residuos agrícolas o estiércol animal-, cocinando durante horas seguidas todos los días.

Modernizar esas cocinas implica, en primer lugar, respeto por los hábitos culturales. “En Bangladesh e India las mujeres se encuentran habituadas a cocinar agachadas, en lugar de sentadas o de pie”, dice Ferreira. “La cocina debe adaptarse en forma tal que ellas no precisen alterar esa costumbre”. También en Boiling Point, Lisa Feldmann y Verena Brinkmann, de la GTZ, una agencia de cooperación internacional, recuerdan que una cocina nueva, para ser aceptada, también debe ser eficiente, permitiendo una economía de por lo menos 40% de combustible, además de ser moderna y poseer un precio accesible. Las 200 mil cocinas instaladas desde 2003 en Uganda con apoyo de la GTZ evitaron el consumo de 200 mil toneladas de madera por año y generan una economía de 140 mil euros para la red de salud pública, con la reducción de las afecciones causadas por el hollín, además de 1,7 millones de euros (4 millones de reales) en bonos de carbono.

Ferreira integró el equipo de ClimateCare que encontró en China fabricantes de cocinas que incluyen una serpentina que calienta agua, la envía a los radiadores y, de esa manera, ayuda a calefaccionar la cama donde duerme toda la familia, “padres, hijos y nietos, entre tres y diez personas, todos juntos”, cuenta él. “Las cocinas que escogimos para trabajar en China son altamente eficientes y muy interesantes desde el punto de vista ambiental, porque los habitantes de áreas rurales pueden utilizar paja, bagazo y residuos de las plantaciones de maíz como fuente de energía, en lugar de carbón”. Los habitantes rurales transportan tallos, hojas secas y espigas de maíz para una fábrica del gobierno que prensa los residuos en ladrillos, utilizados para mantener los fogones encendidos. Con todo, existe una deficiencia energética: los residuos de maíz arden más rápidamente y producen la mitad de la energía resultante que la misma cantidad de carbón.

Otra posibilidad para cocinar y calefaccionar la casa con menos humareda y menor desmonte son los biodigestores, que son tanques cerrados cavados en el jardín, revestidos en plástico y abastecidos con estiércol animal o humano. Por la tapa sale una tubería que transporta gases, principalmente metano y CO2, producidos por la fermentación de los residuos, que sirven como combustible para cocinar sin humo y para generar electricidad para calefaccionar la casa — el resto del material orgánico puede utilizarse como abono. “Un biodigestor de tres metros de diámetro podría abastecer a una familia que antes necesitaba comprar gas o madera para cocinar y calefaccionar la casa”, dice él. Cada uno de los 150 mil biodigestores en funcionamiento en Bangladesh y Nepal abastece entre una y cinco familias.

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