El Instituto Nacional de Criminalística establece una serie de procedimientos para la investigación de un crimen: el reconocimiento, que demarca la extensión de la escena del crimen y la preserva; la cuidadosa documentación y observación científica del lugar; la búsqueda de pruebas y evidencias que serán recabadas, y el análisis científico en laboratorio de las pruebas recogidas por el perito. En la confluencia de esas áreas se encuentra la resolución de un asesinato, por ejemplo. ¿Sería posible utilizar los mismos procedimientos para “revelar” un crimen cometido hace varios siglos, con millones de víctimas? Según recientes investigaciones realizadas por universidades brasileñas, la adopción de esta interdisciplinariedad, donde confluyen historiadores, arqueólogos, genetistas (paleogenetistas) y patólogos, podrá, finalmente, dar cuenta de uno de los mayores crímenes que se han cometido: la esclavitud.
“Para comprender la realidad de la esclavitud es necesario escrutar archivos, desentrañar el pasado y remitir las evidencias materiales a los analistas en los laboratorios. Se necesita superar la mera historiografía documental o la visión economicista que sólo percibe al esclavismo desde el punto de vista de los modos de producción. La esclavitud debe ser materializada”, dice Tânia Andrade Lima, arqueóloga del Museo Nacional de Río de Janeiro, y coordinadora del proyecto de excavación del muelle Cais do Valongo, un puerto por donde entre 1811 y 1831 pasaron un millón de africanos. Fueron las obras denominadas Porto Maravilha, la revitalización del sector portuario carioca iniciada este año con la vista puesta en las Olimpíadas de 2016, las que permitieron a los arqueólogos reabrir la “escena del crimen” oculta desde 1843, cuando fue cubierta con 60 centímetros de pavimento y se transformó en el muelle Cais da Imperatriz, el sitio de la recepción de Teresa Cristina, la futura mujer de Pedro II. “Existían otros lugares, pero se optó por Valongo como forma de encubrimiento de las manchas pasadas de la esclavitud”, dice Tânia. Ellas rodeaban todo el muelle, formando el complejo de Valongo. Las casas cercanas almacenaban y comercializaban a los negros. Quien se enfermaba era conducido al lazareto vecino, donde el tratamiento se reducía a “sangrías”realizadas por barberos negros. Los que no resistían eran enterrados, con total desprecio, en fosas comunes cavadas a pocos metros del muelle. Por otra parte, el sitio constituye el sueño de cualquier arqueólogo, pues trae a la luz, diariamente, cantidades de objetos personales y rituales de los denominados “negros nuevos”, cautivos recién llegados de África: cuentas, caracolas, pipas, pendientes con la “medialuna” islámica, mostacillas y hasta “piedras de asentamiento de orishas”. Sacerdotes y expertos en las culturas y religiones africanas ayudan en el reconocimiento y catalogación de los hallazgos.
“El complejo de Valongo se creó para sacar a los negros del centro de Río, pues eran vistos como una amenaza para la salud, – portadores de enfermedades – y un peligro para el orden público”, explica el historiador Cláudio Honorato, autor del estudio Valongo: o mercado de escravos do Rio de Janeiro (Universidad Federal Fluminense, UFF, 2008). “El Valongo formaba parte del proyecto de ‘civilización nacional’, intensificado con la transformación de Río en sede del Imperio. Pero resultó un absurdo: crear una Corte ‘europea’ con multitudes de negros sueltos por las calles. Se pensó que la solución sería utilizar a los esclavos para crear una ciudad a la altura del rey. Ese movimiento, sin embargo, aumentó la demanda de más esclavos y, de esa manera, la ciudad no lograba superar los ‘rasgos del atraso’. Era necesario disminuir en algo aquella promiscuidad, y así fue como se retiró el mercado esclavista de la región del Palacio, trasladándolo hacia un sitio distante e inhabitado: el Valongo, un puerto natural en Gamboa”, construido por orden del virrey, el Marqués de Lavradio. En poco tiempo, el comercio de esclavos atrajo a la población y el lugar se convirtió en uno de los más transitados de Río. Aparte del muelle, el complejo de Valongo albergaba 50 “casas de carne”, donde se negociaba a los negros recién llegados. “La primera tienda de carne a la que ingresamos contenía 300 niños. El de mayor edad podría contar con 12 años y el menor, no más de 6. Los desdichados permanecían agachados en un almacén. El olor y el calor del salón eran repugnantes. ¡El termómetro marcaba 33º C y estábamos en invierno!”, escribió el inglés Charles Brand en 1822.
Luego de 60 días a bordo de un “tumbeiro”, los africanos, exhaustos y enfermos, enfrentaban la falta de alimentación, de ropas y viviendas apropiadas. La combinación con los castigos los predisponía a contraer virus, bacilos, bacterias y parásitos que pululaban en la densa población de Río. Más de un 4% de los esclavos morían al principio, entre el desembarque, la cuarentena y la exposición en el mercado. Se necesitaba un lugar para enterrar a tantos muertos y por eso se creó en las cercanías el llamado Cemitério dos Pretos Novos. “La alta mortalidad justificaría la lógica de importación de mano de obra en números crecientes, donde mayor cantidad de muertes significaba traer más esclavos. Durante sus últimos seis años, el cementerio superó un promedio anual de mil entierros”, afirma el historiador Júlio César Pereira, de la Fiocruz, autor de À flor da terra (Garamond, 2007). El arribo de la Corte amplió la llegada de cautivos por el puerto de Río: así como en 1807 ingresaron menos de 10 mil, en 1828 fueron 45 mil. Ese año también estableció un récord en el cementerio, con el entierro de más de 2 mil negros nuevos. “Sin féretro y sin la menor vestimenta son arrojados en una fosa que no alcanza los dos pies de profundidad. Llevan al muerto y lo tiran en el pozo como a un perro muerto, ponen algo de tierra encima y si alguna parte del cuerpo queda descubierta la aplastan con tocones de madera, formando una papilla de tierra, sangre y excrementos”, describió el viajero Carl Seidler en 1834. El lugar, no obstante, se ceñía a la lógica y a las reglas que engendraron el complejo: “Los esclavos que no sean vendidos no saldrán del Valongo ni después de muertos”.
Se estima que el cementerio albergó más de 20 mil cuerpos hasta su cierre en 1830, debido a los reclamos de los vecinos, temerosos por los “miasmas” exhalados por los cadáveres “a flor de tierra”, así como por la suspensión de la trata, que no obstante continuó ilegalmente. El sitio cayó en el olvido, siendo cubierto por la trama urbana que se expandió por la región portuaria a finales del siglo XIX. Recién fue redescubierto en 1996, durante una reforma de una casa, cuando los operarios excavaron para construir cimientos y hallaron miles de dientes y fragmentos de huesos humanos. Tal como en una “escena del crimen”, era necesario conocer quiénes eran las víctimas. La determinación del origen geográfico de los 5 millones de esclavos forzados a venir a Brasil es algo fundamental para varias áreas del conocimiento, pues esto otorga pistas de la constitución genética y cultural de los brasileños, con una gran impronta del mestizaje. “El tráfico negrero provocó uno de los mayores desplazamientos poblacionales de la humanidad. Entre los siglos XVI y XIX, más de 12.5 millones de africanos fueron esclavizados y conducidos hacia América y Europa. De ese número, alrededor de 10,7 millones llegaron vivos al fin de la travesía”, afirma el historiador Manolo Florentino, de la UFF, autor de Em costas negras (Companhia das Letras, 1997). “Los registros de los barcos negreros no son confiables al respecto del origen de los africanos, porque el puerto de embarque, registrado en los archivos, no siempre reflejaba el origen geográfico de los negros. En ocasiones eran capturados en el interior, a kilómetros de la costa”, sostiene.
En esa tarea, los historiadores reciben una gran ayuda de los genetistas, tal como muestra el reportaje “África en los genes del pueblo brasileño” (Pesquisa FAPESP, nº 134) sobre la investigación del genetista Sérgio Danilo Pena, de la Universidad Federal de Minas Gerais (UFMG), quien comparó el patrón de alteraciones genéticas compartido por africanos y brasileños. Con ello, Pena contribuyó a revisar la versión histórica que sostiene que la mayor parte de los esclavos provenía de la región centro occidental africana, omitiendo la participación relevante de negros provenientes de África Occidental. “Por eso resulta fundamental la transdisciplinariedad para comprender la esclavitud. Cada enfoque resulta limitado para responder a las preguntas y ninguno es suficiente. Las investigaciones genéticas brindan mucha información, pero parten del análisis de brasileños que son descendientes de esclavos”, dice Pena. Por ello la importancia del Cemitério dos Pretos Novos, que albergaba principalmente a esclavos africanos recién llegados a Brasil.
Los registros compilados por la iglesia de Santa Rita, que administraba el lugar, permiten afirmar que el 95% de los cuerpos pertenece a negros nuevos (el otro 5% correspondería a esclavos “ladinos”). El sitio privilegiado originó la investigación bioarqueológica intitulado Por una antropología biológica del tráfico de esclavos africanos hacia Brasil: análisis de los orígenes de los remanentes esqueléticos del Cementerio de Pretos Novos, coordinada por el bioantropólogo Ricardo Ventura Santos, de la Escuela Nacional de Salud Pública de la Fundación Oswaldo Cruz (Ensp/ Fiocruz), concluida recientemente. Se realizó el análisis de la composición isotópica del estroncio del esmalte dental presente en las muestras recogidas en 1996, con el objetivo de determinar el origen geográfico de los vestigios. “Los dientes se forman en la infancia y no se remodelan, lo cual permite descubrir dónde vivió alguien durante sus primeros años. El estroncio es como un ADN geoquímico y existe bajo la forma de dos isótopos, con números 86 y 87. Las proporciones entre ellos funcionan como firmas geoquímicas relacionadas con las características de las rocas de una determinada región”, explica Sheila de Souza, integrante del proyecto. La investigación reveló una gran diversidad de valores en esas proporciones, lo cual indica (y confirma) que los esclavos traídos a Río de Janeiro provenían de múltiples regiones de África. También pudo confirmarse que se trataba de negros africanos, jóvenes y recién llegados.
Para establecer esa delimitación se detectaron “modificaciones intencionales de los dientes”, cortes realizados en los maxilares por motivos culturales, característicos de regiones africanas tales como Mozambique, lo cual, en cierto modo, corrobora la tesis de Pena. “Observamos también el pulido de los dientes, que genera ranuras microscópicas y es característico de la higiene bucal de algunos grupos africanos, que utilizaban palillos de ramas en los dientes y masticaban plantas como ‘crema dental’. Ésta es una práctica restringida a los negros nuevos, puesto que, una vez aquí, no había cómo mantenerla. Los dientes de los ‘ladinos’ no presentan esas marcas”, dice Sheila. La variabilidad de proporciones de estroncio observada contrasta con lo encontrado en otros cementerios de esclavos de América, siendo mayor, por ejemplo, que la medida en los africanos del New York Burial Ground, un cementerio de esclavos norteamericanos hallado en Manhattan en 1991.
“Contrastando con América del Norte y otras regiones de Brasil, Río de Janeiro recibía una cantidad más significativa de cautivos con una mayor diversidad étnica y genética”, afirma Santos. Puede detectarse que la base alimentaria de esos individuos en su infancia no contenía productos de procedencia marina. “Todo se encaja. El arribo de la familia real aumentó la demanda de esclavos, culminando en la fase áurea del tráfico, que acabó por legitimar una situación de hecho: la Corona ya no detentaba el monopolio, lo cual proporcionaba libre acceso al comercio. Por consiguiente, pocas partes del continente quedaron libres de los tratantes y, entre 1760 y 1830, Río de Janeiro, según revelan los registros, efectivamente recibió negros provenientes de muchas regiones africanas”, sostiene Florentino. “También se confirma un patrón de tráfico que actuaba desde la costa hacia el interior, en busca de aquéllos que habían migrado desde el litoral”.
Incluso es posible comprobar el trayecto de la ilegalidad, que no dejó documentación. En 1815, Portugal e Inglaterra firmaron un acuerdo que prohibía la compra y el tráfico de esclavos al norte del ecuador. “Las investigaciones de Pena y Santos demuestran que, en la práctica, pese a la prohibición, los contrabandistas operaban en el área. Declarando navegar hasta Angola, se desviaban hacia Nigeria, donde capturaban esclavos, que registraban como angoleños”, dice el historiador. El análisis en el cementerio también comprobó una faceta poco conocida del tráfico: la baja franja etaria de los cautivos. “Los vestigios corresponden a negros muy jóvenes”, comenta Santos. A partir de mediados del siglo XIX, alrededor de 780 mil niños fueron esclavizados para ir Brasil, porque eran más “maleables” que los adultos y soportaban mejor las travesías. En las postrimerías del tráfico, especialmente en Río, uno de cada tres esclavos era un niño. “La elite esclavista, al percibir que se avecinaba el fin del tráfico, comenzó a requerir más mujeres, o sea, más úteros para generar esclavos; y niños, que trabajarían por más tiempo luego del final del tráfico”, explica Florentino.
Nuevas excavaciones en el cementerio corroboran esa práctica debido a la presencia de cráneos y maxilares de jóvenes. Las prospecciones fueron retomadas por el equipo de Tânia Lima, quien, temerosa por las consecuencias de la especulación inmobiliaria en los alrededores del sitio, en función de proyecto Porto Maravilha, encargó al arqueólogo Reinaldo Tavares, del Museo Nacional, la investigación Cemitério dos Pretos Novos: delimitación espacial, que para fin de año trazará el mapa del cementerio. Su tamaño es una incógnita. Según relatos de la época, mediría 50 brazas, algo así como un campo de fútbol. El arqueólogo desconfía de esa medida, demasiado exigua como para albergar tantos cuerpos. Excavando zanjas alrededor del sitio, busca sus límites. “No se necesita cavar más de 70 centímetros para toparse con restos de cuerpos”, dice. El lugar era una fosa común donde se arrojaban los cuerpos, luego de pasar días amontonados en un rincón. Cuando la fosa se llenaba, era reabierta y los vestigios eran incinerados y destruidos para dar lugar a nuevos cuerpos. “También hallamos basura urbana mezclada con los huesos: alimentos, vidrio, materiales de construcción, animales muertos, excrementos. La tesis inicial era que el cementerio fue transformado en “basural” de la comunidad luego de su cierre. Las excavaciones revelan que aún funcionaba cuando los detritos eran arrojados con los cuerpos”.
La genética sólo aumenta el peso simbólico que provocó esta ignominia. “Los esclavos ingresaban en Brasil por el nordeste y por Río de Janeiro. La propia proximidad geográfica condujo a los esclavos del África Occidental hacia el nordeste del país y a los del África Central hacia Río. Entre ellos, la gran mayoría eran bantú”, dice Pena. Por ende, serían cuerpos de ese grupo étnico los que ocupan el cementerio. Desde los muelles y almacenes podía observarse cómo eran tratados sus muertos. “Para los bantúes, la sepultura indigna impide la reunión del muerto con sus antepasados, una creencia central de la etnia. Es de imaginarse que se sentían condenados a una ‘segunda muerte’, conscientes de que se les borraba la memoria del lugar de su reposo final”, sostiene Júlio César. Los vivos, sin embargo, no contaban con grandes posibilidades: solamente un tercio de los negros nuevos sobreviviría como esclavo más de 16 años.
Las causas de esa precocidad en los óbitos eran las diversas enfermedades con las que convivían, tal como lo comprueban las investigaciones paleogenéticas de Alena Mayo, del Laboratorio de Genética Molecular de Microorganismos de la Fiocruz, quien rastrea, mediante el ADN, las afecciones del Río colonial. En el cementerio de esclavos de la plaza XV, por ejemplo se verificó en las osamentas que 7 de cada 10 cautivos se hallaban infectados con protozoarios o helmintos. “Ello se debía a la pésima nutrición de los esclavos, sumada a las impropias condiciones de higiene en que vivían”, dice Alena. El descubrimiento genético comprueba diversos aspectos del estudio clásico de la historiadora estadounidense Mary Karasch, A vida dos escravos no Rio de Janeiro (Companhia das Letras, 2000). Del mismo modo que la afirmación de que “las condiciones de vida de los esclavos y las enfermedades mataban más que la violencia física del cautiverio”.
La investigadora estudió el Cemitério dos Pretos Novos, en donde halló indicios de tuberculosis, un total de un 25% de muestras positivas. “Las inhumanas condiciones en que eran transportados hacían a los esclavos susceptibles de contraer la enfermedad ni bien arribaban. En ese entonces estaba muy difundida por la ciudad”. Ello también remite a la investigación documental de la estadounidense: “La mortalidad de los africanos recién llegados al Valongo no se hallaba relacionada solamente con las terribles condiciones de los ‘tumbeiros’. Incluso sobreviviendo a la travesía, en los muelles ellos enfrentaban un desafío aún mayor: adaptarse a las nuevas y pésimas condiciones de vida para no sucumbir al enfrentarse con las enfermedades de Río”.
Una excavación en particular condujo a importantes revelaciones. “Esqueletos encontrados en la iglesia Nossa Senhora do Carmo, en Río, de sepulturas datadas en el siglo XVII, destinadas a personas con ascendencia europea, pese a hallarse muy degradadas, dieron resultado positivo de tuberculosis en 7 de las 10 costillas analizadas”, afirma Alena. En ese sitio también se encontraron osamentas de aborígenes y negros. Comparando los vestigios, la investigadora concluyó no sólo que la tuberculosis ya proliferaba en la ciudad en el siglo XVII, sino que, en la medida en que los europeos dieron positivo para la tuberculosis, fueron los colonizadores los responsables de la introducción de la enfermedad en Río. “En estudios que realizó con material precolombino, halló helmintiasis intestinales y registros del mal de Chagas. Llegamos a la conclusión de que ésas eran enfermedades que no llegaron con los europeos. En el Brasil colonial, en cambio, se evidencia el rol de los europeos en la introducción y difusión de enfermedades epidémicas tales como la tuberculosis”. Por ende, los temores a las “enfermedades de los negros” que condujeron a la creación, hace exactos 200 años, del muelle conocido como Cais do Valongo, no tendrían asidero. No hay crimen perfecto cuando se reúnen los conocimientos.
Artículo científico
JAEGER, L. H. et al. Mycobacterium tuberculosis complex detection in human remains: tuberculosis spread since the 17th century in Río de Janeiro, Brazil. Infection, Genetics and Evolution. En prensa.