Vicente de MelloCada vez que visita una reserva extractiva de la región de Santarém, en el estado brasileño de Pará, la ecóloga Ima Célia Guimarães Vieira conversa con los habitantes de las comunidades étnicas tupinambás para encontrar formas conjuntas de restaurar las áreas forestales degradadas por los incendios. Ofrece sugerencias y escucha, aunque posea vastos conocimientos, ya que comenzó a estudiar los mecanismos de recuperación de la flora nativa hace casi cuarenta años. Sus estudios han demostrado que muchas veces es posible dejar que el bosque se recupere por sí solo, aunque en otras tantas, cuando el uso del suelo ha sido intenso, es necesario plantar especies autóctonas para acelerar la recuperación de las zonas degradadas.
Natural de Belém, la capital del estado de Pará, creció entre las ciudades, los campos y la selva de la isla de Marajó, donde pasaba algunas temporadas junto a sus padres, ambos jueces, y cinco hermanos. Está divorciada y tiene dos hijos: Murilo, de 29 años, historiador y productor musical, y Tomás, de 26, baterista y estudiante de música en la Universidad del Estado de Pará. Las nuevas generaciones heredaron la inclinación musical de la familia. Su abuela tocaba cuatro instrumentos, tiene una hermana cantante lírica y directora de ópera y un hermano guitarrista y docente universitario.
Especialidad
Ecología forestal
Institución
Museo Paraense Emílio Goeldi (MPEG)
Estudios
Título de grado en agronomía por la Universidad Federal Rural de la Amazonia (1980-1983), maestría en genética y mejoramiento de plantas por la Universidad de São Paulo (1984-1987) y doctorado en ecología por la Universidad de Stirling, Reino Unido (1992-1996)
La tonada de Vieira es diferente, pero siempre en tono firme y sereno. Sus conocimientos y aptitudes como conciliadora la llevaron en 2019 al Vaticano, para ayudar a 185 obispos a mejorar sus puntos de vista sobre la mayor selva tropical del planeta y, desde principios de este año, a Río de Janeiro, para asesorar a la presidencia de la Financiadora de Estudios y Proyectos (Finep). Pero también tiene opiniones fuertes sobre las posibilidades de ocupación de la Amazonia, sobre las que se explaya en la entrevista que puede leerse a continuación, concedida a través de una plataforma de video, días antes de viajar desde Belém para asistir a nuevas reuniones en la sede de la Finep.
¿Qué fuerzas imperan en la deforestación en la Amazonia?
La Amazonia es un territorio en disputa. Por un lado, tenemos un modelo socioambiental, que ha ido afianzándose a partir de la conferencia Eco 92 y propugna la conservación y el manejo de la selva. Por otro lado, un modelo desarrollista, que incluso apela a medios ilegales para convertir la selva en áreas económicamente productivas. Este último modelo, el que ha predominado con el aval del Estado brasileño a través de créditos e incentivos a la expansión agropecuaria a gran escala, nos ha conducido a esta situación de altas tasas de deforestación. Un colega mío del Museo Paraense Emílio Goeldi [MPEG], el antropólogo Roberto Araújo (lea en Pesquisa FAPESP, edición nº 309), promocionó el concepto de posambientalismo, que aboga por un modelo desarrollista más verde, más amigable, con certificaciones ambientales y un mercado de carbono. Otro colega, el economista Francisco Costa, de la Universidad Federal de Pará (lea en Pesquisa FAPESP, edición nº 277), sostiene, con datos muy sólidos, que la intensidad del desmonte varía según la mayor o menor demanda de tierras para convertirlas en pasturas o cultivos agrícolas. Cuando vemos que se queman y se destruyen bosques públicos, no es en vano. Es para poner esas zonas en valor en el mercado de tierras, porque entonces se hace posible regularizarlas y utilizarlas para la producción de materias primas. Las políticas públicas para la Amazonia reflejan estos intereses conflictivos. La infraestructura y el apoyo al desarrollo económico están vinculados al agronegocio y a la minería. Estos enfoques que contemplan la bioeconomía, la restauración forestal y los créditos de carbono no abordan claramente las necesidades de las poblaciones tradicionales, que ocupan el 40 % del territorio de la Amazonia y no solo conservan la selva, sino que también la han manejado durante siglos. La restauración no supone un gran problema para estas poblaciones porque las áreas que utilizan son pequeñas. Estamos buscando soluciones para los problemas que han ocasionado aquellos que han destruido la Amazonia, lo que nos lleva a lo que he denominado justicia de la restauración. No me parece justo que los mismos grupos que recibieron fondos públicos para destruir la selva ahora reciban más para reparar el daño que han causado. El propio agronegocio debe asumir los costos de la restauración, sin subsidios estatales.
¿Las grandes áreas de pasturas y las plantaciones no deberían tener espacio en la Amazonia?
No deberían haber tenido preponderancia en el marco de las políticas públicas de desarrollo regional y ahora no debería concedérseles más espacio, porque ya tenemos un 20 % de áreas abiertas en la Amazonia. No hay necesidad de deforestar nada más. El problema, como dice Gilberto Câmara, del Inpe [Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales], radica en que los productores agropecuarios producen muy poco en las zonas que han deforestado. En este contexto fue que en 2005 propusimos la meta de deforestación cero, que ahora promueve el presidente Lula da Silva. El zoólogo paraense José Maria Cardoso, docente de la Universidad de Miami, el exdirector del MPEG, Peter Mann de Toledo, y yo, hemos planteado esta propuesta en un artículo en la revista Estudos Avançados. Por entonces, la Amazonia registraba tasas anuales de deforestación superiores a 20.000 kilómetros cuadrados. El avance de la agricultura y la ganadería a gran escala en la selva amazónica ya no es admisible, porque las áreas que han sido abiertas ya son o deberían ser capaces de satisfacer las necesidades alimentarias humanas. Gran parte de los campos abiertos, aproximadamente un 65 %, han sido ocupados por explotaciones agropecuarias, incluyendo pasturas desbrozadas y degradadas, y alrededor de un 30 % son tierras abandonadas, sin uso agrícola, parte de ellas ya degradadas. Sin una buena gobernanza sobre el uso de la tierra en la Amazonia, difícilmente pueda avanzarse en las agendas del cambio climático y la transición energética y, lo que es peor, podrían causar otros problemas e injusticias. Los grandes proyectos implementados en la Amazonia fueron concebidos fuera de la región y pocos han sido debatidos con los pobladores locales. Todos deberían tener una gobernanza firme, para no facilitarle más fondos públicos a quienes destruyeron la selva y ahora pretenden plantar árboles para hacerse con créditos de carbono. Debería valorarse el modelo socioambiental, con el apoyo de las comunidades amazónicas. Las poblaciones tradicionales, indígenas y quilombolas [los habitantes de los palenques], actualmente conservan 198 millones de hectáreas, y hay otros 60 millones de hectáreas de bosques públicos sin delimitar. Tenemos que asegurarnos de que estas selvas no sean destruidas. Se estima que el 40 % de estos bosques públicos ya están degradados. Es perentorio declarar a estas áreas de uso exclusivamente forestal, para sustraerlas del mercado ilegal de tierras.
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¿Hay alguna fórmula para la restauración de áreas en la Amazonia?
No hay una receta, pero una de las estrategias principales es la regeneración natural, ya que alrededor del 40 % de las áreas deforestadas de la Amazonia tienen un potencial de regeneración de mediano a alto. La regeneración natural se conoce como método de restauración pasiva y debe considerarse prioritaria en los proyectos de restauración de las zonas degradadas de la Amazonia, dado que es capaz de recuperar hasta un 80 % de la biodiversidad y el carbono, los procesos ecológicos y los servicios ecosistémicos. Allí donde se ha hecho un uso intensivo del suelo, con muchos incendios y mecanización pesada, entonces sí resulta necesaria una restauración activa, es decir, la plantación de especies autóctonas.
Los campos de pasturas y de cultivos a gran escala no deberían tener más cabida, porque ya tenemos un 20 % de áreas deforestadas en la Amazonia
¿Conoce buenos ejemplos de restauración activa?
La gobernación de Pará está formulando un plan de restauración forestal, y espero que ello haga posible organizar acciones y apoyar proyectos que puedan monitorearse. Ya hay varias empresas que se están instalando en el estado con el objetivo de recuperar las áreas degradadas. Esto es un poco preocupante, ya que si no hay directrices claras del gobierno y un seguimiento efectivo pueden llegar a introducir especies o plantines de otros estados en la Amazonia. Las políticas públicas de restauración deben gestionarse muy bien para que no ocasionen más problemas que soluciones. En mi opinión, debemos valorar la regeneración natural para restaurar la vegetación nativa en las propiedades con pasivo ambiental, conforme a lo permitido por el Código Forestal. Si el agricultor tiene un pasivo ambiental en su propiedad, puede optar por esta alternativa para su plan de regularización ambiental. Y es una solución de bajo costo. Sencillamente se deja que la tierra se recupere sin intervención humana directa y, en algunos casos, pueden adoptarse medidas de gestión que induzcan el proceso de regeneración natural.
¿Cómo va su trabajo de restauración forestal con las comunidades de Santarém?
Eso está funcionando bien, pero los frecuentes incendios forestales nos alarman. En la región del Bajo Tapajós, cerca de Santarém, hay dos grandes áreas protegidas, la Resex [reserva extractiva] Tapajós-Arapiuns y el Bosque Nacional de Tapajós. Existen diversos contextos asociados a la expansión del fuego que involucran a las poblaciones tradicionales y la selva, como es el caso de esta Resex que ya está siendo azotada por incendios masivos. Junto al Instituto Clima y Sociedad (ICS), estamos trabajando con indígenas de la etnia Tupinambá en la restauración de la selva degradada en la Resex. Aunamos conocimientos científicos y tradicionales. Lo que nosotros vemos como un proceso de competencia ecológica ellos lo ven como una invasión de la planta llamada tiririca [una maleza conocida en español como juncia real, coquillo y otros nombres, que incluye a varias especies del género Cyperus] y otras especies. Es importante que se organicen y empoderen para que, juntos, podamos proyectar nuevas acciones, como el apoyo para establecer áreas de recolección de semillas en las aldeas. Notamos que ellos son conscientes de las vulnerabilidades de la selva y que deben intervenir para evitar los incendios forestales y recuperar superficies. Volveremos allí en diciembre.
¿Cuándo empezó a investigar sobre la restauración forestal?
Hace casi 40 años. En cuanto concluí la maestría, presenté un proyecto al CNPq [Consejo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico], obtuve una beca de desarrollo regional y el MPEG me aceptó como becaria. Mi objetivo era entender cómo se instalaban las plantas invasoras en las pasturas abandonadas de Paragominas [en la zona oriental del estado de Pará] y comprender lo que llamamos proceso de sucesión ecológica, que alude a la secuencia de cambios estructurales y funcionales que se producen en las comunidades luego de una perturbación. Tenía una beca, pero no los recursos para ir a hacer trabajo de campo. Un colega que trabajaba con Chris [Christopher Uhl] me dijo que era el tipo de tema que a él le interesaría. Estamos hablando de uno de los principales ecólogos tropicales del mundo y, en aquella época, a finales de la década de 1980, era investigador visitante de Embrapa. Le escribí y me respondió enseguida, diciéndome que podía visitar el proyecto y unirme a su grupo. Cuando regresé a Pará, hice una escala en Paragominas, conocí su trabajo y me percaté de que era una excelente oportunidad para desarrollar mi proyecto. Empecé mis investigaciones, pero no perdía de vista lo que ellos estaban haciendo, que me parecía muy interesante.
¿Qué estaban haciendo?
Realizaban experimentos para entender el proceso de sucesión ecológica y los mecanismos de regeneración de las plantas en las pasturas abandonadas y las alteraciones causadas por las perturbaciones antrópicas en el comportamiento de aves, murciélagos y otros dispersores de semillas. Con la llegada de Daniel Nepstad [ecólogo estadounidense], los estudios se ampliaron y convirtieron a Paragominas en un laboratorio de investigaciones ecológicas. Acabé participando en esos proyectos y produje junto a ambos ecólogos uno de mis artículos más citados, sobre el papel de una de esas especies invasoras en la facilitación del proceso de sucesión. Fui contratada por el Museo Goeldi como investigadora en 1988, un año después de haber llegado a Paragominas. Inicié mi doctorado en 1992, cuando ya era empleada pública.
¿Han cambiado desde entonces las ideas referidas a la regeneración forestal?
Hasta la década de 1980, solamente había estudios de los investigadores del MPEG y de la estatal Embrapa en la Zona Bragantina, al este de Belém, el primer polo agrícola de la Amazonia en tierra firme, allá por el siglo XIX. Allí se ha deforestado mucho, pero para establecer pequeñas colonias agrícolas, nada que ver con lo que ha sido Paragominas y otros frentes de ocupación del territorio. Los investigadores describieron bien la vegetación espontánea, que aparecía una vez que las áreas eran deforestadas, cultivadas y abandonadas, las capoeiras [vegetación secundaria, compuesta por hierbas y arbustos dispersos]. No se entendía que se trataba de un proceso de sucesión forestal, con toda una dinámica regenerativa.
Explique un poco este proceso de sucesión.
El proceso de sucesión forestal, desde el punto de vista teórico de la ecología, no es nuevo. Fue en 1916 que [el botánico estadounidense Frederics] Clements [1874-1945] propuso una amplia y lógica teoría de la sucesión, según la cual los cambios en la vegetación tenían lugar en forma ordenada y previsible hacia una condición estable: el clímax. Esta fue la teoría dominante en el campo científico hasta mediados del siglo XX. La perspectiva actual considera que la sucesión está sujeta a probabilidades, y puede conducir a múltiples estados de equilibrio. Este punto de vista es importante para la restauración, porque su práctica se entiende como la manipulación de los procesos de sucesión. En la Amazonia, el proceso de sucesión ecológica solo era estudiado exhaustivamente por el grupo de Chris Uhl en Paragominas. A partir de 1984, sus trabajos fueron los primeros en demostrar que la Amazonia era resiliente, que era capaz de regenerarse tras un desmonte a gran escala, pero la nueva vegetación era diferente a la original. También influía la intensidad del uso de la tierra y la distancia a la selva del área modificada. En Paragominas, se explotaban fincas muy grandes y la selva iba quedando cada vez más lejos de las pasturas que eran abandonadas luego de un ciclo de 8 a 10 años de producción. Los estudios demostraron que los pastizales más alejados de la selva eran menos capaces de regenerarse en comparación con los más cercanos, porque el flujo de los dispersores de semillas, como las aves y los murciélagos, era menor. Algunos investigadores jóvenes, como José Maria Cardoso, yo misma y otros, hemos contribuido a una comprensión más amplia de este proceso. Más acá en el tiempo, equipos de Embrapa, del Inpa [Instituto Nacional de Investigaciones de la Amazonia] y de varias universidades vienen estudiado la regeneración en la Amazonia no solo para entender los cambios en las trayectorias de sucesión tras la deforestación, sino también tras la expansión de los incendios forestales de origen antrópico en la región.
¿La selva puede volver a ser lo que era?
Difícilmente. En mi doctorado estudié los bosques secundarios iniciales, poco después de haber sido abandonados, y con 3, 5, 10, 20, 40 y 70 años de evolución en la Zona Bragantina, para entender el proceso de sucesión a lo largo del tiempo, y descubrí que tan solo el 35 % de las especies de la selva madura volvían a proliferar. Tras haberse estudiado otras áreas de la Amazonia, se estima que al cabo de 20 años hay una recuperación de alrededor de un 80 % de la diversidad de especies forestales, pero la composición del conjunto será diferente. Otros grupos de plantas se establecen en esas áreas, distintas a las de la selva primaria. Las especies forestales con semillas voluminosas, difíciles de dispersar, tienden a desaparecer de las zonas antropizadas, mientras que aquellas cuyas semillas son menores suelen perdurar. También son más comunes las que son capaces de brotar inmediatamente después de los incendios y la tala en los ambientes que han sido utilizados como pasturas o para el cultivo agrícola. Pero el potencial de regeneración natural en un área determinada es diferente al de otra. La recuperación de la selva depende, como ya lo señaló Chris Uhl en la década de 1980, de la intensidad del uso del suelo. Cuanto mayor haya sido el uso de maquinaria pesada y del fuego, menor será el potencial de regeneración y la diversidad de especies a largo plazo.
Sin una buena gobernanza sobre el uso de la tierra, difícilmente habrá progresos en la agenda del clima y la transición energética
¿Qué piensa de la llamada bioeconomía de la Amazonia?
Hay que tener mucho cuidado con el término bioeconomía, porque puede utilizárselo con diversos intereses, incluso en el caso del agronegocio, como ya ha ocurrido. Me preocupa la idea de que la Amazonia pueda tener una bioeconomía altamente tecnológica, como se está proponiendo. Los pobladores de la región, generalmente carentes de perspectiva en materia de educación y acceso a la información, no están preparados para interactuar con un enfoque muy tecnificado, y una vez más corren el riesgo de quedar al margen de los procesos productivos o de convertirse, como dice una amiga mía del ISA [Instituto Socioambiental], en los proletarios de la selva, como resultado de una bioeconomía disociada del bioma. Desde el punto de vista económico, lo importante es garantizar que las áreas deforestadas y ocupadas por la agricultura y la ganadería sean productivas. Si se pretende ser coherentes con las políticas públicas que apuntan a la conservación de la selva y su biodiversidad no se puede avalar que el agronegocio siga sumando aportes tecnológicos o biotecnológicos. Creo que el mejor abordaje bioeconómico para la Amazonia es el que se asocia con la sociobiodiversidad, que valora los conocimientos tradicionales, empodera a las comunidades y, en conjunto, generan nuevas tecnologías de producción. Para ello hay que apuntalar el reconocimiento del rol de esas poblaciones en una economía forestal y apoyar a las instituciones locales.
¿Ya existen buenos ejemplos en este sentido?
Los mejores ejemplos provienen de las poblaciones tradicionales, con sus conocimientos y prácticas de manejo de la selva. Los productos presentes en el mercado internacional, la castaña de monte, el asaí y, en cierta medida, el cacao, proceden de la asociación con las comunidades tradicionales, que producen al menos 2.000 productos forestales no madereros que ya han sido catalogados en la Amazonia. Lo que falta es darles más valor y apoyar a las asociaciones y cooperativas, mediante la implementación de políticas públicas destinadas a impulsar la comercialización de los productos de la sociodiversidad. Con el asaí, por ejemplo, el problema es que hasta los años 1990 había un proceso productivo sostenible, en el que participaban las poblaciones tradicionales. Tras el boom del asaí, que actualmente llega a 70 países, algunos productores dejaron de lado las prácticas sostenibles y se produjo una intensificación del manejo productivo en las vegas, llanuras de inundación que tenían 200 a 400 plantas por hectárea ahora tienen 2.000 o hasta 3.000 por hectárea. Esto condujo a una “asaización” de esas áreas, que se traduce en pérdida de la biodiversidad y desequilibrios ecológicos.
¿Qué opina del cultivo de la palma aceitera en la Amazonia?
Definitivamente no se trata de un cultivo de bajo impacto. La palma aceitera [Elaeis guineensis] es originaria de África y fue introducida en el estado de Pará en la década de 1940. La mayor parte de la producción se realiza en grandes extensiones, como monocultivo, principalmente en la región de Moju [en el norte del estado]. El desmonte para cultivar la palma aceitera ha disminuido, pero aún sigue su curso a menor escala. El mayor problema es la destrucción total del ecosistema debido a la implantación de amplias áreas de monocultivo. Los entornos de cultivo de palma aceitera conservan escasos remanentes de selva y baja conectividad entre estos fragmentos. Los agricultores tendrían que mantener conectadas las reservas legales y preservar al menos un 40 % de la selva nativa dentro del paisaje, ya que las áreas con mayor cobertura forestal deben contener diferentes condiciones ambientales y recursos capaces de mantener una alta diversidad de especies. Esto también debe asegurar la sostenibilidad del ambiente agrícola, a través de la polinización y el control de plagas, por ejemplo.
Cuanto mayor es el uso de tractores y del fuego, menores son el potencial de regeneración y la diversidad de especies
¿Cuál es su perspectiva sobre los efectos del cambio climático en la Amazonia?
Son muy preocupantes. Los investigadores del Inpe han constatado que las sequías en la Amazonia son cada vez más prolongadas e intensas. El aumento de las temperaturas, la escasa humedad y los fenómenos de sequía intensos tienen relación con la deforestación y el uso del suelo. Hemos visto el efecto dramático de estas asociaciones en 1995, y posteriormente en 2003, 2010, 2015, 2017 y ahora en 2023. Ni Brasil, ni la Amazonia, ni los municipios, ni las poblaciones están preparados para estos cambios, que tienen un gran impacto en la vida de las personas, los animales y la vegetación. Hablamos de sabanización, pero no me gusta utilizar este término, porque es como si el Cerrado y otras sabanas fueran inferiores a la selva. Prefiero emplear “capoeirización”, que es la transformación de la selva en una vegetación empobrecida desde el punto de vista forestal y con una estructura diferente a la del bosque maduro. Estudios recientes muestran que los efectos del cambio climático están afectando el crecimiento y la mortalidad de especies y alterando la composición de las especies arbóreas en algunas partes de la Amazonia. Estos resultados ponen de relieve la necesidad de una deforestación cero y de conservar intactas grandes extensiones de la selva.
¿Cuáles son sus prioridades actuales?
Desde mayo estoy asesorando a la presidencia de la Finep y he cambiado el enfoque de mi trabajo, que antes era exclusivamente el de científica. Recientemente he ayudado a elaborar notas técnicas y policies briefs para apoyar las decisiones de los gestores de políticas ambientales. Junto a colegas de Embrapa, el Inpe, el Cemaden [Centro Nacional de Monitoreo y Alerta de Desastres Naturales], el Ipam [Instituto de Investigaciones Ambientales de la Amazonia], etc., he trabajado para mostrarle al Ministerio de Medio Ambiente [MMA] que la degradación forestal, manifiesta por el empobrecimiento progresivo de la selva causado por una o más perturbaciones, a ejemplo de los incendios forestales, también debe combatirse, a la par del desmonte. En marzo presentamos una nota técnica al MMA advirtiendo sobre este problema, asociado a los incendios forestales a gran escala en la Amazonia. En el marco del Programa Simbiose/CNPq, he colaborado para poner de manifiesto que la regeneración natural es un enfoque importante en los programas de regularización ambiental de las propiedades rurales de la Amazonia. En octubre redactamos una nota técnica y la presentamos en un evento que se llevó a cabo en Belém, y espero que las secretarías de Medio Ambiente de los estados amazónicos utilicen esta información para el seguimiento de los proyectos de recuperación de las áreas degradadas en el marco de los programas de regularización ambiental. Como asesora de la presidencia de la Finep, también realizo otras actividades.
¿Cuáles?
Soy miembro del Consejo Administrativo del Centro de Bionegocios de la Amazonia [CBA], y participo en las discusiones y elaboración de programas en la materia en el marco de la dirección regional de la Finep en Belém. Ayer [8 de noviembre], el presidente de la organización, Celso Pansera, me pidió que participara en una reunión del Grupo de Trabajo sobre la Amazonia del Consejo de Desarrollo Económico y Social Sostenible, organismo que asesora directamente al presidente Lula da Silva, y hablé de la importancia de la territorialización de los esfuerzos de ciencia y tecnología en la región. Otro miembro del grupo de trabajo, Ennio Candotti [director del Museo de la Amazonia, en Manaos], elaboró un mapa con más de 300 instituciones en casi 200 municipios de la Amazonia, incluyendo centros de investigaciones, unidades de Embrapa y de la Fiocruz, universidades e institutos, y debatimos la manera de integrar a esta red de instituciones en la agenda nacional de ciencia y tecnología.
¿Las conversaciones están avanzando?
En cierto modo, sí. No es sencillo consolidar un sistema regional de ciencia, tecnología e innovación, porque nunca ha habido un programa de Estado para la Amazonia. Aún hay muchos prejuicios y desconocimiento al respecto de la historia, la cultura y la vida en la región. Pocos saben que la Amazonia solo existe desde 1823, cuando Pará se unió a la lucha por la Independencia, cuando Grão-Pará dejó de existir y dio origen a los estados de Amazonas y Pará. Hasta entonces éramos un estado colonial portugués, como el estado de Brasil, ambos vinculados a Lisboa. Solo cuando entendemos los procesos de incorporación e integración de la Amazonia a Brasil nos damos cuenta de las consecuencias trágicas de estos proyectos, que hasta los días actuales han generado aquí subdesarrollo y daños ambientales y sociales. Resulta difícil cambiar esta situación, pero si bien requiere de una gran inversión, la posibilidad de formular estrategias capaces de impulsar la ciencia producida en la región está abierta. Esta es mi lucha ahora.