Quienquiera que alguna vez haya entrado a una sala de mamografía para realizarse un estudio de rutina puede haber pensado que una mujer nunca habría inventado ese examen. (De hecho, fue el médico uruguayo Raúl Leborgne –1907-1986– quien en la década de 1950 constató que la compresión de la mama generaba mejores imágenes diagnósticas). Este procedimiento salva vidas, pero, ¿no podría haber técnicas menos agresivas? La participación activa de las mujeres, sus usuarias principales, contribuiría para que se tuvieran en cuenta aspectos como la incomodidad en el desarrollo de sustitutos.
La interacción entre los investigadores del ámbito de la salud y los pacientes ya tiene lugar, por ejemplo, en los ensayos clínicos, pero es bastante limitada. Una práctica que viene ganando terreno es la llamada medicina ciudadana, que promueve colaboraciones más abiertas e inclusivas, al reconocer a los pacientes como sujetos poseedores de conocimiento acerca de su propia condición. El reportaje de la página 30 muestra que hay espacio para una mayor participación de este público mediante su integración a los comités de ética, su participación en la regulación de los ensayos clínicos y para la determinación del grado de riesgo aceptable en las pruebas de nuevos fármacos, entre otras posibilidades. No siempre es factible ni es un camino fácil, pues la acción de congregar a personas con diferentes perspectivas y experiencias se erige como un reto colaborativo; pero puede dar lugar a investigaciones innovadoras.
La propuesta de la medicina ciudadana –relacionada con la ciencia ciudadana, el tema de la portada de la edición 323– también tiene puntos de convergencia con la investigación y la incorporación de conocimientos propios de los pueblos originarios sobre las enfermedades por la sociedad no indígena. Los puentes tendidos entre diferentes saberes hacen posible una visión más amplia del enfermarse y contribuyen al cumplimiento del derecho de los pueblos indígenas a una atención sanitaria que respete su modo de vida y sus especificidades culturales. Otro reportaje alusivo a este universo temático muestra que las personas LGBT+ tienden a realizarse menos exámenes preventivos que los individuos cisgénero heterosexuales.
La inclusión es el objeto del artículo estampado en la portada de este número. Según datos recientes dados a conocer por el Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE), en Brasil hay más de 17 millones de personas con algún tipo de discapacidad, y ha habido progresos en indicadores como la cifra de personas inscritas en la enseñanza básica y superior. Pero aún queda un largo camino para acortar la brecha entre los individuos con y sin discapacidades en el acceso a la educación y al mercado de trabajo, como así también en cuanto a los ingresos producto de sus actividades laborales.
En los últimos años, la legislación brasileña referente a esta temática se ha ampliado y se ha actualizado, al resguardo de la Convención Internacional sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad, de 2006, de la Organización de las Naciones Unidas (ONU). El aumento de la presencia de esta franja de la población en las universidades ha permitido concretar avances en el conocimiento científico mediante la apertura de distintos frentes de investigación, y ha proporcionado mejoras institucionales. Las innovaciones en los equipamientos y los servicios destinados este público son el tema de un artículo complementario.
Esta edición marca una efeméride importante: el 50º aniversario de la estatal Empresa Brasileña de Investigación Agropecuaria (Embrapa). Las investigaciones producidas en dicha institución, con presencia en todos los estados de la federación, son responsables en gran medida de la diversidad agrícola brasileña y del lugar que ostenta Brasil como exportador de alimentos. Pero en los tiempos que corren, ante un escenario preocupante de cambios climáticos y de nuevas exigencias de los mercados consumidores, resulta necesario enfocarse más en la agricultura sostenible, un tema al que la empresa viene dedicándole mayores esfuerzos.
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