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Jean-Pierre Changeux

Jean-Pierre Changeux: La biología que subyace en la conciencia

Del descubrimiento de las proteínas alostéricas hasta la química de los refinados procesos cerebrales, el objetivo de este neurocientífico francés es la comprensión de la vida y la mente humana

desde París

IERRE ANDRIEU/ AFP PHOTOEn el prólogo de Du vrai, du beau, du bien: une nouvelle approche neuronale (Odile Jacob, 2008, París), uno de los libros de divulgación científica más recientes del respetado neurobiólogo Jean-Pierre Changeux, de 75 años, el filósofo Claude Debru sintetiza los hitos de la carrera científica de su coterráneo en los siguientes términos, en traducción libre: “Descubrió la alosteria y elaboró el modelo alostérico de funcionamiento de las proteínas junto con Jacques Monod y Jeffries Wyman; aisló el primer receptor de un neurotransmisor, el receptor de acetilcolina, que es precisamente una proteína alostérica; luego elaboró un modelo de aprendizaje por estabilización selectiva de sinapsis y más recientemente creó, junto con Stanislas Dehaene, un modelo de conciencia bajo la forma de una teoría del espacio neuronal de trabajo consciente”.

Esto resume con gran precisión su fecundo recorrido, que al principio comenzó estudiando colibacilos para comprender el funcionamiento de una enzima reguladora bacteriana, la L-treonina desaminasa. De ello surgieron los dos descubrimientos referidos por Debru al respecto de las proteínas alostéricas y uno de los más famosos artículos científicos que se hayan publicado en el campo de la biología molecular: “Sobre la naturaleza de las transiciones alostéricas”. Escrito en colaboración con su director de tesis, Jacques Monod, uno de los galardonados con el Nobel de Medicina en 1965, ese paper, publicado coincidentemente también en 1965, generó desde entonces 5.889 citas, una cifra extraordinaria. Por cierto, los 600 artículos publicados por Changeux a lo largo de su carrera totalizan actualmente casi 48.500 referencias.

Científico extremadamente creativo, enfocado en los mecanismos fundamentales de la regulación biológica de cualquier forma de vida, Changeux extendió posteriormente el modelo de las proteínas alostéricas a los receptores de neurotransmisores. Y fue para probar esa propuesta teórica que arribó a su segunda realización experimental considerable, el aislamiento del receptor de acetilcolina. Así fue como, apoyado en un sólido fundamento de biología molecular, teórica y experimental, este tranquilo científico francés continuó en la búsqueda de otras comprensiones del más fascinante de los órganos de los sistemas vivientes, el cerebro humano, y aportó, entre otros temas, a los fundamentos materiales, biológicos y bioquímicos de la conciencia. Fue erigiendo esta construcción rigurosamente científica en un terreno cultural fértil, densamente humanístico, filosófico, que proviene de su propia formación y en la cual se mantiene firmemente apoyado. De esta manera, puede comunicarlo al lector con fuerza en sus libros de divulgación científica, incluso en el que escribió en coautoría con el filósofo Paul Ricoeur. La nature et la règle. Ce qui nous fait penser (Odile Jacob, 1988, París). La ciencia siempre es tomada por Changeux en el interior de la cultura, aunque sin dejar nunca de reivindicar “una visión fisiológica”, tal como dice, basada en mecanismos moleculares.

La siguiente entrevista fue concedida el 8 de julio pasado por Jean-Pierre Changeux, una persona tranquila y amable, incluso cuando relata experiencias de gran vigor o vierte conceptos complejos para los legos, en su sala del Instituto Pasteur. Junto con el Collège de France, el Instituto Pasteur es una de sus “casas” de toda la vida.

¿Usted prefiere que comencemos por los fundamentos biológicos de la conciencia o por una visión general de su trabajo?
Vamos a comenzar por la visión general porque eso me permitirá exponer las ideas que puedo tener acerca de la conciencia en el contexto de los trabajos que realicé anteriormente.

Hablemos entonces de su primer descubrimiento. Usted descubrió la alosteria y elaboró el modelo alostérico de funcionamiento de las proteínas junto con Jacques Monod y Jeffries Wyman.
Exacto. Empecé en 1961. En mi opinión, ese trabajo sobre las proteínas alostéricas es el origen de un concepto de la vida, y por eso, de las funciones del cerebro, que se apoya en un mecanismo molecular relativamente simple de transducción de las señales biológicas. El trabajo que realicé para mi tesis, junto con Jacques Monod, apuntaba inicialmente a entender cómo funciona una enzima reguladora bacteriana, la L-treonina desaminasa, que se hallaba involucrada en un proceso de retroalimentación, es decir, de feedback. La treonina desaminasa es la primera enzima de una cadena de biosíntesis en la bacteria colibacilo, y se encuentra inhibida por el producto final de la cadena. Existe, por lo tanto, una regulación del funcionamiento de la cadena química. Esa primera enzima posee una actividad catalítica ‒cataliza una reacción enzimática‒ y, simultáneamente, reconoce y es capaz de modificar su actividad en función de una señal que resulta ser el producto final de la cadena de biosíntesis. Se trata de una molécula que cuenta con una especie de doble función: reconocer y transformar el sustrato y recibir y transmitir la señal reguladora. Por lo tanto, es una especie de modelo de regulación biológica elemental.

¿Y cómo llegó usted a esta enzima?
Ya existían trabajos al respecto de estas enzimas, no fui yo quien las descubrió, mi intención era comprender el mecanismo regulatorio. Y a partir de los trabajos que hice y que otros paralelamente hicieron, logré disociar la actividad enzimática de la actividad reguladora. Esto significa que logré obtener una enzima que todavía se hallaba activa, pero ya no se encontraba regulada por el producto final de la cadena de biosíntesis, una especie de enzima desmontada. Eso permitió comprender la mecánica del montaje, ya que fue posible desmontar la enzima. Se cuenta con dos sitios, dos regiones distintas, que se reconectan entre sí mediante un cambio de conformación. Y por consiguiente tenemos una especie de procesador que efectúa una regulación crítica en un nudo particular del metabolismo.

¿No se trata de una conexión eléctrica?
No, se trata de una proteína que cambia de conformación, una especie de mecánica molecular que se vuelve evidente a nivel molecular e igualmente a nivel de la organización de los átomos de la molécula. Puede que intervengan cargas eléctricas o no, pero se trata de conexiones que intervienen en la estructura de las proteínas únicamente. Por consiguiente, tenemos de entrada allí una nueva categoría de proteínas que recibe el nombre de proteínas alostéricas. Las mismas presentan dos regiones y, de acuerdo con las conclusiones a las que arribamos, junto con mi director de tesis de entonces, Jacques Menod, son en cierta forma modelos de sistemas reguladores elementales. En la última parte de mi tesis extendí esta idea a las moléculas de ese tipo que se encontrarían en la membrana y que intervendrían en la comunicación entre las células nerviosas. Por lo tanto apunté la relación entre un mecanismo elemental bacteriano y una señal de regulación intercelular, aunque en las bacterias es intracelular. E incluso en la tesis planteé esa idea de que los receptores de neurotransmisores en el nivel de una sinapsis ‒que es el punto de contacto entre las células nerviosas‒ podían ser proteínas alostéricas. Y a partir de allí me pasé toda mi vida trabajando en esta temática. Entonces ese estudio de la tesis fue para mí un trabajo fundamental para toda una filosofía de la comprensión de los seres vivos y del sistema nervioso central y, por ende, del cerebro.

¿Todo al mismo tiempo?
Sí, prácticamente. Una filosofía de la biología molecular: en primer lugar conocer cómo funciona nuestro cerebro a nivel molecular y luego la detección del primer receptor de neurotransmisores.

¿El receptor de la nicotina?
Exactamente. Como no existía ningún receptor conocido para que pudiera probar la idea referida a que los receptores de neurotransmisores podían ser proteínas alostéricas, era necesario aislar uno. Por eso me enfoqué en el receptor que era el más conocido en esa época, que había sido especialmente tratado por Sir Henry Dale en Inglaterra: el receptor de la juntura neuromuscular, que es el receptor de la acetilcolina, porque la acetilcolina es su neuromediador. Ese receptor era conocido solamente a nivel farmacológico, no en cuanto a su estructura, e incluso no se sabía si era una proteína. Pero también es un receptor de la nicotina. En efecto, Sir Henry Dale había clasificado a los receptores de la acetilcolina en varias categorías: nicotínicos y muscarínicos; el nicotínico se encuentra relacionado con un cambio de la propiedad eléctrica, en tanto que el muscarínico presenta efectos metabólicos. Entonces me dediqué al receptor nicotínico de la juntura neuromuscular que ya había sido bastante estudiado por otro inglés, John Newport Langley. Desde el comienzo del siglo XX, Langley había demostrado que ese receptor era bloqueado por el curare y estimulado por la nicotina. El problema consistía en descubrir cómo aislarlo, ya que se trataba de una molécula presente en ínfimas cantidades y difícil de marcar. Hoy en día existen centenares de receptores identificados, pero en aquella época no había ninguno. Desde el comienzo me interesé por el órgano eléctrico de los peces eléctricos, tales como la anguila, que, además, se encuentra en Brasil. Carlos Chagas trabajó bastante con ese pez, que habita en la cuenca del Amazonas; aunque otro pez similar es el torpedo, que es encontrado, por ejemplo en la cuenca del Arcachon, en Francia.

¿Torpedo?
Así es, se trata de un elasmobranquio, un pariente de las rayas. Tiene una contextura plana y vive en el lecho marino, y produce descargas eléctricas muy poderosas. Su órgano eléctrico es extremadamente profuso en sinapsis colinérgicas, todas idénticas entre sí, por lo tanto extremadamente abundante en receptores. Era necesario encontrar un marcador para aislar el receptor, y fue una toxina de veneno de serpiente lo que permitió identificarlo.

¿Y cuándo comenzó a trabajar con ese receptor a nivel cerebral?
Primero comencé con el órgano eléctrico, que es una inmensa colección de sinapsis del tipo de la juntura neuromuscular. Luego, ni bien los métodos de genética molecular estuvieron a disposición de los neurobiólogos, ese receptor fue clonado y secuenciado, en primera instancia en el órgano eléctrico y después en el cerebro. Eso brindó acceso al receptor nicotínico cerebral.

Usted investiga diferentes funciones de ese receptor en el cerebro humano.
Así es, y a propósito, el cerebro humano es muy sensible a la nicotina, como todo el mundo lo sabe, por eso es que los fumadores se vuelven usuarios y dependientes de la nicotina, que actúa sobre el receptor nicotínico cerebral. También en el cerebro se encuentra un homólogo del receptor muscular, que actúa en los efectos estimulantes y en la dependencia de la nicotina. Lo interesante es que logramos probar en laboratorio, recientemente, la existencia de receptores muy similares en las bacterias: en la Gloebacter, una bacteria fotosintética, y en otras especies. Esos receptores bacterianos no son sensibles a la acetilcolina, aunque sí a otras señales reguladoras, tales como el pH. Cuando el pH se torna ácido, su canal iónico, que cuenta con propiedades muy similares a las del receptor nicotínico, se abre.

Otra vez, un enfoque total de la vida…
Sí. En primer lugar, evidentemente resulta muy importante contar con un receptor bacteriano porque en general éstos cristalizan más fácilmente se puede establecer enseguida su estructura mediante métodos de cristalografía de rayos X. Eso es lo que se hizo. De esa manera se logró examinar la transición alostérica de esos receptores. Puede verse así que esa problemática planteada hace 50 años, hoy en día se logra demostrar gracias a esos receptores bacterianos. Otra cosa muy interesante en el plano evolutivo y global es que las bacterias inventaron, de cierto modo, ese tipo de receptor muy poco común, que es pentamérico y que atraviesa la membrana mediante un canal iónico muy particular. Y lo sorprendente es que los receptores del cerebro son vecinos del receptor bacteriano. Esto significa que en nuestro cerebro poseemos, por decirlo de alguna manera, proteínas cuyos ancestros aparecieron hace millones de años en las bacterias. ¡Y ese receptor se conservó en nuestro cerebro! Como verá, no todo fue original en el cerebro del hombre cuando este apareció sobre la Tierra. Heredamos muchas estructuras que ya habían sido anteriormente desarrolladas.

ALBUM / AKG-IMAGES/ARCHIVES CDA/ST-GENèS/AKG-IMAGES/LATINSTOCKBasándose en esa similitud entre las células de nuestro cerebro y las estructuras bacterianas, usted desarrolla un enfoque bastante singular. ¿Podría explayarse un poco sobre ello?
No puede comprenderse a los seres vivos, y al cerebro en particular, a menos que se hayan comprendido los mecanismos elementales que fundamentan sus funciones básicas. En el caso de las bacterias, se trata de todo su metabolismo, es decir, de las reacciones químicas elementales de supervivencia y de reproducción de la célula bacteriana. A nivel cerebral, lo importante es comprender las relaciones entre las células nerviosas, y esas relaciones son totalmente únicas, ya que como usted sabe, el cerebro es el único órgano que conforma una red donde las células establecen múltiples contactos unas con otras. Existen alrededor de 10 mil conexiones por cada célula nerviosa, por ende se trata de una red de extrema complejidad. Y es eso lo que origina la originalidad del cerebro y lo que produce que éste acceda a funciones tan elaboradas como la razón, la conciencia o la sociabilidad. De esa manera, la idea resultante de esos primeros trabajos sobre las bacterias y su extensión a la comunicación entre las células nerviosas apunta que, en el fondo, nuestras funciones cerebrales deberían ser comprendidas a partir de los mecanismos moleculares elementales de la conducción y, sobre todo, desde la transmisión de las señales a nivel de las sinapsis. Por eso, en cierto modo, el enfoque fisicalista. Esto significa que la comprensión de los mecanismos moleculares resulta necesaria, lo cual equivale a expresar que todas nuestras funciones cerebrales pasan por esos mecanismos moleculares. Cuando se aplica una anestesia local para la extracción de un diente o una anestesia general en el caso de una cirugía, se percibe que existe una relación directa entre el anestésico, que es una molécula química, con la conciencia y la percepción dolorosa. Esto quiere decir que existe una química de la conciencia y también que todas esas funciones superiores, en definitiva, se hallan arraigadas en estos mecanismos moleculares. Pero eso no basta: para ir más lejos, resulta indispensable comprender la organización del sistema, entender cómo se organiza para acceder a las denominadas funciones superiores del cerebro, las funciones cognitivas, que intervienen en la adquisición del conocimiento. Ésa es mi idea filosófica general.

Retomemos la visión del cerebro como una red. No sé qué sucede en Francia, pero en Brasil y en Estados Unidos existe un debate entre el enfoque globalizado del cerebro y una visión localizada.
Pienso que son teorías diferentes, aunque no excluyentes. Considero que existen localizaciones cerebrales extremadamente precisas, según la tradición de la frenología de Gall, por ejemplo, las áreas visuales, las áreas auditivas, las áreas especializadas en la visión de los colores o en el reconocimiento de rostros y, al mismo tiempo ‒y ahí abordamos la tesis sobre la conciencia‒, un sistema de conexiones a larga distancia que son susceptibles de crear uniones, relaciones, entre los múltiples territorios del cerebro. Por lo tanto coexisten globalidad y unidad y, al mismo tiempo, diversidad y especialización.

Luego del descubrimiento del receptor de acetilcolina, usted elaboró el modelo de aprendizaje por estabilización selectiva de las sinapsis.
Eso es muy importante para intentar comprender cómo se desarrolla la complejidad de nuestro cerebro. Examinemos primero el nivel genético, la evolución de la secuencia de los genomas del ratón, del mono hasta el hombre, pasando por el chimpancé, y ahí nos percatamos de que las diferencias son muy pequeñas. Existen, por supuesto, ya que un mono no es un hombre y un ratón no es un mono. Por ende existen bases genéticas evidentemente importantes. Pero cuando se revisa el número de genes, de estructuras, se percibe que el genoma es similar, casi idéntico en todos los mamíferos. Por cierto, el número de genes de la drosophila no es tan diferente al del hombre. Eso puede parecer sorprendente. Y evidentemente plantea una paradoja: ¿la complejidad del cerebro crece de manera exponencial mientras que la del genoma poco se modifica en el curso de la evolución? La evolución procede ‒ya hemos mencionado eso al hablar de los receptores‒ por acumulación progresiva de las estructuras elementales que se desarrollaron en las bacterias, luego sucesivamente en los eucariotas, en los multicelulares, en los invertebrados, vertebrados, mamíferos, etc. Y esas estructuras se acumulan unas después de otras, de tal forma que poco a poco se construye un cerebro que presenta la complejidad del cerebro humano. Muchas estructuras fueron seleccionadas antes de la aparición del hombre, pero ¿qué es lo que caracteriza fundamentalmente a la evolución del hombre? Hay, en primera instancia, un aumento del tamaño del cerebro. No resulta tan difícil de comprender, basta con aumentar el número de divisiones celulares, algunos genes alcanzan para eso. Luego, existen algunos principios de organización general, tales como, por ejemplo, el desarrollo relativo de la corteza prefrontal, que es de gran importancia en el hombre; incluso ahí, algunos genes del desarrollo determinarán esta organización. Pero eso todavía no es suficiente para resolver la paradoja. Una nueva idea consiste en tomar en cuenta el hecho de que el cerebro se construye progresivamente durante 15 años en el hombre. Su peso aumenta 5 veces desde su nacimiento. Durante ese período, el cerebro se desarrolla en constante interacción con el medio ambiente. De alguna manera existe una injerencia genética que permite a esas redes organizarse y, posteriormente, la interacción con el mundo exterior va a establecer especificidades y convalidaciones. En eso consiste la idea de la estabilización selectiva de las sinapsis, de la epigénesis sináptica que desarrollé junto con Antoine Danchin. Existe una sucesión de fases de proliferación sináptica y de selección debido a la interacción con el ambiente físico, social y cultural; ciertas sinapsis fueron eliminadas y otras, conservadas, estabilizadas y amplificadas. En cierto modo, hay darwinismo, pero no genético: epigenético. Por esa razón es que califiqué a esa teoría como “epigénesis por estabilización selectiva de las sinapsis”.

¿Es posible realizar experimentos relativos a esa teoría?
Sí, por supuesto. Logramos demostrarlo con el enlace neuromuscular y mostrar que en la etapa de la exuberancia sináptica, si se estimula eléctricamente al sistema, se acelera la eliminación de las sinapsis. Ese experimento también lo llevaron a cabo por Lubert Stryer y Carla Shatz en el sistema visual. Generalmente, la estimulación eléctrica conlleva la eliminación sináptica. Se puede igualmente demostrar que, cuando hay estimulación eléctrica, ocurre la eliminación sináptica. Lo propio sucede en el cerebelo. Por ende, se trata de un mecanismo muy generalizado, estudiado por muchos investigadores norteamericanos.

¿Es posible establecer una relación entre esta teoría y los resultados de exámenes de resonancia magnética funcional?
Sí, aunque la teoría de la epigénesis es una teoría sináptica, por ende microscópica, en tanto que los exámenes de resonancia magnética son macroscópicos. Entonces resulta difícil. Con todo, puede observarse, por ejemplo, que la superficie de ciertas zonas corticales se restringe durante el desarrollo o se remodela a medida que el cerebro del niño se desarrolla. Se pueden realizar pruebas en cierta manera macroscópicas en cuanto a la teoría, por ejemplo, siguiendo la estructuración progresiva de las zonas inervadas por el ojo, por el oído o por otras entradas sensoriales. Menciono esto a modo de ejemplo, es factible. Aunque la verdadera demostración de la teoría se hace en el nivel elemental, en el nivel sináptico.

MARTINE FRANCK / MAGNUM PHOTOS / LATINSTOCK¿Pero el cerebro realiza esa selección permanentemente?
Sí, en el transcurso del desarrollo las etapas de crecimiento, de desarrollo exuberante y de selección sináptica se suceden, originando cada vez una etapa crítica de interacción con el ambiente. Y eso es válido incluso para el adulto, presumiblemente. Estas múltiples etapas se superponen unas con otras. Y, entre otras, aquéllas que intervienen en el aprendizaje de la lengua hablada y del lenguaje escrito.

Claude Debru mencionó en el prólogo de uno de sus libros que usted creó recientemente un modelo de conciencia bajo la forma de una teoría del espacio neuronal del trabajo consciente, elaborado junto a Stanislas Dehaene. ¿Puede hablarnos de eso?
Así es. El punto de partida crítico consiste en medir experimentalmente el acceso a la conciencia, esto es, utilizar métodos científicos objetivos ‒los métodos de imágenes, entre otros‒ para registrar el acceso de señales del mundo exterior a la conciencia del sujeto, por ejemplo, una señal visual, un cuadro o un texto escrito. ¿Cómo registrar su acceso a la conciencia? Comparando el tratamiento consciente y no consciente de una misma señal. Hay métodos biofísicos conocidos desde hace mucho tiempo, denominados enmascaramientos, que permiten hacerlo. Se presenta a una persona varias diapositivas sucesivas en una escala de tiempo que es del orden de algunas decenas de milisegundos (ms). La primera condición: por ejemplo, se presenta durante 70 ms una palabra escrita que se encuentra encajada entre diapositivas vacías, antes y después de la misma, y el sujeto es capaz de decir: “Ah, he visto la palabra león”, o “Vi la palabra cerebro”. Por consiguiente, hay una especie de acceso a la conciencia en la medida en que el sujeto puede expresar: “Si, he leído la palabra león”. Pero si se le presenta la misma palabra colocando inmediatamente antes y después las máscaras, es decir, otras figuras diferentes a la palabra escrita y se le pregunta a esa persona: “¿Ha visto algo?”, ella responde “no”. Por eso, la misma palabra puede leerse, o mejor dicho, puede ser vista de manera consciente y, por otra parte, ingresar al cerebro y en él propagarse sin producir conciencia. En este último caso, se verifica luego del experimento que el procesamiento no consciente realmente sucedió porque la persona se vuelve capaz de realizar elecciones influidas por la palabra que fue tratada por el cerebro de modo no consciente. Se puede, por ende, definir un protocolo experimental en el cual se somete a un ser humano a un test visual consciente-no consciente y, en esas dos condiciones, someterlo a registros mediante resonancia magnética o electroencefalografía. Se puede correlacionar datos objetivos al respecto de la actividad del cerebro y los datos subjetivos de los procesamientos conscientes y no conscientes. Por ende, se pueden definir de cierto modo las bases naturales del tratamiento consciente en relación con el tratamiento no consciente.

Se trata de algo así como para suministrarle fundamentos biológicos a Freud, por ejemplo.
Claro, pero a mí no me agrada hacer referencia a Freud porque la gran diferencia reside en que, en el caso presente, se trata de un estudio científico sobre el acceso a la conciencia y no de un discurso literario. Lo que quiero expresar con esto es que se logra, en condiciones definidas experimentalmente, registrar parámetros mensurables por medio de imágenes, por electroencefalografía o magnetoencefalografía, y obtener señales físicas cerebrales que corresponden a los procesamientos consciente y no consciente.

En un reciente artículo suyo de revisión, usted dice que la palabra conciencia está imbuida de ambigüedad.
Sí, es cierto. Porque existe la conciencia moral, la conciencia política, etc. Y también la conciencia en el sentido fisiológico del término, que es lo que nos interesa, y que produce que estemos conscientes cuando leemos, cuando observamos un paisaje. Cuando dormimos, ya no estamos conscientes.

¿Su interés reside en el acceso a la conciencia?
Así es. Evidentemente resulta necesario que el cerebro se encuentre en un estado consciente y que no se halle adormecido, anestesiado, o en coma, condiciones en las que el cerebro ya no se encuentra consciente; el sujeto tampoco. Y se puede demostrar que existen diferencias fisiológicas durante un coma, durante una anestesia general o durante el sueño. El sujeto en coma no posee, en principio, acceso a la conciencia. O lo tiene, pero bastante disminuido. En los mencionados estados vegetativos, el sujeto despierta y adormece, pero el acceso a la conciencia se encuentra muy alterado. Percibe poquísimas cosas.

¿Y en el caso de la esquizofrenia?
Nuestra interpretación es que el esquizofrénico sufre de una alteración del espacio de trabajo neuronal consciente, el cual presentaría un acceso más restringido. Por eso sufre perturbaciones en su relación social con los demás, pues la relación con el otro pasa por el acceso a la conciencia.

¿Cuáles son los futuros desafíos de estos estudios sobre el acceso a la conciencia?
Lo primero es la conciencia de sí mismo. Eso está en curso. Varios grupos de investigadores estudian lo que se denomina la percepción de sí, la self-consciousness, que puede perderse selectivamente, por ejemplo, en el caso de la anosognosia. Un individuo que sufre una lesión en el hemisferio derecho en el nivel parietal desarrolla una hemiplejia izquierda. Empero, en ciertos tipos de lesión, el sujeto niega estar paralizado, no tiene percepción de su propia parálisis, de su propio cuerpo. Por lo tanto hay una alteración de la conciencia de sí y de su cuerpo. Eso es algo que evidentemente requiere de intelección. Y otra cosa que me interesa mucho es tener acceso a lo que se podría denominar como razonamiento consciente, la organización del pensamiento.

¿Eso resulta posible?
Yo creo que vamos a lograrlo, ciertamente.

¿Es experimentalmente posible?
Bueno, primero hay que obtener resultados a nivel teórico. En ese caso, considero que la teoría resulta indispensable con anterioridad o en simultáneo a la experimentación. Una etapa indispensable es contar con una representación neuronal del objeto consciente, una representación consciente en relación con una representación no consciente. Y una vez que se logre eso, inmediatamente intentar comprender de qué modo son susceptibles de articularse de entre sí dichas representaciones conscientes, son susceptibles de encadenarse para constituir una oración, como por ejemplo “el cielo es azul”. Se trata de algo que es necesario hacer y estamos lejos de lograrlo, aunque soy bastante optimista. Pienso que en los próximos 5 ó 10 años ese tipo de problema podrá resolverse. Así, se logrará, pienso yo, contar con una concepción científica y objetiva de la organización del pensamiento.

archivo personalUna visión objetiva de la organización del pensamiento corresponde también a una visión de la organización del lenguaje.
Sí, el acceso al lenguaje resulta esencial. El lenguaje puede desempeñar un rol muy importante en la medida en que contribuye a la formación de esas representaciones conscientes mediante el uso de las palabras y el sentido adjudicado a una palabra. Es posible un razonamiento con representaciones sin que medien palabras, aunque es cierto que la palabra cumplirá un rol muy importante. Por eso ella es la puerta de entrada para el lenguaje y también para la interacción social, dado que el lenguaje interviene en la comunicación social. Por lo tanto, puede verse que aún resta mucho por hacer.

Actualmente, ¿en qué puntos se concentra su investigación?
Hay tres grandes temas que me interesan: por un lado, la transducción de la señal por medio de las proteínas alostéricas; comprender cómo funciona un receptor a nivel atómico, por ejemplo, con el receptor bacteriano. Lo segundo que me interesa mucho es la expresión de los genes que acompañan la epigénesis, para intentar correlacionar el genoma con la organización del cerebro, en primera instancia a lo largo del desarrollo y, por supuesto, en la fase adulta. Se trata de un problema de expresión génica en el transcurso del desarrollo, en relación con la selección de las sinapsis. Y por último la tercera consiste en lo que acabamos de decir, intentar progresar en la comprensión de las bases neurológicas de las representaciones conscientes. Es en lo que nos encontramos trabajando junto con Stanislas Dehaene y una estudiante que tenemos en común. La idea es, a partir de las representaciones conscientes, abordar cuestiones que implican la matemática, la lingüística, cosas de esa índole. Se trata de un futuro algo más lejano, pero es un futuro… concreto.

Paralelamente con sus estudios científicos usted realiza un trabajo de divulgación de la ciencia.
Sí. Dicté clases en el Collège de France y escribo libros a partir de esas clases. No me agrada demasiado la televisión ni otros medios; los libros escritos resultan más apropiados para los trabajos científicos, porque la ciencia requiere explicaciones de manera particularmente precisa y rigurosa. Pero es evidente que existen también otros métodos, tales como la televisión o el teatro, ¿por qué no?

Usted tiene una visión general de la cultura, del arte, y establece una relación entre la ciencia y la cultura. ¿Es posible seguir así?
No sólo es posible sino necesario, desde mi punto de vista. Pienso que la ciencia se desarrolla, la cantidad de conocimiento que ha sido producida en el último siglo es considerable y el peligro residiría en que los físicos hiciesen solamente física o que los biólogos, sólo biología, los psicólogos sólo psicología, etc. Considero que debe existir, en cambio, una unificación del conocimiento más allá de la diversidad de las disciplinas. A propósito, esta es la proposición de Diderot. Lo que se hace en neurociencias debe ser útil para la psicología, lo que se hace en cuanto a la física, debe ser aprovechado por la biología molecular, y recíprocamente; los problemas relevados por la biología molecular deben interesar a los físicos, o los problemas estudiados por la psicología experimental, deben conducir a los físicos al desarrollo de nuevos instrumentos destinados a examinar con alta resolución los estados de actividad del cerebro en el tiempo y en el espacio simultáneamente. Por eso para mí no sólo resulta indispensable contar con una visión enciclopédica, sino también lograr realizar síntesis multidisciplinarias, constructivas. Y eso incluye a las humanidades, pues, para nosotros, el cerebro se encuentra directamente en contacto, es él quien produce la cultura. Y la cultura actúa sobre el cerebro. Ocurre en ambos sentidos. Producimos el lenguaje, pero el bebé aprende el lenguaje a partir del de los adultos.

¿Cuántas horas trabaja por día?
Mmm…, yo no las cuento. Para mí, eso no es un problema, porque trabajar me descansa en cierto modo. No trabajar es lo que me angustia; por eso no cuento las horas que trabajo, es todo el tiempo. Por supuesto que tengo muchas distracciones, porque, al mismo tiempo, en mi actividad científica, existen diversos niveles de concentración. Hay trabajos que son muy específicos, mucho más profundos, por ejemplo, los tres temas que mencioné antes; además, me interesa y reflexiono acerca del arte, pintura, música, cuestiones de ética, que generan debate y ventilan las ideas, por así decirlo. ¡Yo trabajo todo el tiempo! Eso no me molesta. Pero es necesario, claro, tener una vida familiar al mismo tiempo.

¿Usted nació en Francia?
Sí, nací en la región parisina. Pero mis padres no eran de París. Mi madre provenía de Rouergue, del sur de Francia. Mi abuelo era maestro de primaria del pueblo y era los que se denomina como “húsares negros de la república”, es decir, gente que dedicaba su vida a la educación laica, gratuita y obligatoria.

Existe, entonces un historial de educación en la familia.
Ah, sí, eso es muy importante, vino por el lado materno. Y mi padre era un técnico en ingeniería proveniente del centro de Francia. Se trata de regiones pobres. Mis padres abandonaron sus regiones porque eran demasiado pobres, no conseguían trabajo. Por eso se vinieron a trabajar a París y acá se conocieron.

¿Cuántos estudiantes formó usted a lo largo de todos estos años?
No lo sé. Decenas, con seguridad, No he hecho la cuenta. Tal vez 80 ó más. En mi laboratorio, yo tenía entre 5 y 7 estudiantes universitarios, en promedio, y el mismo número de posdoctores, lo cual sumaba entre 10 y 15 personas, constantemente, durante 30 años. Es mucha gente. Y varios son docentes de universidades de renombre. Stanislas Dehaene, que era uno de mis alumnos en tiempo parcial, es profesor del Collège de France; otros son directores de investigación en el Centro Nacional de Investigación Científica, el CNRS; otro, en Harvard, otro, en la Caltech; otro fue profesor en la Universidad de Tokio y actualmente trabaja en Riken, en Japón. Por lo tanto, la mayoría de ellos son exitosos. Estoy muy contento.

¿Su grupo de neurocientíficos trabaja en colaboración con grupos de otros países?
Sí. Muchos son extranjeros; hay muchos estadounidenses, muchos japoneses, entre los que realizan posdoctorado. No he recibido muchos sudamericanos, desgraciadamente, pues me hubiese gustado. Europeos, alemanes, ingleses. Siempre es bastante multinacional. Es muy importante mantener el perfil internacional en la investigación científica.

¿Usted cree que la neurociencia se encuentra destinada a hacer nuevos desarrollos fundamentales?
Así es, es el futuro. Se trata de la ciencia del futuro, del porvenir. La física todavía tiene cosas por descubrir. Se conoce mucho sobre el átomo, sobre la estructura de la materia, sobre las galaxias. Pero todavía queda mucho por hacer. Creo que la gran incógnita actual es el cerebro del hombre… Comprender qué somos. Qué es el hombre.

¿Su interés por la ciencia viene desde su infancia?
Sí. Como le he dicho, provengo de una familia muy sencilla, que no poseía ningún interés por la ciencia; ellos no sabían lo que era eso, ni tampoco tenían gran interés por la cultura. Pero en la escuela, algunos docentes me orientaron. Cuando tenía 11 años, un profesor de ciencias naturales, Jean Bathellier, alentó mucho mi interés por las ciencias naturales de la época. Yo coleccionaba insectos, plantas, etc. Él me ayudó y, sobre todo, me puso en contacto con un entomólogo famoso del Museo de Historia Natural, Eugène Séguy. Y a los 12, 13 años, yo ya conocía de qué se trataba la investigación. A los 19 años ingresé en el laboratorio de Banyuls-sur-Mer, donde desarrollé una pequeña tesis: allá descubrí una nueva especie de crustáceos parásitos, las holoturias, que son los equinodermos también denominados pepinos de mar. Es decir, siempre fui un apasionado por el trabajo científico. Es mi vida. ¡Yo nunca lo busqué!!! Siempre seguí mi pasión, eso es espontáneo en mí.

¿Usted cree que nos encontramos frente a un nuevo mundo?
Creo que sí.

¿Y cómo lo ve?
Como todos los mundos, lo importante es saber qué harán hombres con él. Tal como sucede con la física: la energía atómica permite producir electricidad y sobrevivir, aunque se hacen bombas con esa energía, para matar gente. Fueron los hombres quienes hicieron ambas cosas. Por eso, con los trabajos sobre el cerebro, es necesario estar atentos para que sirvan al bien de la humanidad, y no para su destrucción.

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