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João Antônio Zuffo

João Antônio Zuffo: De la electricidad al mundo digital

El ingeniero electricista fue el primero en fabricar un chip en Brasil e intervino activamente en diversos proyectos en los albores de la computación en el país

Léo Ramos ChavesEn la década de 1950, cuando explotaba alguna bomba en el barrio paulistano de Cambuci, los vecinos ya sabían que era cosa de Joãozinho. A sus 10 años, a João Antônio Zuffo le gustaba la química y fabricaba sus propias bombas y cohetes para divertirse y entretener a la muchachada del barrio. Inspirándose en la carrera espacial y en la bomba de hidrógeno, temas de actualidad en los noticieros de aquella época, hacía “experimentos” hasta que un día sufrió un accidente en el “laboratorio” que su abuelo había construido en los fondos de la casa. Heridas con trozos de vidrio clavados en el pecho llevaron a su madre a prohibirle los juegos de química y lo inscribió en un curso de electrónica. Zuffo se transformaría en uno de los más respetados investigadores de las áreas de microelectrónica y de la computación del país.

Durante su carrera de ingeniería eléctrica en la Escuela Politécnica de la Universidad de São Paulo (Poli-USP) construyó el primer chip brasileño, participó en proyectos en una época en que las válvulas iban siendo reemplazadas por transistores y los procesadores de computadoras cobraban mayor velocidad y capacidad de almacenamiento. Se graduó en 1963 y realizó el doctorado entre 1964 y 1968, siempre en la Poli.

En 1974 montó el Laboratorio de Sistemas Integrables (LSI) en la Poli. Actualmente, con más de 150 profesionales, entre docentes y alumnos de grado y posgrado, el LSI estuvo presente en la elaboración de varios proyectos de computadoras nacionales, principalmente de computación paralela con microprocesadores, además de la televisión digital y cuevas [salas especiales con pantallas y proyecciones] de realidad virtual. En 1976 tomó parte en la etapa inicial del proyecto del CPqD, que era el centro de investigaciones de Telebrás, que derivó en la primera central telefónica del país, denominada Trópico (lea el reportaje en la sección Investigación Empresarial).

A los 77 años y jubilado desde 2009, João Zuffo sigue yendo cada mañana a la Poli. De los cuatro hijos que tuvo, dos son ingenieros (Marcelo y Cristina) y los otros dos son administradores de empresas (Paulo y Patrícia). Además de colaborar con su hijo Marcelo, también en la Poli, forma parte de la Asociación LSITec, que desarrolla proyectos en forma conjunta con empresas de las áreas de microelectrónica y procesamiento digital.

Es autor de 20 libros didácticos y técnicos sobre ingeniería, y en los últimos años ha escrito sobre la evolución tecnológica y sus futuras consecuencias económicas y sociales.

Edad
77 años
Especialidad
Microelectrónica y computación
Estudios
Título de grado y doctorado en ingeniería eléctrica en la Universidad de São Paulo (USP) (1958-1968)
Institución
Escuela Politécnica (Poli) de la USP
Producción científica
8 artículos científicos, 16 libros, 5 capítulos de libros, 36 direcciones de maestría y 13 de doctorado

¿Cómo fue que produjo en un laboratorio el primer chip brasileño, en abril de 1971?
Inmediatamente después de doctorarme, en 1968, un grupo de docentes de la Poli propuso la creación de un laboratorio de microelectrónica. Enseguida visitaron la USP el profesor Alberto Carvalho da Silva, de la FAPESP [por entonces director científico], José Pelúcio Ferreira [que era presidente de la Finep – Financiadora de Estudios y Proyectos] y Manoel da Frota Moreira [en esa época director del CNPq – Consejo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico]. A ellos les entusiasmó la propuesta y recibimos un monto de 1 millón de dólares como financiación. Eso posibilitó la construcción del laboratorio, que se inauguró en abril de 1970. Un año después construí el primer chip integrado.

¿Usted sólo?
Sí. Contaba con la estructura del laboratorio y con un técnico muy capaz, Jean Serrano. Salió bien, y se los mostré a los compañeros de la Poli.

¿Previamente había estudiado el tema en el exterior?
Nunca había viajado al exterior. Disponía de un libro teórico de proyecto, de Motorola, que versaba específicamente sobre la construcción de un chip. Como yo daba clases sobre un proyecto de circuito integrado, ya sabía más o menos cómo proyectar un chip.

¿Cómo comenzó su atracción por la electrónica?
A mí me gustaban desde pequeño los cables y los materiales eléctricos. Después me interesé por la química. Tenía libros antiguos que mostraban cómo elaborar hidrógeno, oxígeno, y yo soñaba con hacerlo. Mi abuelo construyó un cuarto en el fondo del patio para que yo, según él, no le prendiera fuego a la casa. Compraba materiales en la botica Ao Vedo D’Ouro [una antigua farmacia de fórmulas magistrales en el centro de São Paulo]. Ahí pude comprar clorato de potasio, dióxido de manganeso, que era un estabilizador de reacciones químicas, y ácido sulfúrico; y así elaboraba hidrógeno. También disponía de recipientes de vidrio para experimentos de química.

¿Y por qué no estudió química?
Mi atracción por la química se acabó durante el primer año del antiguo gimnasio [actualmente el 6º año de la enseñanza básica], porque mi laboratorio explotó. Yo construía bombas para los vecinos, mezclaba clorato de potasio con azufre y otros elementos. Lo hacía para divertirme. Estábamos en la década de 1950, cuando se inventó la bomba de hidrógeno, los estadounidenses y soviéticos comenzaban a lanzar satélites y a fabricar cohetes. A la muchachada le encantaba todo eso. Yo salí herido de la explosión, mi pecho quedó lleno de añicos de vidrio y mi madre me llevó a la farmacia para que me curaran. Tenía 10 años. La mesa estaba hecha con cajones y yo dejé el tubo de ensayo encima de uno de ellos, entonces rodó, se cayó al suelo y explotó. Después de eso mi mamá me prohibió seguir mezclando productos químicos y me inscribió en un curso de radio y televisión en el Instituto Monitor [Escuela a distancia]. Ahí empecé a montar circuitos eléctricos. Todavía conservo uno que hice en 1954.

Por ese entonces se estaban empezando a introducir los transistores en los aparatos electrónicos.
Sí, se estaba comenzando, las radios a transistores surgieron en 1950, era muy raro ver gente por la calle escuchando la radio. También fue la época en que apareció la televisión en Brasil.

Usted ingresó en la Poli en 1958. ¿Elaboró algún proyecto importante durante la carrera de grado?
En cuarto año, el profesor Jaime Gomes nos propuso hacer un proyecto de amplificador valvular de potencia. Salió muy bien y él le llevó el proceso a Inbelsa, una empresa que fabricaba transmisores para las emisoras de radio. Yo llegué a publicar un artículo sobre el proyecto en una revista que en esa época se llamaba Eléctron, de Ibrape [Industria Brasileña de Productos Electrónicos y Eléctricos]. Inbelsa llegó a utilizar ese proceso, pero después cerró.

¿Y después de recibirse?
Entré a trabajar en Brasele, una empresa de Rodolf Charles Thom, que fabricaba conexiones para instrumentación nuclear. Él me contrató para reemplazar las válvulas por transistores en la línea de componentes. En esa época manteníamos bastante contacto con el Ipen [el Instituto de Investigaciones Tecnológicas y Energéticas] y con el Instituto de Física de la USP. Por entonces yo era investigador en la empresa becado por la FAPESP.

¿Se trataba de instrumentación para fabricar reactores?
No, para realizar diversos test, por ejemplo, de detección de rayos cósmicos.

Archivo personal João Zuffo junto a su “laboratorio”, donde fabricaba bombas y cohetes para él y para los niños del barrioArchivo personal

¿Cómo fue que retornó a la Poli como docente?
Regresé gracias a una invitación del profesor Luiz de Queiroz Orsini. Yo quería labrarme una carrera académica y finalicé el doctorado en 1968. En aquel tiempo, la USP no exigía un director de tesis. Tan sólo tres meses antes de entregar mi tesis la universidad comenzó a requerirlo y mi director fue Louis Richard Anderson. Pero el que me ayudó mucho con el planteo matemático de la tesis fue el profesor Léo Borges Vieira.

Luego de haber ingresado al laboratorio de microelectrónica, ¿qué lo impulsó a montar el LSI en 1975?
Fue por el exceso de trabajo, desde 1968 hasta julio de 1974, que finalmente me produjo un derrame en la retina, un susto tremendo. Yo daba clases aquí y en la FEI [el Centro Universitario de la Fundación Educativa Ignaciana, en São Bernardo do Campo]. También desarrollaba otros proyectos, como lo fue un panel de comando de ascensor a transistores para la empresa Átomo Elevadores, junto al profesor Walter Del Picchia, proyecto con el cual ingresé al área digital. Después del problema en el ojo, tuve que convencerme de que debía trabajar menos, dejar de trabajar en varios proyectos simultáneos. Al final de 1975, elevé un proyecto a la Finep, el IF 275, y fundé el LSI, que era un laboratorio que combinaba microelectrónica y sistemas digitales.

¿De qué se trataba ese proyecto?
Era para construir una máquina de calcular científica con componentes simples, aún sin circuitos integrados. Uno de los proyectos que elaboramos era el de una impresora para generar símbolos en braille e imprimir libros de ese tipo. Para ello, utilicé una máquina de calcular IBM.

¿Y esa máquina salió a la venta?
Ganamos un premio de la Fundación Dorina Nowill para Ciegos, pero la impresora en braille no salió al mercado. La evolución del sector fue muy rápida y otras empresas con proyectos similares tomaron la delantera.

¿Por qué abandonó el área de microelectrónica? ¿Los chips que ideó tuvieron éxito?
Desgraciadamente no. Lo único que salió del laboratorio de microelectrónica en esa época fue el proyecto de fabricación de transistores simples, que lo tomó la empresa Transit, de Belo Horizonte, que luego cerró. Hoy en día, Brasil no cuenta con ninguna fábrica de microelectrónica. Se está construyendo una en Belo Horizonte y existe un centro en Rio Grande do Sul, que aún no se han desarrollado.

¿El LSI no se dedicó a la microelectrónica?
Cualquier proceso de microelectrónica es fotolitográfico y térmico, y yo había leído un artículo en 1966 sobre el uso de materiales refractarios con circuitos integrados en múltiples capas. Como no salió publicado nada más sobre procesos térmicos de producción de chips, decidí dedicarme a eso. Entonces, en 1980, le cursé una solicitud a la Finep para ampliar el laboratorio. Nosotros necesitábamos un equipamiento especial para la superposición simultánea de materiales, algo de lo que se encargaba Edwards, una empresa inglesa. Acudí a ellos para colaborar en la especificación del dispositivo, porque tampoco ellos habían hecho nada de lo que anteriormente pedimos. Entretanto, de 1982 a 1983, estalló la inflación en Brasil y yo tenía un monto fijo en cruzeiros. También comenzó la Guerra de Malvinas, entre Argentina y el Reino Unido, y los ingleses ya no deseaban exportar equipamiento estratégico. Recién más tarde logramos traer ese dispositivo de deposición al LSI.

¿Y ustedes lograron especializarse en esa área de la microelectrónica?
No. Al comienzo de la década de 1980, empezaron a surgir las supercomputadoras, que eran carísimas, su precio oscilaba entre 20 y 30 millones de dólares, y también las microcomputadoras más avanzadas. Entonces se nos ocurrió que en lugar de fabricar una supercomputadora basada en un único procesador superpotente, podíamos elaborar una con varios microprocesadores. Sería algo así como sustituir un elefante por hormiguitas. También era la época de la computación paralela [varios procesadores trabajando en simultáneo]. Yo tenía algunos alumnos brillantes y desarrollamos varios tipos de computación paralela. En 1996, presentamos esas computadoras en el congreso de supercomputación que se llevó a cabo en San José, California. Y causamos un gran revuelo, porque ellos no esperaban que Brasil pudiera disponer de tal tecnología. También en la década de 1980 ideamos, por ejemplo, un súper microprocesador para Prológica, una empresa nacional de informática, con sistema operativo Unix.

¿Prológica produjo esa computadora?
Llegó a fabricar y vender algunas. Pero luego pirateó el sistema operativo DOS y fueron demandados por Microsoft. Terminaron cerrando. En esa época, varias empresas pirateaban los sistemas operativos. Otro proyecto interesante de la década de 1990 se ocupaba del desarrollo de supercomputadoras y realidad virtual, algo que hoy en día está en boga. Era un proyecto de aplicación en medicina. El propio médico podría observar con estos visores [muestra el dibujo], el cuerpo de un paciente virtual. La idea era que pudiera realizar una inspección virtual para luego practicar la cirugía real. El proyecto, que fue aprobado en 1992 por la Finep, generó una cadena de modelos de computación paralela y un sistema de realidad virtual, pero no logramos desarrollar el visor para que el médico observara al paciente por dentro.

¿La computación paralela siguió desarrollándose?
Nosotros teníamos los procesadores listos. Como el montaje fue exitoso, la Finep realizó una licitación para el mercado en 1995. Esa licitación la ganó Elebra y nosotros desarrollamos un sistema para la empresa. Ocurrió que antes de que Elebra comenzara a producir, la empresa quebró. La Finep llamó a una nueva licitación y resultó escogida Itautec. Nosotros ideamos una computadora personalizada para la empresa. Itautec fabricó varios dispositivos de ese tipo en paralelo. También contribuimos al desarrollo de una gran computadora, de tipo mainframe, de computación paralela.

Después de la computación paralela, ¿cuáles fueron los proyectos?
Una vez que estuvo lista la parte de la computación paralela, nos ocupamos de la fase de realidad virtual y construimos la cueva digital, una sala de proyecciones donde pueden visualizarse imágenes en 3D utilizando anteojos especiales, eso fue en el año 2000. Para construir la cueva adquirimos pantallas especiales, los proyectores, y faltaba comprar el oscilador. La que disponía de ese aparato, por entonces, era la empresa Silicon Graphics. Nos pidieron 1 millón y medio de dólares. Yo sólo contaba con 150 mil y le dije a mi equipo: “Nosotros ya hicimos computación paralela para Itaú; intentaremos hacer la computación paralela para computación gráfica”. Ahí se sumó Marcelo [el hijo, por entonces ya docente en la Poli]. Trabajamos en eso, logramos hacerlo y funcionó. Cuando la gente de Silicon lo vio, nos ofreció la máquina por 100 mil dólares, pero entonces ya no nos interesaba. Marcelo presentó nuestro trabajo en un congreso en Estados Unidos. Más tarde Silicon cerró y actualmente todos usan computación paralela en la parte de computación gráfica.

Archivo personal La división de ingeniería eléctrica de la Poli-USP en 1963. En la foto, destacado, João ZuffoArchivo personal

¿Usted participó en el debate sobre la Política Nacional de Informática, en 1984, que creaba la reserva del mercado de informática para las empresas brasileñas?
Comencé a participar antes en el congreso financiado por la antigua Capre [Comisión de Coordinación de las Actividades de Procesamiento Electrónico], ligada al gobierno federal, e integrada también por investigadores en microelectrónica. Teníamos reuniones anuales y discutíamos si determinada política era buena para Brasil o no. Hubo una reunión importante en Fortaleza, en 1975, en la cual se establecieron las bases de cómo sería la política gubernamental para el desarrollo del sector. Pero en 1979 nosotros hicimos una reunión en Rio Grande do Sul y de repente, la Capre fue disuelta mediante una resolución del gobierno. Eso fue un duro golpe para los investigadores. Enseguida se creó la SEI [la Secretaría Especial de Informática, ligada al Consejo de Seguridad Nacional]. Yo participé bastante en el debate, pero no en su instauración. Dentro de la SEI, que fue creada en 1979 para implementar la microelectrónica en Brasil, estuve a cargo de una comisión de microelectrónica. Nos invitaron inmediatamente a mí, a Carlos Inácio Mammana, a José Ellis Ripper Filho [ambos docentes de la Unicamp], a Carlos Morato de Andrade [de la Poli] y a otros profesores. Luego la SEI hizo una licitación para la elección de empresas que recibirían inversiones del gobierno. Se seleccionaron cuatro empresas: Elebra, Labo, Itautec y SID Microeletrônica. Cada una de estas empresas presentó un proyecto y los mismos eran más o menos simples. El único proyecto interesante lo presentó Itaú, que pretendía construir una fábrica de microelectrónica que pudiera estar funcionando en 1990. Según ellos, la fábrica emplearía 2 mil doctores. Sólo que para poder realizarlo la empresa tendría pérdidas durante una década. Ellos querían deducir las pérdidas de las utilizades del Itaú. Pero Delfim Netto, el ministro de Planificación de la época, no lo aceptó. Entonces hicieron un pequeño proyecto en Jundiaí para montajes de memoria. Hoy en día, nosotros podríamos haber tenido una fábrica mayor que Samsung.

¿Por qué?
Porque en 1979 el directorio de Samsung visitó nuestro laboratorio y nos preguntaron cuál era la ventaja de fabricar circuitos integrados, semiconductores o no. Era otra Samsung, muy pequeña aún, no el gigante que es ahora. Recuerdo que en 1966, Philco fabricaba transistores en Brasil. Los orientales venían aquí a fotografiar las salas limpias de la empresa en Tatuapé [un barrio paulistano]. Entonces perdimos muchas oportunidades en microelectrónica. El hecho de que yo haya fabricado un chip en esa época no era algo excepcional, porque Brasil estaba al mismo nivel de lo que se hacía en el extranjero. Incluso en el área industrial, en 1970 existían algunas fábricas de circuitos integrados. En Recife, Phillips fabricaba circuitos integrados y también Texas, en Campinas. Pero perdimos esa oportunidad.

¿La instauración de la reserva de mercado no era justamente para brindarle a Brasil esa condición?
Teóricamente lo era, pero desgraciadamente los empresarios prometían cosas y luego no cumplían. Adquirimos una impresora a una empresa brasileña y cuando despegamos la etiqueta de la marca, debajo estaba el original de una empresa japonesa. Yo no sé cómo el SEI lo permitió. Incluso nos prohibieron importar computadoras. Se lo prohibieron a la propia universidad, las primeras PC de aquí fueron adquiridas en la calle Santa Ifigênia [una calle tradicional de locales de venta de artículos electrónicos en São Paulo, que en esa época vendía computadoras ensambladas aquí, pero con piezas contrabandeadas] Queríamos experimentar, pero no nos dejaban importar. No teníamos libertad para desarrollar proyectos novedosos. El problema de la Ley de Informática fue la ejecución, no la ley en sí, a mi juicio.

Usted publicó más de 20 libros técnicos. ¿Después de jubilarse sigue escribiendo?
En efecto. Pero actualmente estoy más preocupado por el rumbo que tomará la sociedad en función de toda esta tecnología. Desde la década de 1970 vengo escribiendo libros del área digital, microelectrónica, computación, semiconductores, dado que no existía literatura de ese tipo en portugués.

¿Y cuál es su libro de mayor éxito?
Son tres: Subsistemas integrados e circuitos de pulso, de 1974; Dispositivos eletrônicos: Física e modelamento, de 1976, y Circuitos integrados de média e larga escala, de 1977, en varias ediciones. En total, vendí más de 200 mil ejemplares. Pero a partir de la década de 1990 empecé a preocuparme por lo que le va a ocurrir a la sociedad con todo cambiando tan velozmente. En 1998 publiqué el libro A infoera: O imenso desafio do futuro, que fue pirateado y ahora está en internet, para cualquiera que quiera leerlo. En 2007 publiqué también uno de ciencia ficción: Flagrantes da vida do futuro (Editorial Saraiva).

¿Qué les depara el futuro a los ingenieros?
La era del ingeniero superespecializado se terminó. Uno debe profundizar rápidamente en determinada área, contar con una buena base de matemática, física, química y en el área de humanidades. En el mundo del mañana no habrá espacio para un profesional puramente técnico.

¿Por qué?
La tecnología está alcanzando el punto de saturación. Eso ya está ocurriendo con la microelectrónica. Un celular moderno no es tan diferente a un aparato de dos, tres o cuatro años atrás. Se está llegando a un nivel donde no hay ruptura de paradigma. Esto ya sucede con otros productos tecnológicos. Se discutirá más sobre el aspecto humano que acerca de nuevas tecnologías. De este modo, aquél que produzca contenidos, no sólo software, cobrará importancia. La producción de películas, programas, documentales, juegos, educación interactiva es el gran mercado laboral del futuro. Esto configura una oportunidad para Brasil.

¿También en forma virtual?
Exactamente, creando avatares, participando, debatiendo. Ésa es la educación que vislumbro de aquí a cinco o diez años. Mi sueño, por ejemplo, sería construir una sala de realidad virtual de bajo costo. Creo que actualmente se puede hacerlo con unos 40 mil reales e instalarlas en todas las escuelas secundarias de Brasil. Incluso podrían hacerse a menor costo, inmersivas, donde uno pudiera entrar en la sala.

¿Usted ayudó a montar departamentos de computación en São Carlos?
Eso fue en la UFSCar [Universidad Federal de São Carlos]. Colaboré en la instauración de carreras y del posgrado del Departamento de Ingeniería Eléctrica durante cuatro años, entre 1976 y 1980. Iba a São Carlos una vez por semana con autorización de la USP.

Dos de sus hijos fueron alumnos suyos. ¿Qué tal fue eso?
Paulo ingresó en la Poli, no le gustó mucho la ingeniería mecánica y decidió pasarse a eléctrica. Le desagradaba la electrónica y tuve que reprobarlo dos veces. Recién aprobó cuando hubo otro docente en la cátedra porque estuve con una licencia médica. Ahí él me dijo: “Ya no soporto la electrónica, pero voy a recibirme”. Se graduó y se abocó al área administrativa, hizo un máster y actualmente se está doctorando en la FGV [Fundación Getulio Vargas], donde ya es profesor. Mi hija Cristina también estudió en la Poli, hizo ingeniería civil.

¿Y cómo fue tener a su hijo Marcelo como alumno y después como colega en la Poli?
Siempre fue buen alumno. Se graduó en la Poli e ingresó como pasante en el LSI. El problema fue concursar teniendo al padre aquí en la Poli, entonces concursó primero como docente de matemática [en el Instituto de Matemática y Estadística (IME) de la USP] y logró ingresar con el primer puesto. Eso demostró que era competente. Inmediatamente después se habilitó el concurso para docente de ingeniería eléctrica en la Poli, él se postuló y también entró primero. Es muy bueno tenerlo aquí, conversamos mucho.

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