Léo RamosEl astrofísico João Evangelista Steiner se consideraba feliz cuando estudiaba astronomía de rayos X y agujeros negros al comienzo de su carrera en el Instituto de Astronomía, Geofísica y Ciencias Atmosféricas de la Universidad de São Paulo (IAG/ USP). Cuando realizó su posdoctorado en la Universidad Harvard, en Estados Unidos, y fue contratado por el Instituto Smithsonian como funcionario público estadounidense, su visión de cómo hacer ciencia en un nivel competitivo se modificó radicalmente. De regreso en Brasil, en 1982, Steiner se convirtió en un activo organizador y gestor de ciencia y un obsesivo luchador por la mejora de las condiciones de infraestructura en los estudios astronómicos.
La lista de sus trabajos en pro de la astronomía brasileña es amplia. La modernización del Observatorio Pico dos Dias, la creación del Laboratorio Nacional de Astrofísica (LNA) y la decisiva participación nacional en el consorcio de los observatorios Gemini y Soar, ambos situados en Chile, son los más conocidos. Steiner también fue secretario general de la Sociedad Brasileña para el Progreso de la Ciencia (SBPC), ocupó el cargo de Secretario de Coordinación de Unidades de Investigación del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación (MCTI) y dirigió el Instituto de Estudios Avanzados (IES/ USP). Actualmente es un severo crítico del ingreso de Brasil en el European Southern Observatory (ESO).
Tales compromisos no menguaron su costado investigador. Los años dedicados a la gestión, desde 1982, convivieron con observaciones astronómicas frecuentes, publicación de artículos científicos, supervisión de instrumental de precisión para observatorios y un interés nunca perdido por lo que ocurre en el Universo, el “mayor y mejor laboratorio existente”, según suele decir. Ahora, en 2013, Steiner se muestra ansioso por comenzar un estudio sobre el centro de la Vía Láctea, utilizando una nueva tecnología recientemente instalada en el Gemini. Casado, padre de tres hijos, el astrofísico natural de la localidad de São Martinho, en Santa Catarina, le concedió la siguiente entrevista a Pesquisa FAPESP.
Edad: 62 años |
Especialidad: |
Astrofísica |
Formación: |
USP (Título de Grado, Maestría y Doctorado) |
Universidad Harvard (Posdoctorado) |
Institución: |
Instituto de Astronomía, Geofísica y Ciencias Atmosféricas (IAG/ USP) |
Usted viene de una ciudad muy pequeña en Santa Catarina, colonizada por alemanes. ¿Es cierto que aprendió el portugués recién a los 10 años?
Soy bisnieto de alemanes. Esa inmigración ocurrió en 1860, durante la Guerra del Paraguay, y hasta dicen que en función de ese conflicto. Don Pedro II, que mantenía fuertes conexiones con Austria –su madre era austríaca–, quería poblar el litoral de Santa Catarina por cuestiones geopolíticas. Mis bisabuelos vinieron del valle del Rin, en Alemania, y se establecieron en el valle del Capivari, en Santa Catarina. La familia de mi padre provenía de Koblenz, donde el río Mosela desemboca en el Rin. Mi madre es parte de la familia Boeing y vino de Bocholt. Ella era descendiente de dos hermanos desertores del servicio militar alemán. William, que se radicó en Seattle, en Estados Unidos y fundó una compañía que más tarde comenzó a fabricar aviones, Boeing. Y Werner, quien se radicó en Santa Catarina. Lo malo de esta historia es que nací en el lado pobre de la familia. En São Martinho hablaba alemán porque era el único idioma que se hablaba. Hasta la Segunda Guerra Mundial las clases eran en alemán. Aprendí portugués a los 10 años, a la fuerza, porque en la escuela llega un momento en que no hay opción. Pero nunca mantuve demasiadas relaciones científicas con Alemania. Aunque recientemente he viajado seguido para allá porque tengo un hijo que es cantante de ópera y vive en Hamburgo.
¿Cómo prosiguió su educación?
Allá teníamos la escuela de curas y la de monjas. Los que estudiaban, que era algo raro, iban a una o a otra. Yo fui a la de curas y mi hermana a la de monjas. Luego vine a rendir el ingreso acá en la USP.
¿Ya tenía la idea de estudiar astronomía? ¿Era uno de esos niños que construía cosas?
No. Pero logré construir un telescopio, de puro curioso. También construí una radio, e intenté fabricar una computadora que nunca funcionó. Pero yo tenía curiosidad por el Universo. Mis padres eran agricultores y recuerdo que cuando tenía 7 años estaba limpiando el campo con mi madre y quise saber dónde quedaba el fin del mundo. Y ella me dijo que el fin del mundo era muy lejos de allí, pasando Alemania. Veinte años después, llegó un pariente de Alemania a visitarnos. Era un viaje penoso, cuando Santa Catarina ni siquiera contaba con rutas asfaltadas. Todo era polvo, curvas y sierras. Él llegó allá, entró en la cocina, se sentó en la primera silla y dijo, “¡Ahora sé dónde queda el fin del mundo!”. Me sentí desquitado. Yo ya tenía unos 27. Eso brinda una idea de cómo las cosas son relativas.
¿No estaba obsesionado por los telescopios?
Tenía curiosidad por conocer cosas. La física me atraía, porque respondía a las preguntas básicas de la ciencia. Yo quería estudiar en la mejor carrera de física de Brasil y todos decían que estaba en la USP. Vine acá e ingresé en 1970. Cuando iba a comenzar el tercer año, me di cuenta que el mejor laboratorio de física era el Universo. Muchas de las cuestiones de interés científico serían respondidas por la astrofísica, porque cualquier cosa que involucrara grandes dimensiones, enormes masas, potentes campos de gravedad, temperatura, campos magnéticos, todo lo extremo sólo se encuentra en el contexto cósmico. El problema consiste en lograr transformarlo en un laboratorio. Para ello debemos extraer mucha información. Las dos cuestiones fundamentales de la física contemporánea son la materia oscura y la energía oscura. De repente descubrimos que sabíamos poco del Universo, porque éste cuenta con esas dos entidades que rigen su dinámica. No es que hubiese previsto esas cosas. Por supuesto que no, pero tampoco le erraba al creer que el mejor laboratorio es el Universo.
¿Su interés por los agujeros negros comenzó durante la maestría?
Exacto. En aquellos años nacía la astronomía de rayos X. Cygnus X-1 fue la primera fuente de rayos X descubierta, en la constelación del Cisne. Cuando midieron la masa de Cygnus X-1 comprobaron que ella era mucho mayor que una estrella de neutrones, o una enana blanca, entonces sólo podía ser un agujero negro. Eso fue en 1973. Mi iniciación científica se basó en la identificación de fuentes de rayos X. En 1974 comencé la maestría y desarrollé un modelo teórico para la Cygnus X-1. La realicé bajo la dirección del profesor José Antônio de Freitas Pacheco, quien actualmente reside en Francia. La maestría resultó interesante porque estaba asociada con los descubrimientos recientes. Cygnus X-1 fue la primera candidata a contener un agujero negro. La maestría consistió en construir el modelo teórico del disco de acreción [la estructura formada por material difuso alrededor de una estrella o agujero negro] y calcular el espectro de rayos X que ella debía emitir. Demostré que ambas cosas coincidían.
¿Y el doctorado?
Durante el doctorado tomé ese modelo de disco de acreción y lo apliqué a las estrellas enanas blancas, estrellas de neutrones y agujeros negros estelares y supermasivos, que son las cuatro modalidades en las que la acreción produce la energía liberada. Esa energía no emana de una estrella normal, tal como el Sol, cuyo origen es la fusión nuclear que transforma hidrógeno en helio y después en otros elementos más pesados. Y la diferencia de masa se transforma en energía. Esos objetos son extremadamente compactos y poseen un pozo gravitatorio muy profundo en cuanto a su forma y en su capacidad para acelerar materia en el campo gravitatorio. Cualquier gas que sea capturado comienza a espiralar hacia dentro y la energía gravitacional se transforma en energía cinética, de acuerdo con la ley de conservación de la energía. La energía cinética en las órbitas más internas es mucho mayor que en las órbitas externas, porque su velocidad es mucho mayor. Las órbitas consecutivas tienen velocidades diferentes y eso genera fricción, que transforma la energía cinética en energía térmica. Alcanza una temperatura tan elevada –estamos hablando de 100 millones de grados– que emite fotones que escapan, en forma de energía radiante antes que la materia ingrese en el agujero negro o en la estrella de neutrones o en la enana blanca.
¿Ésa es una manera de saber si hay un agujero negro en la región observada?
Al principio era muy difícil distinguir si era un agujero negro o una estrella de neutrones, por ejemplo, o incluso una enana blanca, porque todos ellos emiten rayos X. Se encuentran en un sistema binario de estrellas y, siendo así, puede medirse la masa de ambos componentes. En la enana blanca existe un límite superior que es el denominado Chandrasekhar, que es de 1,4 masas solares. En la estrella de neutrones, el límite es de 3,5 masas solares, al cual se lo llama límite Volkoff-Oppenheimer. Si supera las 3,5 masas solares, la solución es un agujero negro.
¿En esa época ya se conocía eso?
Ya se sabía, pero la medición de la masa era difícil de obtener. Lo que sucedió en ese entonces fue que, en muchas de las estrellas binarias de rayos X que se fueron descubriendo, la fuente de rayos X era pulsátil. Son los púlsares de rayos X. Eso se produce porque los polos magnéticos van girando y mueven el haz de rayos X como si fuera un faro. El agujero negro no posee campo magnético. Entonces, ninguna de esas fuentes pulsátiles podría ser un agujero negro. Tenían que ser estrellas de neutrones, tal como fue comprobado para la gran mayoría de ellas. Fue un baldazo de agua fría, porque creíamos que habría toda una serie de agujeros negros y que sería fácil estudiarlos cuando, en realidad, la gran mayoría eran estrellas de neutrones. Tanto es así que nosotros sólo contamos con 20 agujeros negros estelares en la bibliografía, 40 años después.
¿Ese tema también lo estudió durante su doctorado? ¿Era difícil encontrar gente que dirigiera?
El mío fue el tercer doctorado en astrofísica en Brasil. El profesor Abrahão de Moraes, aquí en la USP, era una personalidad reconocida y envió estudiantes a realizar el doctorado en Francia. En 1972, inmediatamente después de que él falleciera, Pacheco culminó el doctorado y regresó. Él fue mi director de tesis. Luego regresaron otras personas del exterior y la comunidad creció.
¿Cuándo viajó al exterior?
Ni bien concluí el doctorado, en 1979. Tenía un gran interés por la astronomía de rayos X. El primer satélite capaz de detectar rayos X se lanzó el 20 de diciembre de 1970, desde la costa de Kenia. Se lo nombró Uhuru, que significa libertad en keniata. Muchas de las estrellas binarias fueron descubiertas por ese satélite, que era norteamericano. En Harvard, trabajé con el primer telescopio de rayos X, denominado Observatorio Einstein. La base científica estaba en Harvard aunque el telescopio pertenecía a la Nasa. En aquella época no existía el telescopio espacial. El Uhuru era un aparato pequeño para detectar fotones de rayos X, algo muy primitivo. El Einstein era un telescopio y poseía gran capacidad para fotografiar. Fue lanzado en 1979.
¿Y por qué regresó a Brasil? Seguramente habría logrado una posición en Estados Unidos.
Yo logré una posición. Fui contratado en Harvard por el Instituto Smithsonian como funcionario público federal estadounidense. Fue una historia curiosa. Cuando se lanzó el Einstein, las imágenes llegaban todas desenfocadas. Años después sucedió algo similar con el telescopio Hubble. Los científicos estaban desesperados, porque habían invertido una fortuna para construir el primer gran telescopio espacial. La Nasa involucró a todo su personal para encontrar el problema, y no lo logró. Harvard también lo intentó sin éxito. Yo me encontraba allí y realicé mi primer trabajo científico, sobre quásares, como profesor en Harvard. Entonces un profesor de allá me propuso estudiar el problema del telescopio. Yo le dije que nunca había visto un satélite en mi vida y él me dijo que era exactamente por eso: los que lo conocían no lograban resolver el problema. ¿Acaso yo lo lograría? Pusieron a mi disposición todas las computadoras que quisiera y dos programadores. Comencé a trabajar en eso, día y noche, con el derecho de poder llamar a los programadores a cualquier hora para que hicieran cálculos para mí. Tardé dos o tres semanas y encontré la solución. Se las mostré y les garanticé que podrían fotografiar todo nuevamente porque lograrían enfocar. Ellos tenían los datos brutos archivados y decidieron hacer una prueba. Tomaron una imagen muy desenfocada y aplicaron la programación con un sistema de 14 ecuaciones que hice para ver lo que resultaba. Salió perfecto. En realidad, incluso era algo sencillo. Ellos tenían dos telescopios ópticos en el satélite, que enfocaban dos estrellas. Ocurre que ese telescopio se mueve alrededor de la Tierra y el campo magnético del planeta varía. Ellos crearon un blindaje para evitar la interferencia del campo magnético. Lo que hice fue demostrar que ese blindaje era 50 veces peor de lo que se había supuesto y la interferencia del campo provocaba el desenfoque.
¿Fue por ese trabajo que luego lo contrataron?
Los estadounidenses tienen eso: cuando uno demuestra ser competente está garantizado. Ellos son muy objetivos y organizados. En cualquier otro lugar del mundo yo seguiría siendo un brasileño. Pero allá yo fui la persona que resolvió el problema. Eso modifica el trato. Ya era profesor en el IAG de la USP cuando solicité licencia y partí a hacer el posdoctorado allá, mediante una beca de la FAPESP, durante dos años. La beca terminó, pedí licencia remuneración y ellos me contrataron. Permanecí un año y tuve que optar entre quedarme o regresar. Volví por dos razones: la primera es que mi familia lo quería. Para entonces estaba casado y tenía dos hijos. Luego nació otro más. El segundo motivo es que nunca se me cruzó por la cabeza no regresar. Yo fui educado aquí, con recursos públicos, en instituciones públicas, obtuve becas de la FAPESP en todos los niveles. Alguien que recibe educación pública, tal como fue mi caso, se convierte en un científico que no lo habría sido sin ello, y tiene un compromiso con la sociedad que lo respaldó. Para mí eso es fundamental. Lo que hubiese querido fue quedarme algo más de tiempo allá, porque sabía que cuando regresé a Brasil, en 1982, iba a encontrarme con una situación complicada.
¿Y en qué situación se encontraba la astrofísica brasileña en aquella época?
En Harvard había un montón de computadoras, podíamos calcular cualquier cosa. Cuando regresé al Departamento de Astronomía, había cinco calculadoras de mano HP 25. Si alguien necesitaba usarlas quedaba en lista de espera. Contábamos también con el CCE [Centro de Computación Electrónica], un organismo de la Rectoría, pero instalado en la Escuela Politécnica. Ahí realicé la maestría y el doctorado utilizando una Borroughs 6900 para los cálculos. Había que llevar cajas llenas de cartones perforados y entregarlas por ventanilla. Ellos avisaban cuánto tiempo demoraría y después de dos días, por ejemplo, regresábamos a buscar el print out. Uno creía que era lo máximo. Eso antes de viajar a Estados Unidos. Allá me di cuenta que ya no se podía hacer eso y, a mi regreso, comencé a movilizar a la comunidad para cambiar los tantos. Fue complicado, porque mucha gente no quería. Lo consideraban bueno porque no se percibía cuánto estábamos atrasados a nivel general. En 1985 fui a trabajar al Inpe [el Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales] y fundé allá la Comisión de Astrofísica. Comenzamos a adquirir instrumental, compramos computadoras para procesar imágenes. Mi primer alumno, Ivo Busko, elaboró una tesis que incluía el procesamiento de imágenes astronómicas. Cuando terminó, se fue a trabajar en el Space Telescope Science Institute y experimentó un pequeño enredo, porque él estaba allá y había diseñado el software para mejorar las imágenes. Cuando se lanzó el equipo, descubrieron que las imágenes también eran defectuosas y el único que sabía procesar las imágenes era él. Bosko fue allá mediante una beca de posdoctorado. Cuando surgió el problema, lo primero que hizo la Nasa fue contratarlo.
Con el avance de la tecnología, todo se comprimió obteniéndose mayor resolución. ¿Eso también vale para la ingeniería de telescopios?
Así es, pero hay otra cuestión fundamental que es la tecnología del infrarrojo, la banda del espectro electromagnético más compleja de estudiar. Todos nosotros emitimos infrarrojo. El telescopio también. Imagínese construir un telescopio en la luz visible y llenarlo de lámparas. Al momento de observar la estrella, el background resulta muy brillante. La manera más inteligente de resolverlo, en el infrarrojo, radica en construir un telescopio, ubicarlo en el espacio y enfriarlo de tal modo que la emisión térmica se torne cero, despreciable. Pero hacer eso implica operar al límite de la tecnología, algo muy difícil. El primer telescopio infrarrojo fue el Iras, lanzado hace 30 años. Las imágenes eran borrosas, aún rudimentarias. Todo equipamiento espacial infrarrojo debe refrigerarse con helio líquido. El Iras fue un gran éxito dado que logró operar durante nueve meses. Eso es óptimo, ya que lograr refrigerar con helio líquido en el espacio resulta dificilísimo. El James Webb, el próximo telescopio espacial que sustituirá al Hubble, será puesto fuera de la órbita de la Tierra para no resultar afectado. Contará con una mampara que lo protegerá del Sol. Como estará protegido de la Tierra y del Sol, su temperatura natural será muy baja.
¿Cuándo se lo lanzará?
Tal vez en 2015. Para nosotros será muy interesante, porque trabajamos con cubos de datos, que se obtienen con un aparato denominado IFU [Integral Field Unit Spectroscopy]. Todo lo que nuestro grupo hace aquí ahora está en forma de cubo de datos, porque es muy rico en información. Desarrollamos una serie de métodos y nos estamos convirtiendo en referentes en el área.
¿El tratamiento del cubo de datos es el know-how desarrollado en el IAG?
Es nuestro, mío y de mis alumnos. Y se lo utiliza en otros diversos grupos. Hay algunos grupos brasileños que nosotros capacitamos, porque es muy difícil. El material está publicado y el software se encuentra disponible, pero es necesario capacitarse. Si nos referimos a una galaxia, en el modo tradicional uno hace una hendidura y obtiene el espectro. Ése es el espectro del que se obtiene la información científica. En el IFU es algo diferente. Construimos una matriz de lentes y debajo de cada una de ellas colocamos una fibra óptica. Unimos todas las fibras ópticas, las alineamos en una hendidura y producimos un espectro por cada fibra. Con la computadora puede reconstruírselo. Entonces tenemos X, Y y λ [lambda], longitudes de onda. Y así contamos con un cubo en tres dimensiones. El Gemini posee dos IFUs. Uno en el óptico y otro en el infrarrojo. Ambos son muy buenos instrumentos. El Webb contará con cinco.
¿Para trabajar con ese método el dato debe captarse en tres dimensiones?
Así es. Los estadounidenses están preocupados, porque todavía tienen muchas dificultades para trabajar con cubos de datos. Los europeos tienen más historial y, mejor aún, están reconociendo que hasta los brasileños cuentan con mayor historial. Es algo que se aprende, pero uno, luego de cierta edad, encuentra dificultades para reprogramarse en términos de nuevas herramientas. Yo empecé a hacerlo porque me vi obligado. Colaboré en la construcción de los telescopios Gemini y Soar. Fui parte del board del Gemini durante 5 años y del Soar por 12 años. Una de las características del Gemini es que contaba con esos instrumentos de campo integral. Me fui programando para realizar ese tipo de ciencia. Cuando tuve la oportunidad de realizar un proyecto utilizando al Gemini y su instrumental no vacilé. Ahora voy a estudiar las galaxias, núcleos de galaxias, que pueden analizarse perfectamente con esos instrumentos. Recibí el primer cubo de datos y comencé a trabajar. Empezaron a surgir un montón de problemas con los datos. Pedí ayuda: ¿quién sabe trabajar con esto? Nadie sabía, en ningún lugar del mundo. Entonces no tuve más alternativa que resolver los problemas. Diagramé los métodos, pero aún faltaba un increíble trabajo de programación. Contaba con dos alumnos excelentes para eso y lo fuimos desarrollando.
¿Podría decirse que descifrar las informaciones del cubo de datos fue un aporte suyo?
Conceptualmente e intelectualmente sí. Todo eso es algo relativamente reciente y esas cosas demoran algún tiempo en asimilarse. Comenzamos en 2009.
Usted participó en los proyectos de grandes telescopios. ¿Cómo fue ese proceso?
Cuando regresé a Brasil teníamos un telescopio recientemente inaugurado, en Itajubá, en el OPD, Observatorio Pico dos Dias. Noté que el telescopio se usaba con absoluta precariedad, con placas fotográficas para hacer espectroscopía. Inicié la lucha para obtener instrumental moderno en 1982. Tanto es así que, quien trajo a Brasil el primer CCD [charge-coupled device, un sensor utilizado para imágenes digitales] fui yo. Elaboré un proyecto para importar un chip CCD, que fue aprobado, recibiendo dinero para su importación. Pero el pentágono lo vetó por considerarlo “tecnología secreta”. Y eso que no era de Estados Unidos de donde vendría, sino de Inglaterra. Elaboré otro proyecto para importar una cámara astronómica con el CCD embutido. Arreglé con el vendedor para no especificarlo, envié un investigador nuestro para colaborar en el montaje y esconder el CCD y lo logramos. Fue el primer chip de ese tipo que ingresó en Brasil, en 1986. Lo instalamos en el OPD y, a partir de allí, la astronomía brasileña comenzó a hacer ciencia moderna, con CCDs, computadoras y procesamiento de imágenes. Antes se hacía con placas fotográficas, que era lo que se usaba en 1890. En la década de 1980 ya no se utilizaba esa tecnología en Estados Unidos, sino procesos modernos, digitales. Hubo otra sutileza importante. Ese telescopio estaba controlado por el Observatorio Nacional, pero había gran disputa por su control, muchos conflictos. En Brasil, la tradición marcaba que cada grupo tuviera su instrumento, cada jefe tenía su “quintita”. Y no podía ser, la astronomía no puede hacerse así. Entonces le propuse al CNPq [el Consejo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico] la creación del Laboratorio Nacional de Astrofísica, el LNA. El CNPq comprendió la propuesta y aceptó. Fue el primer laboratorio nacional instalado en Brasil, en 1985, 15 años antes del segundo, el Laboratorio Nacional de Luz Sincrotrón. Y fue una lucha muy grande, porque significó una nueva cultura y nuevas mentalidades. E intereses, obviamente. Cuando entra en juego el interés, las cosas no siempre pasan por el campo de la racionalidad.
¿El objetivo era compartir mejor el instrumental astronómico?
Se trataba de contar con una estructura compartida a nivel nacional. Actualmente nadie piensa en estructuras nacionales, ahora son internacionales, ya que ningún país logra sostener grandes proyectos por sí sólo. Para instalar el LNA construimos el instrumental, los CCDs, las cámaras, y todo eso contribuyó para modernizar la astronomía brasileña. Publicamos una serie de papers con ese telescopio y con las tecnologías que introdujimos. Todo Brasil tuvo acceso, porque su uso era libre. Dependía de la competitividad interna, pero bajo criterios únicamente científicos. Ése era el comienzo. Construimos el LNA no como un acto de astucia, sino de supervivencia. Al hacerlo en forma compartida contamos con mayores recursos para invertir. Basta con hacer una única inversión, que es alta, pero tan sólo una, y ése es el lenguaje que el gobierno comienza a entender. El nivel de la investigación aumenta porque todos estamos obligados a competir y a administrar los proyectos dentro de las mejores prácticas internacionales. Nosotros aprendimos a hacerlo y eso elevó el nivel de la astronomía brasileña. Cuando tomamos parte como socios en el proyecto Gemini fue una especie de reconocimiento por el éxito que logramos con el LNA, pese a que el desnivel era increíblemente grande. Fue entonces que se me ocurrió hacer algo a nivel intermedio, el Soar.
Usted comenzó a promocionar la construcción del Soar en 1993. Veinte años después, ¿valió la pena haberlo construido?
Sin duda. Pero las cosas ocurren lentamente en esta área. Todo proyecto de telescopio tarda, como mínimo, 12 años para quedar listo. De la idea inicial, pasando por el proyecto, por el diseño, por numerosas comisiones y comités… También hay que obtener recursos. Hasta comenzar la construcción transcurren varios años. Luego, hasta que el telescopio se pone en funcionamiento, otros 12 años. Entonces se precisa un año de acondicionamiento, de ajustes finos para que funcione bien. En otras palabras, no basta con conectarlo y usarlo. Incluso, cuando el telescopio está funcionando, el problema aún no está del todo resuelto. El aparato posee sus instrumentos y cada uno de ellos es una etapa separada. Son caros, sofisticados, necesitamos siempre lo último en tecnología y hasta algo más para ser competitivos. Esta clase de instrumental demanda tiempo para construirse y Brasil no contaba con experiencia en el área. Para el Soar, sin embargo, fabricamos tres espectrógrafos, el Sifs, el Steles y el BTFI, este último, de Cláudia Mendes de Oliveira, de aquí del IAG. El BTFI [Brazilian Tunable Filter Imager] es un instrumental de alta tecnología que permitirá evaluar tanto la composición química como los movimientos relativos internos de las galaxias. Ya está listo, y ahora puede comenzarse a hacer ciencia. El Sifs es un instrumento de campo integral de fibra óptica. Es decir, pasaron 20 años desde el surgimiento de la idea del Soar y aún no está funcionando, es necesario comprender eso. Y con el Gemini no fue diferente, estuvo listo cinco años antes que el Soar. Para comparar al Gemini actual con el Soar, hay que hacerlo con el Soar dentro de cinco años. El Soar se encuentra lejos de alcanzar la velocidad crucero. Incluso el Gemini aún no la ha alcanzado. Ya se han logrado y van a continuar obteniéndose muchos resultados, pero se le critica que podría producir más, lograr mayor impacto. Aun así, el Gemini produce ciencia que aparece en Nature y en Science, al menos cada dos meses.
¿Cuándo alcanzará el Soar ese nivel? Todavía es objeto de muchas críticas.
Y tienen sentido. Todos queremos hacer lo mejor. Estamos evolucionando, pero el ritmo, hasta ahora, fue menor de lo que nos gustaría. Y eso fundamentalmente tiene que ver con el instrumental, y no con los telescopios, que son excelentes. Uno de los instrumentos que será de gran utilidad para la ciencia brasileña es el espectrógrafo óptico de alta resolución, el Steles, fabricado para el Soar. Los ingleses construyeron uno similar, en términos de funcionalidad, para el Gemini, pero no funcionó y comenzaron a proyectar otro. Ésa es una laguna en el Gemini y el Soar va a solucionarla antes. Debería habérselo enviado en noviembre, pero, como suele ocurrir, una de las piezas tuvo un problema. El Steles posee, solamente en cuanto a piezas mecánicas, 1.500. La resolución de eso en el Soar antes de que lo haga el Gemini constituirá un salto muy grande para la astronomía brasileña. En 2013 el del Soar estará listo. En tanto, el del Gemini, creo que ni siquiera comenzó a construirse. Los problemas que aparecieron son reales, pero le suceden a cualquier telescopio del mundo. Lo fundamental, en el caso del Soar, es que ahora empezaremos a utilizar los instrumentos fabricados en Brasil y entonces el impacto y la productividad, de hecho, aumentarán. En el Gemini contamos con un nuevo equipamiento denominado óptica adaptativa conjugada, que permite corregir las distorsiones en las imágenes producidas. Éste realiza una tomografía de toda la atmósfera utilizando cuatro láseres. La primera asignación de tiempo para los astrónomos, para hacer uso de ese instrumento, se realizó en noviembre. El Gemini es el primer telescopio que cuenta con ello. Tengo un proyecto para estudiar el centro de la Vía Láctea, que ya fue aprobado. Augusto Daminelli, también de aquí del IAG, cuenta con otro proyecto aprobado. Seremos los primeros usuarios. Se trata de tecnología de frontera avanzada y mantenemos gran expectativa.
¿Por qué actualmente existe la observación por fila?
El modo fila fue inventado en el Gemini y en el Soar. Funciona así: el investigador que necesita poco tiempo de observación les manifiesta a los astrónomos residentes en el observatorio los datos que desea obtener, ellos hacen la observación y envían la información al investigador, que no necesita estar ahí físicamente. Otros observatorios, tales como el ESO, no utilizan ese método. En esos casos, cuando el investigador obtiene su noche de turno, va allí y observa. En el caso del Gemini, como disponíamos de poco tiempo, la mayoría de los proyectos no contaba siquiera con una noche. Para optimizar, decidimos que los proyectos brasileños se harían en modo fila. Fue una decisión inteligente, porque logramos producir tres veces más papers por hora de observación que otros colegas, tales como los estadounidenses. Tenemos gran competitividad científica. En el Gemini, debatimos el modo fila y no repartimos tiempo del modo clásico. En el Soar hacemos las dos cosas, el investigador puede optar por el modo fila o por el modo clásico. Depende del proyecto. Por ejemplo, quiero obtener el espectro de algunos cuerpos celestes en el Soar. Para ello, bastan dos horas de observación. Resulta una tontería viajar a Chile para realizar una observación de dos horas. El modo fila lo resuelve. Si dispongo de dos noches, prefiero usarlas aquí y no en Chile, porque aquí puedo llamar al equipo completo para participar en la sala de observación que tenemos en el IAG. Allá en Chile tenemos un técnico que realiza las operaciones necesarias. Abre la cúpula, cierra la cúpula y apunta el telescopio.
¿La gente todavía tiene esa imagen romántica del astrofísico observando por el telescopio, tal como se hacía en el pasado?
Cuando digo durante el primer año de la carrera, que el telescopio ya no tiene un lugar para pegar el ojo, los alumnos se sienten decepcionados. Es un cimbronazo. Hoy en día el astrofísico trabaja detrás de la computadora conectado con cámaras de alta sensibilidad. Si el telescopio se encuentra en el techo o del otro lado del hemisferio, no hay ni la menor diferencia. Claro que el telescopio es un fetiche. Salir de la cúpula, observar aquél cielo maravilloso en los Andes, pleno de estrellas, es maravilloso. Pero para producir buena ciencia y capacitar a buenos científicos la lógica es un poco diferente y debe optimizarse.
¿Cómo juzga la participación de Brasil en el ESO, el consorcio europeo de telescopios emplazado en Chile?
Para mí, lo que ocurre actualmente era algo totalmente previsible. Brasil aceptó formar parte del consorcio por un costo de 255 millones de euros, que son casi 700 millones de reales durante 10 años; luego de eso pagaríamos alrededor de 25 millones de euros anuales en mantenimiento, de por vida. Redacté una carta de seis páginas indignado por ello hace tres años y se la envié a Sérgio Rezende, quien era el titular del MCTI y decidió el asunto sin debate ni análisis previos. Me respondió verbalmente diciéndome que estaba equivocado. Yo preví que íbamos a gastar mucha energía, un largo tiempo, perderíamos oportunidades y, finalmente, descubriríamos que no contamos con ese dinero para gastar.
¿Y qué sucedió?
Está ocurriendo exactamente eso. Cuando parecía que éramos ricos, hace poco tiempo, no teníamos ese dinero para gastar. En este momento nuestro PIB crece poco y la derivada es negativa. Entonces el gobierno no invertirá en el ESO. No está ni en el presupuesto. Para que fuera aprobado, la presidenta Dilma debería haberlo enviado al Congreso y allá tenían que aprobarlo cinco comisiones y dos plenarios. Y nosotros sabemos cuánto adoran nuestros políticos la astronomía… Además, no se trata solamente de un tema de dinero. En los observatorios Gemini y Soar ingresamos con un tanto por ciento del dinero y utilizamos un tanto por ciento del tiempo. En el ESO esa proporcionalidad no existe. Se pagan 255 millones de euros para tener el derecho de disputar con ellos en condiciones de desigualdad, con raras excepciones. Ellos son vivos y creo que están en lo cierto, desde el punto de vista de ellos. A nosotros nos cabe decidir cuál es nuestra mejor estrategia de desarrollo. Existen alternativas excelentes cuyo costo sería, al menos, 10 veces menor.
¿Y por qué el gobierno acordó en esas condiciones?
Es algo difícil de entender. El año 2010 fue un año electoral. El presidente Lula y sus ministros estaban convencidos de que habían puesto a Brasil en el cielo. Y la mayor prueba de ello era que fuimos invitados a formar parte del mayor observatorio del mundo, el ESO. Eso es lo que ellos dijeron. Mi análisis no es político, ni ideológico, nada de eso. Estoy diciendo que aquel año se dio esa construcción. Creo que es la mejor explicación. El problema reside en que el ministro firmó un compromiso de por vida dos días antes de dejar sus funciones. Y sin acordar con el ministro que lo sucedió después, Aloizio Mercadante. Este acuerdo subsidiará a la ciencia y la tecnología europeas con dinero de los contribuyentes brasileños.
Los físicos, fundamentalmente los que no son astrofísicos, critican el gasto enorme de dinero en astrofísica mientras el nuevo Sincrotrón sería una inversión que de hecho aportaría un mayor retorno.
El nuevo Sincrotrón sería utilizado por diversas áreas científicas y por una comunidad 20 veces mayor. Con el dinero del acuerdo con el ESO, podríamos construir un nuevo anillo cada cinco años.
Más allá de las cuestiones científicas de la astronomía, usted dirigió el IEA. ¿Qué lo motivó a pasar por esa experiencia?
Tuve algunas dificultades relacionadas con la política científica y tecnológica, fui presidente de la Sociedad de Astronomía Brasileña y secretario general de la SBPC. Lideré el ingreso de Brasil en el Gemini y fui responsable de buena parte de la construcción del Soar. Durante el segundo gobierno de Fernando Henrique Cardoso ocupé una de las secretarías del MCT, durante la gestión del ministro Ronaldo Sardenberg. En 2003 regresé a la USP y meses después hubo un recambio en el IEA; entonces fui invitado a integrar la terna y, medio distraídamente, acepté. Los cuatro años que permanecí en el cargo no fueron malos, pero no creo que haya sido exitoso en términos de construir un nuevo IEA. El IEA padece algunos problemas estructurales y en mi opinión debería ser una institución que tenga un fuerte carácter estratégico para la USP. Pero jamás lo será si la USP no lo quiere. Resulta imprescindible mantener una estrecha colaboración con el Rectorado. De cualquier manera, realizamos algunas cosas interesantes. La revista Estudios Avançados era casi algo secreto. Incluso logré ubicarla en la SciELO, pese a las protestas de mis colegas. Hoy es la tercera más consultada de Brasil, con más de 3 millones de accesos anuales. La primera y la segunda corresponden al área de salud pública. También concretamos varios ciclos de estudios y 7 debates, pero creo que le falta un carácter más estratégico en términos de universidad. Antes de todo eso fui director de ciencias espaciales en el Inpe. La mayor parte de mi compromiso con la política científica y administrativa se dio debido a la necesidad de acceder a condiciones para luchar por mejores posibilidades para hacer investigación, en forma más amplia que un mero investigador o un grupo. El Sincrotrón constituye el mejor ejemplo para ilustrar esta idea. Se trata de una infraestructura abierta, pública, que requiere grandes inversiones, aunque tan sólo en un equipamiento, que debe modernizarse. Luego de volverse obsoleto, vamos a necesitar otro. Es lo que estamos viviendo ahora. Pero este tipo de inversión no formaba parte de la cultura científica brasileña. Y en la astronomía eso se nota. Ésa fue la inquietud que me condujo a otros campos de batalla, por decirlo de algún modo. Tanto es así que ahora siento que cumplí con mis obligaciones. Estoy muy contento con redactar papers e dar clases. Mis misiones las he cumplido. Ahora quiero utilizar los telescopios.