Imprimir Republish

José Augusto Penteado Aranha

José Augusto Penteado Aranha: El ingeniero de las olas

Estudios sobre la dinámica de las aguas marinas y estructuras flotantes derivaron en soluciones que permiten la extracción de petróleo en alta mar

Léo RamosEl paulistano José Augusto Penteado Aranha, graduado en ingeniería civil, se dedicó durante 40 años al estudio de la hidrodinámica marina, escrutando las olas, las corrientes marinas y sus relaciones con buques, plataformas petrolíferas y tuberías que unen esas estructuras con los pozos en el fondo del mar. Le tomó gusto al área cuando realizó su maestría y su doctorado en el Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT), en Estados Unidos. “La mecánica de los fluidos y la hidrodinámica marina son campos abiertos, más permeables a otras áreas”, explica Penteado Aranha. Se desempeñó como líder de grupos en el Instituto de Investigaciones Tecnológicas (IPT) entre 1978 y 1989, y luego en la Escuela Politécnica de la Universidad de São Paulo (Poli-USP). Estuvo al frente de los estudios sobre el comportamiento y la relación de las olas con las plataformas, buques y risers, las tuberías que transportan el petróleo y el gas hacia la superficie, contribuyendo así para que Petrobras explotara el petróleo a profundidades mayores a 400 metros (m), a mediados de la década de 1980, llegando hasta las aguas ultraprofundas, a más de 1.000 metros de la superficie, en los años 1990, un aprendizaje que prosiguió en el presal a partir de 2008.

El ingeniero Penteado Aranha se ha dedicado al desarrollo de un método de análisis que permite calcular la vida útil de los risers en forma consistente y económica. La relación entre corrientes y risers conduce a la aparición alternada de vórtices, que generan tensiones en el sistema y pueden provocar la ruptura de las tuberías. Cuando esto ocurre, se derrama petróleo y gas en el mar, ocasionando graves daños ambientales y severas pérdidas económicas.

En sus estudios sobre modelos matemáticos ideó una fórmula para calcular la interacción de las olas y corrientes marinas con las plataformas petroleras y buques que pasó a denominarse Fórmula Aranha. Se la emplea para calcular la deriva y suavización de las olas en aguas profundas. Aun cuando esa ecuación se ha incorporado a los manuales de ciencia y con el aporte que ha hecho a la industria petrolera, Penteado Aranha no es afecto a hablar de sí mismo. “Me resulta algo muy difícil, sin caer en cosas que son ridículas”, dice. Está casado con la artista plástica Carmen Sylvia Guimaraes Aranha, del Museo de Arte Contemporáneo (MAC) de la USP, y tiene dos hijos. Ahora está cerca de jubilarse, a sus 67 años. Pero pretende proseguir con los estudios sobre la dinámica de las olas y las corrientes marinas. En los últimos años ha formulado varias críticas a la enseñanza de la ingeniería. No coincide con un aprendizaje enfocado en lo utilitario, y aboga por un enfoque amplio donde el alumno pueda descubrir las formas de pensar que condujeron a la construcción de la ciencia.

Edad
67 años
Especialidad
Mecánica de los fluidos e hidrodinámica marítima
Estudios
Graduado como ingeniero civil en la Escuela Politécnica de la Universidad de São Paulo (Poli-USP), en 1971. Máster y doctor por el Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT), de 1973 a 1978
Institución
Poli-USP
Producción científica
30 artículos, 2 libros (aún no publicados). Supervisó 12 maestrías y 5 doctorados

Usted se graduó como ingeniero civil y luego se dedicó a la hidrodinámica marina. ¿Son áreas distintas?
Como estudiante, no hallaba motivación en la Poli. En cuarto año llegué a la conclusión que si seguía por ese camino mi destino sería una labor burocrática. Entonces empecé a estudiar lo que siempre me gustó, la rama más teórica de la matemática y de la física. Al principio me aboqué a los modelos matemáticos en estructuras y, cuando viajé a Estados Unidos para realizar la maestría, me di cuenta de que la mecánica de los fluidos era un campo muy interesante porque era más abierto, interactuaba con otras áreas.

La mecánica de los fluidos también es un área de la física, una carrera que usted también cursó, ¿cierto?
Pertenece a la física aplicada. Posee grandes interfaces, muchos físicos trabajan con la mecánica de los fluidos, justamente porque se trata de un campo aún abierto. No terminé la carrera de física. Fueron dos años de cursado por la noche, en simultáneo con ingeniería, porque en ese entonces podía. También era consciente de los desafíos de Petrobras. Durante mi pasantía en el MIT ya tenía claro que una de las áreas potenciales de trabajo en Brasil sería la explotación del petróleo.

Cuando se graduó, ¿lo contrataron en el IPT?
Yo trabajaba en el IPT, eran otros tiempos. Me gradué en 1971, y ahora les digo a mis alumnos que, pese al clima político adverso, en esa época el país creía en sí mismo y las posibilidades de trabajo eran mucho más abiertas que las actuales. Cuando me presenté en el IPT, el entrevistador me preguntó: “¿Qué es lo que desea hacer en el IPT?”. Respondí: “Yo quiero viajar, estudiar en el exterior”. Y no me dejaron de lado por eso. Porque se consideraba que era necesario enviar gente a estudiar afuera. El IPT contaba con un programa de inversión en investigadores y el único requisito era contar con un máster. Pero yo no quería hacer un máster acá. Viajé pagándome mis gastos, que eran suficientes para pasar seis meses en Estados Unidos. Me fui convencido de que, finalmente, el IPT me financiaría. El IPT financió los cuatro años de mi doctorado. Durante el quinto año trabajé como investigador en el MIT, mientras Carmen terminaba parte de su doctorado en la Universidad de Boston. Eso fue un problema, porque ellos creyeron que yo no quería regresar, pero eso nunca se me pasó por la cabeza. Nunca pensé en vivir en Estados Unidos y convertirme en un extranjero allá.

¿Usted formó parte de un grupo que le brindó una base científica a la ingeniería naval del IPT?
No. En ocasiones, mi hermana les describía a mi padre a otros, y él decía: “Eso es obra de otro, no fui yo”. De vez en cuando, los amigos nos describen y uno no se reconoce en esa descripción, es como si estuvieran hablando de otra persona. Resulta imposible hacer cualquier cosa si no existe un grupo que trabaja en conjunto.

Archivo particular Penteado Aranha en noviembre de 1973, cuando realizaba su doctorado en el MIT, en Estados UnidosArchivo particular

Usted trabajó durante un año en el Inpe (Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales), ¿cierto? ¿En qué año fue eso?
Fueron seis meses, en 1987, mediante dos licencias remuneradas de las que disponía. Ellos tenían problemas estructurales para la construcción del satélite y me invitaron. Se trataba de problemas complejos, pero había un docente de la Poli, Gaspar Ricardo, que era un ingeniero muy competente, y él ya había hallado la solución que se buscaba.

¿Se trataba de la órbita de los satélites?
Fue en el departamento de ingeniería orbital, no recuerdo el nombre correcto, pero estaba relacionado con la estructura física del satélite, porque existían vibraciones y una serie de cosas de ese tipo, entonces era un trabajo propiamente de ingeniería. Se trataba del primer satélite brasileño, pero luego lo desmontaron, y no sé en qué quedó. Después me recomendaron como asesor de la Agencia Espacial Brasileña. En realidad, ocurrió algo curioso, porque como yo tenía un título de doctor otorgado por el MIT me sondearon para dirigir el Inpe. Pero no quise aceptarlo. No pertenecía al área y creo que no hubiera contado con el liderazgo necesario.

¿Luego de esa experiencia en el Inpe usted volvió a la USP?
En efecto, con dedicación exclusiva, y entré en el Departamento de Ingeniería Naval. Fueron años muy buenos, tanto en lo personal como en lo profesional.

Usted lideró otro grupo en ingeniería naval, ¿es así?
Participé, junto a otras personas, en algunos proyectos importantes. Yo era el jefe del departamento cuando se empezó a hacer el tanque de pruebas numérico [un sistema computarizado inaugurado en 2002 para la simulación del comportamiento de las plataformas en el mar]. Petrobras, que financió la obra, consideraba que yo debía ser el jefe del proyecto, pero no acepté. No era una cuestión de capacidad técnica, sino de estilo: requería que fuera una persona con muchos contactos políticos y a mí no me atrae esa actividad, si bien la considero esencial. A lo largo de mi carrera, incluso en el Inpe, parte de mi aporte institucional ‒si es que puedo decir que lo hubo‒ fueron mis ausencias. No quise aceptar algunas cosas que sabía que no me iban a gustar.

En cuanto a la prospección, ¿cómo trabó contacto con Petrobras? ¿Cómo es que ingresó en el área del petróleo?
En el IPT ya había un contacto fluido con Petrobras. Durante la década de 1980, el IPT lideraba el área de ingeniería naval en el país, incluso más que el Coppe [Coordinación de los Programas de Posgrado e Investigación en Ingeniería de la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ)]. Cuando vine a la USP, en 1989, que también mantenía cierto contacto con la empresa, comenzamos a reforzar la colaboración y conversamos con Petrobras para que ellos mantuvieran un flujo constante de investigaciones, para poder desarrollar una capacitación en Brasil. De cierto modo, ellos financiaron al departamento con una suma de un millón de reales al año, a valores actuales, para varios proyectos de investigación.

¿Cuáles eran los requerimientos de Petrobras al acudir a la academia?
El mayor problema lo tenían con los sistemas de producción flotando en mar abierto, así como los proyectos de risers, que representan casi un tercio del presupuesto de una plataforma semisumergible. Hay desgastes, problemas de interacción con las corrientes marinas, con el movimiento de los cuerpos flotantes [plataformas y sistemas semisumergibles], además de los buques FPSO [floating, production, storage and offloading] que se encargan del almacenamiento y descarga del petróleo. Son estructuras de gran tamaño flotando en las olas y no sólo el riser, sino el propio sistema flotante que requiere quedar anclado allí. Otro tema son los navíos que arriban al sitio y operan con la plataforma: se necesita conocer el movimiento relativo entre ambos, el oleaje…

¿Dónde aparece la matemática?
En la modulación matemática de los sistemas y en la conexión entre las partes. Modulación, en este caso, significa traducir en ecuaciones una realidad física.

Es decir, ¿medir las olas y las corrientes marítimas?
Se contaba con alguna información, pero era necesario elaborar modelos que representaran aquello y los verificamos mediante los ensayos en el tanque de olas del IPT. Fue una época interesante.

¿El primer riser se instaló en 1998? ¿Cómo fue eso?
Se trató del primer riser rígido porque hasta entonces eran flexibles e inadecuados para grandes profundidades. Ahí aparecía el problema de la vida til, de fatiga del material, todo a causa de las oscilaciones del mar y de las propias corrientes marinas. Generalmente, esa oscilación no rompe el riser pero le genera un gran desgaste por fatiga. Es lo mismo que si a un alambre empezamos a retorcerlo; al cabo, terminará rompiéndose. Entonces se debe calcular con certeza esas cosas porque, más allá de las razones ambientales y operativas, también debe contemplarse la seguridad ante eventuales accidentes: la prima del seguro es tanto mayor cuanto más impreciso sea el cálculo que demuestra que el sistema funciona en forma correcta.

Y Petrobras ganó importancia en esa área.
A nivel de producción de petróleo y geofísica es una empresa científicamente relevante. A mí me quedaban dudas, pero participé en algunos workshops junto a gente del exterior, que teníanuna gran imagen de Petrobras en esas áreas.

¿Usted llegó a plantearle algunas sugerencias a Petrobras en cuanto al Procap (el Programa de Capacitación Tecnológica en Aguas Profundas)?
Nosotros planteamos algo que no está reconocido. Yo aún trabajaba en el IPT cuando un grupo de ahí ‒yo estaba entre ellos‒, se propuso hacer una planificación estratégica en el área de investigación para Petrobras. Elaboramos una lista de proyectos, concertamos una reunión con el presidente del Cenpes [el Centro de Investigaciones de Petrobras], Guilherme Estrella, y ellos quedaron impresionados con el proyecto. Hasta ahí llegamos, luego el tema quedó algo postergado, y después surgió el Procap, en 1986, y de cierto modo, se articularon políticas tecnocientíficas en el seno de Petrobras.

¿Qué proponían ustedes exactamente?
Un vasto plan de investigación. Proyectos definidos, principalmente en el área de ingeniería naval. También en plataformas, un proyecto de estudios a largo plazo, más de cinco años, para poder realmente crear cosas, ya que no servía contar con un proyecto de seis meses, contratar personal y despedirlo en poco tiempo. Nuestra idea era ésa, así como también abocarnos mayormente a la investigación en lugar de una mera prestación de servicios. Creíamos que tendríamos una acogida más interesante. La receptividad fue muy buena dentro de Petrobras, pero la respuesta se hizo esperar, y luego surgió el Procap, y no hicieron ninguna alusión a nuestra labor.

¿El presal fue una consecuencia de la idoneidad tecnológica de la empresa?
La empresa cuenta con áreas muy competentes, tales como la división de geofísica, y ostenta un gran porcentaje de acierto en perforaciones de prospección de petróleo. También cuenta con un plantel muy capaz. Recuerdo un workshop al que asistí en Angra dos Reis. Ahí había noruegos, estadounidenses, franceses e ingleses. Había personal de Petrobras, y muy pocos académicos. Se planteaba un tema básico relativo a los cables de amarre que estaban empleando, que eran todos trenzados, y no se sabía si durarían los 20 años contemplados. Un noruego, durante su disertación, se explayó al respecto de ensayos sobre un cable y no estaba claro cómo extrapolar ese comportamiento para el caso del trenzado. Luego de algunos debates, el ingeniero José Formigli, quien más tarde fue director de Petrobras, se dirigió al público: “Nosotros ya hemos resuelto ese problema: hicimos nuestros cálculos y, en lugar de 20 años, vamos a reemplazar el cable cada cinco años y listo”. Todo el mundo se quedó mudo, todos perplejos ante una solución tan sencilla. Luego incluso bromeé con Formigli: “Es cierto, cuando la situación conceptual resulta caótica somos imbatibles”. Pero también pensé que el noruego podría realizar las pruebas y luego desarrollar un cable innovador, y entonces le vendería ese producto a todo el mundo. No sé si lo logró, pero apuesto que se pasó un buen tiempo haciendo ensayos.

¿De qué se trata la Fórmula Aranha? ¿Cómo surgió y cuál fue su repercusión?
No fueron necesarios demasiados cálculos, sólo acertar con algunos conceptos físicos ya conocidos. Existe cierto tipo de interacción entre olas y corrientes marinas que presenta una disminución en el movimiento o bien, un aumento, dependiendo de su dirección relativa, que debe tenerse en cuenta cuando se requiera hacer un análisis de esos cuerpos. El fenómeno se había descubierto experimentalmente. Yo imaginé cierta eventualidad física y, a partir de ella, deduje que se podría contar con una fórmula cerrada que dependiera del coeficiente de deriva que se calculaba rutinariamente. Demostré que la fórmula inferida era matemáticamente exacta en un contexto teórico subyacente y después, Petrobras financió un experimento en el IPT que refrendó ese resultado. Entonces se convirtió en la fórmula de Aranha, Aranha’s formula.

He hallado tesis, incluso citas en el exterior, que consideran a su fórmula como objeto de estudio.
Se transformó en conocimiento público. La publiqué en 1994 y está incorporada en el área de oceánica, en el estudio de la interacción de las corrientes marinas con cuerpos flotantes. Me gustó ese trabajo, creo que fue lo más original que hice.

¿Por qué resulta interesante el estudio de las olas?
Creo que es muy interesante, por ejemplo, tomar una ecuación como la de la refracción, que explica por qué las olas del mar llegan paralelas a la costa, y saber que ella nos aporta, por un lado, la Ley de Snell, del siglo XVII, y por otro, la ecuación de Schrödinger de la mecánica cuántica del siglo XX. Creo que es importante contar con esa visión panorámica de una teoría que no se agota en sí misma. La ingeniería se ocupa de muchos problemas interesantes, pero en ocasiones tan minuciosos que resultan estériles. El gusto por el saber no es algo muy valorado en las ingenierías.

¿Por cuál motivo?
Las escuelas de ingeniería, particularmente en Brasil, aún atienden demandas específicas, tan es así que el área de investigación en la ingeniería brasileña posee una fuerte conexión con la prestación de servicios. Vivimos en una época difícil, en la que el pensamiento no está de moda: hoy en día lo que importa son los hechos, fotografías y mucha información. Las hipótesis y conjeturas son temas que quedan en un segundo plano y, sin embargo, es como decía Novalis: “Las hipótesis son como redes, sólo quien las arroja recoge algo”, una frase casi incomprensible hoy en día. Hipótesis y conjeturas no han desaparecido, tan sólo no están de moda y creo que un día van a regresar.

¿Falta un enfoque más científico?
La ciencia es, en gran medida, un discurso sobre el orden, pero ese orden, en la mayoría de los casos, no se revela en forma evidente, hay que buscarlo en lo más recóndito de los fenómenos. Esa búsqueda es soslayada en las escuelas de ingeniería; ahí lo que importa es el resultado final. El teorema de Pitágoras no se enseña en la carrera básica porque el estudiante va a ser agrimensor, entonces se enseña un poco de Platón sin que se sepa que se está aprendiendo sobre Platón. Pero la manera de educar está completamente errada, el teorema acaba siendo un fin en sí mismo y al alumno, en lugar de motivarlo a jugar con triángulos, con su imaginación y con el rigor de la lógica, se lo insta a memorizar la demostración, porque eso es lo que se evaluará.

¿Los alumnos tienen una postura crítica?
Lo que falta es una escuela. Antes que ser una escuela de ingeniería debería ser una escuela. Los entendidos sostienen que hay dos preceptos en la educación: uno es la transmisión de conocimiento, y el otro, que todo el mundo proclama tanto en prosa como en verso e inmediatamente se convierte en algo operativo, es la emancipación del alumno. Yo creo ‒y éste es el punto que discuto, pero sin mucho éxito‒ que la emancipación se teje con los hilos de la trama del descubrimiento, y no con el descubrimiento en sí mismo. Desde mi óptica, no interesa conocer que la masa atrae a la masa: lo que importa es conocer de qué manera, desde Copérnico hasta Newton, se llegó a urdir esa trama y de qué modo eso se transformó en una concepción magistral. Copérnico era un canónigo y, a la luz de la confusa órbita de Marte vista desde la Tierra, quedó atrapado entre dos dogmas de la escolástica: el orden y el geocentrismo. En forma intuitiva, él escogió el orden, que a priori no resulta evidente, al desplazar al Sol al centro a partir de un razonamiento sencillo: el Sol describe un círculo cuando se lo observa desde la Tierra y nuestro planeta también describe un círculo en relación al Sol, entonces resulta una órbita ordenada. Luego aparecieron Kepler, Galileo, Newton, y ésa fue la génesis de la física.

¿Su formación fue diferente?
No lo fue, aunque tal vez haya sido más crítica. En la ingeniería mecánica resulta bastante común oír que “un ingeniero debe saber lo que es una bomba hidráulica”. Pero, ¿por qué? ¿Para qué obnubilar al alumno con ábacos y cálculos si a la menor distracción todo se hace humo, se olvida todo? Si el alumno está mejor formado en un mes puede aprender todo lo que se enseña en la escuela sobre ese tema. La sensación que me queda de vez en cuando es que la escuela de ingeniería –aunque siempre quiera cambiar– no logra salir de ese sitio. Me arriesgo a decir que la escala de tiempo de la evolución en la ingeniería es geológica: resulta demasiado lenta. Vivimos en una cultura que forjó personas con demandas de otros tiempos, que en ese entonces eran necesarias. La ingeniería en Brasil, allá por la década de 1940, era casi como un kit de supervivencia para un boy scout, porque los ingenieros debían salir al monte, tenían que conocer algo de hidráulica, de electricidad, de construcción, etc. Necesitaban saber, pero eso ya es el pasado.

¿Cómo debería ser hoy?
Se necesita disponer de informaciones articuladas y poder hacer relaciones inteligentes, sinapsis con otros campos. En las escuelas hay un montón de materias que no interactúan entre sí. Para una mente humana resulta imposible salir de una clase de administración, asistir a la próxima de mecánica cuántica, otra de logística, luego álgebra lineal, un proyecto de tornillo… y todo eso se enseña como algo esencial. ¿Cómo estructurar un pensamiento? Leí un artículo del alemán Husserl, de la fenomenología, que es muy interesante. Imagínese un cubo de madera. No hay una cosa más concreta que eso y, sin embargo, nosotros nunca lo vimos como un todo: es el permanente cambio de enfoque y la compatibilización de esas diferentes vistas lo que conforma el “concepto de cubo”. Si eso es verdad para un cubo de madera, ¡imagínese para un pensamiento más abstracto! Hay que observar muy bien, elaborar, observar el reverso, de costado. El formateo de una cultura –que no es erudición, sino aquello que queda luego de que la información se pierda en el olvido– exige una repetición de temas en áreas cohesionadas para que la perspectiva –el pensamiento– sobrevuele los fenómenos, que esos diferentes enfoques se compatibilicen y se sinteticen en un concepto que, cuando aparece, resulta un descubrimiento. Esa dimensión del encanto se ha perdido en los tiempos actuales, donde en nombre de una pseudotransparencia sólo se comprende aquello que puede cuantificarse.

¿Ese tipo de enseñanza no es un síntoma de nuestro tiempo, donde todo precisa ser rápido para conocer un poco de cada cosa?
Habría que sumarle el hecho de que hoy en día –con mayor razón aún– la computación y toda la tecnología se vuelven obsoletas en cinco años. Por eso, la función de la escuela de ingeniería no puede estar sujeta a la tecnología de punta, porque ella ya nace neoobsoleta. Necesitamos aprender las estructuras básicas del pensamiento porque eso dura para siempre. Las modificaciones propuestas en nuestras escuelas llegan con su sello internacional y se van sin que se sepa el porqué. Ya pasó la reingeniería, hoy, o habrá sido ayer, la moda ahora es el espíritu emprendedor, la innovación y la gobernabilidad. El punto es: ¿cuál es la competencia que tenemos para hablar de emprendimientos si estamos desempeñándonos dentro de la universidad? Si lo que se pretende es innovación, por qué no se recurre a la ciencia –ella dispone de innovaciones reales– y se comprende cómo se urdió esa trama. Si en su juventud la gente no tiene tiempo para asombrarse ante la aventura del conocimiento, maravillarse con eso, si la universidad no se lo revela o el alumno no quiere verlo, algo se ha perdido. Incluso puede ganarse dinero, pero yo les recuerdo inútilmente a mis alumnos que “el objetivo de la vida no es maximizar el rédito, sino minimizar el aburrimiento”. La escuela es, o debería serlo, un portal hacia la vida y no una capacitación para el mercado.

¿Qué puede hacerse?
No deberíamos avergonzarnos del hecho de ser una cultura reciente. Brasil es un país con grandes cualidades. Debemos interactuar a nivel internacional, no podemos cerrarnos, aislarnos. Estoy a favor de la internacionalización hasta por ahí nomás. El investigador necesita un tiempo para estar aquí pensando consigo mismo, con sus obsesiones, porque si no lo hace, de ese infierno no saldrán chispas. Si lo único que hace es colaboración internacional de aquello que otros hacen en el exterior, puede que obtenga citas, pero nunca independencia.

¿Resulta imperativa una temática local?
No sólo local. En otros países, mientras algunos juegan con la internacionalización, hay un núcleo duro que está estudiando y sigue abocándose a las cosas básicas. Y nosotros no: hacemos cualquier cosa, o mejor aún, hacemos lo que todos hacen porque el riesgo es menor. Me dirán que estoy en contra de la internacionalización, pero no lo estoy. Ahora bien, creo que es necesario encauzar una cultura interna de pensamiento. Resulta evidente que para un científico de un sitio no líder en investigación va a ser mucho más difícil contar con un trabajo citado que si perteneciera al MIT, por ejemplo. Pero no creo que un “país periférico” se transforme en “central” en base a la cantidad de citas en conjunto con investigadores de los grandes polos científicos: se convertirá en “central” por el conjunto de contribuciones originales que acaso produzca y si esa producción le fuera reconocida como propia y no de la matriz. No debemos avergonzarnos del lugar que ocupamos, debemos luchar para pasar al frente, equivocándonos y acertando. Una de las cosas que fueron fundamentales durante mi estadía en el MIT –una buena escuela con un marketing fuera de serie– fue darme cuenta que aquellos autores que leía son gente como uno: se equivocan y también hacen tonterías, porque ése es el camino humano. En las escuelas de ingeniería al error se lo toma casi como una tara personal.

Usted nació en el seno de una familia numerosa, con seis hermanos. ¿Su padre también era docente?
No, era médico cirujano, aunque le hubiera gustado, quiso hacerlo, pero tenía siete hijos. Tuvimos suerte en la vida, la mía es una familia alegre, con buen sentido del humor. Yo estudié en el Colegio Santa Cruz con el padre Charbonneau, que era un docente entusiasta y con buenas ideas. También tenía un muy buen profesor de matemática que nos dejaba demostrar teoremas.

¿Cree que ha fundado una escuela de matemática aplicada e ingeniería oceánica aquí en la USP?
No creo que haya fundado una escuela. Y no me desmerezco, creo que la incidencia de Brasil en el área aún no es nada descollante y eso no debe avergonzarnos. Por otra parte, y esto es algo que juega a nuestro favor, creo que ésta es una construcción que si en Brasil se hiciera en serio en un sentido científico más amplio, produciría cosas buenas, no el año que viene, sino en 30 ó 50 años. Hay que ser persistentes.

Republicar