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ENTREVISTA

José Goldemberg: De la física nuclear al etanol

El investigador habla de sus principales aportes a la ciencia

Léo Ramos Chaves Goldemberg: puentes entre la academia y los gabinetes políticosLéo Ramos Chaves

A sus 90 años, el físico José Goldemberg, presidente de la FAPESP, es un nombre que siempre se recuerda por su extensa trayectoria en la interfaz entre la ciencia y las políticas públicas, especialmente en los temas relacionados con la producción y el consumo de energía. El físico, que ocupó diversos cargos en la administración pública, tanto en el ámbito del estado de São Paulo como en la esfera federal, inició su carrera en la década de 1950 como investigador de física nuclear, por ese entonces un campo de estudios en franca expansión. Durante un cuarto de siglo, fue un académico de esa área que se concentró en su producción científica. Al cabo, en la década de 1970, fue tomando distancia del tema y acercándose al área que corresponde a los hoy en día se denominan biocombustibles. En la siguiente entrevista, Goldemberg comenta sus principales contribuciones a la ciencia, desde los tiempos de la física nuclear hasta los estudios sobre el etanol, que lo impulsaron a construir puentes entre el ámbito académico y la formulación de políticas públicas.

¿Cómo fue el inicio de su carrera como investigador?
Durante los primeros 25 años simplemente trabajé con física nuclear. Arranqué allá por 1950, cuando la USP estaba instalando un acelerador de electrones denominado Betatron. En ese entonces se estaban estudiando las reacciones fotonucleares, una nueva área de la física nuclear. El Betatron era una máquina similar al sincrotrón de Campinas, solo que más pequeña. Ahí se aceleraban electrones hasta 22 millones de voltios y los mismos producían radiaciones electromagnéticas, a partir de las cuales provocábamos reacciones nucleares. Yo trabajé en el montaje del  Betatron y en su utilización como físico experimental. Luego de uno o dos años viajé a Canadá, en 1952, donde había un acelerador idéntico al de São Paulo, pero en su caso funcionaba ininterrumpidamente durante las 24 horas, algo que facilitaba sobremanera la realización de experimentos. El nuestro no podía funcionar de igual modo a causa de las inestabilidades de la red eléctrica. Realicé una sistemática completa de las reacciones fotonucleares, cubriendo prácticamente todos los elementos de la tabla periódica. Después de eso comparamos los datos con la teoría, ya existente, aunque todavía no había podido confirmársela mediante datos experimentales. Fue un trabajo científico significativo. En un año y medio, publiqué media docena de artículos en revistas internacionales.

Después de regresar a Brasil, ¿continuó trabajando en la misma área de investigación?
Cuando regresé me quedé aquí unos cinco o seis años, haciendo investigaciones con el Betatron, dirigiendo a estudiantes y avanzando en mi carrera académica en la USP. Al comienzo de la década de 1960, la Universidad Stanford, que disponía de aceleradores lineales de electrones de varios tamaños, me invitó para que vaya a trabajar en uno de ellos. Me había hecho conocido a causa de mis trabajos en Canadá y me quedé ahí durante dos años. Un colega de Stanford, el físico estadounidense Robert Hofstadter [1915-1990], había sido galardonado hacía poco con el Premio Nobel de 1961 por haber medido la distribución espacial de la carga eléctrica de los núcleos de los átomos. Cuando arribé a Stanford, todos los físicos estaban trabajando con un gran acelerador de 300 millones de voltios, con el cual Hofstadter había conseguido el Nobel. El acelerador menor, de 40 millones de voltios, quedó libre solamente para mí. Lo utilicé para medir el momento magnético de los núcleos, algo que requirió un equipamiento complejo.

¿Con qué elementos trabajaba?
Con todos aquellos de los que pude echar mano: litio, aluminio, cadmio, neodimio, etc. Nuevamente elaboré una sistemática completa a lo largo de la tabla periódica y pude confirmar la teoría de la dispersión del electrón debido al magnetismo de los núcleos atómicos. Esos trabajos generaron gran repercusión.

¿Por qué le interesaba ese tipo de medición?
En esa época, eso era investigación pura, de vanguardia. Como mis mediciones confirmaron la teoría existente, eso significaba que estábamos entendiendo correctamente a la naturaleza. Cuando regresé, la Universidad Stanford le donó a la USP el acelerador lineal con el cual yo había trabajado y que hoy todavía sigue funcionando en el Instituto de Física. Inmediatamente después me invitaron a trabajar como docente en la Universidad de París, que contaba con un acelerador de 300 millones de voltios. Ahí pude medir la distribución espacial del magnetismo del núcleo de los átomos tal como Hofstadter había hecho con la carga eléctrica de los núcleos. Permanecí un año en Francia, pero entonces surgió un problema personal serio y volví a Brasil.

¿Cómo es que se le ocurrió, en los años 1970, la idea de calcular la energía insumida para producir etanol y compararla con la que genera ese mismo combustible?
En aquel tiempo, el interés por las energías renovables y la eficiencia energética iban francamente en aumento. Durante ese período, pasé seis meses en la Universidad de Princeton, en Estados Unidos, como parte de un grupo de investigaciones que se enfocaba en el tema de la energía desde el punto de vista de la demanda y no solo de su generación. La pregunta básica de la época era saber si podría utilizarse la energía de una manera más eficiente. En 1975, luego de la primera crisis del petróleo, alguien recordó atinadamente que los primeros automóviles fabricados por Henry Ford estaban impulsados con etanol. Ese era un buen combustible en comparación con la gasolina, pero en esa época era muy caro. Algo similar ocurría en Brasil en la década de 1970. Aquí, el etanol que se producía a partir de la caña de azúcar costaba dos o tres veces más, por litro, que la gasolina. Pero los industriales de la caña de azúcar estaban atravesando una crisis, porque el precio del azúcar era muy bajo en el mercado internacional. Para salvar al sector, el gobierno federal subsidió la producción de etanol, como sustituto de la gasolina, que era importada. Por ese entonces, ya trabajaba con energía y fui a estudiar cómo se producía el etanol. Realicé todos los cálculos con mis colegas y verificamos que se generaba cuatro veces más energía con un litro de etanol de lo que se gastaba para producirlo a partir de la caña de azúcar. La energía adicional era simplemente energía solar, captada vía fotosíntesis, o sea, renovable. Mi trabajo le aportó un argumento científico al uso del etanol. Incluso siendo caro, el etanol era una energía renovable y podría reemplazar al petróleo. Con la construcción de más de una centena de centrales, la eficiencia del sector aumentó, los costos de producción del etanol cayeron y este acabó tornándose competitivo con respecto a la gasolina. Los economistas saben muy bien que cuando la escala de producción de un sector se eleva, se incrementa también la productividad. Eso fue lo que ocurrió en las centrales de etanol. Aprendimos a elaborarlo de una manera más productiva.

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