El geógrafo paulista propone una síntesis de las diferentes realidades ambientales, sociales y económicas del país
Léo Ramos Chaves
En el despacho de su apartamento, entre paredes cubiertas de mapas, el geógrafo Jurandyr Luciano Sanches Ross redescubrió Brasil a medida que analizaba los datos del Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE) junto a colegas de otros estados. Lo que en realidad salió a la luz fueron tres Brasiles: el que denominaron el Brasil de la naturaleza, con enormes extensiones verdes, el del semiárido, en el sertón del nordeste del país, y el que concentra la mayor actividad económica, fundamentalmente relacionada con la explotación agropecuaria. “Este probablemente sea mi último gran trabajo”, dice Sanches Ross, a sus 73 años.
Experto en geomorfología, el estudio de las formas del relieve y sus orígenes, el geógrafo elaboró en la década de 1980 un mapa del relieve brasileño basado en la información recabada en el marco del Proyecto RadamBrasil, del cual formó parte. Su obra fue la sucesora de las versiones de los geógrafos Aroldo de Azevedo (1910-1974) de 1949, y Aziz Ab’Saber (1924-2012), de los años 1960.
Nacido en el municipio de Promissão, en el noroeste paulista, y criado en Rolândia, estado de Paraná, se mudó a São Paulo en la década de 1960. Viudo, con dos hijas (una ingeniera electrónica y la otra odontóloga) y tres nietos, él concedió en el mes de febrero y por videoconferencia la entrevista que se transcribe a continuación.
¿En qué está trabajando actualmente? Estoy coordinando un proyecto de tres años para estudiar el ordenamiento territorial de Brasil, que es la manera en que está organizado el territorio. Este trabajo, que es financiado por el CNPq [el Consejo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico], involucra a mi equipo del Laboratorio de Geomorfología de la USP, a colegas de la Universidad Estadual de Londrina, de las universidades federales de Paraíba y de Uberlândia, y a un sociólogo del Ministerio de Economía. Hemos producido una gran cantidad de datos y hemos adquirido una noción más clara de quiénes somos, desde la perspectiva de la utilización del territorio nacional.
¿El país cuenta con un plan de ordenamiento territorial? Lo tuvimos a partir de 1993, como resultado de la cumbre Río ’92, que dio lugar a una política de Estado y a la creación del Ministerio de Medio Ambiente, de unidades de conservación, principalmente en la Amazonia, a las delimitaciones ecológico-económicas en algunos estados y regiones, a los planes de gestión de los recursos hídricos y a los planes maestros de urbanización municipales; eso hasta 2002. Ahí entonces se puso en marcha otra política territorial y el Ministerio de Medio Ambiente pasó a ser secundario. El ordenamiento territorial dejó de ser algo importante.
¿Y por qué es importante? Porque sirve para no cometer errores en lo que tiene que ver con el uso y la ocupación de las tierras. La premisa de un plan de ordenamiento territorial consiste en determinar las áreas más o menos favorables para la agricultura o la ganadería y aquellas que no deben alterarse ni reconvertirse para un uso agropecuario. Dicen que Brasil no necesita deforestar, y eso es verdad, porque hay muchas tierras subutilizadas. Pero, ¿cuáles son esas tierras? ¿Dónde están? ¿Qué tipo de relieve y de suelos poseen? Hay que conocer si son propicias para algún uso productivo o no. La ocupación del territorio brasileño es espontánea y la realizan quienes compran y acumulan las tierras. Anduve recorriendo el municipio de Parauapebas, en el este del estado de Pará. Lo único que se ve son campos de pastoreo y nada de árboles. Casi nadie ha conservado el 50 % de las áreas de vegetación nativa y de bosques de ribera establecidos por ley; ahora la reserva legal representa el 80 % de la superficie total. Participé en la consecución del plan de delimitación ecológica del estado de Rondônia, que culminó en 2000. Quedaron definidas unas 10 áreas destinadas a diferentes tipos de ocupación o conservación, pero ese plan se dejó de lado o no se lo aplicó en forma adecuada. Hoy en día, poco queda de la selva, únicamente lo que perduró en las unidades de conservación. La mayor parte del estado fue ocupada por plantaciones de café, plátano, cacao y, principalmente, campos de pastoreo.
¿Qué están viendo ahora? Nos centramos en la ruralidad brasileña y evaluamos la agricultura, la silvicultura, la ganadería y la minería. Estamos pensando en hacer un estudio de las condiciones actuales del uso y ocupación de la tierra, con base en los datos estadísticos del IBGE, a escala municipal, y los mapas del MapBiomas Brasil [una organización no gubernamental –ONG– que realiza un seguimiento de los cambios en la cobertura vegetal autóctona y del uso del suelo en el país], sobre la deforestación y otras cuestiones ambientales. Los mapas representan a los 5.570 municipios brasileños. Por ejemplo, podemos ver hacia donde se expande la soja, desde que comenzó a cultivársela en Rio Grande do Sul y en São Paulo en las primeras décadas del siglo XX. Ahora ya se la cultiva en Maranhão y en Piauí, casi llegando hasta el mar. Los cañamelares están en São Paulo, pero también en la región denominada Triângulo Minero, en Goiás y en el noroeste de Paraná.
¿Y en el nordeste brasileño? La caña de azúcar ya no es un cultivo preponderante en Pernambuco, pero sí en Alagoas. Las mesetas de Pernambuco no son tan planas y extensas como las de Alagoas. La mecanización en las plantaciones y el corte de la caña precisan que el relieve sea plano. El relieve es fundamental en la agricultura, tanto como el suelo o el clima, debido a la mecanización. En otro mapa, al analizar el PIB de los municipios según la actividad económica predominante, notamos que en la Amazonia y particularmente en el semiárido, los ingresos principales provienen de las asignaciones federales, partidas de dinero que se envían a los municipios y a la gente a través de las jubilaciones, el Programa Bolsa Familia y otros beneficios sociales. Hace dos años estuve en el interior de Ceará y quedé azorado. Porque la mayoría de los jóvenes se fueron y siguen yéndose del campo; los que se quedan en la zona rural son principalmente los ancianos que cobran una jubilación rural o reciben el Bolsa Familia, crían animales de granja y cultivan frijol, maíz y mandioca en pequeñas parcelas. Por otra parte, el PIB per cápita es mayor en la región del sudeste, excluyendo el norte de Minas Gerais, merced al agronegocio, la actividad industrial y los servicios. Estoy dando a conocer estos nuevos mapas para hablar de lo que llamamos los tres Brasiles, o unidades de ordenamiento territorial, que revelan nuestros análisis.
¿Cuáles serían esos tres Brasiles que ustedes proponen? Uno es el de la naturaleza, otro el del semiárido y un tercero, el económicamente productivo. El primero comprende una amplia área de tierras preservadas y gran biodiversidad, pero está permanentemente amenazado debido a la expansión, principalmente, de la ganadería. Su superficie abarca la Amazonia, el Pantanal, el río Araguaia y una franja del litoral brasileño que incluye la Serra do Mar. En el otro extremo está el semiárido. No se trata de todo el nordeste, sino de una zona con restricciones climáticas muy acentuadas. Mientras que la ocupación de la Amazonia es de baja densidad y receptora de inmigrantes, el semiárido es el resultado de 500 años de ocupación y éxodo de la población. Cuando la caña de azúcar copó el litoral brasileño, la ganadería hizo lo propio en el semiárido, que en la actualidad padece un vaciamiento o estancamiento demográfico. El tercer Brasil es, esencialmente, el de la producción agropecuaria y las actividades industriales, donde sobresalen la agroindustria y la industria del azúcar y la energía, concentradas en el centro-oeste, el oeste de Bahía, Maranhão y Piauí, el sur y el este de la región norte, la totalidad del sur y el sudeste y la franja costera brasileña, desde el nordeste oriental hasta Rio Grande do Sul. Este Brasil es el que genera más empleo e ingresos en los tres segmentos de la economía: la industria, el sector agropecuario y el de los servicios.
Los “tres Brasiles” a los que hacemos mención son realidades muy distintas, que exigen abordajes distintos
¿Cuál es su pensamiento, a la vista de estas diferencias? Son realidades completamente distintas, en cuanto a la biodiversidad, la geodiversidad, que revelan problemas estructurales y requieren abordajes distintos. En el semiárido, una región de vaciamiento o estancamiento demográfico, debemos plantearnos: “¿Dejaremos que todos se vayan y listo?”. Lo ideal sería empezar a generar empleo y mayores ingresos, con una economía más dinámica.
¿Y la Amazonia? En 2019 fui a dictar un curso en Parintins, un municipio ubicado al este de Manaos. Luego salimos a hacer una excursión en un barco. En uno de los sitios que paramos vivía una familia en una casa en la barranca del río. Le pregunté al hombre de la casa, que debía tener unos 60 años, de qué vivía. Me respondió: “Todavía tengo algunas vacas, que pastorean la hierba de la vega. Las ordeño, hago queso y vendo los terneros”. Se había quedado con menos vacas porque le estaba dedicando más tiempo a un plantío de guaraná en la selva, bajo un sistema agroforestal. Vendía las semillas de guaraná a 15 reales el kilogramo, un valor tres veces mayor que el kilo de ternero. “Y así trabajo mucho menos que con las vacas”, me contó. “Porque, solo se trata de mantener limpio el terreno y recoger las semillas prácticamente”. La selva tiene soluciones que no pasan por talar los árboles para instalar pasturas.
¿Qué se proponen hacer con esos mapas? Terminaremos el informe, que ya cuenta con 900 páginas entre mapas y textos. Pretendemos debatir esta información con nuestros colegas de la universidad, con gente del gobierno, con políticos, con la mayor cantidad posible de personas de cualquier área. Nuestro anhelo es que ella sea útil para el país.
¿Este es el gran trabajo de su carrera? Probablemente sea mi último gran trabajo. Los otros fueron el mapa del relieve de Brasil, en la década de 1980, el mapa geomorfológico del estado de São Paulo, al final de los años 1990 [lea en Pesquisa FAPESP, edición nº 35], financiado por la FAPESP, y el mapa geomorfológico de Sudamérica, terminado en 2019 [lea en Pesquisa FAPESP, edición nº 246]. He realizado varios asesoramientos tecnocientíficos en proyectos de zonificación ecológica-económica, que establecen las áreas destinadas a actividades productivas y aquellas que deben preservarse, en la costa del río Paraná y en los estados de Paraná y Mato Grosso, en la cuenca del Alto Paraguay y en Tocantins.
¿Por qué decidió hacer el mapa del relieve de Brasil? Cuando era alumno de la carrera de geografía, daba clases en escuelas y me fastidiaba tener que enseñar cosas desactualizadas sobre el relieve brasileño. Ya conocía una parte de Brasil. Durante las vacaciones de enero, salía con algún amigo y hacíamos autostop para viajar en camión. Fuimos hasta Argentina, Uruguay, el sur de Brasil, Goiás, Mato Grosso, al Pantanal, y luego al nordeste. Cuando me gradué decidí hacer una maestría en geomorfología. A mitad del máster, surgió una posibilidad de hacer geomorfología para el proyecto RadamBrasil. Ahí fue donde me asenté profesionalmente como geógrafo.
¿De qué se trataba el proyecto Radam? Ese proyecto fue un vasto estudio de los recursos naturales, entre ellos el del relieve brasileño, que dio comienzo en 1970. Entré a trabajar en el Ministerio de Minería y Energía, que gestionaba el proyecto a través del DNPM [el Departamento Nacional de Producción Mineral]. Mientras que el Inpe [el Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales] utilizaba las imágenes provistas por satélites, el Radam produjo una cartografía temática de la geología, la geomorfología, los suelos, la vegetación y el clima, recurriendo a imágenes de radares, que son más fáciles de trabajar porque las microondas de los radares atraviesan las nubes, y por lo tanto no obstaculizan el mapeo. El trabajo arrancó por la Amazonia y es por eso que se lo llamó proyecto Radam [por Radar de la Amazonia] y más tarde se transformó en RadamBrasil. Por entonces, el gobierno era muy exigente porque no se conocía bien el territorio y necesitaba mapear los recursos naturales. Yo vivía con mi familia en Goiânia y trabajé en el Radam desde 1977 hasta 1983, en la región centro-oeste y en el sur de la Amazonia.
Di clases en escuelas y me fastidiaba tener que enseñar cosas desactualizadas sobre el relieve
¿Cómo era el trabajo de campo? Disponíamos de las imágenes de los radares, con una precisión de algo menos de 1 metro, tomadas por sobrevuelos en avión que, básicamente, mostraban las rugosidades del relieve. Salíamos al campo para identificar las formas del relieve, la geología, los tipos de suelo y de vegetación. Viajábamos por tierra, a bordo de una Ford Willys, o bien en un avión bimotor volando a baja altura, a una altitud de 200 metros, zigzagueando sobre el área objeto del mapeo. Las excursiones eran largas, duraban entre 25 y 30 días, y teníamos que dormir en hamacas, en tiendas de campaña o en hotelitos a la vera de la carretera. Me encantaba cuando acampábamos o amarrábamos las hamacas, era sumamente placentero. Tomábamos fotografías tanto en tierra como en el aire, desde helicópteros o aviones, utilizábamos esas grabadoras enormes, y luego transcribíamos y describíamos los mapas. Trabajé en tres grandes áreas en Goiás y en los actuales territorios de Tocantins, Mato Grosso, Mato Grosso do Sul y Triângulo Minero. Cada zona se cubrió con 16 hojas de imágenes de radar. Cada una, en el corte internacional al millonésimo, en escala 1:1.000.000, contenía 16 mapas en escala 1:250.000, por lo tanto, fueron 48 mapas en esas tres áreas, por cada tema de investigación.
¿Por qué decidió dejar el Radam y entrar en la USP? Mi director de maestría y doctorado, Adilson Avansi de Abreu, me hizo notar que el Radam un día se acabaría y yo debería terminar el máster y buscarme otro trabajo. Seguí su consejo y lo terminé. Más tarde, él me avisó que la USP llamaba a concurso para cubrir la vacante que dejaba Ab’Saber, que se había jubilado. Entré a trabajar en la USP en 1983 y, poco a poco, fui viendo lo que podía hacer. Reformulé mi proyecto de doctorado para aprovechar el material del Radam y explorar una provincia serrana interesante, cercana a la ciudad de Cuiabá (Mato Grosso). En simultáneo, comencé a dar clases en la facultad. Diagramé una materia extracurricular para los alumnos interesados en las imágenes de radar. El laboratorio de geomorfología del Departamento de Geografía de la USP poseía la colección completa de las imágenes del Radam, que Ab’Saber había solicitado antes de jubilarse. Esas clases se convirtieron en una asignatura optativa y eso me incitó a hacer dos cosas, en las que estuve ocupado durante los 10 años siguientes. La primera fue la síntesis del relieve brasileño y la segunda, el mapa geomorfológico del estado de São Paulo, ambas con base en las imágenes de radar y en los informes del RadamBrasil, prácticamente una continuidad de lo que se hacía en el Radam, pero entonces en el Laboratorio de Geomorfología del Departamento de Geografía de la USP.
¿Cuáles son las innovaciones que introduce su mapa del relieve de Brasil en comparación con el que habían elaborado Aroldo de Azevedo y Ab’Saber? Son enfoques distintos. En el caso de Aroldo de Azevedo, él hizo hincapié en la diferencia de altitudes del relieve y confeccionó un mapa solamente con mesetas y llanuras. Era un dibujo, una imagen ilustrativa. Luego, Ab’Saber hizo el mapa de los llamados dominios morfoclimáticos, unificando la vegetación y el relieve. En mi caso, exploré las macroformas. Una de mis innovaciones fue la incorporación de las depresiones, los pasos bajos entre las mesetas, que ya se conocían desde la década de 1930, pero aún no habían sido mapeados. El RadamBrasil identificó esas depresiones, de norte a sur. Estuve trabajando en eso durante tres años hasta que el mapa estuvo listo, en 1989, y salió publicado al año siguiente aquí en la USP, en la Revista do Departamento de Geografia.
Ross flanqueado por géiseres en los Andes, en 2015Colección personal
¿Cuándo se los presentó a sus colegas? Un año antes, en 1989, en el simposio de geografía física en Río de Janeiro. Ahí estaban mis viejos colegas del Radam, que había sido extinto cuatro años antes. Los asistentes serían unas 300 personas, los congresos aún eran pequeños y todos podían ver todo. Luego del acto de apertura, mi antiguo jefe me preguntó: “¿De dónde sacaste esos conceptos de morfoestructura y morfoescultura?”. Le expliqué que surgieron en mi investigación doctoral, siguiendo un concepto de los alemanes y los rusos que trabajan con el relieve desde dos perspectivas: la estructural, lo que sale del interior hacia fuera, como los movimientos tectónicos, y la escultural, de fuera hacia dentro, como es el caso del desgaste por erosión. Su reacción fue: “Genial, me gusta”. El mapa llegó al público lego en el tema a través de reportajes publicados en las revistas Nova Escola y Veja. Y después salió en el libro Geografia do Brasil (Editorial Edusp, 1996), el cual coordiné, y las editoriales empezaron a incorporarlo en los libros de estudio.
Usted también se desempeñó como asesor cuando se construyeron las centrales hidroeléctricas en los ríos Xingú, Madeira, Iguazú y Uruguay. ¿Qué tal fue esa experiencia? Eso fue a finales de la década de 1980, cuando comenzaron a aplicarse los EIA-Rimas [estudios e informes de impacto ambiental], y la compañía estatal Eletrobras puso en marcha un proyecto hasta 2010, para la construcción de centrales hidroeléctricas en todos los ríos de la Amazonia oriental, porque los del sector occidental no poseen caída suficiente. El Proyecto Radam ya había contemplado algunas posibilidades. Me convocaron para enseñarles a exalumnos y pasantes que trabajaban en las empresas contratistas a utilizar las imágenes de radar para realizar mapeos y análisis geomorfológicos. Colaboraba con los mapas e informes.
Las excursiones del Radam eran largas, duraban entre 25 y 30 días y teníamos que dormir en hamacas. Una maravilla, me encantaba.
Si ahora mismo pudiera subirse a un helicóptero y el piloto le preguntara “¿adónde vamos?”, ¿qué lugares elegiría volver a visitar o conocer? Seré pragmático, estoy necesitando sobrevolar la Chapada Diamantina, en el estado de Bahía. Nunca estuve ahí y estoy dirigiendo un doctorado acerca de esa región. Es un lugar muy interesante porque entre su relieve montañoso hay superficies bajas y planas, con un clima de transición entre el Cerrado [la sabana tropical brasileña] y la Caatinga [el matorral xerófilo], un suelo fértil y una intensa agricultura irrigada. Tengo una gran curiosidad por conocer ese lugar.
¿Usted conoce todos los estados brasileños? Así es, aunque no los conozco en su totalidad. He recorrido los estados de Amapá, desde Macapá hasta Oiapoque por carretera; y Roraima, desde Boa Vista hasta Pacaraima, en la frontera con Venezuela. En mayo de 2019 casi muero escalando en Serra do Caparaó, en el límite entre los estados de Minas Gerais y Espírito Santo. Durante la pandemia solo he ido a una casa que tengo en Boituva (São Paulo). Espero poder volver a viajar en cuanto esté vacunado contra el covid-19.
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