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Carta de la editora | 258

La alternativa eléctrica

La búsqueda de alternativas a los combustibles fósiles cobró vigor en los años 1970, cuando el mundo padeció los efectos de dos sacudidas en el mercado del petróleo. En Brasil, un país con una marcada matriz energética de origen hidráulico, el principal resultado de ese afán fue el desarrollo de vehículos impulsados con un biocombustible que se convertiría en emblema brasileño: el etanol. Durante las últimas décadas, el interés por otras fuentes se ha visto impulsado por una preocupación creciente: el calentamiento global.

Los automóviles eléctricos se presentan como una alternativa amigable con el medio ambiente, aun cuando se los alimente con electricidad generada por centrales termoeléctricas contaminantes, avalados por su eficiencia. El alto costo asociado a las baterías, cuya eficiencia aún se halla lejos de lo deseable, configura un problema, así como la necesidad de contar con una infraestructura de abastecimiento para que esa opción resulte efectivamente viable.

El reportaje de tapa de esta edición (página 18) ofrece un panorama actual de los vehículos eléctricos: los desafíos tecnológicos, los diferentes tipos, el escenario internacional y las perspectivas en Brasil. En el caso brasileño, una de las posibilidades sería el desarrollo de una versión híbrida que aproveche las ventajas de los eléctricos sin descartar, empero, al etanol y su importancia para la industria automovilística y la economía. Para ello, será necesaria una exhaustiva labor de investigación y desarrollo.

La sustitución de vehículos contaminantes por otros no contaminantes es deseable, pero existen otros factores en juego, tales como los congestionamientos urbanos y las inversiones necesarias para las nuevas estructuras de distribución de energía. En cuanto a la cuestión de la sostenibilidad, los avances tecnológicos deben analizarse teniendo en cuenta el ciclo completo: la materia prima, el gasto energético y la emisión de contaminantes durante su fabricación, su eficiencia y los impactos de su descarte, entre otros ítems. También debe pensárselos en términos más amplios, en el contexto de las políticas públicas, de los incentivos al transporte individual, tal como sostienen algunos grupos, o de prioridad al transporte público, como piden otros.

Todos estos asuntos convergen en el tema de una entrevista de la presente edición. El antropólogo brasileño Eduardo Brondizio, quien está radicado en Estados Unidos, es uno de los coordinadores de un panel de la ONU que trabajan en una evaluación sobre la biodiversidad y sus aportes a la sociedad (página 28). El grupo estudia temas que enlazan problemas ambientales y sociales, tales como la conciliación de políticas contra la pobreza con las políticas de conservación. Uno de los objetivos consiste en ampliar el debate sobre los cambios climáticos de manera tal que esta iniciativa no sea vista como un fin en sí mismo, sino como parte de un proceso de cambio.

Esta edición también tiene una sólida presencia femenina: de algunas como reconocimiento póstumo a su actividad en la ciencia, como es el caso de la matemática iraní Maryam Mirzakhani, la primera mujer en recibir la Medalla Fields (página 42), la psicóloga Ecléa Bosi, quien se dedicó a estudiar la colectividad y la memoria (página 88), y la etnógrafa austríaca Wanda Hanke (página 90), que se aventuró en solitario por el interior de Brasil en la década de 1930. En una entrevista, la cristalógrafa Yvonne Mascarenhas, de 86 años, recientemente galardonada por la Unión Internacional de Química Pura y Aplicada (Iupac, según sus siglas en inglés), se refirió a los comienzos en Brasil del área del conocimiento que utiliza los rayos X para el estudio de la estructura de las moléculas (página 50).

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