El avance de la presencia indígena en el mundo académico, el diálogo de los artistas contemporáneos con los métodos de las ciencias sociales y la revisión del canon artístico propuesta por los historiadores han propiciado la incorporación de obras producidas por los pueblos originarios en los museos de arte, ampliando su presencia más allá de las colecciones etnográficas y arqueológicas. Este movimiento ha ido creciendo en países como Australia y Canadá desde finales del siglo XX y, en Brasil, ha cobrado fuerza en los últimos cinco años. Instituciones tales como la Pinacoteca y el Museo de Arte de São Paulo (Masp), ambos en la capital paulista, invierten en la adquisición de obras, organizan exposiciones y contratan curadores indígenas con el propósito de repensar sus colecciones.
Con el protagonismo aborigen como uno de sus vectores principales, este fenómeno también ha sido impulsado por los debates académicos, donde los estudios del alemán Hans Belting configuran uno de los hitos teóricos de este proceso. “Según Belting, la historia del arte debe abrirse para crear tradiciones diferentes y romper con las clasificaciones etnocéntricas”, dice la antropóloga Ilana Seltzer Goldstein, de la Escuela de Filosofía, Letras y Ciencias Humanas de la Universidad Federal de São Paulo (EFLCH-Unifesp). Con un enfoque similar, la historiadora del arte Claudia de Mattos Avolese, del Instituto de Artes (IA) y del posgrado en historia del Instituto de Filosofía y Ciencias Humanas de la Universidad de Campinas (IFCH-Unicamp), recuerda que cuando comenzó a formarse el campo de la historia del arte, en el siglo XIX, el concepto de lo bello aún era determinante para definir al objeto artístico. “Asimismo, se instituyó una jerarquía entre los géneros estéticos, en la que ciertos medios como la pintura al óleo se valoraban más que otros. Así, pues, se generó un canon incapaz de incorporar, por ejemplo, a las piezas producidas en contextos de rituales indígenas”, explica. Según De Mattos Avolese, su generación recibió una formación que restringía el campo de la historia del arte a la tradición occidental europea. Las expresiones artísticas indígenas o africanas eran consideradas objetos de análisis antropológico.
En los últimos años, las obras indígenas pasaron a formar parte de las colecciones permanentes de instituciones como el Museo de Arte de São Paulo
La curadora de la Pinacoteca del Estado de São Paulo, Fernanda Pitta, hace notar que los libros de estudio de mayor circulación en las carreras universitarias, entre ellos, obras de Walter Zanini, José Roberto Teixeira Leite y Pietro Maria Bardi (1900-1999), comienzan relatando la historia del arte en el país a partir de los trabajos de los pueblos originarios. “Pese a que se lo reconoce como parte de la historia artística nacional, el arte indígena ha sido considerado como un artefacto, marcando presencia en instituciones arqueológicas y etnográficas. Los museos de arte no han incorporado estas obras a sus colecciones, en contraste con la importancia de esa producción, incluso la más reciente”, afirma Pitta, quien también es docente de la Fundación Armando Álvares Penteado (Faap).
Con el anhelo de ampliar este campo de reflexión, De Mattos Avolese fundó, hace cinco años, una nueva línea de investigación en la carrera de posgrado de la Unicamp, denominada “Cuestiones de arte no europeo centrado en las culturas nipo-brasileña, amerindia y africana”. “El campo de la historia del arte se está abriendo para abordar otras formas de producción cultural. En este sentido, una de las formas de bordear el eurocentrismo de la disciplina consistió en aprender con los métodos de la antropología”, informa. En esa misma dirección, Goldstein relata que desde su creación, en 2009, la carrera de grado en historia del arte de la Unifesp incluye el arte amerindio, islámico, asiático y africano en el programa de materias obligatorias, que se imparten junto a otras disciplinas tradicionales centradas en el Renacimiento y el Barroco. En sus clases sobre las artes amerindias, Goldstein utiliza la bibliografía de la antropología como medio para comprender mejor el significado de ciertas expresiones artísticas. “Al leer extractos de etnografías de diversos pueblos aprendemos, por ejemplo, que las pinturas corporales pueden comunicar algo sobre la identidad de la persona pintada y facilitar las conexiones con seres sobrenaturales y otros niveles del cosmos”, dice.
El director general de la Pinacoteca, Jochen Volz, dice que este proceso de expansión ha puesto de manifiesto los límites de las categorías adoptadas por los críticos para adjudicarles valor a las obras, incluyendo las nociones de arte erudito, naíf, popular, folclórico o de artesanía. La Pinacoteca, creada en 1905 a la par del Liceo de Artes y Oficios, adoptó como parámetro, desde sus inicios, las técnicas y los criterios del arte europeo, que, como apunta Volz, signaron la forma de pensar el arte en el país durante la mayor parte del siglo XX. “Sin embargo, las definiciones que solíamos utilizar empezaron a cuestionarse en un momento en que también empezamos a preguntarnos qué versión de la historia del arte pretendíamos contar en la institución”, informa. Según Volz, estas reflexiones repercuten en los debates que tienen lugar en todo el mundo, especialmente en países como Canadá, Estados Unidos y Australia.
En su tesis doctoral defendida en 2012 en la Unicamp, que incluyó una pasantía en la modalidad sándwich en la Universidad Nacional Australiana en Canberra (Australia), Goldstein estudió la inserción del arte aborigen del país en el sistema artístico. “El caso australiano es único, ya que hasta mediados de los años 1970 los aborígenes eran vistos como el pueblo más ‘primitivo’ del planeta y, hoy en día, sus obras circulan por bienales como la de Venecia y son adquiridas por instituciones como el Museo de Arte Moderno [MoMa] de Nueva York”, comenta. En Australia, según la investigadora, la mayoría de los museos de arte cuentan con piezas indígenas en sus colecciones. Esta realidad, explica Goldstein, pudo construirse con la ayuda de políticas gubernamentales que comenzaron a desarrollarse hace alrededor de cuatro décadas y que incluyen premios, financiación para la creación de cooperativas, cursos de gestión y la obligatoriedad de contar con curadores indígenas en los museos del país que albergan colecciones aborígenes.
El arte indígena también ha conquistado nuevos espacios institucionales en Brasil. Este movimiento surge principalmente de la articulación de los propios pueblos originarios, que comenzaron a vislumbrarlo como una oportunidad para llamar la atención sobre demandas específicas, tales como el derecho a la demarcación de tierras y el fortalecimiento de las cuestiones de identidad. “La visibilidad que los artistas indígenas han alcanzado en los últimos años se debe a una confluencia de factores históricos, que van desde el marco de garantía de derechos establecido por la Constitución de 1988, hasta una intensa producción cinematográfica, literaria, musical y de contenidos para las redes sociales, así como una ampliación de la presencia en la educación de posgrado”, resalta Jamille Pinheiro Dias, investigadora del proyecto “Culturas del antirracismo en América Latina”, de la Universidad de Mánchester, en el Reino Unido.
En los últimos 10 años, el filósofo y doctor en educación por la Universidad de São Paulo (USP) Daniel Munduruku ha advertido un cambio en la apreciación de las artes indígenas, motivado inicialmente por la producción cinematográfica de diversos grupos, sumado a la aparición de escritores. “Este movimiento ha propiciado el surgimiento de una perspectiva ampliada de lo que son las artes visuales en el país”, comenta Munduruku. Pinheiro Dias resalta que la producción indígena siempre ha estado presente en la historia de Brasil. La diferencia es que, hoy en día, esta producción ha adquirido visibilidad. “Artistas como Denilson Baniwa y Daiara Tukano dejan claro que el arte no está separado de la lucha del movimiento indígena sino todo lo contrario, representa su expansión”, sostiene la investigadora.
Goldstein recuerda que las vanguardias modernistas europeas de las dos primeras décadas del siglo XX ya se aproximaban a la cultura de los pueblos no occidentales, especialmente a los de África y Oceanía. Ella ubica en ese momento la existencia de una primera ola de interés por las formas de expresión de los pueblos originarios. “Los artistas de esa vanguardia se apropiaron de las temáticas de esos pueblos, no para conocerlos mejor, sino para criticar el modo de vida y el sistema del arte occidental”, informa la antropóloga. En este sentido, ella recuerda que los estudiosos del cubismo afirman que el cuadro Les demoiselles d’Avignon, de Pablo Picasso (1881-1973), habría sido realizado inspirándose en las máscaras africanas para crear rostros geométricos y estilizados.
A finales del siglo pasado se inició una segunda oleada de interés por los pueblos indígenas en el medio artístico, según Goldstein. “Los artistas contemporáneos empezaron a utilizar métodos de la antropología y de la sociología, tales como la investigación etnográfica o la elaboración de cuestionarios, y también a debatir cuestiones de identidad y representación, en un momento que algunos autores caracterizaron como un giro antropológico en el arte contemporáneo”, describe. En este recorrido, ella menciona a la artista estadounidense Claire Pentecost, docente del Departamento de Fotografía de la Escuela del Instituto del Arte de Chicago, quien en 1990 realizó una exposición basada en la historia de Ishi (?-1916), el último representante de un pueblo desaparecido que habitaba la región de California. Pentecost entrevistó a los indígenas para recabar memorias de ese personaje, y su obra fue resultado de las respuestas que obtuvo. Además de Pentecost, en 2007 el alemán Uriel Orlov expuso en un centro de arte contemporáneo de Friburgo (Alemania) un vídeo con escenas de su encuentro, 10 años antes, con el rey de Benín, en África. En aquella ocasión, conversaron sobre los bronces saqueados del país por los británicos en el siglo XIX y que, hoy en día, se encuentran dispersos por los museos europeos. “Este movimiento también está presente en Brasil, donde artistas y curadores no indígenas han buscado estrechar lazos con los pueblos originarios”, comenta Goldstein, refiriéndose a la curaduría de Moacir dos Anjos en A queda do céu [La caída del cielo], una exposición organizada en el Paço das Artes de São Paulo a principios de 2015, que remite al libro homónimo publicado por Davi Kopenawa y el antropólogo Bruce Albert; la obra de Bené Fonteles en la Bienal de São Paulo de 2016, que consistió en la construcción de una maloca o choza en el pabellón de la exposición, o incluso el billete Zero real [Cero real], de Cildo Meireles, estampado con la efigie de un aborigen. “Al contemplar el universo amerindio, las iniciativas como estas han aumentado la sensibilidad hacia la obra de los artistas indígenas en espacios institucionales antes dominados exclusivamente por el arte occidental”, dice. Como parte de este proceso, los artistas indígenas han comenzado a exponer en museos universitarios, como en el caso de la muestra Mira – Artes visuais contemporâneas dos povos indígenas, que se llevó a cabo en 2014, en el Espacio del Conocimiento de la Universidad Federal de Minas Gerais (UFMG), y Reantropofagia, organizada en el Centro de las Artes de la Universidad Federal Fluminense (UFF) en 2019, cuya curaduría estuvo a cargo de Denilson Baniwa.
En la estela de este proceso, la Pinacoteca de São Paulo inauguró en octubre su primera exposición dedicada al arte de los pueblos originarios de Brasil. La muestra, intitulada Véxoa: Nós sabemos, cuenta con curaduría indígena a cargo de la doctora en educación Naine Terena, y reúne pinturas, esculturas, objetos, videos, fotografías y performances de 23 artistas o colectivos artísticos de diferentes regiones del país. Pitta, de la Pinacoteca, explica que esta iniciativa partió de los debates que surgieron en 2017 con el propósito de revisar el patrimonio de la institución y buscar estrategias para incorporar el arte indígena a las colecciones. Ese año fue invitada por el Clark Art Institute, un centro de investigación en historia del arte de Estados Unidos, para dirigir un grupo de estudio sobre cuestiones teóricas y metodológicas con miras a desarrollar el proyecto de reinstalación de la exposición de larga duración de la Pinacoteca.
En 2018, con una ayuda de investigador visitante concedida por la FAPESP a Christopher Heuer, de la Universidad de Rochester y uno de los directores de The Clark Art Institute, ambos en Estados Unidos, y en el marco de un proyecto coordinado por Avolese, Pitta y Valéria Piccoli, también curadora de la Pinacoteca, se conformó un grupo de estudio en Brasil, con la participación de estudiantes de posgrado de la Unicamp, la Unifesp y la USP. “En esa ocasión, mantuvimos un debate sobre las relaciones entre el arte, la etnografía y la cultura visual como un camino para estructurar la nueva exposición de la colección permanente de la Pinacoteca”, relata Pitta. La nueva presentación de la colección permanente de arte brasileño de la institución, inaugurada en octubre de 2020, ha sustituido a la narrativa anterior, lineal y cronológica, que ahora pasó a ser temática. Algunos de estos temas, como el territorio y el cuerpo, parecen influenciados por el pensamiento indígena, desde la perspectiva de Goldstein.
En 2018, la Pinacoteca organizó un seminario internacional que reunió a pensadores comprometidos con las reformulaciones en el ámbito de los museos. “Entre los invitados estaba Naine Terena, que en su alocución convocó a que la institución pensara qué espacio estaba dispuesta a ofrecerles a los artistas indígenas”, recuerda Pitta, al citar su trayectoria en la articulación de actividades entre los pueblos indígenas y su colaboración con la Bienal de São Paulo, en 2016. La institución invitó entonces a Terena para que oficiara como curadora de la exposición que se inauguró en octubre. “Reunimos una vasta y diversa cantidad de producciones para demostrar que el arte indígena contemporáneo involucra desde la cerámica tradicional hasta los desarrollos audiovisuales”, informa la curadora, quien llama la atención sobre el protagonismo indígena en el proceso de ganar espacio en los museos de arte. “Antes de dedicarme a la curaduría de arte indígena ya trabajaba con arte contemporáneo, con artistas como Gervane de Paula, por ejemplo. En 2012, con fondos del Concurso Cultural de Petrobras, realicé la curaduría de una exposición de arte indígena en un pequeño museo de la ciudad de Aquidauana, en el estado de Mato Grosso. La forma de romper con el eurocentrismo en las artes ha sido el levantamiento de los pueblos originarios, en diferentes épocas”, sostiene.
Con el objetivo de ofrecer nuevas perspectivas sobre la producción indígena, el fotógrafo Edgar Correa Kanaykõ expuso en la Pinacoteca cinco obras sobre actividades realizadas en el Campamento Terra Livre de Brasilia. Él relata que empezó a tomar fotografías en la década de 2000, cuando llegó la energía eléctrica a su aldea, ubicada en el norte de Minas Gerais, y se compraron computadoras y cámaras fotográficas. “La aldea disponía de una asociación que adquirió esos equipos con el propósito de registrar los proyectos desarrollados por el pueblo Xakriabá. Hoy en día, a través de la fotografía, puedo mostrar desde mi propia perspectiva lo diversa que es nuestra identidad”, refiere. Gustavo Caboco, otro de los participantes de la exposición, que sigue en cartelera hasta el 22 de marzo, destaca la forma en que la producción indígena fue presentada por la Pinacoteca. A diferencia de los museos de arqueología y etnografía, donde los objetos indígenas suelen exponerse indistintamente, atribuyéndose las piezas de forma colectiva a un grupo étnico, cada obra expuesta en la Pinacoteca tiene su autoría identificada. “Véxoa es la primera gran exposición organizada en una institución pública de arte y pone de manifiesto los importantes cambios que se están produciendo en los espacios museísticos del país”, reconoce Goldstein, de la Unifesp. “Esta iniciativa también configura un hito, porque se produce en un contexto de transformación de las políticas de adquisición y constitución del patrimonio cultural de la Pinacoteca, que ha adquirido obras de Denilson Baniwa, Jaider Esbell, Daiara Tukano, Edgar Kanaykõ, Gustavo Caboco y del Colectivo Mahku. Esta proyección colectiva constituye no solamente un cambio en los discursos estéticos, sino también una conquista de poder político y económico para los pueblos originarios”, considera Dias, de la Universidad de Mánchester.
En una trayectoria similar a la de la Pinacoteca, el Masp incorporó en 2019 las primeras obras de arte indígena a su colección permanente, a partir de donaciones realizadas por los propios artistas. Ese mismo año, la institución contrató a su primera curadora indígena, Sandra Benites, quien realiza un doctorado en antropología social en el Museo Nacional de la Universidad Federal de Río de Janeiro (MN-UFRJ). Para 2023, el museo tiene previsto organizar una exposición sobre historias indígenas, cuya curaduría estará a cargo de Benites.
Proyecto
Comparativismo más allá de Occidente: Nuevas teorías y métodos para una historia del arte inclusiva (nº 17/23454-8); Modalidad Ayuda de Investigación – Investigador Visitante; Investigadora responsable Claudia Valladão de Mattos Avolese (Unicamp); Visitante Christopher Heuer; Inversión R$ 48.810,41
Artículo científico
GOLDSTEIN, I. S. Da “representação das sobras” à “reantropofagia”: Povos indígenas e arte contemporânea no Brasil. MODOS. Revista de História da Arte. Campinas. v. 3, n. 3, p. 68-96. sept. 2019.