En el mes de junio, en medio de la mayor catástrofe socioambiental y climática que haya padecido Rio Grande do Sul, la ingeniera civil Luciana Paulo Gomes fue categórica: “No hay duda de que esto va a volver a ocurrir, y tenemos que estar preparados”, advirtió la investigadora del programa de posgrado en ingeniería civil de la Universidad de Vale do Rio dos Sinos (Unisinos), en São Leopoldo, Área Metropolitana de Porto Alegre.
Se refería a las lluvias torrenciales y persistentes que azotaron a 478 de los 497 municipios del estado brasileño de Rio Grande do Sul durante los dos meses previos y que dejaron parte de la capital del estado bajo el agua (lea en Pesquisa FAPESP, edición nº 340). Tan solo durante el mes de mayo, las precipitaciones en Porto Alegre acumularon 513,6 milímetros, casi quintuplicando el volumen promedio del mes. Todo este caudal se sumó al de los ríos que desaguan en el lago Guaíba, situado frente a la capital, y la ciudad acabó inundada. Las imágenes de una Porto Alegre sumergida dieron la vuelta al mundo y el aeropuerto Salgado Filho, uno de los más importantes de Brasil, quedó inoperante por tiempo indefinido. De los 81 barrios de la ciudad, 46 se vieron afectados. Cinco personas murieron y 13.000 se quedaron sin hogar.
Expertos consultados por Pesquisa FAPESP aseguran que el daño causado por las inundaciones de este año podría haber sido mucho menor si el sistema de protección contra las crecidas, instalado hace 54 años en las zonas norte y central de la ciudad, hubiese funcionado en forma adecuada.
“No habríamos tenido ni el 10 % de las inundaciones que padecimos en Porto Alegre si este sistema, que es sólido y eficiente hasta la cota de 6 metros [m], hubiera recibido el mínimo mantenimiento de rutina”, dice el ingeniero electricista Vicente Rauber. Especialista en planificación energética y ambiental, Rauber fue director entre 1990 y 1992 del Departamento de Desagües Pluviales (DEP) de la ciudad, absorbido en 2017 por el Departamento Municipal de Agua y Alcantarillado (DMAE). Y recuerda que en 2014 había un plan para la modernización del sistema de prevención de las inundaciones de la ciudad. “Por entonces, el gobierno federal había asignado una partida presupuestaria de 124 millones de reales para las obras, pero ante la ausencia de los estudios necesarios para la continuidad del proyecto, los fondos retornaron a la Nación en 2019”, relata.
El ingeniero ambiental Fernando Fan, del Instituto de Investigaciones Hidráulicas de la Universidad Federal de Rio Grande do Sul (IPH-UFRGS), emitió una apreciación similar. “El sistema de protección estaba bien diseñado y la zona central de Porto Alegre debería estar protegida, aunque el nivel del lago Guaíba ascendiera a 6 m por encima de su cota normal”, explica. “Sin embargo, cuando el agua alcanzó los 4,5 m, se produjeron fallas. Esto podría haberse evitado si no hubiese existido una negligencia histórica en el mantenimiento del sistema y se hubieran realizado las mejoras pertinentes”.
La preocupación por las crecidas e inundaciones han sido una constante para la población de Porto Alegre, ciudad que limita al norte con el río Gravataí y al oeste con el lago Guaíba. Su relieve, en gran parte llano, está situado a unos 10 m por encima del nivel del mar, pero es tan solo 3 m más alto que el Guaíba. En los últimos 100 años, algunas inundaciones históricas signaron la vida de sus habitantes. La mayor y más recordada se produjo en 1941, cuando en 10 días, el Guaíba subió 4,75 m e invadió la zona central de la ciudad. Ese había sido el nivel más alto alcanzado por el lago hasta los sucesos de 2024. Otras dos inundaciones importantes, en 1965 y 1967, llevaron a la ciudad a planificar un sistema de protección contra las inundaciones.
El sistema
El sistema de protección, construido a principios de la década de 1970 por el entonces Departamento Nacional de Obras y Saneamiento (DNOS), está constituido por 68 kilómetros (km) de diques, barreras erigidas a orillas del Gravataí y del Guaíba que rodean la ciudad (véase el mapa abajo). Estos diques, hechos de tierra, son estructuras reforzadas que se elevan 3 m sobre el nivel del suelo, y 6 m por encima del nivel medio del Guaíba. Por encima de ellos pasan carreteras importantes, como la BR-290, conocida con el nombre de Freeway, al norte, o las avenidas Castelo Branco (en el barrio de Navegantes), Edvaldo Pereira Paiva (en el barrio Praia das Belas) y Diário de Notícias (en el barrio Cristal). Cerca del casco histórico de la ciudad, entre la terminal de autobuses y el barrio Praia das Belas, el dique de tierra se convierte en un muro de hormigón de 3 m de altura y 2,6 km de extensión conocido como Muro da Mauá, que separa la avenida homónima de los muelles del puerto. El sistema de protección también cuenta con al menos 5 defensas de tierra (algunas incompletas), denominadas diques interiores, que ingresan a los barrios bordeando arroyos para evitar que estos se desborden.
A lo largo de los diques externos, sobre los cuales pasan avenidas y carreteras, y del Muro da Mauá, hay 14 compuertas de hierro. “Si el nivel del lago empieza a subir mucho, se las cierra para evitar las inundaciones en el área urbana”, explica el ingeniero civil Carlos Tucci, profesor jubilado del IPH.
En 23 puntos del sistema de contención hay estaciones de bombeo conocidas como casas de bombas, diseñadas para drenar el exceso de aguas pluviales que, a través de tuberías subterráneas, se vierten en el Guaíba y en los arroyos cercanos. Según Fan, del IPH, este sistema de bombeo posee presión suficiente como para despejar, cuando todo funciona correctamente, el agua de la ciudad en el lago y en los arroyos, impidiendo que esta retorne, incluso después de que se hayan desbordado.
El sistema fue diseñado para proteger a la ciudad de una inundación como la de 1941 y tiene un margen de seguridad de 1,25 m en comparación con el mayor nivel alcanzado en aquel año, de 4,75 m. Antes de que el sistema estuviera terminado, un aumento de 3 m del nivel del Guaíba inundaba los muelles y el centro de Porto Alegre. Si esta estructura hubiera funcionado como se esperaba, en principio hubiera sido suficiente para contener la crecida de este año porque el 5 de mayo, en el punto de apogeo de la crisis, el Guaíba llegó a 5,33 m. Empero, una sucesión de fallas impidió que el sistema funcionara en forma adecuada.
A principios de mayo, 19 de las 23 casas de bombas se inundaron a raíz de las lluvias y hubo que desconectarlas de la red eléctrica debido al riesgo de que el agua se electrificara y provocara accidentes. Así, en lugar de despejar el agua fuera de la ciudad, las tuberías de esas estaciones sirvieron como canal de entrada de las aguas del Guaíba.
Fue lo que ocurrió, por ejemplo, en el barrio Menino Deus, en la zona del centro-sur de la capital gaúcha. El 5 de mayo, en el primer pico de la creciente, la casa de bombas de la región dejó de funcionar por falta de generadores y el barrio se inundó. “En el segundo pico, el 14 de mayo, casi tan alto como el primero, los generadores funcionaban y el barrio se mantuvo seco”, relata el ingeniero ambiental Iporã Possantti, estudiante de doctorado del IPH y autor de un mapa interactivo del potencial de inundación de las áreas de Porto Alegre.
Giulian Serafim / PMPALas aguas del Guaíba se acumulan en la avenida Mauá frente a una de las compuertas del sistema de contención de inundacionesGiulian Serafim / PMPA
“En este caso hubo una falla de proyecto”, dice Tucci. “Las tuberías de las 23 estaciones de bombeo deberían tener instaladas válvulas flaps, que se cierran cuando las bombas no funcionan, evitando que el agua del lago ingrese a la ciudad”. Otra deficiencia es la ubicación del sistema eléctrico de las estaciones. “Haber dejado la parte eléctrica del sistema por debajo del nivel de inundación no ha sido lo más acertado”, dice Gomes, de la Unisinos. “Ahora hay que pensar en introducir modificaciones para elevar estas estructuras”.
Las compuertas tampoco bloquearon la entrada de agua del Guaíba. “Varias de ellas no llegaban a sellar el espacio existente entre las placas de metal y el dique de hormigón. Se trata de materiales diferentes y el cierre requiere de un mantenimiento adecuado como para que funcione en forma eficaz”, explica la investigadora. Fan, del IPH, fue testigo de esta falla. En mayo, en pleno pico de la creciente, visitaron con otros colegas del instituto algunas de esas compuertas ni bien dejó de llover. “Vimos al menos una compuerta con un vano de unos 20 centímetros. Hubo un problema de sellado”, dice.
Otro problema reside en que la altura pareciera no ser uniforme en toda la extensión de los diques. En el barrio de Sarandi, de la zona norte de Porto Alegre, uno de ellos se rompió por desborde. “Esto sucede cuando el agua pasa por encima del dique y provoca su erosión”, explica Fan.
El 17 de mayo, debido al gran volumen de agua que se acumuló en el casco histórico, el gobierno municipal tuvo que derribar la compuerta número 3, sobre la avenida Mauá, para permitir la salida del agua hacia el Guaíba. “Ahora estamos bloqueando ese tramo con bolsas de arena”, informa Gomes.
Su temor a que el problema se repita en el futuro está justificado. Los modelos climáticos apuntan que los fenómenos extremos como los que afectaron a Porto Alegre este año y en 2023 aumentarán en frecuencia e intensidad. “Sabemos que, con el cambio climático, disminuirá la cantidad total de ciclones extratropicales, pero aumentarán los más intensos”, dice el meteorólogo Manoel Gan, investigador jubilado del Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales (Inpe). “Una atmósfera más cálida concentra más vapor de agua. Y a mayor calor, la evaporación se incrementa todavía más, lo que lleva a un aumento de la disponibilidad de agua en la atmósfera. Como resultado de ello, las lluvias serán más copiosas”, explica. El pronóstico es que los eventos de este tipo afectarán a 1.942 municipios brasileños.
Los investigadores saben que el costo de mitigación de los daños es mucho más elevado que la inversión necesaria para prevenirlos. Tucci, del IPH, trabajó en un estudio solicitado por la alcaldía de Porto Alegre en 2023 para calcular los costos de la recuperación del sistema de drenaje y protección contra las inundaciones de la ciudad. “Para restaurar todo el sistema se necesitan 4.000 millones de reales, 400 millones solamente para reparar las estaciones de bombeo”, señala. Una vez ejecutado el proyecto, la gestión y el mantenimiento del sistema costarían 200 millones de reales al año. El daño financiero por no haber invertido en su recuperación aún se está calculando, pero ascendería a entre 6.000 y 8.000 millones de reales, solamente para la capital del estado, según un informe publicado en el periódico O Globo.
Una medida que podría contribuir a paliar este problema en el futuro consistiría en modificar el ordenamiento territorial urbano, introduciendo una nueva planificación del uso del suelo para garantizar zonas permeables, prever áreas para embalses de retención de agua, y la definición de criterios de permeabilidad y sostenibilidad para la habilitación de nuevos emprendimientos. Para el ingeniero civil Rodolfo Scarati, del Departamento de Ingeniería Hidráulica y Ambiental de la Escuela Politécnica de la Universidad de São Paulo, no existe una respuesta única que solucione todos los problemas de las áreas urbanas. “Cada cuenca hidrográfica tiene un comportamiento propio y requiere una respuesta específica”, dice. Es por ello que deben realizarse estudios meticulosos para poder anticiparse a retos conocidos. Cuando sobreviene una catástrofe, siempre surgen problemas que no se pueden prever. “Lo que hemos visto en Porto Alegre, en términos estadísticos, ni siquiera es lo peor que podría suceder”, advierte Scarati.
Para Rauber, urge un estudio minucioso e integral de las cuencas. El investigador es partidario de una estructura responsable del saneamiento que cuente con apoyo federal y abarque a las cuencas hidrográficas. “El saneamiento tiene que dejar de ser el ‘patito feo’ de las investigaciones. Es importante que haya más estudios sobre drenaje urbano e inundaciones y es crucial que se atiendan debidamente las recomendaciones”.
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