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CULTURA

La globalización en el siglo XIX

Un proyecto revela la intensa circulación de bienes culturales ‒sobre todo impresos‒ existente entre Francia, Inglaterra, Portugal y Brasil

ciculação transatlântica-1_v1DANIEL ALMEIDAMuchas décadas antes de la difusión de la palabra globalización, en el siglo XIX, el mundo letrado ignoraba a menudo las fronteras nacionales, al menos en Occidente. El polo difusor de bienes culturales era Francia y, con ella, el idioma francés, un símbolo de refinación utilizado cotidianamente incluso entre los miembros de la corte de los zares rusos. En un mercado creciente, Francia exportaba en 1840 aproximadamente mil toneladas de libros y revistas, cifra que trepó a 4,7 millones en 1890. Muchos de esos impresos en varios idiomas, posteriormente se reexportaban. Incluso cuando eran en francés, podían ser traducciones de textos redactados en diversos idiomas, sobre todo en alemán e inglés, que atendían en el extranjero a los ávidos lectores de elite, entre los que incluían los brasileños de los grandes centros urbanos. Se imprimía en Francia prácticamente en todos los idiomas conocidos, pues, dado su enorme parque gráfico, era más barato. Asimismo, en el caso brasileño, se pagaban impuestos por la importación de papel en blanco, pero no por la importación de libros.

Este efervescente panorama es reconstituido en un proyecto temático financiado por la FAPESP, intitulado La circulación transatlántica de impresos. La globalización de la cultura en el siglo XIX, que se puso en marcha en 2011 y cuya conclusión está prevista para agosto de este año. Los coordinadores generales del mismo son Márcia Abreu, del Instituto de Estudios del Lenguaje, de la Universidad de Campinas (IEL-Unicamp), y el francés Jean Yves-Mollier, de la Universidad de Versailles Saint-Quentin (Francia). La finalidad de dicho proyecto es “conocer los impresos y las ideas en circulación entre Inglaterra, Francia, Portugal y Brasil”. El período de cobertura toma como préstamo del historiador británico Eric Hobsbawm (1917-2012) el concepto de “largo siglo XIX”, cuyo hitos inicial y final son la Revolución Francesa (1789) y el comienzo de la Primera Guerra Mundial (1914). Para los temas estudiados, la fecha inaugural resulta apropiada, debido al hecho de que la Revolución Francesa alteró la legislación relativa al comercio de libros en Francia, lo que redundó en una profusión de publicaciones, a menudo efímeras, que se propagaron por el país y después por el mundo. Y la fecha de culminación constituye un mojón geopolítico global que afectó directamente a todos los países enfocados. Uno de los resultados del proyecto es el libro intitulado The cultural revolution of the nineteenth century: Theatre, the book-trade and reading in the transatlantic world (La revolución cultural del siglo XIX. El teatro, el comercio de libros y la lectura en el mundo transatlántico), una compilación de artículos publicada en diciembre en el Reino Unido por editorial I.B. Taurus y sin previsión de traducción en portugués.

En el período estudiado, los impresos solían llegar a Brasil, en promedio, veintiocho días después de su publicación en Europa, y se deparaban con un ejército de traductores dispuestos a atender, entre otras finalidades, la creciente demanda de publicaciones en forma de folletín al pie de las páginas centrales de los periódicos, en un fenómeno que no era no muy distinto al que se observa actualmente con relación a las series de televisión estadounidenses. Un aspecto también similar es el que indica que el éxito de los artículos extranjeros en el prometedor mercado ubicado debajo del Ecuador estimuló la producción local. Editores franceses y de otras nacionalidades europeas se mudaron a Portugal y a Brasil y se afianzaron exitosamente.

De entrada, el mercado brasileño fue objeto de disputa entre franceses y portugueses. Los libreros editores instalados en Brasil no sólo importaban y vendían libros producidos en Europa. También publicaban revistas y libros brasileños provenientes de imprentas de Francia y Portugal. “Asimismo, con el tiempo apuntaron al público lector portugués, con lo cual se invirtió el sentido del flujo secular de libros, a punto tal que la competencia de las obras lusitanas impresas en Brasil se convirtió en motivo de inquietud en Portugal”, dice la profesora. La preocupación se extendía al fenómeno de la contrahechura de libros y revistas, que no era otra cosa que la piratería de productos culturales, algo también común en el mundo contemporáneo. Portugal ya contaba con una población mucho menor (5,5 millones de habitantes en 1900) que la de Brasil (18 millones en ese entonces) y un índice de analfabetismo equivalente (alrededor del 25%), lo que tornaba al mercado brasileño más pujante y comercialmente más atractivo.

ciculação transatlântica-2_v1daniel almeidaLa urbanización
Una tendencia de ese período fue la consolidación de la vida en las ciudades. Es también una época de distancias que se acortaron, no sólo debido al avance de las vías férreas, sino también a cauda de la invención y la diseminación de la prensa a vapor, la mecanización de la fabricación del papel y el surgimiento del telégrafo, a comienzos del siglo XIX, hasta desembocar en la impresión rotativa, la linotipia y la fotografía, durante sus últimas décadas. “El consumo cultural ya podría ser el tradicional, basado únicamente en lo que se difundía desde los púlpitos de las iglesias”, afirma Tania de Luca, docente del Departamento de Historia de la Facultad de Ciencias y Letras de la Universidade Estadual Paulista (Unesp) y encargada de la coordinación del estudio de los periódicos en el marco del proyecto.

Según Márcia Abreu, lo que les permitió a los investigadores analizar en forma inédita la participación brasileña en el circuito de intercambio de productos culturales e ideas fue el hecho de dejar de lado “la tradición centrada en la idea de nación”, tal como se había propuesto en 2010, un año antes del comienzo de los trabajos de la investigación, durante un encuentro realizado en la Universidad de Versailles y coordinado por Jean-Yves Mollier. El grupo que se congregó en torno del proyecto está constituido por 40 investigadores pertenecientes a 19 instituciones científicas de los cuatro países estudiados. Y el núcleo inicial, que incluye al historiador francés Roger Chartier, bastante conocido en Brasil, volvió a encontrarse anualmente. “En aquel primer encuentro, algunos de los trabajos que se presentaron mostraron que, ya en el siglo XIX, existía un anhelo de los países internacionalmente menos relevantes de volverse conocidos en Francia. Cuando nos apartamos de los lindes de los territorios nacionales, empezamos a percatarnos acerca de la existencia de hechos y personajes que antes prácticamente no tenían visibilidad.”

Traducciones
Entre esos actores, cobra relieve la importante figura del traductor, un profesional sumamente requerido en todos los países estudiados y, en su condición de mediador entre ellos, casi un símbolo de la globalización de la cultura. Los traductores eran profesionales polivalentes, que se ejercitaban en diversas actividades intelectuales y se agrupaban en la categoría genérica de “hombres de letras”. “Incluso en Francia, un país central, una parte de lo que se leía correspondía a traducciones”, sostiene Abreu. Un representante paradigmático de esa categoría profesional en Brasil fue el fluminense Salvador de Mendonça (1841-1913), traductor contratado por Casa Garnier, la editorial que publicó también su novela más conocida, Marabá (1875). Era también poeta, dramaturgo, crítico, periodista y, posteriormente, fue cónsul general de Brasil en Estados Unidos.

Lo curioso es que un traductor como De Mendonça, cuando ejercía la función de crítico, condenaba la amplia circulación de obras extranjeras en Brasil. Era una época de construcción de literaturas nacionales “como cimiento de las naciones que se formaban” y ésa era la ambición de los hombres de letras que, así y todo, debían ejercer como traductores, como una manera de complementar sus ingresos, sostiene Abreu. Incluso Machado de Assis (1839-1908), conocido como el gran autor brasileño de novelas del siglo XIX, actuó como crítico, cronista, dramaturgo y traductor. El único autor brasileño del período estudiado que vivió exclusivamente de la literatura durante algún tiempo fue Aluísio Azevedo (1857-1913), muy criticado por intelectuales que consideraban que éste se sometía al gusto popular.

La investigadora pone de relieve que los traductores tenían “una gran libertad para hacer modificaciones: no había tanto respeto al original como existe actualmente”. De este modo, surge la pregunta acerca de qué “versiones” de las novelas del francés Émile Zola (1840-1902) se leían en Brasil, donde el autor gozaba de gran prestigio entre el público, por ejemplo. De manera análoga, prácticamente todo lo que se conocía en Brasil de las literaturas inglesa y alemana de ese período llegaba traducido de otras traducciones en francés, cosa que ocurría también con los libros comercializados entre los países europeos.

“En términos de géneros, la gran novedad de la época fue el surgimiento del folletín, que se concreta durante la misma década de 1830 en Brasil y en Francia”, recuerda Abreu. Era un momento de popularización de la lectura y de surgimiento de un público que buscaba textos ágiles y tramas con movimiento. La mayoría de las novelas publicadas en forma de libros tenía su origen en folletines, aunque no todo folletín se convertía en libro. La publicación en los periódicos, que no les resultaba demasiado costosa a los editores, hacía las veces de prueba previa a la publicación en un formato más duradero. “Una historia con buena aceptación hacía hasta cuadruplicar la circulación de un periódico”. Debido a que cada novela, por una cuestión de limitaciones técnicas, salía repartida en tres o cuatro tomos, su publicación en libro podía empezar antes de la conclusión del folletín en las páginas de los periódicos.

ciculação transatlântica-3_v2daniel almeidaIndigenismo
Otro episodio revelador de las múltiples direcciones del circuito de bienes culturales del siglo XIX que destaca Abreu es la del poeta Tomás Antônio Gonzaga (1744-1810) y su obra más conocida, Marília de Dirceu. Por su participación en la Conspiración Minera [Inconfidência Mineira], Gonzaga se encontraba desterrado en Mozambique cuando, probablemente sin su conocimiento, el libro salió publicado en Lisboa en 1792, y tuvo un enorme éxito de público, lo que generó otras tres ediciones hasta 1800. Esa repercusión en la “metrópoli” fue lo que llevó probablemente al librero franco-brasileño Paulo Martin Filho, radicado en Río de Janeiro, a reeditar la obra, lo que se concretó en 1810 y llevó a que ejemplares de la edición brasileña circulasen nuevamente en el mercado portugués. En 1825, traducido, el poema salió en francés con el título de Marilie – Chants élégiaques de Gonzaga. Y a ésa le siguieron traducciones en otros idiomas, del italiano al latín. “Una de las cosas interesantes de esa historia es que nadie sabe quién llevó esa obra fuera de Brasil, toda vez que Gonzaga se encontraba aislado en un país lejano, desde donde no volvería nunca”, dice Abreu.

La lectura indigenista fue sumamente apreciada en Europa, como así también aquélla a la que después se le daría el nombre de regionalista, representada por Inocência, del Vizconde de Taunay (1843-1899), traducida en varios idiomas. “De las novelas urbanas de José de Alencar [1829-1877], como Senhora, ambientada en la Corte, no hubo traducciones, probablemente porque los europeos juzgaban que era algo ya muy conocido”, dice Abreu. “Pero sus novelas O guarani, Ubirajara e Iracema convirtieron a Alencar en nuestro gran éxito del siglo XIX en el exterior.”

“Contrariando el sentido común que indicaba que Brasil era un país culturalmente atrasado y sin lectores, varias familias de libreros llegaron del exterior e instalaron aquí sus negocios”, comenta la investigadora. Desde el siglo XVIII, Francia exportaba editores a diversos lugares del mundo. Durante la segunda mitad de aquel siglo, 14 de los 17 libreros de Lisboa eran franceses. Con todo, hasta la mudanza de la familia real portuguesa a Brasil (1808), toda publicación en Brasil era clandestina. Por ende, se dependía de la iniciativa o de la autorización de la Prensa Regia, o, en algunos casos, de la utilización de su tipografía en régimen de alquiler. Sin embargo, durante el Segundo Reinado (1840-1889), las editoriales llegaron a contar con la ayuda directa del emperador Pedro II. El primer francés que llegó a Brasil para hacer negocios como editor y librero fue Paulo Martin Filho, cuyo padre, Paul Martin, ejercía ese oficio en Lisboa. Fue el más expresivo librero de Río de Janeiro a comienzos del siglo XIX y casi que no viene: por miedo a la competencia, la Junta Comercial portuguesa había intentado impedir la emisión de su pasaporte.

Ilustraciones
El más importante editor y librero extranjero de Brasil sería Baptiste Louis Garnier (1823-1893), cuyos hermanos eran editores en París, y que llegó a Río en 1844. “Gernier fue el responsable de la formación del canon de la literatura brasileña”, dice Lúcia Granja, docente de literatura y cultura brasileña de la Unesp, en su campus de la localidad de São José do Rio Preto, responsable de la coordinación de los estudios del área de libreros y editores del proyecto de cooperación internacional. “Garnier publicó a los grandes autores brasileños de aquel momento, atendiendo a una aspiración importante de los intelectuales de la época”, sostiene Granja. Fue el editor francés quien transformó a los autores brasileños en escritores remunerados, entre ellos a Machado de Assis. El librero publicaba también el Jornal das Famílias, impreso en Francia, un periódico en el cual intelectuales de Brasil imprecaban contra la presencia extranjera en las letras nacionales. “Hacía dinero con traducciones del francés y publicaba a los brasileños que le daban prestigio”, dice Granja. Garnier también editaba libros didácticos, religiosos y especializados. “Su producción seguía el modelo europeo, con dos ediciones simultáneas de cada libro: una barata y de lujo.”

Antes incluso de esa intensa actividad de circulación de libros, las revistas y los periódicos ya vivían un momento pujante y diversificado. “La prensa del siglo XIX  nació internacionalizada, con títulos y modelos que se repetían”, dice Tania de Luca. “La grande novedad del siglo sería la incorporación de imágenes”. Una novedad que se vería reflejada en publicaciones tales como la revista Ilustrada, fundada en Río por el caricaturista ítalo-brasileño Angelo Agostini, que circuló de 1876 a 1898. Era un periódico predominantemente de humor satírico y comprometido: la línea editorial abogaba por la instauración de la República y la abolición de la esclavitud, en un período en el cual ambas campañas estaban sobre el tapete.

En esa época eran comunes las publicaciones en las que se debatían ideas políticas y filosóficas. “En muchas revistas y periódicos se seleccionaban y se traducían textos de otras publicaciones, y eso se hacía en todo el mundo”, comenta Abreu. “Causas tales como la formación de los estados nacionales y la República constituían los temas de textos traducidos, reimpresos y asimilados, formando una gran comunidad en sintonía con las novedades de la época, incluso científicas”. Lo propio sucedía con las revistas dedicadas a la moda y al público femenino, que contenían también juegos y charadas, aparte de noticias del mundo del espectáculo. Algunas revistas de moda publicaban moldes de vestidos creados en Europa, y en el texto figuraban sugerencias de adaptaciones al clima cálido del trópico.

Un filón nada desdeñable para las editoriales y las tipografías era el relacionado con el teatro. “En esa época, los textos de obras teatrales constituían un género literario que circulaba en forma de libros”, dice Orna Messer Levin, docente del IEL-Unicamp y responsable del área de teatro del proyecto. Folletos, carteles, libretos y otros subproductos de los espectáculos teatrales también les redituaban dinero a los editores. “El teatro tenía una importancia enorme en el siglo XIX para los países europeos, pues constituía un instrumento destinado a la afirmación nacional. Los italianos divulgaban textos en su idioma, pero también piezas francesas, así como los portugueses traían a Brasil obras traducidas del francés.”

Giras por América
Las compañías teatrales trabajaban con una estructura empresarial y altamente profesionalizada. Los agentes viajaban con antelación a los países de destino para verificar la adecuación de las salas de teatro a los espectáculos que las compañías luego presentarían. Para sobrevivir en el verano, época en que en Europa no había presentaciones teatrales, los grupos hacían giras que empezaban en el norte de Brasil, descendían por la costa, llegaban a Uruguay y a Argentina y no rara vez daban la vuelta por el sur del continente y llegaban a la costa oeste de América del Sur y luego a Estados Unidos. En Brasil, eran el programa principal de la elite de la capital: las compañías llegaron a obtener subsidios del Estado imperial hasta la década de 1860.

Una crítica favorable o una temporada extendida en Río repercutía a favor del espectáculo en otros países, incluso en los países de origen de las compañías. Divas de los escenarios europeos, tales como la italiana Eleonora Duse y la francesa Sarah Bernhardt, vinieron presentarse en Brasil. Según Messer Levin, muchos artistas, y sobre todo actrices, se casaban y se quedaban en el país. El teatro local se benefició debido a ese ambiente en movimiento. El siglo XIX fue la época de los grandes actores, como João Caetano dos Santos, y de asimilaciones como las burlettas, los espectáculos satírico-musicales de Artur de Azevedo (1855-1908), que constituían una “respuesta” a las operetas europeas, un ejemplo de una especie de antropofagia cultural en una época previa al uso de ese término, acuñado por los modernistas de 1922.

Proyecto
La circulación transatlántica de impresos. La circulación de la cultura en el siglo XIX (nº 2011/07342-9); Modalidad Ayuda a la Investigación – Proyecto Temático; Investigadora responsable Márcia Azevedo de Abreu; Inversión R$ 741.770,00.

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