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MEMORIA

La gran dama de la botánica

Supervisora de estudiantes incluso antes de cursar la carrera de biología, Graziela Barroso describió 132 nuevas especies de plantas

La botánica de Mato Grosso do Sul planta un árbol en el Jardín Botánico de Río de Janeiro, junto a otros colegas y a Raulino Reitz, sacerdote y botánico catarinense (el segundo, desde la derecha), sin fecha

JBRJ / Archivo Graziela Maciel Barroso

Graziela Maciel Barroso (1912-2003) fue una figura central en la construcción de la botánica brasileña. “Fue un ejemplo de cómo es posible investigar con gran placer, con mucha satisfacción, inculcándonos la alegría del descubrimiento”, dice José Rubens Pirani, del Departamento de Botánica de la Universidad de São Paulo (USP), quien la conoció a principios de la década de 1980. Aunque los estudiantes preferían las flores más vistosas y grandes, ella insistía: “Hasta la flor más pequeña tiene características admirables. Pónganla bajo la lupa y verán lo maravillosa que es”.

Oriunda de Corumbá, en el estado brasileño de Mato Grosso do Sul, y también conocida como “la gran dama de la botánica”, formó a cientos de investigadores en programas de posgrado de universidades de Río de Janeiro, Recife, Campinas y Brasilia. Como investigadora del Jardín Botánico de Río de Janeiro (JBRJ), identificó 11 nuevos géneros y 132 especies nuevas de plantas, principalmente en familias de su especialidad, como las asteráceas, que incluyen al girasol, la margarita y la lechuga, y las mirtáceas, a la que pertenecen la guayaba, la pitanga y el gaupurú.

JBRJ / Archivo Graziela Maciel BarrosoEn el campus de la UnB, en 1967JBRJ / Archivo Graziela Maciel Barroso

“A lo largo de su carrera, la identificación una planta era una tarea mucho más ardua de lo que es hoy en día, porque era necesaria mucha investigación bibliográfica en bibliotecas y herbarios”, explica el botánico Marcelo da Costa Souza, coordinador del Jardín Botánico de la Universidad Federal Rural de Río de Janeiro (UFRRJ). En los últimos años, el acceso a las colecciones digitales en Brasil y de otros países ha agilizado incomparablemente este trabajo.

También publicó 65 artículos científicos y escribió libros fundamentales para la enseñanza y la investigación de la sistemática –o clasificación– de las plantas. Una de sus obras, Sistemática de angiospermas do Brasil [Sistemática de las angiospermas de Brasil] (Libros Técnicos y Científicos/Edusp), publicada en tres tomos entre 1978 y 1986, se convirtió en una referencia internacional.

Incluso después de tener que jubilarse por ley, en 1982, no dejó de investigar, enseñar y dirigir estudiantes. A los 87 años, en 1999, publicó otro libro, Frutos e sementes – Morfologia aplicada à sistemática de dicotiledôneas [Frutos y semillas. Morfología aplicada a la sistemática de las dicotiledóneas] (editorial UFV), en coautoría con Marli Pires Morim y Carmen Lúcia Ichaso, del JBRJ, y Ariane Luna Peixoto, de la UFRRJ. Los herbarios para los que identificó plantas ayudaron a catalogar especies en peligro de extinción y a preservar las áreas donde se encontraban.

Con los estudiantes
“Ella fue la mayor formadora de recursos humanos de su área en Brasil, durante el siglo XX”, dice Pires Morim. Para muchos, Barroso era “doña Graziela” o también “tía Graziela”, para sus pupilos más cariñosos. Este apelativo familiar revela la naturaleza de la formación, algo más que meramente técnica y científica que impartía a sus alumnos. Luna Peixoto, quien se doctoró bajo su dirección, relata que Maciel Barroso no separaba la labora de guía de la investigación y de guía de la vida cuando dirigía a sus alumnos. “Doña Graziela tenía una visión holística de la formación de los estudiantes. Tomaba a la investigación como parte de la vida, sin disociar la dimensión profesional de lo familiar y lo personal”.

Da Costa Souza recuerda que ella no lo presentaba a sus colegas como “mi alumno” o “mi dirigido”. Era “mi hijo”. Fue su directora cuando ya orillaba los 90 años. “Incluso con tanta experiencia, era una persona humilde y se daba cuenta de que tenía que seguir estudiando siempre”, dice.

Su acogida a los estudiantes podía tener reminiscencias maternales, pero no por ello dejaba de ser exigente. Pires Morim no se olvida el día en que le espetó: “Un director no es una niñera”.

JBRJ / Archivo Graziela Maciel BarrosoUna expedición al sur de Brasil para recolectar plantas, en 1964JBRJ / Archivo Graziela Maciel Barroso

Maciel Barroso alentaba a los estudiantes a comprometerse con su trabajo y les incitaba a investigar. “Tienes el fuego sagrado de la investigación científica”, le dijo al entonces principiante Pirani, tras asistir a uno de los primeros seminarios del joven botánico en el programa de posgrado de la USP, a principios de los años 1980. Pirani dice que Maciel Barroso les transmitía a sus alumnos el aprecio y la fascinación por el material que estudiaba.

Su devoción por la botánica, que se ponía de manifiesto en sus clases y en los herbarios, se desbordaba en las salidas al campo. Luna Peixoto estaba con ella en Goiás cuando por fin hallaron una especie que buscaban: Deianira nervosa, una hierba con flores rosadas. “Doña Graziela se agachó, la miró y murmuró una mezcla de poesía y rezo en la que describía con emoción las partes de la planta, la luz del sol y el propio cielo, terminando con una especie de acción de gracias”, recuerda. Pirani añade: “Hablaba y escribía de una forma más poética, con una veta romántica, algo que, entre nosotros, los científicos, se ve impedido por la exigencia de objetividad en la descripción de las plantas”.

Maciel Barroso solamente pudo dedicarse a la botánica a partir de los 30 años. Cuando tenía 16, se casó con el agrónomo Liberato Joaquim Barroso (1900-1949) y tuvieron dos hijos: Mirtila, quien se convirtió en artista plástica, y Manfredo, quien fue piloto de avión.

Cuando sus hijos eran adolescentes, decidió estudiar botánica, alentada por su marido, su primer y mayor maestro en la materia, según ella misma. Liberato trabajaba en el Jardín Botánico de Río de Janeiro y ella realizó pasantías allí. Pocos años después, en 1946, fue la primera mujer que se presentó a un concurso público para investigar en la institución. Quedó en segundo lugar.

JBRJ / Archivo Graziela Maciel Barroso El reconocimiento, al recibir una medalla en conmemoración del centésimo quincuagésimo aniversario del Jardín Botánico, en 1958JBRJ / Archivo Graziela Maciel Barroso

Continuó estudiando la sistemática botánica en el Jardín Botánico hasta la muerte de su marido, cuando ella tenía 37 años. Aunque carecía de formación académica en este campo, supervisaba a estudiantes y becarios de la institución. “Decía que la discriminaban por ser mujer. Le decían que su lugar estaba en su hogar, no investigando”, comenta Da Costa Souza.

A los 47 años, ingresó en la universidad. Poco después, en 1960, Manfredo murió cuando un DC-3 de la aerolínea Varig, del que era comandante, se estrelló durante un despegue fallido. Pese a hallarse devastada por la pérdida de su hijo, se graduó en Biología en la antigua Universidad del Estado de Guanabara, hoy Universidad del Estado de Río de Janeiro (UERJ).

Ya reconocida como investigadora y educadora, se doctoró a los 61 años en la Universidad de Campinas (Unicamp), en 1973. Antes de eso, había dirigido estudiantes y creado el Departamento de Botánica de la Universidad de Brasilia (UnB).

Entre 1966 y 1969, siendo docente en la UnB, fue testigo de las persecuciones del gobierno militar contra los docentes. En agosto de 1968, los militares invadieron la universidad y detuvieron a alumnos y no docentes. “Ella relataba que entonces tomó una bandera nacional y abrazó con ella a algunos estudiantes, intentando protegerlos durante la invasión. Luego fue a visitarlos en la cárcel”, dice Pires Morim.

mbzFund / FLICKR | Krzysztof Ziarnek, Kenraiz / Wikimedia CommonsDos especies bautizadas en su honor: Aspilia grazielae, de la familia de los girasoles, y Philodendron grazielae, una enredadera rara y perennembzFund / FLICKR | Krzysztof Ziarnek, Kenraiz / Wikimedia Commons

Maciel Barroso escribió cartas pidiendo la liberación de los estudiantes al rector de la universidad y a la Presidencia de la República. También protestó por el despido sumario de profesores. Más tarde advirtió sobre los desmontes causados por la construcción de la carretera Transamazónica. Como el gobierno la consideraba comunista y opositora al régimen, se le prohibió el ingreso al Jardín Botánico de Río de Janeiro durante tres meses en 1974, cuando el entonces Presidente Ernesto Geisel (1907-1996) tomó como residencia uno de los edificios del predio.

“Doña Graziela era apartidista, pero firme en el ejercicio de la ciudadanía”, explica Pires Morim. El botánico británico Simon Mayo, del Real Jardín Botánico de Kew, en Londres, destacó la fibra de Maciel Barroso en una declaración grabada en 2012: “Tuvo la valentía de imponerse, incluso cuando era muy difícil defender la ciencia. Era muy tranquila y simpática, pero de acero por dentro”.

Después de su paso por la UnB, Barroso regresó al JBRJ, trabajó con sistemática, morfología y taxonomía (clasificación) de plantas, convirtiéndose en una de las mayores estudiosas de las especies de plantas del país. Impartió cursos en programas de posgrado de la Unicamp, la Universidad Federal de Pernambuco, el Museo Nacional de la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ), entre otros. Fue consultada por científicos de todo el país para colaborar en la identificación y en el catálogo de especies.

JBRJ / Archivo Graziela Maciel BarrosoEn 1997, a los 80 años, en una carroza alegórica de la Escola de Samba Unidos da Tijuca, en el desfile del Carnaval cariocaJBRJ / Archivo Graziela Maciel Barroso

Sus colegas botánicos bautizaron en su honor a cuatro géneros y 83 especies de plantas, entre ellas, los árboles conocidos en Brasil como caiapiá-da-cana (Dorstenia grazielae), maria preta (Diatenopteryx grazielae) y pata-de-vaca (Bauhinia grazielae), descritas por antiguos alumnos o colegas de otros países. En 1999 recibió uno de los máximos galardones en su campo, la medalla Millennium Botany Award, concedida por el Congreso Internacional de Botánica, celebrado en Estados Unidos.

A punto de cumplir 90 años, seguía yendo al Jardín Botánico una o dos veces por semana. La vista empezó a fallarle. “Yo le ayudaba a ver las plantas en el microscopio y le describía lo que observaba”, relata Da Costa Souza, el último botánico a quien supervisó. “Marcelo da Costa Souza se convirtió en los ojos de doña Graziela y fue muy importante en sus últimos momentos”, reflexiona el ecólogo Luis Fernando Tavares de Menezes, de la Universidad Federal de Espírito Santo (Ufes), quien la presentó a Da Costa Souza. “Estaba muy angustiada porque ya no podía ver los detalles de las plantas”.

Maciel Barroso murió a los 91 años, tras haber sido electa como miembro de la Academia Brasileña de Ciencias (nunca llegó a asumir). Poco antes había sido hospitalizada debido a problemas pulmonares. Luna Peixoto la visitó y salió del hospital con un mensaje para Da Costa Souza: “Doña Graziela dijo que no te olvides identificar el material que dejó debajo del banco del laboratorio”.

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