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Antropología

La mujer en el mundo de los hombres

Estudios del cuerpo femenino jaquean a antiguas nociones de género

Durante años, la sola visión de las plumas de la cola de un pavo real exasperaba a Darwin. ¿Para qué ese ornamento inútil, si las especies solamente desarrollan los aspectos necesarios para su supervivencia?, pensaba. Pero un cierto día, ese penacho cobró sentido: el científico se dio cuenta que las aves con ese plus atraían más parejas, y por ende, tenían más posibilidades de transmitir sus genes a la prole. Con ese mismo darwinismo en la cabeza, el zoólogo inglés Desmond Morris lleva a cabo, en La mujer desnuda (A mujer nua en portugués, Editora Globo), un viaje por el cuerpo femenino, para intentar demostrar que la mayoría de las características de las chicas ha ido evolucionando a fin de atraer a los hombres. A medida que el hombre y la mujer iban recorriendo su trayecto evolutivo, el hombre se comportaba de una manera cada vez más infantil y demostraba menos cambios físicos, mientras que la mujer desarrollaba más atributos físicos y menos cualidades mentales infantiles, explica el investigador. Los hombres eran más pueriles en su comportamiento, y las mujeres en su anatomía, la llamada neotenia, que las hacía más deseables para los machos: Cuanto más características de bebé presentasen, mayor el interés de los hombres por ellas, y mayor la protección que recibían. Las plumas de la cola no siempre son sencillamente eso, plumas de la cola.

En el transcurso de la evolución desarrollamos formas de atraer a nuestras parejas hacia el placer sexual. Eso era lo que aseguraba el regreso de los cazadores a sus tribus, y la permanencia de las hembras durante su ausencia. Nuestra especie solamente sobrevivió y tuvo éxito debido a la increíble relación entre los machos y sus parejas. No existe guerra de sexos, dice Morris. La naturaleza diferenciaría a los géneros para que cada uno necesitase del otro. ¿Por qué los hombres las prefieren rubias? Pasan una imagen más juvenil, y esa imagen, proyectada por una mujer adulta, aumenta su poder de seducción, con fuertes señales de que ella desea que la cuiden. ¿Qué hace que los labios sean tan sensuales, y por qué las mujeres viven pintándoselos? En su forma, textura y coloración, los labios imitan a los otros: los labios vaginales.

¿Cultivar largas uñas? En varias culturas eso demostraba que ellas no necesitaban hacer ningún trabajo ¿La fijación masculina en los senos es una señal de regresión masculina? Eso no tiene ningún fundamento. Las hembras de los primates emiten señales sexuales con el trasero mientras que caminan sobre cuatro patas, atrayendo así a los machos. La mujer camina erecta y es vista casi siempre de frente. El par de falsas nalgas que trae en el pecho le permite continuar transmitiendo la señal sexual sin darle la espalda al interlocutor. Pero, ¿cómo entender entonces la así llamada preferencia nacional brasileña? Las mujeres tiene las espaldas más arqueadas que los hombres y, en posición de reposo, su trasero se proyecta más hacia afuera que el del hombre. Cuando ellas caminan, la estructura ósea de las piernas y las caderas provocan una ondulación mayor en la región glútea. En otras palabras: ellas se contonean al andar.

Estas explicaciones biológicas, por más que el investigador se deshaga en elogios a la mujer, encienden la polémica de una discusión reciente sobre un viejo modelo: La reproducción es uno de los principales pilares de lo que se entiende por femenino. La función materna parece constituirse en el núcleo central del ser mujer, y no ser madre es estar vacía de su potencia, de su importancia. La feminilidad, al mismo tempo, posee de acuerdo con el sentido común resonancias de significados provenientes de discursos científicos y religiosos, que tiene su cuota de contribución en la manera que debería tener el comportamiento femenino, el lugar y el rol de la mujer, rebate Kimy Otsuka, autora de la tesis doctoral Las travesías de lo femenino (que contó con el apoyo de la FAPESP). Es cada vez más difícil hacer piquito, como hacen los franceses, y decir con gusto: ¡Vive la difference! Históricamente, el cuerpo está investido de un carácter político. Tanto el sexo biológico como el género cultural son ideas informadas por creencias científicas, políticas, filosóficas, religiosas, etc., sobre la natureza de los seres humanos, analiza Jurandyr Freire Costa. La obsesión por el sexo y el género es irrelevante para reconocer las diferencias entre los hombres y las mujeres o juzgar desde el punto de vista ético quiénes son los mejores y los peores. Al fin y al cabo, hace apenas dos siglos que la humanidad aceptó que había diferencias entre los sexos.

Hasta finales del siglo XVIII, se pensaba que el sexo era uno y el mismo para hombres y mujeres. Como observa Thomas Laqueur en su estudio La construcción del sexo: Durante miles de años, se creyó que las mujeres tenían los mismos aparatos genitales que los hombres, sólo que el de ellas estaba dentro del cuerpo y no afuera. La mujer era esencialmente un hombre imperfecto. Ser hombre o ser mujer era mantener una posición social, asumir un rol cultural, y no ser orgánicamente de uno u otro de dos sexos inconmensurables. Así, antes de la Revolución Francesa, el sexo era una categoría sociológica, y no ontológica. Libertad, fraternidad e igualdad y, por ende, dos sexos. Estas nuevas formas de interpretar el cuerpo son producto no de la ciencia en sí, sino del rumo de su desarrollo aplicado a la política, recuerda Kimy. La ideología veía mejor que la anatomía y solamente hubo interés en buscar evidencias para fundamentar dos sexos distintos, diferencias anatómicas y fisiológicas concretas entre el hombre y la mujer, cuando esa diversidad se volvió políticamente deseable, asevera la investigadora. El sexo biológico fue y es, según Laqueur, una construcción social, y el cuerpo es concebido como una entidad natural que contribuye a la explicación del género. La anatomía finalmente se ha transformado en destino, sostiene. Es cuando el género se suelda a la idea de sexo.

Así, la mujer es incesantemente naturalizada, al contrario que el hombre, de manera general asociado al dominio de la cultura, la acción y el pensamiento, evalúa Fabíola Rohden, autora de una ciencia de la diferencia. Según ella, a partir del siglo XIX, comenzó a esbozarse un empeño por parte de los médicos y los científicos para fijar claras diferencias de carácter biológico y predeterminado entre los sexos. Es más: el sexo pasó a entenderse como un elemento natural, responsable del destino social de los hombres como proveedores y el de las mujeres como esposas y madres. La medicina planteará entonces una relectura del cuerpo femenino, por ocasión del surgimiento de la así llamada ciencia de la mujer, cuyo origen se ubicaría en el terreno del interés en la diferencia, acota Fabíola. La ginecología llegaría así como una manera de reforzar la supuesta relación entre la inferioridad física, psicológica e intelectual de la mujer con relación al hombre, como una realidad inscrita en el propio cuerpo. Con base en esa visión biológica, se establecen los roles sociales. Las características anatómicas de las mujeres las destinarían a la maternidad, y no al ejercicio de las funciones públicas.

Pero Rachel Soihet, organizadora de O corpo feminino em debate, va más allá. De acuerdo con esta investigadora, la medicina apareció como cimiento ideológico de la cristalización de esas relaciones de poder, contribuyendo así para que las principales decisiones políticas tuvieran éxito, ancladas en las diferencias entre los hombres y las mujeres. En otras palabras, fue una ortopedia con relación a lo masculino y lo femenino, que colaboró en la reproducción y el sostenimiento de los aspectos positivistas y funcionalistas que la ordenación social exigía en determinadas épocas y contextos. No obstante ello, la modernidad reserva sorpresas aún mayores sobre esta ya diluida diferenciación de géneros. La cirugía plástica, desarrollada a partir de las dos guerras mundiales, con sus innumerables mutilados, lograría al mismo tiempo consolidar y solapar esa imposición política sobre el cuerpo femenino. En una primera visión, la biomedicina tuvo y tiene la función del control social, contribuyendo a disciplinar el cuerpo o docilizarlo, y esto determina las posturas esperadas y convenientes por parte de la sociedad, asevera la antropóloga Liliane Brum Ribeiro.

Belleza
La medicalización del cuerpo femenino, luego de décadas inmersa en un darwinismo que se preocupaba en hallar diferencias, ahora con las cirugías plásticas, estéticas y correctivas, ya no se legitima más por el mismo discurso médico biologizante, como en los siglos pasados, que determinó que debería hacer la mujer debería con su frágil y fragilizado cuerpo, afirma. Según datos obtenidos en el marco del Proyecto Temático apoyado por la FAPESP intitulado Género, corporalidades (aún en desarrollo), coordinado por la antropóloga Mariza Corrêa, de la Unicamp, Brasil es con seguridad un país donde el culto a la belleza, la juventud y la sensualidad aparece como una de las características más significativas de su cultura, pero es también el país que cuenta con una impresionante industria de la belleza. De acuerdo con la Sociedad Brasileña de Cirugía Plástica, el país fue en el año 2000 campeón global en cantidad de cirugías plásticas por razones estéticas. Hay en esto una notable dualidad. El cuerpo es actualmente sujeto de la cultura, posee agencia (acción); y es como tal que, debido a las cirugías plásticas, el género pasa a marcar el cuerpo femenino. Se puede pensar que el cuerpo siliconado o construido por la cirugía plástica pone jaque a los dualismos naturaleza-cultura, sujeto-objeto, pero también puede dilucidar el modo en que el sujeto contemporáneo se hace cargo de un cuerpo docilizado por aparatos de poder; informado por disposiciones estructuradas y estructurantes, pero también dotado de agencia. Es decir, el cuerpo pasa a ser el espacio del ser entendido como devenir, dice Liliane.

De allí el interés del proyecto de la Unicamp en investigar qué hay de compartido en nuestras sociedades cuando se trata de pensar los cuerpos, apuntando a discutir la visión cada vez más diseminada del cuerpo como materia plástica capaz de burlar o postergar las restricciones que se le imponen en lo que tiene de material, de finito y de frágil, y, por otro parte, de adaptarse y amalgamarse a cualquier convención culturalmente establecida. Esto puede verificarse tanto en las prácticas del turismo sexual, donde hombres provenientes de países del Norte buscan mujeres de países subdesarrollados con el fin de recrear patrones tradicionales de género en el marco de relaciones sumamente desiguales, como en los llamados transgéneros. Son un cuerpo en transformación, y quizá nos hagan pensar en el cuerpo metamorfoseado, no como una sustancia acabada, sin como algo orgánico, móvil, en proceso. Más que un cuerpo, una corporalidad, un devenir que se rehace siempre en una corporalidad?, evalúa Liliane. Salimos de la visión darwinista para entrar en la ciencia futurista de Donna Haraway, autora del Manifiesto cyborg, donde la investigadora afirma que la imagística de los cyborgs puede sugerir una manera de salir del laberinto de los dualismos con los cuales nos explicamos a nosotros mismos nuestros cuerpos.

En su doctorado, defendido recientemente en la Universidad de São Paulo (USP), intitulado Los dilemas de lo humano, Marko Synésio Monteiro trabaja precisamente con este nuevo concepto de cuerpo y de cómo influyen las tecnologías de la biología molecular sobre nuestra percepción de lo que es el cuerpo, qué representa el mismo en la cultura y cómo nos relacionamos con él. Estoy de acuerdo con Haraway, cuando nos invita a aceptar la existencia del cyborg, no como el fin de lo natural, con máquinas tomando nuestros cuerpos. Ella reafirma que somos cyborgs en tanto y en cuanto establecemos relaciones estrechas con la tecnología, cosa que, en lugar de esclavizarnos, es una posibilidad de libertad, ya que las antiguas visiones de lo que significa el ser humano pueden recrearse y repensarse, de manera tal que no sigamos siendo tan patriarcales, por ejemplo, analiza Monteiro. Llegará el día en la filosofía de Marilyn Monroe cobrará sentido pleno: A mí no me importa vivir en un mundo de hombres, siempre y cuando yo pueda ser mujer.

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