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Iconografía

La observación del otro

Una investigadora analiza el fenómeno de los zoológicos humanos partiendo de registros fotográficos

Un registro del año 1893, intitulado Caníbales transportando a su amo, de autor anónimo, exhibida en la Biblioteca del Congreso, en Washington (EE. UU.)

Cortesía de Library of Congress, Washington

La exhibición de seres humanos como una atracción está reconocida como un episodio histórico que expresa el peso del racismo en los imperios coloniales a lo largo del siglo XIX y hasta mediados del siglo XX. El estudio de este fenómeno, que se ha abordado desde el concepto de “zoológicos humanos”, ha cobrado fuerza en todo el mundo en las últimas dos décadas y saca a la luz todo un campo de prácticas de dominación, clasificación y estigmatización del otro. Al mismo tiempo, revela que los mecanismos de estas prácticas impulsaron el discurso científico, el gusto por el espectáculo y la aplicación de nuevas tecnologías, en particular, la fotografía.

A partir de imágenes producidas en el apogeo de la época de los zoológicos humanos, la historiadora de la fotografía Sandra Koutsoukos visibiliza en su libro recientemente publicado Zoológicos humanos: Gente em exibição no tempo do imperialismo (editorial Unicamp) las vidas y las relaciones de los individuos exhibidos como curiosidad y tomados como objeto de estudio. Su investigación, fruto de una pasantía posdoctoral financiada por la FAPESP, apunta no solo a los fenómenos claramente inspirados en los jardines zoológicos, sino también a los “espectáculos de variedades” y a los pacientes de hospitales expuestos a la indiscreción del público.

Durante la segunda mitad del siglo XIX, la fotografía se transformó en una herramienta común con la que muchos profesionales registraban su propio trabajo: el científico que medía a las personas y sus cráneos para clasificarlas según aquellos aspectos que se consideraban inherentes a las razas; el empresario de espectáculos que pugnaba por ganar el interés del público recurriendo a tarjetas postales; el médico que catalogaba casos infrecuentes. Con base en este material documentado o publicitario, la investigación histórica pudo reconstruir gran parte del contexto objetivo y subjetivo en el que se plasmó el registro visual.

“Una fotografía, por sí misma, no revela totalmente una historia, empero, le facilita al investigador la oportunidad de indagar en la misma”, dice Koutsoukos. “Para ello se necesita contemplar lo que aparece en el retrato, reparar en la expresión y la postura del modelo, en su indumentaria, en los objetos presentes y en la composición de la escena, pero también hay que percibir aquello que no ha sido registrado, pensar en lo extracampo”, explica. Al análisis formal de las elecciones, tales como la composición, el escenario y la postura, se suma el estudio del contexto histórico, de los principios científicos e ideas sociales del período. “El estudio de las imágenes implica siempre un trayecto multidisciplinario, que abarca historia, antropología y, obviamente, historia de la fotografía, ya que este fue el medio utilizado como instrumento para registrar diversos estudios considerados científicos en aquella época, para el registro del mundo colonial y las exhibiciones de personas, y para la producción de fotografías de recuerdo”, dice Koutsoukos.

Para el libro, el punto de partida fue un conjunto de fotografías halladas en la biblioteca pública de la ciudad de Chicago (EE. UU.), en 2007, en el marco de unas investigaciones sobre la Exposición Universal de 1893. “Fue entonces cuando me percaté de los grupos que se exhibían, en particular, los 67 dahomeyanos [nativos del actual Benín] instalados en una aldea ‘nativa’ y exhibidos como el pueblo más ‘primitivo’ de la muestra”, recuerda. En la colección de la Biblioteca del Congreso, en Washington, había una que retrataba a cuatro dahomeyanos cargando una especie de hamaca y, sentado en ella, iba uno de los organizadores de la exposición. “El hombre blanco era transportado del mismo modo que vemos en nuestra iconografía de los tiempos de la esclavitud, cuando los esclavos llevaban así a sus amos. El título que se le dio fue: Caníbales cargando a su amo”.

Joaquim Ayres/Museo Etnográfico de Berlín Imagen de un grupo de aborígenes que formaba parte de la Exposición Antropológica Brasileña de 1882, en Río de JaneiroJoaquim Ayres/Museo Etnográfico de Berlín

El zoológico humano y otras prácticas similares que, a menudo, han sido tratadas con ese mismo rótulo, forman parte de una historial extendida que “hace de la alteridad humana un trofeo”, tal como lo expresa el historiador italiano Guido Abbattista, de la Universidad de Trieste, en Italia. Los exploradores europeos que arribaron a América a partir de finales del siglo XV, habitualmente llevaban consigo individuos o familias completas del continente para exhibirlos en sus países de origen.

Uno de los casos más conocidos es el de Sarah Baartman (1789-1815), miembro de la etnia Khoikhoi, de Sudáfrica, que fue tomada como objeto tanto por el mundo del espectáculo como por la ciencia: fue exhibida en Londres y en París, suscitó el interés de naturalistas en Francia y, tras su muerte, fue sometida a disección.

El “zoológico humano” en su sentido más literal, es decir, con la exhibición de individuos, familias y grupos más numerosos en ambientes montados para simular sus entornos de vida originarios, trae a colación, especialmente, al alemán Carl Hagenbeck (1844-1913). Proveedor de animales salvajes para los jardines zoológicos y circos, Hagenbeck fue conocido como el creador de estos espacios “modernos”, donde las exhibiciones tienen lugar en ambientes simulados, en vez de jaulas. No obstante, en 1874, Hagenbeck fue más allá: en la ciudad de Hamburgo, armó una exhibición con individuos pertenecientes a pueblos de Laponia (samis) y de Samoa.

Dos años después, el naturalista Albert Geoffroy Saint-Hilaire (1835-1919) organizó “espectáculos etnológicos” en el Jardín de Aclimatación de París, con inuits y nubios traídos desde Sudán. El éxito de espectadores motivó la realización de 30 eventos de ese tipo en la ciudad, que prosiguieron hasta 1912. Según Abbattista, esa modalidad de exhibición impuso nuevos conceptos estéticos y fomentó aspectos del racismo típicos de la época, pero “todos sus elementos principales tienen origen en los comienzos del período colonial: la cosificación de los seres humanos, su uso para satisfacer la curiosidad, pero también como evidencia de discursos ideológicos, religiosos o seculares, y también como trofeos para exhibir en romerías”, dijo, en una entrevista concedida a Pesquisa FAPESP.

En Brasil, ese fenómeno no pasó de largo. En 1882, la Exposición Antropológica Brasileña, en Río de Janeiro, exhibió a un grupo de indígenas a los que en la época se los denominaba botocudos. Los siete individuos fueron llevados desde el poblado de Mutum, en la cuenca del río Doce, hasta la por entonces capital del Imperio, donde fueron expuestos en una muestra que contó con gran afluencia de público. Se los sometió a pruebas antropométricas y, según los relatos de la época, adelgazaron notoriamente.

Autor desconocido/Wikimedia Commons Tarjeta postal de 1899 que registra una exhibición en una feria de atraccionesAutor desconocido/Wikimedia Commons

A diferencia de las exposiciones europeas, en el caso brasileño no se trataba de la representación del imperio colonial plasmado en continentes alejados. Brasil, independiente desde hacía apenas 60 años, exponía a residentes de su propio territorio. “Ahí es donde surgen entonces las contradicciones de la exhibición de un ‘otro’ interno”, dice la socióloga y antropóloga Marina Cavalcante Vieira, de la Universidad del Estado de Río de Janeiro (Uerj). En Europa, los espectáculos giraban en torno al contraste entre “civilizados” y “primitivos”. En tanto, en Brasil, la Exposición Antropológica “procuraba construir la imagen de un país moderno, en contraposición con los botocudos, considerados bravíos, atávicos y aviesos a la civilización”.

La antropóloga señala que esa misma exposición fue presentada en Londres al año siguiente, con impacto en la opinión pública brasileña, ofuscada por el hecho de que se representara al país, asociándolo con los indígenas. “La imagen está fragmentada. Si la exposición, cuando tuvo lugar en Río de Janeiro, creó un espejo a partir del cual Brasil comenzó a verse a sí mismo como lo opuesto a los botocudos, la exhibición londinense impone un segundo espejo que conturba la autoimagen: ‘¿Qué van a pensar de nosotros por allá afuera?’”, dice.

La justificación esgrimida para exhibir seres humanos como espectáculo era, por lo general, la difusión del saber. Se invitaba al público europeo a ver cómo vivían y cómo eran aquellos pueblos e individuos exóticos. “Los zoológicos humanos se instalaron en teatros, circos, museos, exposiciones universales y jardines zoológicos, pero no solo se los promocionaba como un espectáculo de entretenimiento: también se los tildaba como fuentes de conocimiento”, señala Vieira.

Según la antropóloga, la indiferenciación entre ciencia y espectáculo no ha sido un análisis realizado con posterioridad o una mera abstracción, sino un elemento explotado por los propios organizadores de los eventos: en los registros de las exposiciones que constan en archivos alemanes, se han hallado informes de visitas escolares a las exposiciones de personas que organizaba Hagenbeck.

Pese a que no tuvieron el mismo componente colonial y racial, los casos de “espectáculos de aberraciones” y de patologías exhibían un funcionamiento similar. Koutsoukos menciona la historia de Joseph Merrick (1862-1890), afectado de neurofibromatosis, que más tarde sería retratada en el filme El hombre elefante (1980), de David Lynch. Merrick era exhibido en freak shows en Inglaterra, pero sus presentaciones fueron consideradas de excesivo mal gusto y la policía las prohibió. Tras eso, quedó instalado en un hospital de Londres, se lo exhibía en congresos médicos y era visitado por personalidades de la alta sociedad, curiosos por ver sus deformidades. “A la salida, al igual que en los espectáculos de fenómenos, el visitante podía adquirir una foto de recuerdo”, relata Koutsoukos.

Autor desconocido/Wikimedia Commons Souvenir de Abomah: la mujer más alta del mundoAutor desconocido/Wikimedia Commons

En su tesis doctoral, intitulada “Figuraciones primitivistas, tránsitos de lo exótico por los museos, el cine y los zoológicos humanos”, defendida en 2019 en la Uerj, Vieira también aborda el tema de los zoológicos humanos a partir de la imagen. La antropóloga demuestra la existencia de fuertes vínculos entre las exposiciones y un arte naciente hacia el final del siglo XIX, centrado en la tecnología de la imagen: el cine. “Los zoológicos humanos eran espectáculos masivos consolidados. Lo que hicieron los pioneros del cine fue apuntar sus cámaras hacia temas que ya despertaban el entusiasmo del público”, dice.

“Desde su origen, subyace cierta simbiosis con los zoológicos humanos, que anticipan narrativas, guiones y escenografías posteriormente explotados por el cine. Las giras de exhibición de las compañías extranjeras le permitían al público viajar sin salir de casa. La invención del cine radicaliza esa posibilidad”, dice, añadiendo que la crisis económica posterior a la Primera Guerra Mundial, en Alemania, se tradujo en una disminución del público que asistía a las exposiciones e impulsó a los empresarios y compañías de espectáculos a migrar hacia las producciones cinematográficas, “incorporando los conocimientos de su antiguo métier”.

Al fenómeno de los zoológicos humanos se lo asocia con el período anterior a la Primera Guerra, al apogeo del colonialismo, una época de múltiples exposiciones universales. No obstante, en 1958, una capital europea –Bruselas, en Bélgica– fue testigo de un evento de esas características. Tras una protesta de estudiantes congoleses, la exposición fue desmontada rápidamente.

A decir verdad, ese no fue el último caso. En las últimas décadas, se registraron una serie de episodios que se asemejan a las antiguas exhibiciones. En 2005, en Augsburgo (Alemania), se presentó una exposición con distintos grupos étnicos en una “aldea africana”. En 2007, en Seattle (EE. UU.), un sector del jardín zoológico dedicado a la sabana también exhibió un montaje artificial de una aldea con individuos de la etnia masái. Hubo casos similares en Congo y en Tailandia.

Para Koutsoukos, estos episodios demuestran que “la historia que se relata en Zoológicos humanos no forma parte de un pasado lejano”. La investigadora considera que su estudio constituye una invitación a la reflexión sobre “la relación entre el racismo actual y el de aquella época”. Esta reflexión también es un elemento de fondo en el interés que las ciencias humanas han demostrado por el tema en los últimos 20 años, dice Abbattista. El foco principal ha sido el debate acerca del legado colonial. En ese sentido, dos hitos importantes ocurrieron en Francia. En 2004, la editorial La Découverte publicó el libro Zoos humains: Au temps des exhibitions humaines (Zoológicos humanos. La época de las exposiciones humanas), editado por un grupo de historiadores de diversas universidades del país. En tanto, en 2011, se organizó la exposición La invención de lo salvaje: Exhibiciones, en el museo del muelle Branly – Jacques Chirac, en París.

Proyecto
Exhibición de personas. Espectáculo y ciencia en las fotografías de las exposiciones del siglo XIX y comienzos del siglo XX (nº 08/56372-5); Modalidad Beca posdoctoral; Investigadora responsable Iara Lis Franco Schiavinatto (Unicamp); Beneficiaria Sandra Sofia Machado Koutsoukos; Inversión R$ 190.829,78

Artículos científicos
VIEIRA, M. C. “A Exposição Antropológica Brasileira de 1882 e a exibição de índios botocudos: performances de primeiro contato em um caso de zoológico humano brasileiro”. En: Horizontes Antropológicos, Porto Alegre, año 25, nº 53, pp. 317-357, ene/abr 2019.
VIEIRA, M. C. “Modernismo Primitivista: as influências de coleções etnográficas e zoológicos humanos sobre a estética expressionista”. En: Revista Mundaú, v. 3, pp. 12-34, 2007.

Libro
KOUTSOUKOS, S. S. M. Zoológicos Humanos: gente em exibição na era do imperialismo. Campinas: Editora Unicamp, 2020.

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